Jodorowsky el chileno ecléctico
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Manuel Barrero
Estudioso de la historieta, Sevilla, España

 

Resumen

El chileno Alejandro Jodorowsky es un creador de múltiples facetas. Interesado por el arte en todas sus formas, comenzó su carrera como actor y autor teatral en Chile, París y México, y ha probado suerte en la historieta, la literatura y el cine; sin dejar nunca de lado la magia y el esoterismo, que también practica. En las siguientes líneas le conoceremos mejor como persona y como cineasta, dejando el repaso a su historieta para una siguiente entrega.

Abstract

Chilean Alejandro Jodorowsky is a multifaceted creator. Interested in all art forms, he started in Chile, Paris and Mexico on a actor and theatre author career and he had significant experiences even in comics, literature and movies, without neglecting magic and exoterism which he also practices. In the following pages we will know him more as person and film maker, leaving for a second installment the consideration of his comics.

«La destrucción es alimento para mí»
(JODOROWSKY)
Actor, novelista, escenógrafo, músico, historietista, cineasta, poeta... Mago, adivinador, gurú, filósofo, brujo... Arúspice, visionario, iconoclasta, excéntrico, esquizofrénico, provocador... Genio.
La figura de Alejandro Jodorowsky resulta, cuando se trata de profundizar en el contenido de su obra, si no fascinante, desde luego sí atractiva, por cuanto diversificada es su personal actividad en el mundo de las artes, con especial énfasis en teatro, cine e historieta. Este artículo pretende introducirnos en el mundo de uno de los creadores más controvertidos de las últimas décadas, para lo cual es conveniente bucear en su vida, en sus actividades y en sus creaciones de toda índole, para concluir con el repaso pormenorizado a sus cómics.

 

Su vida: atribulada

Descendiente de inmigrantes deseosos de alejarse de Ukrania (padre ruso y madre argentina, a su vez hija de rusos), nace el 7 de febrero de 1929 en Iquique, un árido pueblecito de dos mil almas maldecido por la pobreza, los seísmos y la aridez sito en la zona de Tocopilla, en el norte de Chile, cerca de la frontera con Bolivia. De niño es hiperactivo, tristón y autosuficiente. Es triste porque su padre le niega los juguetes, y vive estresado y angustiado porque su entorno era una realidad convulsa, tanto en sentido sísmico como por la precariedad material que le rodeaba; él mismo ha declarado: «la angustia habitaba en el corazón de toda aquella locura»1 . Dice haber aprendido a leer con apenas cinco años de edad, utilizando como maestros los cómics de «Pulgarcito», «Mandrake», «Flash Gordon», «El Rey de la Policía Montada» y «El Príncipe Valiente»2 . Unas lecturas que sin duda satisficieron un intenso deseo de evasión de la realidad porque su infancia fue espeluznante: «Cuando los marineros arribaban a puerto había prostitutas por todos lados. Viví una infancia muy sexual; comenzamos a masturbarnos a los cuatro o cinco años, todos [los niños] juntos, y con siete o nueve años ya se iban de putas. Un día, un amigo de ocho años trajo un cubo con un miembro masculino dentro. Él era amigo de la hija de una de las prostitutas, quienes habían matado a un marinero y le habían cortado el sexo, y él vino a enseñárnoslo. Era muy extraño. Fuimos al cementerio y cavamos una pequeña tumba para enterrarlo. También, un día, encontramos una gran piedra, una piedra enorme, flotando en el mar [Cuando lo contamos] nadie nos creyó. Yo fui perseguido por una abeja, una abeja dorada. Durante tres años, la abeja me siguió todos los días». Redondea el relato de su infancia diciendo que sus vecinitos «solían violar gatos y, a veces, perras. Yo jamás pude hacerlo. También bebían leche de perra; mis amigos mataban a los perritos y luego seis de ellos bebían la leche de la madre»3 . Sí, parece delirante. El también llamado Jodo tiene por costumbre irse por las ramas en sus intervenciones públicas...


