Manuel Barrero Estudioso de la historieta,
Sevilla, España
Resumen
El chileno Alejandro Jodorowsky es un creador de
múltiples facetas. Interesado por el arte en todas sus
formas, comenzó su carrera como actor y autor teatral en
Chile, París y México, y ha probado suerte en la
historieta, la literatura y el cine; sin dejar nunca de lado la
magia y el esoterismo, que también practica. En las
siguientes líneas le conoceremos mejor como persona y como
cineasta, dejando el repaso a su historieta para una siguiente
entrega.
Abstract
Chilean Alejandro Jodorowsky is a multifaceted creator.
Interested in all art forms, he started in Chile, Paris and
Mexico on a actor and theatre author career and he had
significant experiences even in comics, literature and movies,
without neglecting magic and exoterism which he also practices.
In the following pages we will know him more as person and film
maker, leaving for a second installment the consideration of his
comics.
La figura de Alejandro Jodorowsky resulta, cuando se trata de
profundizar en el contenido de su obra, si no fascinante, desde
luego sí atractiva, por cuanto diversificada es su
personal actividad en el mundo de las artes, con especial
énfasis en teatro, cine e historieta. Este artículo
pretende introducirnos en el mundo de uno de los creadores
más controvertidos de las últimas décadas,
para lo cual es conveniente bucear en su vida, en sus actividades
y en sus creaciones de toda índole, para concluir con el
repaso pormenorizado a sus cómics.
Su vida: atribulada
Descendiente de inmigrantes deseosos de alejarse de Ukrania
(padre ruso y madre argentina, a su vez hija de rusos), nace el 7
de febrero de 1929 en Iquique, un árido pueblecito de dos
mil almas maldecido por la pobreza, los seísmos y la
aridez sito en la zona de Tocopilla, en el norte de Chile, cerca
de la frontera con Bolivia. De niño es hiperactivo,
tristón y autosuficiente. Es triste porque su padre le
niega los juguetes, y vive estresado y angustiado porque su
entorno era una realidad convulsa, tanto en sentido
sísmico como por la precariedad material que le rodeaba;
él mismo ha declarado: «la angustia habitaba en el
corazón de toda aquella locura»1 . Dice haber aprendido a leer con apenas cinco
años de edad, utilizando como maestros los cómics
de «Pulgarcito», «Mandrake», «Flash
Gordon», «El Rey de la Policía Montada»
y «El Príncipe Valiente»2 . Unas lecturas que sin duda satisficieron un
intenso deseo de evasión de la realidad porque su infancia
fue espeluznante: «Cuando los marineros arribaban a puerto
había prostitutas por todos lados. Viví una
infancia muy sexual; comenzamos a masturbarnos a los cuatro o
cinco años, todos [los niños] juntos, y con siete o
nueve años ya se iban de putas. Un día, un amigo de
ocho años trajo un cubo con un miembro masculino dentro.
Él era amigo de la hija de una de las prostitutas, quienes
habían matado a un marinero y le habían cortado el
sexo, y él vino a enseñárnoslo. Era muy
extraño. Fuimos al cementerio y cavamos una pequeña
tumba para enterrarlo. También, un día, encontramos
una gran piedra, una piedra enorme, flotando en el mar [Cuando lo
contamos] nadie nos creyó. Yo fui perseguido por una
abeja, una abeja dorada. Durante tres años, la abeja me
siguió todos los días». Redondea el relato de
su infancia diciendo que sus vecinitos «solían
violar gatos y, a veces, perras. Yo jamás pude hacerlo.
También bebían leche de perra; mis amigos mataban a
los perritos y luego seis de ellos bebían la leche de la
madre»3 . Sí, parece
delirante. El también llamado Jodo tiene por costumbre
irse por las ramas en sus intervenciones públicas...
Alejandro Jodorowsky en la elaboración gráfica
de una famosa fotografía.
Sus padres trasladan a Santiago de Chile su humilde negocio
de venta de calcetines en 1938 y allí da comienzo su
tortuosa adolescencia. El barrio elegido para instalarse resulta
ser un foco de violencia, miseria y muerte (la de los navajeados
en las calles, la de los borrachos que desafían
renqueantes a que el tren se aparte... sin éxito, claro).
Este ambiente angustioso y el caso omiso que le profesan sus
progenitores le hunde en la introspección y el aislamiento
en su domicilio con la única compañía de
Verne, Dumas, Salgari, Curwood, Dostoiewsky, Kafka, Poe, Karl
May, Paul Feval... y sin otros amigos que estos hasta los
dieciocho años. Jodo ha confesado que sufría acoso
por parte de otros muchachos cuando era un chaval debido a que su
pene tenía forma de champiñón4 , lo cual acaso fuera producto de la
circuncisión a que son sometidos por costumbre los hijos
de judíos, algo que él no ha querido jamás
corroborar y que, presumiblemente, considera una tara. A esa
anomalía física había que sumarle una
terrible obesidad que le aquejó durante su adolescencia:
pesaba 120 kg cuando contaba dieciséis años, y no
hubo manera de eliminar peso con la gimnasia, teniendo que
esperar a un cambio en el ritmo metabólico para
adelgazar5 .
Es la misantropía que desarrolla entonces, en general,
y la aversión desplegada hacia su inmediato y estrecho
entorno, en particular, lo que le induce a volcarse en la
búsqueda de (o evasión hacia) un
«significado» de las cosas, a la busca de la
existencia en sí. De ahí su interés por el
yoga y las técnicas de relajación, así como
la inmersión en el budismo zen, la práctica del
karate y el cursado de estudios universitarios de
sicología y filosofía durante dos años,
aunque también estudia por su cuenta medicina y
matemáticas. Poco dura en los círculos
académicos, pues no se aplica, prefiere haraganear o ir al
cine o leer poemas, hasta que decide orientar su vida por los
arriesgados derroteros del arte atraído por la magia del
teatro, concretamente por los espectáculos de marionetas.
Ya desde los quince años anidaba en él el deseo de
ser actor, mostrando tanto entusiasmo por ello que sus pocos
amigos de infancia le llamaban pequeño Rimbaud; pero es
entre 1949 y 1952 que su flirteo con el escenario se convierte en
pasión. Primero actúa de payaso y oficia como
domador de elefantes en el circo, luego pasa a hacer mimo y
teatro..., hasta formar su propia compañía de
marionetas, el Teatro Experimental. Esto último tiene
lugar a poco de cumplir veintitrés años de edad, en
1951, usando los escenarios de la Universidad de Santiago y con
una compañía formada por conocidos suyos que
alcanza el medio centenar de integrantes entre los que se cuentan
los jóvenes intelectuales chilenos coetáneos
Donoso, Parra, Lihn, Edwards... Jodo descuella sobre todos, por
innovación y por atrevimiento.
