Comienza una historia

 

Norberto Buscaglia
Historietista, Buenos Aires, Argentina

 

Resumen

Sin duda, no fue fácil para Alberto Breccia dejar de lado las comodidades que produce el mantenerse dentro de los esquemas que un orden establecido determina. No es sencillo asumir que uno puede cambiar algo, si se lo propone. Dicho de otra manera: ser un revolucionario en su campo. Y el campo de acción de Alberto Breccia fue la historieta. Un género que, nacido a fines del siglo XIX, aún tiene mucho por dar en el siglo XXI

Abstract

These is no doubt that it wasn’t easy for Alberto Breccia to put aside the commodities that come from keeping inside a scheme than are established system elicit. It is not simple to assume that someone can change something if he intent to. Said another way: to be a revolutionary in his field, and the action field for Alberto Breccia was the comic. A genre that was born at the end XIX century and has a lot to give in the XXI.

¿Cómo, cuándo y dónde nace la historieta? ¿Desde cuándo el hombre comenzó a narrar en secuencias gráficas, en dibujos, episodios relacionados con sus circunstancias y con la transmisión de experiencias a las nuevas generaciones?
No lo sabemos. No han quedado registros. Sí, hay remotísimas muestras –por ejemplo las cuevas de Altamira– de la necesidad del ser humano por expresarse gráficamente. Por mostrarnos momentos de su vida y necesidades. Desconocemos en qué idioma hablaban aquellos hombres. A pesar de ello, las escenas representadas no escapan a nuestra comprensión. Entendemos lo que nos dicen. No hace falta el idioma.
La historia oficial cuenta que la historieta nació en 1896 con el «Yellow Kid» de Richard F. Outcault. Hasta ese momento los personajes no hablaban. A Outcault se le ocurre insertar palabras. Por primera vez un personaje dibujado se expresa no sólo con gestos, sino también con palabras.
A partir de Outcault muchos talentosos artistas comienzan a recorrer un camino que no se detendrá. La demanda será creciente, y a ella se responderá con innovaciones que no soslayarán las corrientes artísticas de cada época. Paradigma de ello es el monumental «Little Nemo» de Winsor Mc Cay (1867-1934), una historieta directamente emparentada con el surrealismo.
Tiras cómicas y autores que plantean renovaciones constantes se sucederán vertiginosamente a lo largo de todo el siglo XX: «Los sobrinos del capitán» de Rudolph Dirks, «Mutt & Jeff» de Bud Fisher, «Popeye» de Elzie Crister Segar, «Krazy Kat» de George Herriman, comienzan a señalar un sendero diferente.
Los más fuertes empresarios periodísticos de EE.UU. se dan cuenta, rápidamente, de que la nueva manifestación gráfica es de suma importancia para la venta de sus periódicos. Aún son tiras cómicas, pero no pasará mucho tiempo para que se transformen en narraciones mucho más largas que excedan el marco de contención que un periódico pueda darles. Nacen entones las revistas de historietas. Allí, aquel caudal inagotable de fantasías comienza a tomar forma y nombre. Nacen los héroes y los superhéroes que hasta hoy sobreviven. Dibujantes de primera línea como Alex Raymond, Chester Gould, Harold Foster o Bob Kane, crean, más que arquetipos, iconos que en los albores del siglo XXI siguen generando la misma fascinación y encanto que tenían en su origen.
La gran demanda establecida por un público lector heterogéneo determina que nazca una gran industria, principalmente en EE.UU., que borra de raíz toda aspiración romántica de generar cambios de alto nivel. La creatividad debe estar al servicio de lo que el mercado pide.
Salvo honrosas y aisladas excepciones, son muy pocos los que se atreven a ir en contra de la corriente mercantilista. Son muy pocos los que no se dejan absorber por el sistema y, como modernos quijotes, se calzan la armadura de su talento y deciden enfrentar un orden previamente establecido para demostrar que se pueden explorar nuevos rumbos, que aún no está todo dicho y que la historia puede continuar. Uno de esos quijotes, curiosamente, vivió en Suramérica. Nació en el Uruguay el 15 de abril de 1919 y falleció en Argentina en el Día del Dibujante, el 10 de noviembre de 1993. Se llamó Alberto Breccia.