Alejandro Jodorowsky en la elaboración gráfica
de una famosa fotografía.
Sus padres trasladan a Santiago de Chile su humilde negocio de venta de calcetines en 1938 y allí da comienzo su tortuosa adolescencia. El barrio elegido para instalarse resulta ser un foco de violencia, miseria y muerte (la de los navajeados en las calles, la de los borrachos que desafían renqueantes a que el tren se aparte... sin éxito, claro). Este ambiente angustioso y el caso omiso que le profesan sus progenitores le hunde en la introspección y el aislamiento en su domicilio con la única compañía de Verne, Dumas, Salgari, Curwood, Dostoiewsky, Kafka, Poe, Karl May, Paul Feval... y sin otros amigos que estos hasta los dieciocho años. Jodo ha confesado que sufría acoso por parte de otros muchachos cuando era un chaval debido a que su pene tenía forma de champiñón4 , lo cual acaso fuera producto de la circuncisión a que son sometidos por costumbre los hijos de judíos, algo que él no ha querido jamás corroborar y que, presumiblemente, considera una tara. A esa anomalía física había que sumarle una terrible obesidad que le aquejó durante su adolescencia: pesaba 120 kg cuando contaba dieciséis años, y no hubo manera de eliminar peso con la gimnasia, teniendo que esperar a un cambio en el ritmo metabólico para adelgazar5 .
Es la misantropía que desarrolla entonces, en general, y la aversión desplegada hacia su inmediato y estrecho entorno, en particular, lo que le induce a volcarse en la búsqueda de (o evasión hacia) un «significado» de las cosas, a la busca de la existencia en sí. De ahí su interés por el yoga y las técnicas de relajación, así como la inmersión en el budismo zen, la práctica del karate y el cursado de estudios universitarios de sicología y filosofía durante dos años, aunque también estudia por su cuenta medicina y matemáticas. Poco dura en los círculos académicos, pues no se aplica, prefiere haraganear o ir al cine o leer poemas, hasta que decide orientar su vida por los arriesgados derroteros del arte atraído por la magia del teatro, concretamente por los espectáculos de marionetas. Ya desde los quince años anidaba en él el deseo de ser actor, mostrando tanto entusiasmo por ello que sus pocos amigos de infancia le llamaban pequeño Rimbaud; pero es entre 1949 y 1952 que su flirteo con el escenario se convierte en pasión. Primero actúa de payaso y oficia como domador de elefantes en el circo, luego pasa a hacer mimo y teatro..., hasta formar su propia compañía de marionetas, el Teatro Experimental. Esto último tiene lugar a poco de cumplir veintitrés años de edad, en 1951, usando los escenarios de la Universidad de Santiago y con una compañía formada por conocidos suyos que alcanza el medio centenar de integrantes entre los que se cuentan los jóvenes intelectuales chilenos coetáneos Donoso, Parra, Lihn, Edwards... Jodo descuella sobre todos, por innovación y por atrevimiento.
En 1953 emigra a París. Parece que marcha en calidad de exilado porque no volverá a pisar el suelo de su patria natal hasta abril de 1991, aunque ha declarado en una ocasión que su ida obedeció a que nadie en Chile podía enseñarle tarot ni alquimia6 . En la capital de Francia se relaciona con músicos, actores, poetas y escritores. Se alista al servicio de Etienne Decroux, quien fuera el maestro de Jean-Louis Barrault y de Marcel Marceau. Con este último le pone en contacto y trabaja para él durante los siguientes seis años de su vida (escribe dos obras de mimo para Marceau: «Le mangeur de coeurs» y la famosa «La cage»), e incluso tiene Jodorowsky por esta época la oportunidad de dirigir un musical para Maurice Chevalier, el de resumen de su carrera estrenado en el teatro L’Alhambra. El siguiente paso en su trayectoria artística consiste en dirigir durante un año el Trois Baudets Theatre. Luego, se enrola en una gira mundial de la compañía de Marceau y, cuando paran en México, el gobierno le propone un puesto como director de teatro, afincándose entonces allí. Desde 1960, incansable, dirige un centenar de obras teatrales de vanguardia en menos de una década. Adapta a Strindberg, Beckett, Ionesco, todos con gran éxito, consiguiendo actores de alcurnia para sus adaptaciones, que fueron sonadas por su atrevimiento (redujo a dos los 50 personajes de una obra de Strindberg y rescribió por completo una obra de Leonora Carrington, por ejemplo).
Pero el punto álgido de su carrera lo alcanza a su vuelta momentánea a París, en 1962, cuando se reúne con Roland Topor y Fernando Arrabal para fundar el Movimiento Pánico, basado en la filosofía de ruptura de límites representada en el dios Pan (que era múltiple, a la vez verdugo y víctima), y con la intención de estudiar las teorías del poeta y actor Antonin Artaud, cuya obra «El teatro y su doble» fue la Biblia de Jodorowsky como autor teatral, según ha admitido. A partir de aquí, Jodo comienza a portarse mal. De todo hace y con todo escandaliza. Organiza algo que él llama sicodramas, una suerte de happenings agrupados bajo el título de Pánic Ephemeras (Efímeras Pánicas), con los que pretende provocar una fuerte reacción por parte del espectador, para lo que hace gala de