En 1953 emigra a París. Parece que marcha en calidad
de exilado porque no volverá a pisar el suelo de su patria
natal hasta abril de 1991, aunque ha declarado en una
ocasión que su ida obedeció a que nadie en Chile
podía enseñarle tarot ni alquimia6 . En la capital de Francia se relaciona con
músicos, actores, poetas y escritores. Se alista al
servicio de Etienne Decroux, quien fuera el maestro de Jean-Louis
Barrault y de Marcel Marceau. Con este último le pone en
contacto y trabaja para él durante los siguientes seis
años de su vida (escribe dos obras de mimo para Marceau:
«Le mangeur de coeurs» y la famosa «La
cage»), e incluso tiene Jodorowsky por esta época la
oportunidad de dirigir un musical para Maurice Chevalier, el de
resumen de su carrera estrenado en el teatro L’Alhambra. El
siguiente paso en su trayectoria artística consiste en
dirigir durante un año el Trois Baudets Theatre. Luego, se
enrola en una gira mundial de la compañía de
Marceau y, cuando paran en México, el gobierno le propone
un puesto como director de teatro, afincándose entonces
allí. Desde 1960, incansable, dirige un centenar de obras
teatrales de vanguardia en menos de una década. Adapta a
Strindberg, Beckett, Ionesco, todos con gran éxito,
consiguiendo actores de alcurnia para sus adaptaciones, que
fueron sonadas por su atrevimiento (redujo a dos los 50
personajes de una obra de Strindberg y rescribió por
completo una obra de Leonora Carrington, por ejemplo).
Pero el punto álgido de su carrera lo alcanza a su
vuelta momentánea a París, en 1962, cuando se
reúne con Roland Topor y Fernando Arrabal para fundar el
Movimiento Pánico, basado en la filosofía de
ruptura de límites representada en el dios Pan (que era
múltiple, a la vez verdugo y víctima), y con la
intención de estudiar las teorías del poeta y actor
Antonin Artaud, cuya obra «El teatro y su doble» fue
la Biblia de Jodorowsky como autor teatral, según ha
admitido. A partir de aquí, Jodo comienza a portarse mal.
De todo hace y con todo escandaliza. Organiza algo que él
llama sicodramas, una suerte de happenings
agrupados bajo el título de Pánic Ephemeras
(Efímeras Pánicas), con los que pretende provocar
una fuerte reacción por parte del espectador, para lo que
hace gala de abscesos de sadismo y de un descoque absoluto, lo
cual supuestamente liberaría al público de sus
obsesiones eróticas, exorcizándoles a través
del terror y del humor a partes iguales. Aquellos
espectáculos, performances con las que Jodo
quiere plasmar una expresión múltiple del arte en
donde se conjugasen las sustancias primigenias de la
poesía, el teatro, la danza, la imagen plástica...
y todo ello en íntima relación con el terror, el
humorismo y la espontaneidad, alcanzan hasta cuatro horas de
duración y son desarrollados a manera de rituales, con
Alejandro oficiando de maestro de ceremonias y situando sobre el
escenario animales, exuberantes mujeres y enanos castrados.
Además de eso, toca en el grupo pop Las Damas Chinas (a
golpe de filete crudo sobre el teclado, que en una ocasión
destruyó a hachazos frente a las cámaras de
televisión), cofunda la revista surrealista
S.N.O.B. junto a un grupo de escritores mexicanos,
representa a Nietzsche con actores desnudos sobre el escenario
(con él meditando en cueros)... Y alcanza el clímax
de este período cuando castra animales sobre las tablas
(simbólicamente, a su padre, dice), y cuando pega
latigazos y zurra a las chicas en sus 27 Efímeras
Pánicas. Lo colma con la vigésimo séptima,
un happening monumental y demencial llevado a cabo en el
Centro Cultural Americano en 1965, y germen de la posterior
desintegración del Grupo Pánico (que tendrá
lugar en 1974), ante el peligro de que el supuesto movimiento
sufriera la institucionalización que pretendía
Arrabal.
Durante todo ese tiempo también aprovecha Alejandro
para dirigir su primera película y comienza su carrera
como escritor, pues inicia entonces las fábulas noveladas
«Las arañas sin memoria» y «El
paraíso de los loros». Pasa un año en Estados
Unidos y otro en Francia a finales de la década del
sesenta, hasta 1967, cuando vuelve a México para quedarse
allí otros cinco años durante los que forma la
Sociedad Cinematográfica Producciones Pánico, con
vistas a filmar «Fando y Lis» (el rodaje tiene lugar
en Francia, sin embargo). Poco más de dos años
después, dirige «El Topo». En 1973 «La
montaña sagrada», y comienza los preparativos para
la adaptación a la gran pantalla de «Dune», un
proyecto faraónico que se vino abajo pero que le
reportará la amistad con Moebius en 1975. Es por entonces
también que Jodo pergeña sus primeros guiones de
historieta en México.
En 1977 prepara la que sería su última
película por una temporada, «Tusk», estrenada
en 1979. Dedica la siguiente década a escribir
cómics, aunque no se olvida del cine, pues intenta rodar
la película «El rey del mundo», y elabora un
proyecto de adaptar a la gran pantalla «El Incal»,
hasta que en 1989 estrena «Santa Sangre». Al
año siguiente rueda «El ladrón del arco
iris», ya afincado en París, ciudad donde combina
sus sesiones de sicomagia7 ,
con las labores de conferenciante gurú en el Cabaret
Mystique de París, e impartiendo semanalmente sus
sanamientos en el también parisino café Stellaire
mediante el uso del tarot. Sus libros han sido muy populares
entre los amantes del esoterismo, y los editados en
México, «Historias Pánicas»,
«Juegos pánicos», «Teatro
pánico» o «Filosofía
pánica», están casi todos descatalogados,
aunque hoy se puede encontrar todavía el estudio sobre su
obra «Antología pánica», con
prólogo y notas excelentes de Daniel González
Dueñas8 .
Mitificado por la promiscua y adelantada a su tiempo
«El Topo» y por sus gestas
cósmico-místicas en viñetas, Jodorowsky
menudea por los festivales de cine y cómic mientras
imparte cursos sobre tarot y sicogenealogía durante la
dácada del noventa. En el último lustro del siglo
XX su popularidad ha adquirido nuevos bríos, disfrutando
de éxito sus guiones de cómics (en España,
Norma reditó «El Incal», obra que ha vendido
más de un millón de ejemplares por todo el mundo),
cosechando sus películas nuevas legiones de fans
(como ha quedado demostrado con la retrospectiva de su
filmografía en el Festival de Cine Underground celebrado
en Chicago en agosto de 2000), impartiendo cursos y seminarios
sobre sicomagia (ha sido aplaudido en el Museo Nacional de Bellas
Artes de Chile por sus estudios vinculados con el inconsciente
humano), y publicando una nueva hornada de libros: el inspirado
en el tarot «L’arbre du dieu pendu» (1996), la
novela alquímica «El niño del jueves
negro» (Siruela), la delirante «Albina y los hombres
perro» (en la editorial Dolmen), «Psicomagia
II» (Siruela)... Entre sus últimos proyectos se
cuentan la literatura, con una nueva novela en la que lleva
trabajando seis años y continúa con sus guiones de
historieta y para cine. Asimismo, tiene intención de
volver al teatro, pues anunció para enero de 2001 el
estreno en Italia de la obra «Ópera
pánica»9 .