 

Los trabajos y los días

Conocí a Alberto Breccia en 1967 cuando se desempeñaba como director del Instituto Directores de Arte. Por ese entonces ya era un dibujante que había logrado cierto reconocimiento por una historieta que tuvo una amplia difusión en nuestro medio, me refiero a «Vito Nervio», un detective muy particular... y muy de Buenos Aires, a punto tal que lo encontramos en algunos episodios tomando mate en las catacumbas de París. Los guiones pertenecían a Leonardo Wadel. Wadel y Breccia remplazan, en el año mencionado arriba, a los creadores de la tira: Alberto Cortinas y Mirko Repetto.

Figura 1: La séptima página de «El eternauta» (Gente, no. 203, Buenos Aires 12 de junio de
1969).
«Vito Nervio» era una historieta que yo leía de niño. Jamás pensé que podría llegar a tratar a su creador. Pero el Alberto Breccia que conozco a fines de la década del sesenta es una persona muy diferente a la que yo imaginaba. No es ya un dibujante de historietas comunes y solicitadas por encargo. Los trabajos que comienzo a ver son muy diferentes, trabajos que yo no conocía, pues hacía tiempo ya que había abandonado la lectura de historietas. Aunque, en honor a la verdad, muy pocos argentinos sabíamos lo que el lápiz de Breccia estaba gestando: una verdadera revolución en el medio... una revolución que años más tarde le hará decir a un importante crítico español: «[...] la historieta tiene dos períodos: uno antes de Breccia y otro después de Breccia [...]».
En 1962 de la mano de Breccia cobra vida «Mort Cinder», quien no solamente señala un cambio en la manera de encarar un discurso historietístico, ya sea por la imagen, ya sea por el texto de Héctor Oesterheld.
No existe hasta ese momento nada que se le pueda comparar. Quizás por esa razón y por lo avanzado de la propuesta, el trabajo no tiene éxito y es ignorado por la mayoría de los argentinos. Solamente acceden a él quienes mantienen una relación casi enfermiza con la historieta.

 

El día en que la gente se equivocó

También es de esta época otro trabajo que le fuera encargado por uno de los semanarios más importantes de aquel momento– y que aún hoy subsiste–: la revista Gente. La dupla Oesterheld-Breccia publica allí una versión del «El eternauta», una obra que ya había transitado por revistas como Hora Cero Semanal, pero dibujada por Francisco Solano López, quien realizó la segunda parte en 1976.
Como dato curioso cabe destacar que la Editorial Frontera pertenecía a Héctor Oesterheld y a su hermano Jorge, también guionista.
Desconozco las razones que llevan a la Editorial Atlántida a encargar el trabajo a Breccia y no a Solano. El estilo de Breccia no es el de Solano. El guión de Oesterheld no es un guión común. Este, «El eternauta», es contestatario y provocador. El sustento principal de la narración es que los poderosos países del Norte han regalado el Sur a invasores extraterrestres, con la condición de no ser ellos el objetivo de la civilización superior que viene del espacio. No es tan difícil entender la sutileza. Lo cierto es que un guión que, metafóricamente o no, está en contra del sistema, y un dibujo que tampoco respeta los patrones convencionales, componen un coctel muy difícil de digerir para una revista cuyos lectores están acostumbrados al vacío de ideas que provoca la adhesión consuetudinaria a la frivolidad. Teniendo en cuenta esto, es lógico entender, a la distancia, que muchas personas enviaran cartas quejándose de la historieta y de un dibujo que consideraban absurdo. Esto llevó al director de la revista, el periodista Carlos Fontanarrosa, no sólo a levantar la historieta, sino a lo que es más grave, publicar una nota pidiéndole disculpas al público por el error que habían cometido al publicar «El eternauta». No pasaría mucho tiempo para que las ediciones italianas de «Mort Cinder» y «El eternauta» pusieran en evidencia la tremenda equivocación del público lector y de la editorial.