abscesos de sadismo y de un descoque absoluto, lo cual supuestamente liberaría al público de sus obsesiones eróticas, exorcizándoles a través del terror y del humor a partes iguales. Aquellos espectáculos, performances con las que Jodo quiere plasmar una expresión múltiple del arte en donde se conjugasen las sustancias primigenias de la poesía, el teatro, la danza, la imagen plástica... y todo ello en íntima relación con el terror, el humorismo y la espontaneidad, alcanzan hasta cuatro horas de duración y son desarrollados a manera de rituales, con Alejandro oficiando de maestro de ceremonias y situando sobre el escenario animales, exuberantes mujeres y enanos castrados. Además de eso, toca en el grupo pop Las Damas Chinas (a golpe de filete crudo sobre el teclado, que en una ocasión destruyó a hachazos frente a las cámaras de televisión), cofunda la revista surrealista S.N.O.B. junto a un grupo de escritores mexicanos, representa a Nietzsche con actores desnudos sobre el escenario (con él meditando en cueros)... Y alcanza el clímax de este período cuando castra animales sobre las tablas (simbólicamente, a su padre, dice), y cuando pega latigazos y zurra a las chicas en sus 27 Efímeras Pánicas. Lo colma con la vigésimo séptima, un happening monumental y demencial llevado a cabo en el Centro Cultural Americano en 1965, y germen de la posterior desintegración del Grupo Pánico (que tendrá lugar en 1974), ante el peligro de que el supuesto movimiento sufriera la institucionalización que pretendía Arrabal.
Durante todo ese tiempo también aprovecha Alejandro para dirigir su primera película y comienza su carrera como escritor, pues inicia entonces las fábulas noveladas «Las arañas sin memoria» y «El paraíso de los loros». Pasa un año en Estados Unidos y otro en Francia a finales de la década del sesenta, hasta 1967, cuando vuelve a México para quedarse allí otros cinco años durante los que forma la Sociedad Cinematográfica Producciones Pánico, con vistas a filmar «Fando y Lis» (el rodaje tiene lugar en Francia, sin embargo). Poco más de dos años después, dirige «El Topo». En 1973 «La montaña sagrada», y comienza los preparativos para la adaptación a la gran pantalla de «Dune», un proyecto faraónico que se vino abajo pero que le reportará la amistad con Moebius en 1975. Es por entonces también que Jodo pergeña sus primeros guiones de historieta en México.
En 1977 prepara la que sería su última película por una temporada, «Tusk», estrenada en 1979. Dedica la siguiente década a escribir cómics, aunque no se olvida del cine, pues intenta rodar la película «El rey del mundo», y elabora un proyecto de adaptar a la gran pantalla «El Incal», hasta que en 1989 estrena «Santa Sangre». Al año siguiente rueda «El ladrón del arco iris», ya afincado en París, ciudad donde combina sus sesiones de sicomagia7 , con las labores de conferenciante gurú en el Cabaret Mystique de París, e impartiendo semanalmente sus sanamientos en el también parisino café Stellaire mediante el uso del tarot. Sus libros han sido muy populares entre los amantes del esoterismo, y los editados en México, «Historias Pánicas», «Juegos pánicos», «Teatro pánico» o «Filosofía pánica», están casi todos descatalogados, aunque hoy se puede encontrar todavía el estudio sobre su obra «Antología pánica», con prólogo y notas excelentes de Daniel González Dueñas8 .
Mitificado por la promiscua y adelantada a su tiempo «El Topo» y por sus gestas cósmico-místicas en viñetas, Jodorowsky menudea por los festivales de cine y cómic mientras imparte cursos sobre tarot y sicogenealogía durante la dácada del noventa. En el último lustro del siglo XX su popularidad ha adquirido nuevos bríos, disfrutando de éxito sus guiones de cómics (en España, Norma reditó «El Incal», obra que ha vendido más de un millón de ejemplares por todo el mundo), cosechando sus películas nuevas legiones de fans (como ha quedado demostrado con la retrospectiva de su filmografía en el Festival de Cine Underground celebrado en Chicago en agosto de 2000), impartiendo cursos y seminarios sobre sicomagia (ha sido aplaudido en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile por sus estudios vinculados con el inconsciente humano), y publicando una nueva hornada de libros: el inspirado en el tarot «L’arbre du dieu pendu» (1996), la novela alquímica «El niño del jueves negro» (Siruela), la delirante «Albina y los hombres perro» (en la editorial Dolmen), «Psicomagia II» (Siruela)... Entre sus últimos proyectos se cuentan la literatura, con una nueva novela en la que lleva trabajando seis años y continúa con sus guiones de historieta y para cine. Asimismo, tiene intención de volver al teatro, pues anunció para enero de 2001 el estreno en Italia de la obra «Ópera pánica»9 .
Hoy, anciano pero incombustible, asiste pletórico de vivacidad a toda convención a la que es invitado, incluso a las cinematográficas, si bien rehúye el visionado de sus películas porque no soporta contemplar actuando a alguno de sus cinco hijos (cada uno de madre diferente, por añadidura). Con todo, ha reconocido que es muy feliz viendo los cortometrajes rodados por su hijo de veinte años Adam.