Hoy, anciano pero incombustible, asiste pletórico de
vivacidad a toda convención a la que es invitado, incluso
a las cinematográficas, si bien rehúye el visionado
de sus películas porque no soporta contemplar actuando a
alguno de sus cinco hijos (cada uno de madre diferente, por
añadidura). Con todo, ha reconocido que es muy feliz
viendo los cortometrajes rodados por su hijo de veinte
años Adam.
Él: sincrético
La obra de Jodorowsky, ambigua y críptica en un
principio, se revela inteligible pese a sus estrambotismos, sus
delirios abracadabrantes y la indignante faramalla de
chalán que acostumbra a utilizar en las entrevistas. El
análisis de sus aportaciones a la narrativa, al cine y a
la historieta destapan una serie de obsesiones tras toda esa
pantalla de conceptos cósmicos, mesianismo y contradioses
fáciles de comprender si, como él teoriza, se
profundiza en su genealogía, en su pasado. Procediendo
así, se entrevé también un hábito
utilitario, interesado en la fama, entendiéndola como
trampolín hacia la inmortalidad.
Las presumibles taras físicas que le aquejaron en su
infancia, unidas a las truculencias cotidianas de su barrio
infecto, sumado todo ello a un más que posible complejo de
Edipo (esto no pasa de ser una conjetura), hacen del Jodorowsky
adolescente un ser que asume su debilidad, su mortalidad, y se
refugia en sí mismo. No obstante, dotado de gran
inteligencia y con la mente plagada de fantasías y de
proyectos, decide recorrer un proceso iniciático, de
aprendizaje y perfeccionamiento físico mediante las artes
marciales, y también espiritual para superar el miedo a la
muerte. Y el del espíritu lo hace a todos los niveles.
Obsesionado por la búsqueda de su propia identidad,
partiendo de su origen judío que nunca abandona, se rodea
de mentores que le inicien en otras disciplinas.
En el budismo zen acude al monje Yotakata y en el tibetano a
Thursday L., en la medicina mágica de los gitanos es
instruido por Paul Derlon y, en los alucinógenos, por
Oscar Ichazo. Luego se sumerge en la cábala devorando los
libros de Gurdjieff y se empapa con las «Nuevas religiones
de la era de acuario», como la de Carlos Castaneda, a quien
profesaba gran admiración a comienzo de la dácada
del setenta. Todo ello en una apretada amalgama de teorías
siempre alejadas de lo instituido a las cuales se une un cierto
nihilismo producto de su amor por Sartre y, en menor medida,
comulgando con el positivismo lógico de Wittgenstein.
Freud y Jung, por este orden, también pueden encontrarse
en su mesilla de noche.
Como quiera que se halla en posesión de una fuerte
personalidad, la de un ególatra profundo y un
misántropo convencido, termina por surgir el genio. Un
genio que se manifiesta en múltiples facetas,
ecléctico, dando la imagen de un «buscador»,
un teósofo que utiliza el arte para conjugar los caminos
que le conduzcan a sí mismo, a su esencia en
conjunción con el universo. Refuerza su lucha por ese
objetivo con las teorías en boga y abraza el surrealismo
considerándolo como «el último gran
movimiento que ha surgido en Europa»10 , si bien hay quienes ven su obra fraudulenta y
arrogante y más dadaísta que surrealista en
realidad, prosaica y ligada, fílmicamente, a la
exploitation11 . Jodorowsky lo
mezcla todo; igualmente se sumerge en la arqueometría del
tarot, que en la cábala y otras ciencias esotéricas
y ocultas hasta crear las suyas propias: la psicomagia, la
sicogenealogía, los masajes iniciáticos... Sus
teorías personales no han de estudiarse por tanto bajo un
solo prisma y sí como un crisol de temas con los que teje
la urdimbre de su obra.
El más importante de esos temas es el del proceso
iniciático. Puesto de manifiesto como actitud ante la
vida, como búsqueda del origen genealógico (el
regressus ad uterum, en suma), termina en el retorno
ritual, en la metamorfosis, el renacer que deviene inmortalidad
al liberar por fin el espíritu como se estipula en el
ciclo kármico panindio. Todos los personajes del chileno
pasan por determinadas pruebas que ponen de manifiesto su
temperancia, ayudados las más de las veces por
algún tipo de poción, normalmente orientados por un
mentor, por lo común conscientes de sus carencias, y
siempre pasando por el horror del sacrificio y de la
mutilación. Así, hasta llegar al dominio de sus
cuerpos astrales, residuo de su felicidad fetal, y hasta el
encuentro con el huevo regenerador y la conciencia de su
dualidad, su androginia, ecuación perfecta de la esencia
humana según Jodo (el sexo, habitual invitado en sus
obras, no suele resultar vejatorio, sino que se aglutina en el
amor, entendido como amor cósmico, más divino que
físico). Y esos personajes que crea son invariablemente
Mesías, los anunciantes del fin del mundo y de la
restauración del paraíso, el de los
judeocristianos, ya que sus mundos vienen a confluir todos en una
ilusión escatológica de la que nos liberará
un presagiado, en definitiva, con la imagen de Dios
invariablemente como telón de fondo.
Jodorowsky intenta que su enviado particular se libere del
lastre religioso, al menos del tradicional, puesto que el autor
es un místico que aspira a encontrar a Dios en sí
mismo y, por ende, reniega de las religiones: «el
más grave peligro que corre ahora la humanidad [...] Los
símbolos religiosos los veo demolidos y hay que
reconstruirlos de otro modo»12 .
De hecho, según cuenta en su novela autogenealógica
«Donde mejor canta un pájaro» (Seix Barral),
su abuela renegó de Dios al morir su hijo como
consecuencia del peso de 37 tratados del Talmud que le impidieron
salvarse de una inundación. Pero el Antiguo Testamento
está presente en la obra del chileno; sus personajes
están bruñidos siguiendo el modelo bíblico,
se conducen por una ruta salpicada de penas, miedos, intrigas,
venganzas, sentimientos de culpa y arrepentimiento para, al
encontrarse consigo mismos, revolverse contra su creador. De
ahí que el tema de la castración y de «matar
al padre» sea constante, quizás por razones
personales, quizás como repulsa de la represión
sexual judeo cristiana en general [...] se admiten apuestas. De
otro lado, en el libro que preparó para ser editado en
1994, «Las mil caras del hombre invisible», una
suerte de reunión de cuentos-sentencia al estilo Khalil
Gibran, se observa un claro panteísmo.
Bajo el punto de vista del autor chileno todo se concreta en
lo espiritual, haciendo de ello una enmienda a la totalidad, lo
político está en lo religioso, lo divino en lo
humano, la mierda en la belleza o, parafraseando a otro de sus
filósofos favoritos, Nicholas DeCusa, «todo
está en todo». Por eso su visión
trascendental y unificadora del universo no impide que sus obras
estén ribeteadas por el humor, pues también ha
declarado que «lo cómico está escrito en el
inconsciente o incluso en el
supra-inconsciente»13 . Un humor
irreverente, producto de la necesidad de buscar una lógica
malsana al mundo o, mejor, una no-lógica en la que la
realidad se desdibuja y en la que la violencia más brutal
y la locura son habituales (dejó esto manifiesto en su
libro de 1997 «La sabiduría de los chistes»).
Por descontado, su humor es cáustico; no en vano
cosechó en 1985 el premio Humor Negro con su obra
«El paraíso de los loros».
