Panorama de la historieta en Colombia

 

Daniel Rabanal
Historietista, Bogotá, Colombia

 

Resumen

Colombia no se ha caracterizado nunca por una producción historietística abundante ni de calidad, sin embargo en las décadas de los 50 y los 60 hubo un gran consumo de historietas importadas, principalmente de México y los EE.UU. De esta época resultó una suerte de nostalgia por un género que en el país jamás tuvo identidad propia. En los 80 no fueron pocos los intentos de revivir una historieta «colombiana», pero lamentablemente no pasaron de eso, sólo intentos. En los 90, toda una generación de jóvenes dibujantes, ahora infuenciados por el manga japonés y sin nexos ya con la tradición norteamericana, se lanzaron a una nueva serie de intentos, irregular pero meritoria, de la cual tampoco ha sobrevivido mucho. La historia de estas idas y venidas alrededor de la producción de historieta en Colombia es lo que, muy sintéticamente trata de comentarse en este trabajo.

Abstract

Columbia was never characterized by either a large nor a high quality comics production, certainly during the fifties and the sixties there was a large consumption of imported comics mainly from Mexico and Usa. Later a kind of yearning remained for a genre which never attained its own identity. In the eighties the attempts of creating «columbian» comics were many but infotunately they remained only at the attempt level. In the nineties, the young artists, influenced by the Japanese manga and without links with the North-American tradition, launced themselves into a new series of attempts , irregular but meritorious, of which not very much survived. In this paper the history of this going there and back of the comics production in Columbioa is dealt very synthetically.

El intento de reseñar una historia de la historieta en Colombia se parece mucho, a primera vista, a una empresa inútil. Y tal vez no sea lo más indicado para un historietista: cuesta aceptar que, durante la mayor parte del siglo que recién acaba, la historieta prácticamente no haya existido en este país. Pero puede servir para entender un poco el hecho de que en los últimos diez años la historieta se haya transformado en una referencia casi obligada para los estudiosos de la «cultura popular». También sirve, aún cuando esto no sea algo que necesiten los amantes del género, para sorprenderse con la vitalidad y capacidad de regeneración de una forma expresiva que ya ha pasado los cien años. Y por último, un beneficio extra: es muy probable que este intento sea el primer paso para escribir esa historia que en Colombia nunca se ha escrito y que sería de tanta utilidad para la multitud de amateurs que parece surgir día a día en estas tierras.

 

Introducción

Cuando en Colombia se habla de historieta se la llama caricaturas, monos o monachos, términos todos estos que, en realidad, se refieren a otras cosas. Y es que aquí no existe todavía un nombre propio difundido y aceptado para el género, por la sencilla razón de que en Colombia la historieta nunca conoció épocas de una popularidad tal que justificara bautizarla con un nombre propio.

Figura 1: Página de «El Mojicón» de Adolfo Samper (El Mundo al Día, 1924)
La primer pregunta que surge al verificar este hecho es ¿y por qué fue así? América Latina tiene una riquísima tradición en el género: Argentina, México, Uruguay, Brasil y Cuba dan prueba de ello. Por otra parte, casi ningún país del continente se vio exento de la influencia todopoderosa del cómic norteamericano desde muy temprano en la historia. ¿Por qué, entonces, nada de esto ocurrió en Colombia?
La respuesta a esta pregunta seguramente no es sencilla y tampoco este es el espacio adecuado para tratarla en profundidad, pero a modo de primera aproximación podría intentarse un esbozo.
La historieta, al igual que el cine, es producto de lo que podríamos llamar la «modernidad urbana». Nació, en la forma en que la conocemos, en los grandes periódicos neoyorquinos de finales del siglo XIX y creció con el impulso de la competencia de esos mismos periódicos. Y su público principal fue, desde un principio, el habitante de la ciudad.
En Colombia, esa modernidad urbana fue un fenómeno muy tardío respecto de los países industrializados del norte e incluso respecto de países de América como los citados más arriba. Es suficiente tener en cuenta que en 1950 el 70% de la población del país era rural y el resto, unos tres millones, se repartía entre cinco ciudades «medianas», siendo la mayor Bogotá con unos seiscientos mil habitantes.
Cuando finalmente se produce el crecimiento de las ciudades, producto de las migraciones internas, éste coincide prácticamente con la consolidación de la TV como medio masivo. Esto tuvo como consecuencia, entre otras cosas, el haber saltado toda una etapa de la formación de la cultura urbana en la que el papel impreso jugó un rol fundamental.
Es bastante probable, entonces, que al menos una de las explicaciones a la ausencia de tradición en el campo de la historieta en Colombia tenga que ver con ese proceso.