 

Él: sincrético

La obra de Jodorowsky, ambigua y críptica en un principio, se revela inteligible pese a sus estrambotismos, sus delirios abracadabrantes y la indignante faramalla de chalán que acostumbra a utilizar en las entrevistas. El análisis de sus aportaciones a la narrativa, al cine y a la historieta destapan una serie de obsesiones tras toda esa pantalla de conceptos cósmicos, mesianismo y contradioses fáciles de comprender si, como él teoriza, se profundiza en su genealogía, en su pasado. Procediendo así, se entrevé también un hábito utilitario, interesado en la fama, entendiéndola como trampolín hacia la inmortalidad.
Las presumibles taras físicas que le aquejaron en su infancia, unidas a las truculencias cotidianas de su barrio infecto, sumado todo ello a un más que posible complejo de Edipo (esto no pasa de ser una conjetura), hacen del Jodorowsky adolescente un ser que asume su debilidad, su mortalidad, y se refugia en sí mismo. No obstante, dotado de gran inteligencia y con la mente plagada de fantasías y de proyectos, decide recorrer un proceso iniciático, de aprendizaje y perfeccionamiento físico mediante las artes marciales, y también espiritual para superar el miedo a la muerte. Y el del espíritu lo hace a todos los niveles. Obsesionado por la búsqueda de su propia identidad, partiendo de su origen judío que nunca abandona, se rodea de mentores que le inicien en otras disciplinas.
En el budismo zen acude al monje Yotakata y en el tibetano a Thursday L., en la medicina mágica de los gitanos es instruido por Paul Derlon y, en los alucinógenos, por Oscar Ichazo. Luego se sumerge en la cábala devorando los libros de Gurdjieff y se empapa con las «Nuevas religiones de la era de acuario», como la de Carlos Castaneda, a quien profesaba gran admiración a comienzo de la dácada del setenta. Todo ello en una apretada amalgama de teorías siempre alejadas de lo instituido a las cuales se une un cierto nihilismo producto de su amor por Sartre y, en menor medida, comulgando con el positivismo lógico de Wittgenstein. Freud y Jung, por este orden, también pueden encontrarse en su mesilla de noche.
Como quiera que se halla en posesión de una fuerte personalidad, la de un ególatra profundo y un misántropo convencido, termina por surgir el genio. Un genio que se manifiesta en múltiples facetas, ecléctico, dando la imagen de un «buscador», un teósofo que utiliza el arte para conjugar los caminos que le conduzcan a sí mismo, a su esencia en conjunción con el universo. Refuerza su lucha por ese objetivo con las teorías en boga y abraza el surrealismo considerándolo como «el último gran movimiento que ha surgido en Europa»10  , si bien hay quienes ven su obra fraudulenta y arrogante y más dadaísta que surrealista en realidad, prosaica y ligada, fílmicamente, a la exploitation11  . Jodorowsky lo mezcla todo; igualmente se sumerge en la arqueometría del tarot, que en la cábala y otras ciencias esotéricas y ocultas hasta crear las suyas propias: la psicomagia, la sicogenealogía, los masajes iniciáticos... Sus teorías personales no han de estudiarse por tanto bajo un solo prisma y sí como un crisol de temas con los que teje la urdimbre de su obra.
El más importante de esos temas es el del proceso iniciático. Puesto de manifiesto como actitud ante la vida, como búsqueda del origen genealógico (el regressus ad uterum, en suma), termina en el retorno ritual, en la metamorfosis, el renacer que deviene inmortalidad al liberar por fin el espíritu como se estipula en el ciclo kármico panindio. Todos los personajes del chileno pasan por determinadas pruebas que ponen de manifiesto su temperancia, ayudados las más de las veces por algún tipo de poción, normalmente orientados por un mentor, por lo común conscientes de sus carencias, y siempre pasando por el horror del sacrificio y de la mutilación. Así, hasta llegar al dominio de sus cuerpos astrales, residuo de su felicidad fetal, y hasta el encuentro con el huevo regenerador y la conciencia de su dualidad, su androginia, ecuación perfecta de la esencia humana según Jodo (el sexo, habitual invitado en sus obras, no suele resultar vejatorio, sino que se aglutina en el amor, entendido como amor cósmico, más divino que físico). Y esos personajes que crea son invariablemente Mesías, los anunciantes del fin del mundo y de la restauración del paraíso, el de los judeocristianos, ya que sus mundos vienen a confluir todos en una ilusión escatológica de la que nos liberará un presagiado, en definitiva, con la imagen de Dios invariablemente como telón de fondo.
Jodorowsky intenta que su enviado particular se libere del lastre religioso, al menos del tradicional, puesto que el autor es un místico que aspira a encontrar a Dios en sí mismo y, por ende, reniega de las religiones: «el más grave peligro que corre ahora la humanidad [...] Los símbolos religiosos los veo demolidos y hay que reconstruirlos de otro modo»12  . De hecho, según cuenta en su novela autogenealógica «Donde mejor canta un pájaro» (Seix Barral), su abuela renegó de Dios al morir su hijo como consecuencia del peso de 37 tratados del Talmud que le impidieron salvarse de una inundación. Pero el Antiguo Testamento está presente en la obra del chileno; sus personajes están bruñidos siguiendo el modelo bíblico, se conducen por una ruta salpicada de penas, miedos, intrigas, venganzas, sentimientos de culpa y arrepentimiento para, al encontrarse consigo mismos, revolverse contra su creador. De ahí que el tema de la castración y de «matar al padre» sea constante, quizás por razones personales, quizás como repulsa de la represión sexual judeo cristiana en general [...] se admiten apuestas. De otro lado, en el libro que preparó para ser editado en 1994, «Las mil caras del hombre invisible», una suerte de reunión de cuentos-sentencia al estilo Khalil Gibran, se observa un claro panteísmo.