El esoterismo y la cábala también son
constantes en su obra. Habiendo bebido de las filosofías
orientales y de las corrientes esotéricas extendidas por
Europa, siempre conduce sus historias a través de un
número mágico, habitualmente el siete (lo extiende
a nueve en el filme «La montaña sagrada», en
representación del sistema solar; luego a doce, para el
zodiaco), denomina samuráis a sus colaboradores
y, cuando conferencia, dice hacerlo guiado por una entidad
interior llamada El Chino. Los que le conocen bien, como Moebius,
o como Sergio Aragonés, no dudan en definirlo como un
hombre con una personalidad muy acusada, con esencia,
espiritualidad y mucho conocimiento. Y puede que así sea;
mas, el mundo de hoy, sumido en la molicie consumista y en el
pragmatismo neocapitalista, hijo bastardo del neoliberalismo, le
convierte en un tipo subversivo, un intelectual hiperactivo
contra el arte, un paria despreciado por una sociedad que ya no
confía en la necesidad de buscar en el intelecto la
iluminación, en el corazón la gracia, en el sexo el
orgasmo cósmico y en el cuerpo el estado de trance..., y
menos a través de los cómics. Sus temas y su modo
de abordarlos acercan su obra a los esquemas del
underground, y de hecho él considera que el arte
para la élite ya acabó y que se accede al verdadero
arte a través del arte popular, aunque
intelectualizándolo.
Si ponemos los pies un poco más en la tierra, el
análisis de la obra de Jodorowsky también
atañe a figuras más cercanas y materiales. El
componente freudiano de sus creaciones es claro, y también
sobrevuela por sobre toda su obra la referencia a la cotidianidad
desde el análisis de sus contenidos míticos a la
manera de Jung. Y su actitud de «judío
errante», como se le ha calificado avispadamente, acaso se
amolde más a la de un judío que reniega de sus
orígenes, que rechaza la figura del padre (en su novela
«El niño del jueves negro» retrata a su padre
como materialista, comunista y ateo), y que odia la
segregación clasista (las clases estaban muy marcadas en
su Chile natal), lo cual no deja de ser una repulsa del
materialismo dialéctico y, a la larga, y como
reacción edípica última, del marxismo
paterno y del marxismo filosófico.
Jodorowsky, como creador, es un humanista que renuncia a lo
material y que se enfrenta con la risa al caos de la existencia,
ridiculizando así la sociedad. Por no amoldarse, se
convierte en un provocador, en un esquizofrénico
endemoniadamente burlesco. Del Grupo Pánico no ha dudado
en decir que fue creado para burlarse del aburguesamiento que
estaban experimentando Bretón y los surrealistas franceses
a finales de la década del cincuenta: «todo fue una
gran fiesta... Nunca existió ninguna doctrina, ninguna
afinidad entre nosotros [...] había que crear un nombre y
hacer pasar a la Historia algo inexistente, para demostrar que la
historia es falsa»14 .
También ha dejado caer la afirmación de que la
editorial Les Humanoïdes Associés nació de un
discurso que él pronunció. De igual manera,
pretende convencernos de que la película «Action
Jackson» y la paraliteratura de Silver Kane y Marcial
Lafuente Estefanía son de enorme calidad; desea
adoctrinarnos con su predilección por el cine de Hong Kong
y por los filmes de Argento y Lucio Fulci frente a producciones
como «The Cage», y aconseja que los libros han de
comprarse al tacto. Para colmo de lo extravagante ha declarado
alegremente que tiene ciento cincuenta años de edad y
cosas como: «contemplo la civilización desde la
perspectiva de un marciano, y a los humanos como pequeñas
obras de arte»15 . La
página electrónica en internet en la que su
trayectoria tiene mayor presencia no podía denominarse de
otro modo que hotweird, y su tarjeta de
presentación reza antipoeta y mago o bien
guía de sombras, maestro dormido y otras frases
del estilo. En Père Lachaise, París, plantó
en 1965 una lápida sobre una falsa tumba en la que se lee
su nombre y el epitafio QUOI?
Para terminar este recorrido por su laberíntica
personalidad, reproduzco unas declaraciones sobre él
efectuadas por Arrabal recientemente: «Uno de mis amigos,
fundador del Movimiento Pánico, Jodorowsky, me dijo un
día: “Nosotros no conocemos el amor homosexual,
probémoslo”. Le dije: “Comienza tú.
[risas] Y él llamó a un actor y se hizo sodomizar
por él. No le gustó”»16 .
Estamos antes un buscador. En efecto, estamos ante un
gurú aparentemente no codicioso que jamás
cayó en el deleznable sectarismo, ante un hombre que cree
que la humanidad finalmente «se irá haciendo
espiritual, porque si no se autodestruye [y para ello] no son
necesarios gurús, ni guías, pero sí
instructores que hayan llegado a altos niveles de
conciencia»17 . Él mismo
adopta ese papel. Es labor nuestra creerle un loco o un verdadero
genio con brotes de excentricidad. Aún así, si no
queremos comprometernos con su doctrina, nos queda el goce
estético de su obra.
Su cine: maldito
Y tanto. Todos sus proyectos, o han terminado perdidos o
censurados o retenidos por las distribuidoras o con muy mala
prensa, hasta que unos pocos estudiosos reivindicaron su figura a
finales de la década del ochenta equiparándolo con
el buen hacer de Jean Cocteau y Ken Russel. Con el paso del
tiempo Jodorowsky se ha convertido, junto con Raúl Ruiz,
en el director de cine chileno más famoso. El rescate de
sus cintas, diseminadas por el mundo durante años, ha sido
arduo y, por fortuna, los nuevos soportes las han hecho
accesibles en el último lustro. Su cine resulta muy
personal, excesivo, por lo brutal, lo explícito y lo
desenfrenado, pero adelantado a su tiempo, por lo imaginativo,
por lo arriesgado; es, en definitiva, visionario, como el del
olvidado Mójica Marins. Desde luego Jodorowsky se ha
ganado a pulso su malditismo. Como prueba este breve recorrido
por su filmografía, tachonada de obsesiones
mesiánicas, donde priman las referencias a la Biblia, a la
culpa, a la muerte y a la locura.
A su primera película, «Las cabezas
intercambiadas» (1967), él se refiere como
«media película»18 ,
dado que la copia original fue robada a poco de su estreno. Se
trataba de una adaptación de la novela de Thomas Mann
«The Transposed Heads» rodada en París,
interpretada por el matrimonio Ruth Michelly y Saul Gilbert,
filmada en color en 16 mm y con música del grupo
electrónico Kosma. No es una película en el sentido
estricto del término; la narración se articula a
modo de fábula muda y la historia es interpretada
utilizando el mimo, aunque consta de una breve
introducción escrita por Cocteau. La obra no pasó
desapercibida, ya que cosechó el segundo premio en el
Festival de Cine Amateur de París y el primero en la misma
categoría en Roma; pero tras la muerte de Gilbert, por
cáncer, su esposa Ruth se marchó a Alemania con la
única copia de la filmación, y para su realizador
ha sido imposible recuperarla.