Figura 2: La cuarta página de «El corazón delator» (primera publicación en Italia en Alter Linus, Milán septiembre de 1975)
Si bien «Mort Cinder» y «El eternauta» son dos trabajos que marcan una evolución y transformación en el estilo de Breccia, no son dos cosas aisladas o que surgieron espontáneamente: «Sherlock Time» y «Richard Long» preanuncian los audaces cambios que Alberto Breccia nos propondrá en la década del setenta.
Un espíritu inquieto, amante de la literatura, más que un lector, un adicto a la lectura, no se conforma conque una propuesta suya haya triunfado. El facilismo no era una característica de Alberto Breccia. Para él siempre debía haber algo nuevo, algo a lo que podía arribarse a través de la búsqueda permanente, constante.

 

Literatura dibujada

Mantenemos largas charlas. Por supuesto, en ellas no soslayamos el tema de la literatura y la historieta. Alberto Breccia era un lector omnívoro.
Nuevos proyectos comienzan a perfilarse. El material disponible es abundante y quizás inconmensurable. Difícil tomar una decisión o realizar una elección. Por supuesto que la balanza se inclina hacia los escritores latinoamericanos. Coincidimos en que «Sobre héroes y tumbas» de Ernesto Sábato podría ser el camino. Como es una obra de largo aliento, el capítulo «Informe sobre ciegos» se adaptaría mucho mejor a nuestras inquietudes y necesidades.
Alberto le propone al proyecto a Sábato, quien de inmediato acepta la propuesta y requiere, como es lógico, ver previamente el guión. Alberto me encarga su realización. Mi versión no es aprobada. Sucedió que el escritor no aceptó modificaciones en su discurso narrativo. Aunque la respuesta fue decepcionante, esto sirvió para instalar la duda: ¿podría llevarse la literatura a la historieta sin que ninguno de los dos géneros perdiera su esencia? Sin duda, había nacido un desafío tal vez inabordable, pero fascinante: mantener, a lo largo de las secuencias dibujadas y de un texto mínimo todo el clima que un autor determinado ha generado en su obra, a través de las palabras.

Figura 3: Boceto para la tercera página de «La máscara de la muerte roja» (publicado en «Quattro incubi», Editiemme, Milán 1985).
Es la palabra una convención, una abstracción, y como tal está sujeta a la multiplicidad de interpretaciones que el lector quiera darle.
No todas las personas imaginarán lo mismo sobre un texto determinado. Ni siquiera coincidirán plenamente con el escritor. Y esta es la magia de la literatura. Una magia que tiene que ver mucho con su perdurabilidad a través de los tiempos. Una perdurabilidad que los modernos medios de comunicación no podrán alterar.
Comprendimos que corríamos el riesgo de entregar a los lectores algo que ellos podrían rechazar de plano porque no coincidiría con sus expectativas, sobre todo en aquellos que conocían las obras que les presentábamos. Y a los que no las conocían no podíamos, de ninguna manera, ofrecerles una versión totalmente alejada de los parámetros concebidos por el autor.
Concretamente, no deseábamos falsear los principios básicos que un autor determinado había concebido en su obra.
El trabajo no debía ser un resumen ilustrado con viñetas, sino un versión fidedigna que alentara al lector a bucear en el mundo del autor que le proponíamos.
Las adaptaciones de obras literarias no pasaban de ser versiones escolares, muy malas algunas de ellas, que en vez de cumplir con el objetivo que señalé anteriormente, lo único que conseguían era alejar a los lectores del autor y predisponerlos negativamente.
Este análisis, que surge a partir de la postura de Sábato nos es muy útil para el proyecto que encararemos a posteriori: «Los mitos de Cthulhu» de Howard P. Lovecraft.