Bajo el punto de vista del autor chileno todo se concreta en lo espiritual, haciendo de ello una enmienda a la totalidad, lo político está en lo religioso, lo divino en lo humano, la mierda en la belleza o, parafraseando a otro de sus filósofos favoritos, Nicholas DeCusa, «todo está en todo». Por eso su visión trascendental y unificadora del universo no impide que sus obras estén ribeteadas por el humor, pues también ha declarado que «lo cómico está escrito en el inconsciente o incluso en el supra-inconsciente»13  . Un humor irreverente, producto de la necesidad de buscar una lógica malsana al mundo o, mejor, una no-lógica en la que la realidad se desdibuja y en la que la violencia más brutal y la locura son habituales (dejó esto manifiesto en su libro de 1997 «La sabiduría de los chistes»). Por descontado, su humor es cáustico; no en vano cosechó en 1985 el premio Humor Negro con su obra «El paraíso de los loros».
El esoterismo y la cábala también son constantes en su obra. Habiendo bebido de las filosofías orientales y de las corrientes esotéricas extendidas por Europa, siempre conduce sus historias a través de un número mágico, habitualmente el siete (lo extiende a nueve en el filme «La montaña sagrada», en representación del sistema solar; luego a doce, para el zodiaco), denomina samuráis a sus colaboradores y, cuando conferencia, dice hacerlo guiado por una entidad interior llamada El Chino. Los que le conocen bien, como Moebius, o como Sergio Aragonés, no dudan en definirlo como un hombre con una personalidad muy acusada, con esencia, espiritualidad y mucho conocimiento. Y puede que así sea; mas, el mundo de hoy, sumido en la molicie consumista y en el pragmatismo neocapitalista, hijo bastardo del neoliberalismo, le convierte en un tipo subversivo, un intelectual hiperactivo contra el arte, un paria despreciado por una sociedad que ya no confía en la necesidad de buscar en el intelecto la iluminación, en el corazón la gracia, en el sexo el orgasmo cósmico y en el cuerpo el estado de trance..., y menos a través de los cómics. Sus temas y su modo de abordarlos acercan su obra a los esquemas del underground, y de hecho él considera que el arte para la élite ya acabó y que se accede al verdadero arte a través del arte popular, aunque intelectualizándolo.
Si ponemos los pies un poco más en la tierra, el análisis de la obra de Jodorowsky también atañe a figuras más cercanas y materiales. El componente freudiano de sus creaciones es claro, y también sobrevuela por sobre toda su obra la referencia a la cotidianidad desde el análisis de sus contenidos míticos a la manera de Jung. Y su actitud de «judío errante», como se le ha calificado avispadamente, acaso se amolde más a la de un judío que reniega de sus orígenes, que rechaza la figura del padre (en su novela «El niño del jueves negro» retrata a su padre como materialista, comunista y ateo), y que odia la segregación clasista (las clases estaban muy marcadas en su Chile natal), lo cual no deja de ser una repulsa del materialismo dialéctico y, a la larga, y como reacción edípica última, del marxismo paterno y del marxismo filosófico.
Jodorowsky, como creador, es un humanista que renuncia a lo material y que se enfrenta con la risa al caos de la existencia, ridiculizando así la sociedad. Por no amoldarse, se convierte en un provocador, en un esquizofrénico endemoniadamente burlesco. Del Grupo Pánico no ha dudado en decir que fue creado para burlarse del aburguesamiento que estaban experimentando Bretón y los surrealistas franceses a finales de la década del cincuenta: «todo fue una gran fiesta... Nunca existió ninguna doctrina, ninguna afinidad entre nosotros [...] había que crear un nombre y hacer pasar a la Historia algo inexistente, para demostrar que la historia es falsa»14  . También ha dejado caer la afirmación de que la editorial Les Humanoïdes Associés nació de un discurso que él pronunció. De igual manera, pretende convencernos de que la película «Action Jackson» y la paraliteratura de Silver Kane y Marcial Lafuente Estefanía son de enorme calidad; desea adoctrinarnos con su predilección por el cine de Hong Kong y por los filmes de Argento y Lucio Fulci frente a producciones como «The Cage», y aconseja que los libros han de comprarse al tacto. Para colmo de lo extravagante ha declarado alegremente que tiene ciento cincuenta años de edad y cosas como: «contemplo la civilización desde la perspectiva de un marciano, y a los humanos como pequeñas obras de arte»15  . La página electrónica en internet en la que su trayectoria tiene mayor presencia no podía denominarse de otro modo que hotweird, y su tarjeta de presentación reza antipoeta y mago o bien guía de sombras, maestro dormido y otras frases del estilo. En Père Lachaise, París, plantó en 1965 una lápida sobre una falsa tumba en la que se lee su nombre y el epitafio QUOI?
Para terminar este recorrido por su laberíntica personalidad, reproduzco unas declaraciones sobre él efectuadas por Arrabal recientemente: «Uno de mis amigos, fundador del Movimiento Pánico, Jodorowsky, me dijo un día: “Nosotros no conocemos el amor homosexual, probémoslo”. Le dije: “Comienza tú. [risas] Y él llamó a un actor y se hizo sodomizar por él. No le gustó”»16  .
Estamos antes un buscador. En efecto, estamos ante un gurú aparentemente no codicioso que jamás cayó en el deleznable sectarismo, ante un hombre que cree que la humanidad finalmente «se irá haciendo espiritual, porque si no se autodestruye [y para ello] no son necesarios gurús, ni guías, pero sí instructores que hayan llegado a altos niveles de conciencia»17  . Él mismo adopta ese papel. Es labor nuestra creerle un loco o un verdadero genio con brotes de excentricidad. Aún así, si no queremos comprometernos con su doctrina, nos queda el goce estético de su obra.