 

La historia

Para desarrollar el siguiente esquema de la evolución de la historieta en Colombia nos referiremos a períodos bastante diferenciados. El primero va de 1924 a 1960; el segundo, de 1960 a 1980 y el tercero de 1980 hasta hoy.

Figura 2: Página de «Pepe Pepazo»de M. Rodríguez (Michín, 1949).
El primer período debe ser considerado por el hecho de contener los primeros intentos de historieta en el país y, secundariamente, porque su estudio pone de manifiesto la relación existente entre el cómic y la cultura urbana.
En el lapso entre 1960 y 1980 coincide la irrupción de la modernidad urbana con la difusión de historietas mexicanas y norteamericanas de consumo popular y la aparición de los primeros dibujantes y grupos de jóvenes preocupados específicamente por la historieta. También en estos años aparecen en Colombia las primeras revistas dedicadas en forma exclusiva al género.
Finalmente, el período que va de 1980 hasta nuestros días es el de la eclosión de proyectos editoriales vinculados a la historieta, siempre independientes y mayoritariamente frustrados.

1924-1960

En 1924, Adolfo Samper (1900-1992) publica en el diario gráfico vespertino Mundo al Día, la que se considera primera historieta hecha en Colombia: «Mojicón». Esta historieta es en realidad una adaptación de «Smithy», tira que por esos años se publicaba en el Daily News de los Estados Unidos. Samper, que ya era un caricaturista con cierto reconocimiento, la realiza por iniciativa del director del diario, Arturo Manrique, pero nunca la firmó por no considerarla un trabajo propio. La historieta aparecía ocupando siempre toda la última página del diario, que a diferencia del resto, era de papel esmaltado. Este detalle habla de la jerarquía que el director le otorgaba. Y durante unos pocos días del mes de abril de 1924, también aparecieron en el interior de la publicación un par de tiras realizadas por el mismo Samper, una titulada «La hermana de Mojicón», la otra «Los filipichines». Pero del mismo modo en que aparecieron desaparecieron. Finalmente el diario cerró en 1931 y con él desapareció la tira.
Respecto de esta primera experiencia resulta interesante señalar que Arturo Manrique decidió iniciar la publicación de historietas impresionado por el éxito y difusión que éstas tenían en Estados Unidos, pero ni Samper ni el público pusieron mayor atención en el experimento.

Figura 3: Carátula de Click! número 7 (1984).
De 1933 data la que parece ser la primera revista dedicada al público infantil en Colombia: Chanchito. Diagramada y escrita con una seriedad más propia de lectores adultos, tiene muy poca ilustración y a lo largo del año que dura su publicación presenta dos protohistorietas: «Fantásticas aventuras de Tito y Tof» y «Las aventuras de Mickey Mouse». Ninguna de las dos tiene firma ni créditos, pero la primera parece ser de origen europeo y la segunda es, obviamente, de Walt Disney, en la versión de 1930 dibujada por Ub Iwerks.
En 1943 el mismo Samper de «El Mojicón» comienza a publicar en el semanario Sábado «Don Amacise», esta vez enteramente creada por él y que logra una cierta repercusión, manteniéndose hasta 1951. «Don Amacise» caricaturizaba a la clase media bogotana y puede definirse como una historieta costumbrista.
En esa década de los cuarentas comienzan a ser publicadas tres revistas dirigidas al público infantil. Aquí es interesante señalar que para entonces ya llegaba al país la revista Billiken de la editorial Atlántida de Argentina, en una edición especialmente hecha para Colombia. Billiken, que es la más antigua de las publicaciones infantiles de América Latina –apareció en 1919 como semanario y aún sigue saliendo –, publicó en Argentina desde un principio varias historietas, algunas norteamericanas y otras nacionales, pero en la edición especial para Colombia esas historietas no aparecían. La edición realizada para Colombia trataba casi exclusivamente temas históricos y geográficos del país, aparentemente con textos enviados a la Argentina e ilustrados allí.
Las tres revistas infantiles que aparecen en esos años son: Merlín (1940), Michín (1945) y Pombo (1948). En las tres se publican tiras cómicas, de factura muy primitiva y las más de las veces sin firma. También aparece alguna que otra historia de aventuras pero siempre con la antigua fórmula de las viñetas con texto aparte.
Así, sin pena ni gloria pasan estos 36 años de la historieta colombiana. Años en los que en otros países se sucedían diversas épocas de oro para el cómic, períodos riquísimos de evolución y crecimiento del género.