 

Lovecraft y el horror cósmico

Aquí se abrían nuevas opciones. Porque nos encontrábamos ante un autor que escribía en otro idioma y para una realidad distinta a la latinoamericana. Además, absolutamente desconocido para los argentinos, inclusive para aquellos que cultivaban la literatura de terror y de ficción científica.

Figura 3: Boceto para la segunda página de «La última visita del caballero enfermo» (publicado en «Quattro incubi», Editiemme, Milán 1985).
Cualquiera puede conseguir hoy datos sobre H. P. Lovecraft, algo no tan fácil en la Argentina de la década del setenta. Su vida y su obra, por ejemplo, están ampliamente detalladas en las páginas que sus seguidores y fanáticos desarrollan en esa moderna Torre de Babel que es Internet.
Fue Lovecraft un extraño y atormentado escritor. Nació en Providence, Rhode Island, EE.UU., en 1890 y murió en 1937. Formó un círculo de amigos y escritores que participaban de las mismas visiones fantásticas y apocalípticas que luego publicaban en Weird Tales, una revista dedicada al género de terror.
Configura Lovecraft una mitología muy particular de abominables seres que, supuestamente, residen en el espacio exterior y que han colonizado la Tierra en tiempos inmemoriales, tiempos que son imposibles de medir por los seres humanos comunes.
Lin Carter, un estudioso seguidor de la literatura lovecraftiana e integrante él mismo del grupo de elegidos, dio forma a una hipotética mitología. Dice Carter:
«En épocas geológicas remotísimas , nuestro mundo fue habitado y gobernado por un grupo de dioses diabólicos y de divinidades benévolas. Mucho antes de que apareciese el hombre en la Tierra, esta era compartida por los Primigenios y la Gran Raza de Yith, quienes entraron en discordia y se alzaron contra sus propios creadores: los misteriosos Dioses Arquetípicos, primeros pobladores de los espacios interestelares. La Gran Raza constituida por seres inmateriales que parasitaban en cuerpos ajenos abandonó las zonas terráqueas por ellas dominada, y huyó a través del tiempo, hasta el siglo CC en el que se apoderaron del cuerpo de una raza de escarabajos que sucederá al hombre en esa época remota, y será la forma de vida dominante en el planeta.
»Los Primigenios, sin rivales ya, quisieron dominar el mundo, y en combate con los Dioses Arquetípicos que moraban en Betelgeuse, les robaron ciertos talismanes, sellos y determinadas tablillas de piedra cubiertas de jeroglíficos, que ocultaron en un planeta próximo a la estrella Celaeno.
»Los Dioses Arquetípicos castigaron esta impropia rebelión. Aunque los Primigenios, bajo las órdenes de Azathoth, combatieron largamente, fueron vencidos y expulsados o apresados.
»Hastur, el Inefable, fue exiliado al lago de Hali, cerca de Carcosa, en las Híadas próximas a Aldebarán.
»El Gran Cthulhu fue mantenido en un letargo mágico, similar a la muerte, en la cósmica ciudad sumergida de R’lyeh, situada no lejos de Ponapé, en el Océano Pacífico».
[ ... ]
«Yog-Sothoth fue expulsado de nuestro continuo espacio-tiempo y fue lanzado al Caos junto con Azathoth, a quien, además, por haber sido el cabecilla de la rebelión, los Dioses Arquetípicos privaron de inteligencia y voluntad».
[ ... ]
«En ocasiones alguien ha logrado levantar el Sello Arquetípico, pero siempre ha sido vuelto a colocar en su sitio. Sin embargo, Abdul Alhazred (el árabe loco, mítico autor del Necronomicon9, ha profetizado que, finalmente, los Primigenios serán liberados y regresarán. Debemos suponer, pues, que en algún futuro incierto volverán a disputar, una vez más, el Universo a los Dioses Arquetípicos» (Carter, 1959)