 

Su cine: maldito

Y tanto. Todos sus proyectos, o han terminado perdidos o censurados o retenidos por las distribuidoras o con muy mala prensa, hasta que unos pocos estudiosos reivindicaron su figura a finales de la década del ochenta equiparándolo con el buen hacer de Jean Cocteau y Ken Russel. Con el paso del tiempo Jodorowsky se ha convertido, junto con Raúl Ruiz, en el director de cine chileno más famoso. El rescate de sus cintas, diseminadas por el mundo durante años, ha sido arduo y, por fortuna, los nuevos soportes las han hecho accesibles en el último lustro. Su cine resulta muy personal, excesivo, por lo brutal, lo explícito y lo desenfrenado, pero adelantado a su tiempo, por lo imaginativo, por lo arriesgado; es, en definitiva, visionario, como el del olvidado Mójica Marins. Desde luego Jodorowsky se ha ganado a pulso su malditismo. Como prueba este breve recorrido por su filmografía, tachonada de obsesiones mesiánicas, donde priman las referencias a la Biblia, a la culpa, a la muerte y a la locura.
A su primera película, «Las cabezas intercambiadas» (1967), él se refiere como «media película»18  , dado que la copia original fue robada a poco de su estreno. Se trataba de una adaptación de la novela de Thomas Mann «The Transposed Heads» rodada en París, interpretada por el matrimonio Ruth Michelly y Saul Gilbert, filmada en color en 16 mm y con música del grupo electrónico Kosma. No es una película en el sentido estricto del término; la narración se articula a modo de fábula muda y la historia es interpretada utilizando el mimo, aunque consta de una breve introducción escrita por Cocteau. La obra no pasó desapercibida, ya que cosechó el segundo premio en el Festival de Cine Amateur de París y el primero en la misma categoría en Roma; pero tras la muerte de Gilbert, por cáncer, su esposa Ruth se marchó a Alemania con la única copia de la filmación, y para su realizador ha sido imposible recuperarla.
Su siguiente trabajo, filmado a lo largo de varios fines de semana en 35 mm, «Fando y Lis» (1968), se sostiene sobre un texto de Arrabal que ya había escenificado sobre las tablas el chileno y que pretende simbolizar la peregrinación a una tierra de promisión, pues allí parece conducir el vagabundeo de los dos tarados protagonistas, el impotente y violento Fando y la paralítica Lis. Rodada sin guión previo con estructura de road-movie, Fando y Lis encuentran en su camino hacia la tierra prometida de Tar, «donde la infelicidad no existe», a gente extrañísima; charlan, se hacen la puñeta entre ellos dos, discuten sobre banalidades, luchan..., hasta que Fando acaba matando a Lis. Prosigue él su camino con el peso del cadáver de ella y con el peso, aún mayor, de la culpa, de tal guisa que acepta la tortura que luego le aplican unas mujeres en bikini y atiende impasible al ritual en el que unas vampiras beben sangre (verdadera, según Jodorowsky), mientras ofrecen la vagina del cadáver de Lis a unos cerdos (verdaderos, también). Esta provocadora cinta fue presentada en el Festival Internacional de Cinematografía de Acapulco con cierto éxito entre los pocos que aplaudieron la llegada de un nuevo maestro del surrealismo, pero las acusaciones de corrosivo y corrupto que el resto emitieron hacia el director suscitaron tal alboroto que el realizador tuvo que huir por temor al linchamiento, y el certamen fue clausurado19  .
Luego, «Fando y Lis» llegaría a ser comparada por ciertos intelectuales con el «Satyricón» de Federico Fellini (quizás por la escena de los huevos, si bien la película del chileno aventajaba en tres años a la del italiano), pero eso no facilitó su estreno en México, país donde le quisieron prohibirle su filmación, y en Estados Unidos se estrenó censurada por la propia distribuidora, Cannon Films, que cortó todas las escenas de fuerte contenido. Pese a todo, recaudó 400 000 dólares, y con eso pudo hacer frente a su siguiente proyecto cinematográfico (de hecho, el escándalo ayudó). De «Fando y Lis» hubo un intento de estreno en España en 1980, junto con la cinta de Arrabal «Viva la muerte». Dada por perdida durante treinta años, por fin pudo localizarse una copia, y hoy es posible adquirir la versión en DVD, de Ars Magna, la cual adjunta también el documental de 1995 «Constellation Jodorowsky», que trata de la vida y el arte de este hombre a través de las entrevistas practicadas a él mismo y a sus amigos Giraud, Arrabal, Marceau, el músico Peter Gabriel y el maestro de artes marciales Jean-Pierre Vignau. También existe versión en VHS, editada en estados Unidos.
Su producción más emblemática y primera en color, «El Topo» (1970), fue dirigida en México con un costo de millón y medio de dólares aportado por Allen Klein (aunque su administrador fue un tal Roberto Viskin), en plena época del LSD y con los asesinatos de Charles Manson aún frescos en la mente de todos. Se trata de una amalgama de western y pasión cristiana protagonizada por un vengador de oscuro designio. Ese vaquero vindicador forma parte de un ejercicio simbolista donde cabe una mezcolanza de filosofías zen, tao, sufí y de tarot, junto con mucha inspiración tomada de la filmografía Luis Buñuel. El pistolero, apodado Topo, incorporado por Jodorowsky, instruye a su hijo sobre el sacrificio ritual y le explica que ha de destruir la figura del padre si quiere madurar, golpeándole para remarcar sus palabras (es como el tradicional castigo patriarcal, el que aplica sobre este hijo en la ficción, interpretado por Brontis, hijo real), atraviesa un pueblo masacrado por cuatro villanos y jura dar muerte a los responsables como un resentido samurai. Lo hace, castra al líder de los malos, pero él debe refugiarse con una comunidad de monstruosidades a quienes decide tutelar y sacar de su encierro subterráneo. Es ayudado por su hijo, ahora un sacerdote que reniega de él como padre, pero que colabora en la construcción del túnel conducente a la libertad. Cuando salen, los freaks son masacrados debido a su fealdad (en una nueva alusión a los disturbios de 1968 en Ciudad de México), tras lo cual Topo se autoinmola.