Figura 4: Carátula del número 1 de Sudaka (1984).
Y conviene insistir en esto: la causa fundamental de este hecho debe buscarse en la inexistencia de un público «preparado», en el sentido sociológico, para la lectura de historietas. Dibujantes y potenciales autores los hubo, pero cuando circunstancialmente intentaron incursionar en el cómic, nunca obtuvieron respuesta del público. También existieron los medios –diarios y revistas – pero casi nunca sus lectores reclamaron o festejaron la aparición de historietas.
Cuando ese público comienza a parecer, es decir, cuando la modernidad urbana irrumpe finalmente en Colombia, se presenta el primer síntoma de un cambio en la historia nacional del género.

1960-1980

Desde mediados de los años cincuentas las ciudades colombianas, y principalmente Bogotá, comienzan a crecer. Con ese crecimiento aparece al menos el público potencial de la historieta. Pero la ausencia de tradición y experiencia hace que no existan autores capaces de responder a ese público. Por otra parte para las élites culturales –y dominantes – la historieta es un subproducto despreciable y hasta nocivo, de modo tal que tampoco hay ningún tipo de apoyo editorial o financiero para la producción nacional. Así que para aquellos que comienzan a ver las posibilidades económicas del negocio de la historieta, sólo queda traer la producción norteamericana y mexicana de esos años.
De esta manera se inicia una cierta difusión de los cómics de súper-héroes y del oeste como así también de algunas de las historietas de mayor éxito en México.
Así es que cuando en esta década de 1960, en algunos jóvenes dibujantes colombianos surge un interés por la historieta y su realización, los únicos modelos que tienen a la mano son los de México y los EEUU.
En 1962 comienza a publicarse en el diario El Tiempo «Copetín» de Ernesto Franco. «Copetín», para muchos, es la tira cómica más representativa de Colombia. En todo caso se trata, indiscutiblemente, de la tira de mayor duración en la historia del país: 32 años ininterrumpidos.

Figura 5: Carátula del número 1 de Agente Naranja (1993).
«Copetín» es una historieta humorística de tono más bien cáustico que tiene como personaje central a un gamín, como en Colombia se les llama a los chicos de la calle. La línea del dibujo es bastante convencional, pero refleja duramente y con un fuerte carácter de crítica social la vida marginal en una Bogotá que ya se perfila claramente como la gran urbe del país. Su trascendencia en el tiempo entonces no es casual y tampoco ese carácter representativo que se le asigna, ya que con ninguna otra historieta sucedió lo mismo.
En 1964 aparece una revista editada por la Policía Nacional de Colombia: Policía en Acción. Se trata de una publicación oficial que relata en forma de historietas el accionar de la policía contra el delito, siempre, claro está, en tono apologético y moralista. Es interesante el dibujo, realizado por Ernesto Acero y Francisco Bernal –de quienes no hay ninguna otra referencia – en un estilo muy propio de la historieta mexicana de esos años.
En 1967 se realiza en Bogotá la primera muestra de dibujantes de historietas, organizada por un grupo de jóvenes interesados en promover el género. De esa iniciativa surge una publicación que debe ser considerada como la primera revista independiente colombiana dedicada exclusivamente a la historieta. Super Historietas apareció en 1968 y alcanzó apenas al número cinco, saliendo quincenalmente.
El grupo de dibujantes estaba conformado por el ya mencionado Ernesto Franco, autor de «Copetín»; Carlos Garzón, quien a mediados de la década de los setenta sería convocado por Al Williamson en los EEUU para trabajar allí en el entintado de planchas; Jorge Peña, Nelson Ramirez y Julio Jimenez.
Los años setentas traerán un cierto incremento en el desarrollo de la historieta en Colombia, aunque siempre con la irregularidad y falta de continuidad que caracterizan a los procesos no consolidados. Hay ensayos e intentos aquí y allá, pero casi ninguno logra una permanencia digna de mención.
En esos años los dos diarios más importantes de Colombia comienzan a publicar sendas historietas de aventura histórica: «Calarcá» de Carlos Garzón en El Tiempo en 1969 y «La Gaitana» de Serafín Díaz en El Espectador en 1970. Simultáneamente, en el diario El Pueblo de Cali, se publica «Ibaná», una tira que cuenta las aventuras de una estudiante de antropología dedicada a investigar las leyendas de fabulosos tesoros ocultos de la época precolombina, con guión de M. Puerta y dibujos de Mc Cormic.