Su siguiente trabajo, filmado a lo largo de varios fines de
semana en 35 mm, «Fando y Lis» (1968), se sostiene
sobre un texto de Arrabal que ya había escenificado sobre
las tablas el chileno y que pretende simbolizar la
peregrinación a una tierra de promisión, pues
allí parece conducir el vagabundeo de los dos tarados
protagonistas, el impotente y violento Fando y la
paralítica Lis. Rodada sin guión previo con
estructura de road-movie, Fando y Lis encuentran en su
camino hacia la tierra prometida de Tar, «donde la
infelicidad no existe», a gente extrañísima;
charlan, se hacen la puñeta entre ellos dos, discuten
sobre banalidades, luchan..., hasta que Fando acaba matando a
Lis. Prosigue él su camino con el peso del cadáver
de ella y con el peso, aún mayor, de la culpa, de tal
guisa que acepta la tortura que luego le aplican unas mujeres en
bikini y atiende impasible al ritual en el que unas vampiras
beben sangre (verdadera, según Jodorowsky), mientras
ofrecen la vagina del cadáver de Lis a unos cerdos
(verdaderos, también). Esta provocadora cinta fue
presentada en el Festival Internacional de Cinematografía
de Acapulco con cierto éxito entre los pocos que
aplaudieron la llegada de un nuevo maestro del surrealismo, pero
las acusaciones de corrosivo y corrupto que el resto emitieron
hacia el director suscitaron tal alboroto que el realizador tuvo
que huir por temor al linchamiento, y el certamen fue
clausurado19 .
Luego, «Fando y Lis» llegaría a ser
comparada por ciertos intelectuales con el
«Satyricón» de Federico Fellini (quizás
por la escena de los huevos, si bien la película del
chileno aventajaba en tres años a la del italiano), pero
eso no facilitó su estreno en México, país
donde le quisieron prohibirle su filmación, y en Estados
Unidos se estrenó censurada por la propia distribuidora,
Cannon Films, que cortó todas las escenas de fuerte
contenido. Pese a todo, recaudó 400 000 dólares, y
con eso pudo hacer frente a su siguiente proyecto
cinematográfico (de hecho, el escándalo
ayudó). De «Fando y Lis» hubo un intento de
estreno en España en 1980, junto con la cinta de Arrabal
«Viva la muerte». Dada por perdida durante treinta
años, por fin pudo localizarse una copia, y hoy es posible
adquirir la versión en DVD, de Ars Magna, la cual adjunta
también el documental de 1995 «Constellation
Jodorowsky», que trata de la vida y el arte de este hombre
a través de las entrevistas practicadas a él mismo
y a sus amigos Giraud, Arrabal, Marceau, el músico Peter
Gabriel y el maestro de artes marciales Jean-Pierre Vignau.
También existe versión en VHS, editada en estados
Unidos.
Su producción más emblemática y primera
en color, «El Topo» (1970), fue dirigida en
México con un costo de millón y medio de
dólares aportado por Allen Klein (aunque su administrador
fue un tal Roberto Viskin), en plena época del LSD y con
los asesinatos de Charles Manson aún frescos en la mente
de todos. Se trata de una amalgama de western y
pasión cristiana protagonizada por un vengador de oscuro
designio. Ese vaquero vindicador forma parte de un ejercicio
simbolista donde cabe una mezcolanza de filosofías zen,
tao, sufí y de tarot, junto con mucha inspiración
tomada de la filmografía Luis Buñuel. El pistolero,
apodado Topo, incorporado por Jodorowsky, instruye a su hijo
sobre el sacrificio ritual y le explica que ha de destruir la
figura del padre si quiere madurar, golpeándole para
remarcar sus palabras (es como el tradicional castigo patriarcal,
el que aplica sobre este hijo en la ficción, interpretado
por Brontis, hijo real), atraviesa un pueblo masacrado por cuatro
villanos y jura dar muerte a los responsables como un resentido
samurai. Lo hace, castra al líder de los malos, pero
él debe refugiarse con una comunidad de monstruosidades a
quienes decide tutelar y sacar de su encierro subterráneo.
Es ayudado por su hijo, ahora un sacerdote que reniega de
él como padre, pero que colabora en la construcción
del túnel conducente a la libertad. Cuando salen, los
freaks son masacrados debido a su fealdad (en una nueva
alusión a los disturbios de 1968 en Ciudad de
México), tras lo cual Topo se autoinmola.
«El Topo» es una extraordinaria y repulsiva
mezcla de Leone, Peckimpah y Browning en la que asistimos a la
transformación de un pistolero en una suerte de bonzo (se
suicida ritualmente prendiendo fuego a su cuerpo). El director ha
comentado que la dirigió bajo trance, sin fundidos, sin
efectos, siguiendo el guión de modo consecutivo con el
objetivo claro de «ser el Cecil B. de Mille del
underground [...] Espero que algún día
vengan Confucio, Mahoma, Buda y Cristo a verme para sentarnos a
la mesa, tomar el té y comer unos
brownies»20 . Desde
luego, el rodaje fue una locura: durante los nueve meses que
duró, los técnicos no paraban de hacer cola para
cobrar, tanto como escaseaba el capital; el tal Viskin
marchó un día al barrio chino más cercano y
se trajo consigo 20 prostitutas y, otro día, 200 condones
(para los efectos con sangre, toda una plétora). Por causa
de su factura escabrosa, el realizador en un principio no
logró distribuirla fuera de México, lo cual era su
principal objetivo, pero finalmente convenció a un
hippy allegado a la productora de las películas
de John Lennon y Yoko Ono y alcanzó a convertirse en
película de culto. Fue proyectada todas las medianoches de
los viernes en el Elgin Theatre desde diciembre de 1970 hasta
junio de 1971, y gracias al «boca a oreja»
logró tanto prestigio como entonces gozaban las obras
«Lord of the Rings», «El lobo estepario»
o «Las enseñanzas de don Juan», libros
consultados por los intelectuales de la contracultura de
entonces. Incluso Dennis Hopper ha asegurado que estudiaba
«El Topo» cuando preparaba «Easy Rider»,
y que llegó a ofrecerse al chileno –junto con Peter
Fonda– para trabajar en su siguiente filme. La autoridades
mexicanas rehusaron patrocinar la película en el Festival
de Cannes de 1971. En España no sería estrenada
hasta enero de 1980, en la primera Muestra Internacional del Cine
Imaginario y de Ciencia Ficción de la Villa de Madrid,
junto con «La mansión de la locura» y
«Alucarda», ambas del mexicano Juan López
Moctezuma, también integrante del Grupo Pánico. El
comité organizador concedió allí a
Jodorowsky una mención especial por su labor
artística y por su apoyo al certamen, pero no
premió su cinta, de pase único en el festival al
apoderarse el distribuidor de los rollos para su visionado en
circuitos comerciales. Hoy es fácilmente localizable su
versión en VHS, editada por el sello británico
Chain Production (sólo en sistema PAL), ya sin los cortes
que la BBC hizo sobre la cinta en su último pase por
televisión. También está disponible en
formato laserdisc.