«El Topo» es una extraordinaria y repulsiva mezcla de Leone, Peckimpah y Browning en la que asistimos a la transformación de un pistolero en una suerte de bonzo (se suicida ritualmente prendiendo fuego a su cuerpo). El director ha comentado que la dirigió bajo trance, sin fundidos, sin efectos, siguiendo el guión de modo consecutivo con el objetivo claro de «ser el Cecil B. de Mille del underground [...] Espero que algún día vengan Confucio, Mahoma, Buda y Cristo a verme para sentarnos a la mesa, tomar el té y comer unos brownies»20  . Desde luego, el rodaje fue una locura: durante los nueve meses que duró, los técnicos no paraban de hacer cola para cobrar, tanto como escaseaba el capital; el tal Viskin marchó un día al barrio chino más cercano y se trajo consigo 20 prostitutas y, otro día, 200 condones (para los efectos con sangre, toda una plétora). Por causa de su factura escabrosa, el realizador en un principio no logró distribuirla fuera de México, lo cual era su principal objetivo, pero finalmente convenció a un hippy allegado a la productora de las películas de John Lennon y Yoko Ono y alcanzó a convertirse en película de culto. Fue proyectada todas las medianoches de los viernes en el Elgin Theatre desde diciembre de 1970 hasta junio de 1971, y gracias al «boca a oreja» logró tanto prestigio como entonces gozaban las obras «Lord of the Rings», «El lobo estepario» o «Las enseñanzas de don Juan», libros consultados por los intelectuales de la contracultura de entonces. Incluso Dennis Hopper ha asegurado que estudiaba «El Topo» cuando preparaba «Easy Rider», y que llegó a ofrecerse al chileno –junto con Peter Fonda– para trabajar en su siguiente filme. La autoridades mexicanas rehusaron patrocinar la película en el Festival de Cannes de 1971. En España no sería estrenada hasta enero de 1980, en la primera Muestra Internacional del Cine Imaginario y de Ciencia Ficción de la Villa de Madrid, junto con «La mansión de la locura» y «Alucarda», ambas del mexicano Juan López Moctezuma, también integrante del Grupo Pánico. El comité organizador concedió allí a Jodorowsky una mención especial por su labor artística y por su apoyo al certamen, pero no premió su cinta, de pase único en el festival al apoderarse el distribuidor de los rollos para su visionado en circuitos comerciales. Hoy es fácilmente localizable su versión en VHS, editada por el sello británico Chain Production (sólo en sistema PAL), ya sin los cortes que la BBC hizo sobre la cinta en su último pase por televisión. También está disponible en formato laserdisc.
«La montaña sagrada» («The Holy Mountain», Estados Unidos/México, 1973) es un filme de tipo documental rodado con dinero, según él, de John Lennon (el productor, Klein, discutió con el director y se desentendió del proyecto por considerarlo orgiástico). Se trata de un experimento fílmico, un documental ficticio, que narra la búsqueda de la sabiduría residente en la amalgama de filosofías y de la iluminación a través del contacto con los hongos alucinógenos administrados por el gurú boliviano Oscar Ichazo. Antes de comenzar el rodaje, Jodorowsky y su esposa Valerie experimentaron una semana apenas sin dormir bajo la supervisión de Ichazo y de un maestro japonés del zen, cuyo sistema de meditación mezclaba diversas técnicas con ejercicios de yoga. Luego, junto a todo el equipo de filmación e intérpretes, ingirieron LSD mientras Ichazo y sus ayudantes les practicaban masajes mongoles. La película consta de tres partes. En la primera, una especie de análogo de Cristo vive en el México contemporáneo experiencias que atañen a la América de los siglos XV-XVI, en una metáfora crítica en torno al brutal colonialismo español. La segunda parte es una sátira del poder, del sistema, que se hace al tiempo que son presentados los protagonistas de la cinta. Y en la última vemos cómo un grupo de potentados son preparados y conducidos por El Alquimista (Jodo lo interpreta) hacia una montaña en la que habitan unos hombres sabios e inmortales a quienes pretenden arrebatar su cualidad de eternos. No consiguen su objetivo, y el camino hacia la absurda reflexión final está jalonado por violencia, mutilaciones y sangre. De esta película ha comentado su realizador que pretendía hacer «cine sagrado. Conseguí elefantes, tigres, plantas sicotrópicas, un enano, un millonario y la llené de sangre de principio a fin... se revela la verdad cuando los personajes toman conciencia de que están en una película»21  . «La montaña sagrada» se mantuvo dieciséis meses en cartel en Nueva York, y en su pase en Cannes en 1973 causó gran conmoción y repugnancia. Muy difícil de encontrar durante años, salvo por las versiones japonesas editadas por Nikkatsu, hoy por fin existe copia en VHS de esta película, la publicada por el sello inglés Visual Entertainment.
Con esta cinta termina lo que para el realizador era cine hasta ese momento, a lo que había considerado como un poema, un recorrido de visión completa inexpresable e imposible donde él lo orquestaba todo: dirigía, interpretaba, diseñaba los trajes y los decorados, componía parte de la música... Jodo quiso edificar con su cine una fortaleza sobre la fe en el espíritu humano, sobre el amor como única salida de salvación y sobre la búsqueda de la identidad a través del sacrificio. Y no pudo. A partir de entonces buscó una creación de tipo colectivo más estructurada que intenta materializar en su siguiente empresa. Meditó sobre la posibilidad de realizar los filmes «El Sr. Sangre y la Srta. Huesos» y le pusieron sobre la mesa 300 000 dólares para rodar «La historia de O», pero el proyecto que reclamaría su atención fue «Dune», por el que luchó desde 1974 a 1977 sin éxito, quedándose en fase de preproducción; pero incluso así es de gran importancia para el género y para comprender la posterior dedicación del cineasta a la historieta.
La novela homónima de Frank Herbert, multipremiada (Nébula de 1965 y Hugo de 1966, al alimón con «And Call Me Conrad» de Roger Zelazny), se había intentado llevar a la pantalla grande ya en 1972. La empresa APJAC Productions, presidida por Arthur P. Jacobs (productor de la serie cinematográfica El Planeta de los Simios), había comprado los derechos, había contratado a Herbert como director técnico y tenía planeado el rodaje en Turquía. Pero Jacobs murió repentinamente y, con él, el proyecto. A poco, guiado por un sueño al parecer, el director chileno contacta con Michel Seydoux, el ricachón distribuidor de su anterior largometraje, para hacerse con los derechos, lo cual consigue con relativa facilidad por razón de que a los estudios de Hollywood se les antojaba difícil el trasvase a la pantalla de la obra literaria. Jodorowsky tarda ocho meses en dejar listo el guión y, a partir de ahí, planea un proceso de trabajo que avanza sobre la premisa de ir salvando grados de superación y contratando samuráis en número de siete, a saber: Seydoux, Giraud, Chris Foss, H.R. Giger, Dan O´Bannon, David Gilmour (de Pink Floyd) y Salvador Dalí.