Figura 6: La primera página de «Habana 1944» de Barreiro y Sanabria (Acme, 3, 11, 1996).
Estos tres trabajos tendrán corta vida en los periódicos a pesar de ser buenos intentos de realizar historieta con temas nacionales. Los motivos por los que son interrumpidas no se conocen con precisión –salvo en el caso de «Calarcá», que es suspendida por el traslado de su autor a los EEUU – pero seguramente intervienen algunos de los factores ya mencionados acerca de la escasa respuesta del público, como también el poco interés por parte de las directivas de los diarios en mantener y desarrollar el género cuando hacerlo implicaba un gasto mayor al de la compra de material extranjero. No hay que descartar tampoco las dificultades, por parte de los historietistas, para mantener un ritmo de producción acorde con las exigencias de la publicación diaria y con una paga muy por debajo de lo adecuado para mantener ese ritmo.
En marzo de1973, José María López, conocido como caricaturista bajo el seudónimo de Pepón, lanza una revista semanal infantil con el nombre de Mini-Monos, anunciando en la presentación del número uno que se trata «sin dudas, de la primera revista de historietas colombiana». Esta revista, que por cierto no es la primera, nace como resultado del éxito de un programa televisivo del mismo nombre en el que Pepón enseñaba a hacer caricaturas. La publicación sale hasta agosto de ese mismo año. El promedio de los trabajos es mediocre y se destaca, más por el tipo de humor que por la línea, Papá-Jipi del propio Pepón.
Alrededor de 1975 se crea la editorial El Greco, que poco después pasaría a ser Editora 5, para dedicarse a la publicación de material mexicano y estadounidense. Muy pronto alcanza una gran expansión y en los años ochentas es una importante exportadora a otros países de Latinoamérica de esa producción que no es original de Colombia.
En 1976, la editorial El Greco se encuentra con un problema al ver discontinuado, por problemas aduaneros, el envío de películas para una de sus revistas: El hombre nuclear. Las historietas de El hombre nuclear eran producidas en EEUU al tiempo con la serie televisiva del mismo nombre que también se difundía en Colombia. Entonces se convoca a Jorge Peña para seguir con la producción imitando el estilo de los originales norteamericanos y creando él mismo los nuevos guiones previa aprobación por parte de la Marvel Cómics. De este modo resultan 24 ejemplares de esta publicación que viene a colocar a Jorge Peña como el segundo historietista, por cantidad de trabajo realizado, detrás de Ernesto Franco con su «Copetín».

Figura 7: Página de «El juego del escondite» de Abulí y Velásquez (Acme, 3, 11, 1996).
La década del 70 termina con la aparición, en la ciudad de Cali, de una revista que es el anticipo de lo que serán los años ochentas en cuanto a la historieta en Colombia. Esa revista es Click!, y su primer número es de agosto de 1979 pero por sus características debe ser incluida en el período siguiente.

1980 en adelante

El editorial del número uno de la revista Click! comienza citando a un ignoto poeta colombiano con la siguiente frase: «[...] Todo nos llega tarde [...]». Aunque luego no se aclare con precisión a que se está refiriendo, resulta más que obvio.
A mediados de los años sesentas se había producido en Europa el encumbramiento de la historieta –por así decirlo – en el mundo de la cultura. Una rapidísima enunciación de los sucesos europeos en esos años servirá para refrescar la importancia de los mismos: en 1962 se crea en Francia el club «Des Bandes Dessinées». En 1965 se realiza la primera convención internacional del cómic en Bordighera, Italia. Ese mismo año aparece en Milán la revista Linus. En 1966 se celebra el primer salón de Lucca y en 1968 se realiza en El Louvre la primera exposición de la historieta. Y esto sólo para mencionar los acontecimientos institucionales alrededor del género.
Hay que esperar más de quince años para que todo este proceso de innovación y crecimiento comience a tener un tímido reflejo en Colombia. De allí el «... Todo nos llega tarde ...» de la revista Click!.
Click! como ya dijimos, aparece en agosto de 1979 como publicación trimestral y llega a su número 7 –y último– en marzo de 1984. Se presentaba como «Revista colombiana de estudio e información de la historieta» y estaba realizada por un grupo de intelectuales caleños con evidentes inquietudes políticas. Los fundadores fueron Ricardo Potes, Gilberto Parra, León Octavio, Felipe Ossa, Diego Pombo y Hans Anderegg.