«La montaña sagrada» («The Holy
Mountain», Estados Unidos/México, 1973) es un filme
de tipo documental rodado con dinero, según él, de
John Lennon (el productor, Klein, discutió con el director
y se desentendió del proyecto por considerarlo
orgiástico). Se trata de un experimento fílmico, un
documental ficticio, que narra la búsqueda de la
sabiduría residente en la amalgama de filosofías y
de la iluminación a través del contacto con los
hongos alucinógenos administrados por el gurú
boliviano Oscar Ichazo. Antes de comenzar el rodaje, Jodorowsky y
su esposa Valerie experimentaron una semana apenas sin dormir
bajo la supervisión de Ichazo y de un maestro
japonés del zen, cuyo sistema de meditación
mezclaba diversas técnicas con ejercicios de yoga. Luego,
junto a todo el equipo de filmación e intérpretes,
ingirieron LSD mientras Ichazo y sus ayudantes les practicaban
masajes mongoles. La película consta de tres partes. En la
primera, una especie de análogo de Cristo vive en el
México contemporáneo experiencias que atañen
a la América de los siglos XV-XVI, en una metáfora
crítica en torno al brutal colonialismo español. La
segunda parte es una sátira del poder, del sistema, que se
hace al tiempo que son presentados los protagonistas de la cinta.
Y en la última vemos cómo un grupo de potentados
son preparados y conducidos por El Alquimista (Jodo lo
interpreta) hacia una montaña en la que habitan unos
hombres sabios e inmortales a quienes pretenden arrebatar su
cualidad de eternos. No consiguen su objetivo, y el camino hacia
la absurda reflexión final está jalonado por
violencia, mutilaciones y sangre. De esta película ha
comentado su realizador que pretendía hacer «cine
sagrado. Conseguí elefantes, tigres, plantas
sicotrópicas, un enano, un millonario y la llené de
sangre de principio a fin... se revela la verdad cuando los
personajes toman conciencia de que están en una
película»21 . «La
montaña sagrada» se mantuvo dieciséis meses
en cartel en Nueva York, y en su pase en Cannes en 1973
causó gran conmoción y repugnancia. Muy
difícil de encontrar durante años, salvo por las
versiones japonesas editadas por Nikkatsu, hoy por fin existe
copia en VHS de esta película, la publicada por el sello
inglés Visual Entertainment.
Con esta cinta termina lo que para el realizador era cine
hasta ese momento, a lo que había considerado como un
poema, un recorrido de visión completa inexpresable e
imposible donde él lo orquestaba todo: dirigía,
interpretaba, diseñaba los trajes y los decorados,
componía parte de la música... Jodo quiso edificar
con su cine una fortaleza sobre la fe en el espíritu
humano, sobre el amor como única salida de
salvación y sobre la búsqueda de la identidad a
través del sacrificio. Y no pudo. A partir de entonces
buscó una creación de tipo colectivo más
estructurada que intenta materializar en su siguiente empresa.
Meditó sobre la posibilidad de realizar los filmes
«El Sr. Sangre y la Srta. Huesos» y le pusieron sobre
la mesa 300 000 dólares para rodar «La historia de
O», pero el proyecto que reclamaría su
atención fue «Dune», por el que luchó
desde 1974 a 1977 sin éxito, quedándose en fase de
preproducción; pero incluso así es de gran
importancia para el género y para comprender la posterior
dedicación del cineasta a la historieta.
La novela homónima de Frank Herbert, multipremiada
(Nébula de 1965 y Hugo de 1966, al alimón con
«And Call Me Conrad» de Roger Zelazny), se
había intentado llevar a la pantalla grande ya en 1972. La
empresa APJAC Productions, presidida por Arthur P. Jacobs
(productor de la serie cinematográfica El Planeta de los
Simios), había comprado los derechos, había
contratado a Herbert como director técnico y tenía
planeado el rodaje en Turquía. Pero Jacobs murió
repentinamente y, con él, el proyecto. A poco, guiado por
un sueño al parecer, el director chileno contacta con
Michel Seydoux, el ricachón distribuidor de su anterior
largometraje, para hacerse con los derechos, lo cual consigue con
relativa facilidad por razón de que a los estudios de
Hollywood se les antojaba difícil el trasvase a la
pantalla de la obra literaria. Jodorowsky tarda ocho meses en
dejar listo el guión y, a partir de ahí, planea un
proceso de trabajo que avanza sobre la premisa de ir salvando
grados de superación y contratando samuráis en
número de siete, a saber: Seydoux, Giraud, Chris Foss,
H.R. Giger, Dan O´Bannon, David Gilmour (de Pink Floyd) y
Salvador Dalí.
El chocante proyecto se convierte en obsesión. Planea
un rodaje a lo De Mille en Europa, México y el desierto
argelino de Tassili. Ordena llevar a cabo un examen
sicoanalítico y otro marxista de la novela. También
la hace analizar por un alquimista, y contrata al experto en
ciencia ficción francés Michael Demuth para que le
asesore. Al efecto, Foss le hace seiscientos dibujos; Moebius,
tres mil, todo el story-board; Giger, una docena de
diseños para los harkonnen y su planeta. Por
considerarlo petulante, vanidoso y caro, Jodo expulsa del
proyecto al primer especialista en FX contratado, Douglas
Trumbull, y acude a O’Bannon, entonces joven promesa
aplaudida por los efectos especiales de «Dark Star».
Encarga a Vignau que prepare a su hijo Brontis durante dos
años en la lucha a cuchillo, tiro con arco y karate para
interpretar consecuentemente el papel de Leto Atreides.
También emplea a una hechicera conocedora de las setas
mágicas, Pachita, y a un sudamericano experto en la
guerrilla para coreografiar los enfrentamientos de Paul y los
fremen contra la armada imperial. Para la música se
pensó en el grupo Magma, y la casa discográfica
Virgin llegó a ofrecerles a Gong, a Mike Olfield y a
Tangerine Dream, pero Jodorowsky quiso a Pink Floyd.
Contrata a Dalí por cien mil dólares por hora
de rodaje (era tan caro que le pidió permiso para sacarle
un molde en poliestireno e intercalar las tomas reales con las de
la estatua de plástico), y luego le despide debido a
«sus observaciones a favor del
franquismo»22 . Mantiene al autor
del libro a su lado con la idea de utilizarlo como escritor de
los diálogos definitivos, y se abstiene de guardar
fidelidad a la novela original, alejándose del
espíritu ecologista que guiaba a Herbert al escribir su
obra (activista desde 1952 y tema central de sus primeros
relatos). A Jodo le atrae, por el contrario, el planteamiento de
la religión mesiánica que alcanza poder pleno en
medio de una sociedad feudal, así como el detalle
herbertiano de la «presciencia», ese acopio de
pequeñas percepciones inconscientes que permiten intuir el
futuro. Aún así, es de la opinión de que
Herbert es el mero transmisor de una mitología que borra
al artista que la recibió y difundió, para luego,
adoptando la teoría de Jung de que los arquetipos no
pertenecen al hombre como individuo, pasar a formar parte del
inconsciente colectivo. Por ello, el chileno transforma la novela
a su gusto, la recrea. Para él lo importante será
mostrar el proceso de iluminación del héroe hasta
que se convierte en Mesías del planeta. Así las
cosas, planea que el duque Leto sea castrado en el transcurso de
una corrida de toros y que Jessica sea inseminada por una gota de
sangre, convirtiéndose así en la madre
«virgen» del Mesías. Y prevé hacer del
emperador de la galaxia un loco que vive en un palacio de oro en
simbiosis con un robot idéntico a él. Crea, en fin,
un universo retrotraído hasta la religión pero
dominado por «las leyes de la
antilógica»23 .