Tal es el marco que contendrá a las narraciones. Narraciones en las cuales el terror está sugerido, eficazmente, a través de cada párrafo, de cada oración, de cada palabra. Es más lo que se sugiere que lo que se presenta. Todo conduce a un objetivo final: sorprender al lector con un final no esperado (o sí). Sólo el vértigo que producen las palabras podrá generar la duda sobre la existencia real de los monstruos que se nos mencionan o sugieren. Una cosa es cierta, no se puede leer a Lovecraft con total tranquilidad. El horror cósmico, quizás, está enredado en nuestros genes.
Resulta entonces evidente que transformar el relato en figuras que acompañen lo que nos ofrece un texto colindante con el delirio no es tarea sencilla ni abordable por cualquier dibujante... Y Alberto Breccia no fue un dibujante más. Su capacidad para interpretar un relato excedía los patrones comunes. Una prueba irrefutable (conservo los videos) la tuve en cierta oportunidad en que la televisión argentina les hizo una nota a Alberto y a Ernesto Sábato. El tema era «Sobre héroes y tumbas». Breccia se ocupó de ilustrar con sus dibujos el tema que se iba desarrollando. En determinado momento se mostró en la pantalla una ilustración de la casa que había inspirado al escritor. Poco a poco el dibujo se fue fundiendo con una fotografía de la casa en cuestión ... Y aquí apareció la sorpresa: ¡dibujo y foto eran exactamente iguales...! Lo curioso es que Breccia jamás tuvo acceso a la foto. Su dibujo surgió de lo que había leído en el libro de Sábato.
Lo descripto ocurrió casi veinte años después de haberse publicado «Los mitos de Chtulhu», y no dejó de inquietarme el hecho, no ya de que los monstruos fuesen reales, sino la hermandad de ideas de dos creadores que jamás se habían visto. Y no me cabe la menor duda de que en cada trazo de Breccia, en cada personaje que aparece en la obra, está presente el caudal imaginativo de H. P. Lovecraft. Seguramente los imaginó así... ¿O hay algo más ...?
Hubiese sido difícil, para mí, encontrar un camino diferente al que nos propusimos y llevamos adelante, si otro dibujante tradujese mi labor de amanuense. No fue así con Alberto, pues cada una de las historias surgían de un encuadro previo que permitía una aproximación a nivel de boceto. Después, dicha aproximación sufría un primer ajuste antes de ser dibujada a lápiz, un segundo ajuste en esta etapa, y una tercera revisión una vez que el trabajo era pasado a tinta.
Toda esta labor se hacía sin tener la menor idea de quién podría ser el futuro editor. Es más, a veces pensábamos que nadie se interesaría, pero por suerte no fue así. En 1973 Arnoldo Mondadori edita –bajo la dirección de Marcelo Ravoni y Valerio Riva– en Milán, Italia, «Il piacere della paura», y allí ve la luz, por primera vez uno de los mitos de Cthulhu: «La cosa en el umbral». Habrá que esperar dos años más para que todas las historietas realizadas, hasta ese momento, sean presentadas en un solo volumen. Indudablemente la edición italiana apuró la decisión de un editor argentino. Un volumen dedicado por Alberto a su padre. Me refiero a «Los mitos de Cthulhu» publicados por Ediciones Periferia , Buenos Aires, en diciembre de 1975.
Posteriormente surgirán dos ediciones italianas, una francesa y una mexicana, la más completa. Aparecen allí los siguientes cuentos de H. P. Lovecraft: «La ciudad sin nombre» (1921), «El ceremonial» (1923), «El llamado de Cthulhu» (1926), «El color que cayó del cielo» (1927), «El horror de Dunwich» (1928), «El que susurraba en la oscuridad» (1930), «La sombra sobre Innsmouth» (1931), «La cosa en el umbral» (1933) y «El morador de las tinieblas» (1935).