Figura 8: Página de «Educación sentimental» de Diego Guerra (Acme, 3, 10, 1995).
Entre los méritos indiscutibles de esta publicación se cuenta el de ser la primera en aportar información internacional sobre la historieta, reproduciendo artículos de otras revistas y periódicos, principalmente de Argentina. Contenía también artículos analíticos y críticos sobre la historieta en Colombia y notas teóricas acerca de la producción del cómic.
En septiembre de 1981, el diario El Espectador, inicia la publicación de un suplemento dominical dedicado exclusivamente a la historieta: Los Monos, con tiras de humor norteamericanas y con tres episodios completos, también realizados en los EE.UU., el primero de «El hombre araña», el segundo de «Superman» y el tercero, una historia romántica titulada «El pirata del amor».
Pero ya a partir del número tres de la publicación aparece un aviso solicitando «dibujantes de tiras cómicas». Y en el número ocho se presenta «La colonia», una historieta de Bernardo Ríos, muy confusa y de difícil lectura que finaliza después de trece páginas. En el número diez comienza «Tukano», de Jorge Peña, uno de los muy pocos historietistas profesionales que venía trabajando con regularidad en distintos medios desde 1968, cuando participó en la revista Super Historietas. «Tukano» es una suerte de «Tarzán» criollo puesto en el Amazonas entre indígenas vestidos como africanos y en una ambientación carente en absoluto de correspondencia geográfica.
El intento del diario por dar un espacio a la producción colombiana funciona con un relativo éxito por espacio de ocho años, pero finalmente se ve frustrado por problemas económicos internos. En 1989, el suplemento dominical de El Espectador cambia de carácter y se transforma en una revista infantil con un muy reducido espacio para tiras cómicas internacionales, principalmente norteamericanas.
En 1982 aparece un fanzine publicado por un grupo de estudiantes de artes de la Universidad Nacional de Bogotá: Humorún. En realidad esta es una publicación de humor gráfico, pero en ella se dan cita un grupo de jóvenes que en años posteriores van a ser los impulsores de toda una serie de revistas especializadas de gran importancia para el actual renacimiento de la historieta en Colombia. El fundador de Humorún es Jorge Grosso, quien muy pronto comenzaría una sólida carrera como caricaturista en el diario El Tiempo, y el «segundo de a bordo» es Bernardo Rincón, actual responsable de uno de los intentos más respetables de revista de historietas: Acme, de la cual hablaremos más adelante. También encontramos nuevamente a Jorge Peña –profesor ahora en la facultad de diseño – pero esta vez dedicado al humor gráfico y con una calidad de línea y contenido muy superior a la de sus trabajos historietísticos contemporáneos.

Figura 9: Página de «Un septiembre en New York» de Leocomix (Acme, 2, 5, 1993).
De manera paralela a estos proyectos amateurs, la única editorial que se dedica a la publicación de cómics en forma sistemática y con notables beneficios económicos es Editora 5. Pero a esta casa editorial no es la historieta lo que le interesa sino la veta comercial que encontró gracias a ella. Dedicada, como ya dijimos, fundamentalmente a la publicación de material mexicano y estadounidense de carácter popular, edita, de tanto en tanto, alguna producción colombiana siempre seleccionada con el mismo criterio. «La capitana» de 1983 dibujada por los hermanos Valbuena y «Las aventuras de Montecristo» de 1985 dibujadas por Jairo Alvarez y basada en un programa humorístico radial muy exitoso desde los años cuarentas, son un buen ejemplo de esa producción.
En 1986, un ambicioso proyecto financiado «bajo cuerdas» por el diario El Tiempo, aborta con la publicación de su primer número. Se trata de W.C., donde se vuelve a encontrar a Jorge Grosso y Bernardo Rincón bajo la dirección de Fernando Mancera. W.C., de lujosa presentación y gran formato, se propone como mensuario dedicado a «sexo, droga, rock, cómics, cine, arte, graffiti, humor, TV y ficción». A pesar de diversas desprolijidades de carácter editorial –no tiene fecha de edición y hay trabajos importantes sin ningún tipo de crédito – prometía ser una excelente publicación. Entre otros autores, presentaba a Manara con una primera entrega de Click!. Lamentablemente quedó en ese único número.
En 1987, El Tiempo lanza una sorprendente modificación en su suplemento dominical publicando en gran formato historietas principalmente europeas, entre ellas «Lucky Lucke» y «El teniente Blueberry». Lo que parecía ser una decidida apuesta por el cómic, no alcanza a durar un año. Las largas entregas de «El teniente Blueberry» parecían aburrir a los lectores. Por otra parte, el costo de los derechos resultaba excesivo, y además hubo problemas aduaneros porque el proceso de importación de las películas no había sido del todo correcto.