Una vez decidido que comenzarían a rodar en marzo de
1976 para poder estrenar la película en otoño del
mismo año, al realizador se le hinchó el
presupuesto desde seis hasta diez millones de dólares, y
la productora se negó a distribuirlo, pese a que su
director consintiera en eliminar las escenas de sexo
explícito. Él mantiene todavía la
acusación de que el proyecto fue saboteado por Hollywood,
por ser más francés que americano y porque su
mensaje no era lo suficientemente sencillo para el
público. Desde entonces, Jodorowsky no se cansa de llamar
gángster a Dino de Laurentiis, y más porque
considera que el grueso story-board de Dune
circuló por los despachos de Hollywood durante un tiempo
tras cancelarse el proyecto, y no cree arriesgado suponer que
pudo haber sido el catalizador de posteriores superproducciones
de ciencia ficción alejadas de la frialdad de «2001:
A Space Oddity», como «Star Wars» o como el
celebrado «Alien» de Ridley Scott, producción
que contó con parte del mismo elenco de «siete
caballeros» que Jodo había reclutado: Moebius, Foss,
Giger y O’Bannon.
Desaforado debido al fracaso, Jodorowsky se volcó en
otra filmación, la de «Tusk» (1979), cuyo
protagonista es un elefante dado que se basaba en la
narración infantil «Poo Lorn
L’éléphant» de Reginald Campbell. Trata
de una niña, Elisa, y un pequeño elefante, el Tusk
del título, que nacen a la vez, y sus vidas se
interconectan a lo largo de los años, sobre todo desde que
Elisa descubre que mantiene un enlace síquico con el
proboscidio, lo cual permite a Tusk salvarla cuando es
secuestrada. Jodorowsky desliza en la trama cierta crítica
hacia el colonialismo francés, retrata a otro padre
tiránico (el de la niña), pero el producto final
resulta ininteligible, predecible y aburrido, encarecido por el
mantenimiento de los animales y por el costoso rodaje en la
India. La producción corría a cargo de Eric
Rochart, quien terminó por desentenderse de la
película, que en París duró una semana en
cartel (en España se estrenó en marzo de 1981,
junto con la trascendental «Le Planète
Sauvage» de Topor). Frustrado como consecuencia del
resultado, Jodorowsky determinó alejarse del
séptimo arte durante una década. «Tusk»
es difícil de visionar hoy porque la cinta ha sido
imposible de localizar incluso para su director.
Su vuelta a las salas se produjo con «Santa
sangre» («Sangue santo», 1989). Con cartel
dibujado por Moebius, como la anterior, y producción
mexicano-italiana de Claudio Argento, obtuvo el gran premio de la
Crítica y el premio a la Mejor Película del
Festival de IMAGFIC y el primer premio del Festival de Festivales
de Moscú. En la película, basada en una historia
real, el director aprovecha para exorcizarse de los demonios que
le atenazan desde su infancia, trasladando la acción a un
México decadente y abstruso en el que sitúa como
actores a gente de la calle y a tres de sus hijos, Adan, Teo y
Axel. Todo ello en un largometraje que, partiendo de
reminiscencias fellinianas (el circo, la iglesia y la
desazón), y lanzando guiños a Browning y a
Buñuel, ahonda en el drama espiritual de un hombre que,
después de presenciar cómo su brutal padre corta de
cuajo los brazos a su madre, inicia una búsqueda de su
cordura, del amor y también de su propia identidad.
Aunque, cuando controla su mente también aflora el deseo
de venganza...
El sello jodorowskiano se manifiesta al completo en esta
confrontación de Freud con Fellini, una historia en
imágenes cargada de simbolismo (el águila, mejor
representación del espíritu en libertad de la magia
prehispánica que la Fénix mítica que han
citado otros críticos, por mucho que el protagonista de la
película se llame así) y con un espectacular
cromatismo narrativo, sito en un mundo suburbial, violento y
desasosegante. En esta historia se pasa por la locura, el sexo,
la mutilación (de la madre, de la virgen en la iglesia),
por la emasculación y los sacrificios rituales, sin
olvidar el humor (los fieles mariachis, el entierro del
elefante), todo en una obra que se centra en la imposible
relación simbiótica del protagonista con su madre,
la cual mantiene su espíritu preso.
La libertad se logra al rencontrar el amor de la infancia, la
pureza y, finalmente, tras la metamorfosis, el alma, aunque el
camino se halle salpicado con charcos de sangre. Denostado de
nuevo su artífice, la cinta duró poco en cartel,
dos semanas en Francia, y más o menos lo mismo en
España, donde se estrenó en 1991.
Su siguiente largometraje, «El ladrón del arco
iris» (Rainbow Thief, 1990), fue dirigido bajo serias
imposiciones de la productora británica, como la falta de
violencia o los intérpretes: Christopher Lee, Omar Sharif
y Peter O’Toole. Pese a todo, de nuevo toca censura porque
Jodorowsky no dudó en introducir nudismo en esta absurda
historia rodada por encargo sobre dos tipos que viven con su
perro en las cloacas, cuyo rodaje en Polonia y el Reino Unido
duró dos años, y que estuvo marcado por la
polémica (el realizador llegó a abofetear al
productor ejecutivo en público). Fue presentada en Venecia
en 1990 y no se estrenaría en París hasta diciembre
de 1993. Existe versión británica en VHS.
Aparte de los consabidos proyectos de llevar a la pantalla
los tres primeros álbumes de la saga de «El
Incal» con respaldo de dinero canadiense, también
anunció el chileno en su día24 la intención de adaptar, desde
septiembre de 1994, entre México y Cinecittà, la
historieta «Viaje a Tulum», obra de Fellini y Milo
Manara (en la que él sale dibujado), como otra
película de búsqueda, en este caso de Carlos
Castaneda, y en cumplimiento de la última voluntad del
afamado director italiano. Este proyecto no ha prosperado por
falta de financiación.
En 1996 manifestó seguir decidido a rodar una secuela
de «El Topo», titulada «The Sons of El
Topo», con producción de Charles Lippincott
(primero, luego señalaría como productor a Alfonso
Arau, quien fuera actor secundario en «El Topo»,
curiosamente), reincidiendo en el tema de los hijos que se
enfrentan al padre. No ha podido hacerlo debido a que su antiguo
productor, Klein, no ha querido cederle los derechos de la
producción primera, lo cual le impide utilizar
título, personajes o referencias. Jodorowsky ha comentado
públicamente, en marzo de 1998, que Klein le odia desde
que el chileno le reprochara su gula y de ahí su
negativa25 .
La reacción de Jodorowsky ha sido transformar el
proyecto inicial aprovechándose de la confianza depositada
en él por los productores canadienses y convertirlo en
«Abelcain», una nueva versión de la secuela
cuyo protagonista es El Toro. A Jodo nadie le gana canibalizando,
como se puede comprobar...