 

Jean Ray, Poe y Papini

El fascinante mundo de Lovecraft nos permitió incursionar en otros relatos sorprendentes y de autores distintos, aunque cercanos por la época en la cual desarrollaron sus obras. Me estoy refiriendo a Jean Ray y Giovanni Papini.
Alberto ya había abordado a Edgar Allan Poe, y optó por conformar una imagen más historietística que literaria. Poe le ofreció la posibilidad de ingresar por el sendero del lenguaje cinematográfico. La prueba más palpable de ello la encontramos en «El corazón delator». La apertura y cierre de la puerta, a través de la cual el asesino observa a su víctima es, sin duda, una prueba de ello.
Fue Jean Ray un escritor prolífico y sorprendente. Si bien no existe en su obra la grandilocuencia cósmica de Lovecraft, sí hay una conexión a través de los personajes y situaciones horrorosas que aparecen bruscamente en el mundo cotidiano.
Su verdadero nombre fue Jean Raymond de Kremer. Nació en Gante, Bélgica, en 1887, y murió en 1964. Rebelde, indisciplinado y aventurero por naturaleza, llevaba en sus genes la pasión por el mar. Si bien sus padres eran belgas, su abuelo, también marinero, se había casado con una piel roja, una auténtica india dakota que conoció en uno de sus múltiples viajes.
Jean Ray se embarcó por primera vez, a los dieciséis años, como simple marinero en el velero alemán Este. A partir de ese momento navegará por todos los mares del mundo durante treinta años, con un breve paréntesis entre 1906 y 1910, época en que ingresa en la Universidad de Gante para realizar estudios de medicina que luego abandonará.
Quizás su obra más perfecta sea «Malpertuis», un relato que se aparta de la vocación cuentística de Jean Ray y que logra transformarse en una metáfora de la muerte de la poesía en el mundo moderno. El hombre mató los mitos, y con la muerte de los mitos se decretó la defunción de la poesía.
«Malpertuis» fue siempre para Alberto un desafío que debía abordarse. No estábamos ya frente a un cuento, sino a una novela. ¡Y qué novela...! Convinimos que antes de encararla había que hacer un ensayo, familiarizarnos un poco más con el clima de Jean Ray. Nos fascinaba un cuento suyo: «La noche de Camberwell».
El absurdo de la muerte gratuita y sin sentido, casi paradojal, más un clima opresivo y demencial, incentivado por el abuso de la bebida, nos pareció un fuerte desafío, más aún cuando uno de los personajes era un reloj de péndulo que con su monótono tictac se asociaba al drama:
«Fue el Miedo quien saltó entonces sobre mis hombros y me hizo correr, aullando, hacia la puerta... Corrí tras lejanas formas humanas que se fundían en la niebla cuando yo me acercaba a ellas; llamé a las puertas, que permanecieron cerradas sobre sueños obstinados...
»Después de dos horas de correr en vano... volví a encontrarme en el umbral de mi trágica casa. Cuando abrí la puerta, temblando, temblando ante la idea del espectáculo que las tinieblas habían negado a mi vista, oí el tictac de mi reloj.
»Estaba allí moviendo gravemente su péndulo:
»¡Ya-es-tás-a-quí!
» ¡Es-toy-muy-con-ten-to!
»Ni en la escalera ni en el descansillo había algún cadáver... Ni siquiera había la huella de un pie lleno de sangre.
»Pero mi sombrero está agujereado por una bala.
»En mi revólver hay dos cartuchos descargados, y mi cuello lleva las huellas de unos dedos... dedos helados, largos, monstruosamente largos...
»Ahora que pido consejo al whisky, obtengo un poco de clarividencia.
»Me he equivocado de calle, de puerta... una llave puede abrir miles de cerraduras ... ¡y hay tantas calles semejantes!
»¡Ah! ¡Ah! En un barrio de Londres, que desconozco, en una calle que no sé cuál es, en una casa desconocida, he matado a personas que jamás he visto y de las que no sabré nunca nada.
»–¡Camarero, whisky!».