Figura 10: Página de «La isla del Griego» (segundo episodio de «Las aventuras de Gato») de Daniel Rabanal (Los Monos, 287, 25 de febrero de 1996.
Hacia fines del 91 La Prensa, otro diario de Bogotá, apuesta por la historieta, pero en este caso de producción nacional. «La tiradera» se llama la sección que ocupa dos páginas centrales de la edición dominical y la mitad de la última todos los días. Jorge Grosso y Bernardo Rincón vuelven a aparecer como las firmas permanentes de esta sección acompañados por un considerable número de seudónimos que ocultan a jóvenes estudiantes o ilustradores haciendo sus primeras armas en la prensa. Ni la calidad gráfica ni los guiones están a la altura del espacio dedicado por el diario; no hay continuidad en los trabajos y, según los dibujantes, tampoco en los pagos. Así las cosas, este nuevo intento por desarrollar la historieta nacional muere antes de cumplir el año.
Mientras tanto, en la ciudad de Cali, al sur del país, suceden intentos similares, aunque aún con menores permanencias en el mercado. Ya hablamos de la pionera revista Click! que había dejado de aparecer en 1984. En 1987 uno de sus fundadores, Ricardo Potes, profesor del Instituto de Bellas Artes de la Universidad del Valle con un grupo de estudiantes edita Gazapera, «revista experimental de historietas» que queda en su primer número. Por esos mismos años se forma el Grupo Tercer Milenio con estudiantes y docentes de la misma universidad. Este grupo, conformado entre otros por José Campo, William Alzate y Jorge Vaquero produjo también su propia publicación en 1991: Tercer Milenio, que apenas alcanzó el número dos.
Estos mismos dibujantes comandaron, cuatro años después, una experiencia de suplemento dominical de historietas en el diario El Occidente de Cali, experiencia que duró seis meses.
En 1994, también en la ciudad de Cali, José y Oscar Campo con el apoyo de la Universidad del Valle editan un libro de 86 páginas con el título de «Historias de Indias». Se trata de dos historietas de ficción histórica alrededor del tema de la conquista de América, y a pesar de la escasísima circulación que tuvo, es un trabajo interesante que tiene la particularidad de ser el primer libro de historietas de esa extensión que se realiza en Colombia.
Estamos entonces en plena década de 1990, en la cual encontramos la mayor concentración de proyectos editoriales independientes, coincidentes, por otra parte, con una retracción del interés por la historieta de parte de los grandes medios.

Datos biográficos de algunos historietistas
en actividad


Giovanni Castro
Barranquilla, Colombia, 1967. Estudió bachillerato industrial y se dedicó posteriormente a la ilustración publicitaria. Colaboró con la revistaAcme y luego con TNT. Se destaca su trabajo como ilustrador de carátulas.

 
Leonardo Espinosa (Leocomix)
Bogotá,Colombia, 1970. Estudió diseño gráfico en la Universidad Tadeo Lozano de Bogotá y posteriormente en la School of Visual Arts de Nueva York. Colabora con la revista Acme desde su inicio y ha participado en numerosas exposiciones en Francia y Japón. Reside actualmente en los EEUU.


Carlos Garzón
Colombia, 1945. Creó su primer personaje, «El Dago» (1967) para una revista institucional. Fundador de la Asociación Colombiana de Historietas Gráficas. Participa en 1968 en la creación de la revistaSuper-Historietas. En 1970 publica«Calarcá» en el diario El Espectador. Desde 1975 se establece en los EEUU donde sigue trabajando principalmente para la Marvel Cómics.


Diego Guerra
Bogotá, Colombia, 1971. Estudió diseño gráfico en la Universidad Central de Venezuela. Ha publicado sus trabajos en Acme, TNT yMaus de Caracas. Su trabajo más destacado:«La educación sentimental», una larga saga sobre la vida de un grupo de jóvenes universitarios caraqueños.


Néstor Guillot (Quiló)
Honda, Colombia, 1962. Estudió diseño industrial en la Universidad Nacional. Ha colaborado en diversas publicaciones y periódicos de Colombia y participó en exposiciones colectivas en el país y Europa. Es uno de los fundadores de la revista Tostadora de Cerebros.


Daniel Rabanal
Buenos Aires, Argentina, 1949. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Trabajó en periodismo y publicidad a partir de 1968. Desde 1989 reside en Colombia donde ha colaborado en numerosas publicaciones. Es autor de «Las aventuras de Gato», que se publicó en
El Espectador y ha publicado historietas en revistas como Soho y Dini.


Bernardo Rincón
Bogotá,Colombia, 1959. Estudió publicidad en la Universidad Tadeo Lozano de Bogotá y posteriormente diseño gráfico en la Universidad Nacional, donde actualmente dicta clases de historieta. Ha colaborado con diversos periódicos entre ellos El Tiempo yEl Espectador. Participó en varias exposiciones colectivas internacionales y fundó y dirigió la revista Acme.