Otra de sus ideas para el cine ha sido la reciente propuesta
a los estudios Universal de título
«Metabarons», adaptación de la saga en
viñetas «La casta de los metabarones», bajo su
dirección y con guión conjunto de Jodorowsky y del
realizador Arau, subiéndose al carro de la moda surgida en
la segunda mitad de la década del noventa de los filmes de
ciencia ficción con mucho aparato infográfico para
los FX. Para terminar con su filmografía hay que comentar
que no está definido todavía el rumoreado proyecto
que se traían entre manos Jodo y el pintas de Marilyn
Manson. Ambos provocadores pretendían trabajar en la
película «Holly Wood», de la cual Jodo se ha
desentendido (Manson seguía afirmando aún en
octubre de 2000 que seguía en pie, se supone que es otra
de tantas mentirijillas de Manson).
Creo conveniente citar aquí los paralelismos que
presenta con «El Incal» la producción francesa
de 1996 «El quinto elemento», escrita y dirigida por
Jean Luc Besson. Quizás sea algo arriesgado denunciar el
plagio que parecen ser los personajes Zorg (de un
Metabarón desasistido de omnipotencia), Korben (de un John
Difool devenido «action-hero»), y otros secundarios,
pero existe demasiada similitud entre los mangalores y los
borgs de «El Incal», y el NewYork del siglo
XXIII de la película es casi un calco de los escenarios de
Moebius para «The Long Tomorrow» y los de la mentada
saga (la niebla del subsuelo, los múltiples niveles, las
fuerzas del orden...), aspecto este reforzado por la
aportación del propio Moebius y J.C.
Mézières al filme. No obstante, que conste que
Besson ha declarado «a los dieciséis años
[...] lo inventé todo, completamente
todo»26 , y no ha citado fuente
ni inspiración de tipo alguno para este guión
cinematográfico.
El cine de Jorodowsky fue en su momento acogido con
extrañeza y repulsa por las morigeradas huestes de
bienpensantes (el New Yorker adjetivó sus filmes
como circos de horror y «La montaña
sagrada» fue reprobada duramente en el The New York
Times del 13 de enero de 1974, en el artículo
«They Kill Animals and Call it Art»). Pero ha sido
mitificado, aplaudido y admirado con el paso de los años
(en 2000, el New York Post calificaba «El
Topo» como «filme glorioso, entretenido, impactante,
brillante...»).
Mas, si echamos a un lado las loas por su desparpajo, por su
atrevimiento y por su intensidad, lo cierto es que en sus
películas se narra siempre la misma procesión
iniciática, cuyos integrantes no logran su
propósito (le ocurre a «El Topo», o a los
buscadores de «La montaña sagrada»), con
finales horribles (como en «Fando y Lis» o
«Santa Sangre»), con los personajes atrapados en
círculos eternos... hasta el punto de significar mero
vehículo para mostrar el esoterismo como otra forma de
imaginación y clamar por la instauración del viaje
místico de carácter colectivo. Y nada
más.
Dejemos esa discusión en manos de los fervientes del
cine sicotrónico.
Notas
1. Alejandro Jodorowsky. «Psicomagia: poesía en
nuestros actos», declaraciones publicadas en la
página electrónica
http://poieticas.8m.com/Psicomagia.htm.
2. Jelo Stik. «El comic es la literatura del
futuro», entrevista, Trauko, 36, Trauko Comics
Ltda., Santiago de Chile, mayo de 1991.
3. Rick Kleiner; Jules Siegel y Richard Ballard.
«Alejandro Jodorowsky», entrevista,
Penthouse, número de junio de 1973.
También, en francés, integrada en el texto de
Assayas, Olivier: «Le Topo sur Jodo», Metal
Hurlant Spécial Bizarre, 49 bis, Humanoïdes
Associés, París, 1980.
4. «Alejandro Jodorowsky», Op. cit.
5. Declaraciones a Claudine Clément para el diario
Libération, 6 de junio de 1998.
6. Sergio Marras. Sin título, entrevista,
Bandido, 20, Santiago de Chile, 1990.
7. Los actos sicomágicos prescritos por Jodorowsky
sirven para «sanar bloqueos materiales-corporales,
sexuales, emocionales e intelectuales que nos impiden realizar
nuestra finalidad en la vida», según puede leerse en
su libro «La Psicomagia» (1998).
8. «Antología pánica», Editorial
Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1996.
9. Loreto Novoa. «Jodorowsky a mil revoluciones»,
entrevista publicada en agosto de 2000 en la web chilena
http://www.mujeramujer.cl/2000/01/08/a_jodorowsky.htm
10. Manuel Romo. «Alejandro Jodorowsky o el malditismo
por bandera», Flash-back, 1, A. Busquets y E.
Tomás Editores, Valencia, otoño de 1992.
11. Tesis defendida en
http://www.spiderstratagem.co.uk/eltopo.htm y otras extensiones
del sitio.
12. F. Javier Hernández. «Moebius en
Córdoba», entrevista, Voz en Off, 1,
Fanedición del Colectivo Tebeonautas, Córdoba,
abril de 1993.
14. José A. Mayo. «Alejandro Jodorowsky.
Escándalo público número uno»,
Primera Línea, 6, Ediciones Z. Barcelona, octubre
de 1985.
15. «Comic» (Sección), Popular 1,
Rock ‘n’ Roll Magazine, julio de 1994.
16. Entrevista de Jesús Quintero a Fernando Arrabal en
el programa televisivo de Canal Sur El Vagamundo, 18 de diciembre
de 2000.
17. Salvador Hernáez, : «Alejandro Jodorowsky.
Soñador de universos, hacedor de leyendas»,
entrevista, Año Cero, 48, América
Ibérica Ed. Madrid, julio de 1994.
18. Barets: «El rodaje de Dune», entrevista,
Nueva Dimensión, 78, Ediciones Dronte, Barcelona,
junio de 1976.
19. Poco antes se había producido un enfrentamiento
entre estudiantes y las fuerzas policiales en Ciudad de
México, con gran mortandad como resultado. La masa
espectadora que estaba de parte del gobierno se encontraba
demasiado sensible ante la clara denuncia de la barbarie que
Jodorowsky deslizó en su cinta.
20. Laura Masnatta. «Cult. Cultura. Cultivador»,
Trauko, 36, Trauko Comics Ltda., Santiago de Chile, mayo
de 1991.
21. Karin Kutscher. «Jodorowsky y el cine»,
Trauko, 36, Trauko Comics Ltda., Santiago de Chile, mayo
de 1991.
22. Peter H.R Baumann. «Dune. Harkonen», en
«Giger’s Necronomicon», Editión
Crocodile, Switzerland, 1984.
23. Alejandro Jodorowsky. «Dune. La película que
nunca podrás ver», Metal Hurlant, 33,
Eurocomic, Madrid, 1985. También, en inglés y sin
extractar, en
http://www.bubis.com/muaddib/sf/dune/dunejost.htm
24. Declaraciones al diario El País, 17 de
mayo de 1994.
25. Carta hecha pública en
www.hotweird.com/jodorowsky
26. Nigel Floyd. «Ya ha sido encontrado»,
entrevista, SFX, 8, Zinco Editorial, Barcelona, julio de
1997.