El texto no debía decir lo que las imágenes sugerían o explicaban... Y en este aspecto Alberto logró una conjunción perfecta.
Otro cuento que nos inquietaba en estos años era : «La última visita del caballero enfermo» del italiano Giovanni Papini (1881-1956), un cuento que trataba el mismo tema que Jorge Luis Borges (1899-1986) desarrolla en su relato «Las ruinas circulares».
En la colección La Biblioteca de Babel, dirigida por Borges, editada por Franco María Ricci y la Librería de la Ciudad, de Buenos Aires, y en el volumen que le dedica a Papini, dice el propio Borges:
«“L’ultima visita del gentiluomo malato” presenta de un modo íntimo, nuevo y triste la secular sospecha de que el mundo –y en el mundo, nosotros– no es otra cosa que los sueños de un soñador secreto».
Una vieja idea y dos tratamientos diferentes. Papini nos presenta a un soñado que ya conoce su triste destino: no existe. Es simplemente la proyección del sueño de otro y no quiere serlo. No desea serlo. Entonces se dedica a realizar los actos más sublimes y los más espantosos para tratar de sacar a su creador del letargo en que se halla sumido. Si el soñador se despierta, ese hombre enfermo podrá deshacerse de la humillación que le produce el no ser real, el ser, simplemente, una apariencia. Pero con gran dolor pronto se da cuenta de que no podrá conseguir lo que se propone.
«Soy... nada más que la figura de un sueño... Existo porque hay alguien que me sueña y me ve obrar y vivir y moverme, y en este momento sueña que yo digo todo esto...
»Lo que estoy haciendo en este momento es mi última tentativa. Le digo a mi soñador que yo soy un sueño; quiero que él sueñe que sueña. Es algo que le sucede a los hombres, ¿no es verdad? ¿No ocurre, entonces, que se despiertan cuando se dan cuenta que están soñando?».
«La última visita del caballero enfermo» y «La noche de Camberwell» fueron publicadas por primera –y única vez– junto a «La máscara de la muerte roja» y «El gato negro» de E. A. Poe, en una magnífica y respetuosa edición realizada por Editiemme, en Milán, en 1985. Una tirada de 520 ejemplares numerados y firmados por Alberto Breccia, acompañados por litografías hechas especialmente para tal ocasión por el autor.
Esta edición marca un punto de inflexión muy importante en la historia de la historieta. Dario Mogno, editor responsable de Editiemme, con su aguda percepción, se dio cuenta del cambio. Un cambio por cierto ya preanunciado en otras obras de Alberto Breccia.
La historieta, (fumetti, comics o como quiera llamársele) había ingresado a la adultez de la mano de un maestro. Un maestro a quien le disgustaba mucho que le llamaran artista. Prefería definirse como un laburante, argot de origen italiano con el cual los argentinos definimos a un trabajador. Una definición que, creo, era una manifestación suya destinada a desacralizar, sin partidismos políticos, el concepto que la burguesía tiene acerca del arte. El arte también es un trabajo Y bastante complicado por cierto. Picasso decía que el arte es un 10% de inspiración y 90% de transpiración, y esto Alberto Breccia lo aplicaba disciplinadamente a todo lo que encaraba, sin importarle qué opinaban los demás o el establishment con el cual jamás se llevó bien. Y tenía razón...
Muchas veces le preguntaron si la historieta era un arte menor. Decía que no existen artes menores o mayores, sí existen buenas o malas manifestaciones del arte. Y en esta manifestación del arte, que es la historieta, este laburante consuetudinario y consecuente, alcanzó las cimas más importantes y señaló un camino que alguien, en algún momento, tal vez decida continuar... lo cual, no está del todo mal, porque ya que hablamos de literatura dibujada y de historieta, sería bueno que toda la aventura del vivir y del crear culminara con el clásico:
CONTINUARÁ ...