Victor Hugo Velásquez (Viktor)
Bogotá, Colombia, 1967. Arquitecto de la Universidad Nacional. Publicó historietas en Acme,TNT y otras publicaciones colombianas y en Lancio Story y Skorpio de Italia. Dibujó también guiones de Sánchez Abulí y obtuvo el Premio al Mejor Cómic Extranjero en el primer Salón Caracas Cómic de Venezuela en 1996 por su historieta«El talismán del Zipa» y la Mención Palma Real por «El juego del escondite» , con guión de Sanchez Abulí, en el IV Encuentro Internacional de Historietistas de la Habana.




Nota
La lista anterior, obviamente es exigua; son muchos los dibujantes que faltan, pero dada la irregularidad de sus publicaciones y su itinerancia a través de diversos trabajos, no resulta sencillo ubicarlos. El resto de buena parte de los autores mencionados a lo largo de este«panorama», actualmente están dedicados a actividades desvinculadas del mundo de la historieta.
En 1992 aparece el primer número de Acme, dirigida por Bernardo Rincón y Gilles Fauveau, reuniendo a un buen grupo de jóvenes dibujantes principalmente bogotanos. Si bien en términos estrictos se trata de un fanzine (en el sentido que las colaboraciones son todas gratuitas y la distribución no se realiza a través de empresas especializadas), su presentación corresponde a la de una publicación comercial. Acme logró superar la temida barrera de las primeras ediciones y a llegado, luego de cuatro años de permanencia, al número doce. Conviene señalar que a pesar de no haber superado aún su carácter no-profesional, la revista ha ido mejorando notablemente en cuanto a la calidad de los trabajos presentados y ha ido incorporando a algunos autores extranjeros.
En Acme aparecen dibujantes como Leocomix (Leonardo Espinoza), Quiló (Néstor Guillot), Victor Hugo Velásquez, Diego Guerra, Giovanni Castro, José Sanabria y el propio Rincón, entre otros.
La revista incluye además secciones fijas de información sobre el mundo de la historieta, cine y música. En cuanto al trabajo estrictamente historietísco puede decirse que ha alcanzado un nivel medio aceptable con algunos puntos máximos como los trabajos de Victor Velásquez y los de Sanabria con guiones de Abulí y Barreiro.
En 1994 se fractura el grupo fundador de Acme y una buena parte de los componentes iniciales crea una nueva publicación: TNT. El editor de esta nueva revista es Gilles Fauveau y el elenco estable de colaboradores lo conforman Quiló, Leocomix y Giovanni Castro, entre otros. TNT se presentó con características formales muy similares a las de Acme, pero su historia fue mucho más breve, dejó de salir luego del número tres.
En estos años también se mueve el ambiente historietístico en el resto del país, principalmente en la ciudad de Medellín, donde aparece una cantidad de fanzines de dispareja calidad, destacándose Agente Naranja y Zape Pelele, ambos de 1993. Agente Naranja va por el número cuatro y Zape Pelele por el nueve. Si bien con características distintas (la primera con un tono más underground y desfachatado, la segunda más convencional) ambas publicaciones repiten el esquema de las revistas que por su presentación parecen pertenecer a un circuito comercial consolidado pero que en realidad circulan de manera restringida y no pagan a los autores.
Otro fanzine interesante producido en la ciudad de Medellín fue Sudaka, de 1994, pero lamentablemente no pasó de su primer número.
En 1995 el suplemento Los Monos, del diario El Espectador comienza a publicar «Las aventuras de Gato» de Daniel Rabanal. Esta historieta que prontamente alcanza repercusión en el público y en la prensa, marca el retorno de este suplemento dominical a la publicación de trabajos realizados en el país y la reaparición de la historieta de aventuras de corte clásico, con continuidad. De «Las aventuras de Gato» se publicaron cuatro episodios entre julio del 95 y agosto del 98. El primer episodio, titulado «El triángulo de la Candelaria», se editó en forma de álbum transformándose en la primera historieta, en Colombia, que con esas características ingresa al circuito comercial de distribución. Por la publicación de este trabajo, el diario El Espectador recibió en Lucca 96 el premio «Yambo» a la mejor iniciativa editorial.
En 1996, en el marco de la 9ª Feria Internacional del Libro de Bogotá, se lanzó la revista Tostadora de Cerebros, acaso el proyecto más sofisticado y costoso de revista de historietas que haya habido en Colombia. Treinta y dos páginas a todo color impresas en un excelente papel y con un despliegue gráfico digital más propio de los EEUU que de cualquier otro sitio. En esta revista el más extenso trabajo lleva por título «Reencuentros cercanos sin el tercer tipo» y pertenece a Quiló firmando con el nombre de Jesucristina. Tostadora de Cerebros no ha vuelto a aparecer.
Para finalizar este rápido desarrollo cronológico, conviene destacar que, en estos últimos años se han producido también algunos significativos indicios de interés por la historieta de parte de organismos e instituciones tradicionalmente alejados del género. Una prueba de ello es la asignación a la revista Acme, en dos ocasiones –1994 y 1996 – de una beca otorgada por Colcultura, organismo oficial equivalente a una secretaría nacional de cultura. Ese mismo organismo estatal otorgó una beca a Giovanni Castro para la realización de un libro de ilustraciones claramente vinculado al mundo del cómic. Por otra parte, en 1996 la Fundación Social, una fundación sin ánimo de lucro perteneciente a la iglesia católica y de larga trayectoria en el país, creó el Primer premio internacional de Cómics que otorgó, en 1997, cuatro mil dólares en premios para dos categorías: nacional e internacional. Además esa misma fundación editó una publicación de muy buena factura y de distribución gratuita llamada Top Secret y dedicada íntegramente a la historieta. En este primer número publica, entre otros, trabajos de Quiló y una muy buena historia en doce páginas de Víctor Velásquez.
Otro dato significativo en este sentido fue la creación de una materia «electiva» dentro de la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional dirigida al estudio y aprendizaje de la historieta, Ejemplo seguido después por dos importantes universidades privadas de Bogotá, la Jorge Tadeo Lozano y la Javeriana.

 

A modo de conclusión

Si bien es cierto que en la cronología anterior faltan algunos nombres de autores y otros títulos de revistas, el panorama global de estos 77 años de historia de la historieta en Colombia está completo. Caben ahora algunas reflexiones de carácter más crítico a ese desarrollo histórico.
Se dijo al principio de este trabajo que una explicación probable al escaso desarrollo de la historieta en Colombia podría ser la tardía aparición de una cultura urbana moderna en el país. Vinculadas a este fenómeno encontramos también altas tasas de analfabetismo (38.5% en 1951) y muy bajas de escolarización, factores que aunque de manera indirecta, han incidido notablemente en el tema que analizamos. Del mismo modo podemos hablar de una industria editorial muy poco desarrollada hasta la década de los ochenta, con el consecuente atraso de la infraestructura de distribución. Y podríamos seguir agregando datos en esa dirección, sin embargo a partir de un cierto punto esta situación comenzó a superarse.
El acelerado crecimiento urbano desde los años sesentas vino a generar, aunque de manera caótica, el hipotético espacio necesario para el desarrollo del género. Para entonces, los modelos vigentes eran los de la vanguardia europea y los de todo el movimiento intelectual reivindicativo del cómic como un verdadero arte. Este modelo, mal asimilado y sin un bagaje experimental previo, vino a dar origen a un equívoco respecto del trabajo de crear historietas que, en cierto modo, aún subsiste en los historietistas colombianos. Ese equívoco consiste, sustancialmente, en no considerar a la historieta en general como un producto cultural sujeto a las leyes del mercado. Como consecuencia de este error, todo cómic es cómic «de autor», porque todo cómic es «arte». Y los «autores», que son casi exclusivamente dibujantes, entienden el guión como una mera excusa para el desarrollo de la habilidad gráfica, con el consecuente detrimento de la calidad narrativa de la historieta.
Esta circunstancia ha hecho que la mayor parte de la producción historietística tenga características de hermeticidad o elitismo y que esté dirigida a un público «especializado» y, necesariamente, reducido. Incluso cuando se abrieron posibilidades de trabajo en medios masivos como los periódicos, no fue posible superar esta limitación que terminó por hacer abortar esos intentos.
Hoy puede decirse que ya hay un público dispuesto a leer historietas, pero como en cualquier otra parte, ese público necesita ser seducido. Este parece ser el gran reto actual para la historieta colombiana: la conquista de su público. Y simultáneamente deberá reconquistarse también el apoyo editorial y financiero de cuya falta tanto se quejan los jóvenes historietistas. Ese «apoyo» existió no pocas veces a lo largo de esta corta historia, pero naturalmente no en la pretendida forma de mecenazgo a una propuesta artística, sino como apuesta comercial por parte de algunos periódicos o editores. La permanencia o la insostenibilidad de esos proyectos dependerá entonces de la capacidad de llegar al gran público con propuestas de calidad y verdaderamente profesionales, no de otra cosa.
Hoy en día la proliferación de publicaciones –aún cuando sean de corta vida –, la cantidad de jóvenes interesados en la producción de historietas, y los primeros síntomas –aunque tímidos – de un reconocimiento de los valores culturales del cómic, son muy buenas señales.
El campo está preparado para la siembra, ahora la mayor responsabilidad está en manos de los que quieren hacer historietas.