El chocante proyecto se convierte en obsesión. Planea un rodaje a lo De Mille en Europa, México y el desierto argelino de Tassili. Ordena llevar a cabo un examen sicoanalítico y otro marxista de la novela. También la hace analizar por un alquimista, y contrata al experto en ciencia ficción francés Michael Demuth para que le asesore. Al efecto, Foss le hace seiscientos dibujos; Moebius, tres mil, todo el story-board; Giger, una docena de diseños para los harkonnen y su planeta. Por considerarlo petulante, vanidoso y caro, Jodo expulsa del proyecto al primer especialista en FX contratado, Douglas Trumbull, y acude a O’Bannon, entonces joven promesa aplaudida por los efectos especiales de «Dark Star». Encarga a Vignau que prepare a su hijo Brontis durante dos años en la lucha a cuchillo, tiro con arco y karate para interpretar consecuentemente el papel de Leto Atreides. También emplea a una hechicera conocedora de las setas mágicas, Pachita, y a un sudamericano experto en la guerrilla para coreografiar los enfrentamientos de Paul y los fremen contra la armada imperial. Para la música se pensó en el grupo Magma, y la casa discográfica Virgin llegó a ofrecerles a Gong, a Mike Olfield y a Tangerine Dream, pero Jodorowsky quiso a Pink Floyd.
Contrata a Dalí por cien mil dólares por hora de rodaje (era tan caro que le pidió permiso para sacarle un molde en poliestireno e intercalar las tomas reales con las de la estatua de plástico), y luego le despide debido a «sus observaciones a favor del franquismo»22  . Mantiene al autor del libro a su lado con la idea de utilizarlo como escritor de los diálogos definitivos, y se abstiene de guardar fidelidad a la novela original, alejándose del espíritu ecologista que guiaba a Herbert al escribir su obra (activista desde 1952 y tema central de sus primeros relatos). A Jodo le atrae, por el contrario, el planteamiento de la religión mesiánica que alcanza poder pleno en medio de una sociedad feudal, así como el detalle herbertiano de la «presciencia», ese acopio de pequeñas percepciones inconscientes que permiten intuir el futuro. Aún así, es de la opinión de que Herbert es el mero transmisor de una mitología que borra al artista que la recibió y difundió, para luego, adoptando la teoría de Jung de que los arquetipos no pertenecen al hombre como individuo, pasar a formar parte del inconsciente colectivo. Por ello, el chileno transforma la novela a su gusto, la recrea. Para él lo importante será mostrar el proceso de iluminación del héroe hasta que se convierte en Mesías del planeta. Así las cosas, planea que el duque Leto sea castrado en el transcurso de una corrida de toros y que Jessica sea inseminada por una gota de sangre, convirtiéndose así en la madre «virgen» del Mesías. Y prevé hacer del emperador de la galaxia un loco que vive en un palacio de oro en simbiosis con un robot idéntico a él. Crea, en fin, un universo retrotraído hasta la religión pero dominado por «las leyes de la antilógica»23  .
Una vez decidido que comenzarían a rodar en marzo de 1976 para poder estrenar la película en otoño del mismo año, al realizador se le hinchó el presupuesto desde seis hasta diez millones de dólares, y la productora se negó a distribuirlo, pese a que su director consintiera en eliminar las escenas de sexo explícito. Él mantiene todavía la acusación de que el proyecto fue saboteado por Hollywood, por ser más francés que americano y porque su mensaje no era lo suficientemente sencillo para el público. Desde entonces, Jodorowsky no se cansa de llamar gángster a Dino de Laurentiis, y más porque considera que el grueso story-board de Dune circuló por los despachos de Hollywood durante un tiempo tras cancelarse el proyecto, y no cree arriesgado suponer que pudo haber sido el catalizador de posteriores superproducciones de ciencia ficción alejadas de la frialdad de «2001: A Space Oddity», como «Star Wars» o como el celebrado «Alien» de Ridley Scott, producción que contó con parte del mismo elenco de «siete caballeros» que Jodo había reclutado: Moebius, Foss, Giger y O’Bannon.
Desaforado debido al fracaso, Jodorowsky se volcó en otra filmación, la de «Tusk» (1979), cuyo protagonista es un elefante dado que se basaba en la narración infantil «Poo Lorn L’éléphant» de Reginald Campbell. Trata de una niña, Elisa, y un pequeño elefante, el Tusk del título, que nacen a la vez, y sus vidas se interconectan a lo largo de los años, sobre todo desde que Elisa descubre que mantiene un enlace síquico con el proboscidio, lo cual permite a Tusk salvarla cuando es secuestrada. Jodorowsky desliza en la trama cierta crítica hacia el colonialismo francés, retrata a otro padre tiránico (el de la niña), pero el producto final resulta ininteligible, predecible y aburrido, encarecido por el mantenimiento de los animales y por el costoso rodaje en la India. La producción corría a cargo de Eric Rochart, quien terminó por desentenderse de la película, que en París duró una semana en cartel (en España se estrenó en marzo de 1981, junto con la trascendental «Le Planète Sauvage» de Topor). Frustrado como consecuencia del resultado, Jodorowsky determinó alejarse del séptimo arte durante una década. «Tusk» es difícil de visionar hoy porque la cinta ha sido imposible de localizar incluso para su director.
Su vuelta a las salas se produjo con «Santa sangre» («Sangue santo», 1989). Con cartel dibujado por Moebius, como la anterior, y producción mexicano-italiana de Claudio Argento, obtuvo el gran premio de la Crítica y el premio a la Mejor Película del Festival de IMAGFIC y el primer premio del Festival de Festivales de Moscú. En la película, basada en una historia real, el director aprovecha para exorcizarse de los demonios que le atenazan desde su infancia, trasladando la acción a un México decadente y abstruso en el que sitúa como actores a gente de la calle y a tres de sus hijos, Adan, Teo y Axel. Todo ello en un largometraje que, partiendo de reminiscencias fellinianas (el circo, la iglesia y la desazón), y lanzando guiños a Browning y a Buñuel, ahonda en el drama espiritual de un hombre que, después de presenciar cómo su brutal padre corta de cuajo los brazos a su madre, inicia una búsqueda de su cordura, del amor y también de su propia identidad. Aunque, cuando controla su mente también aflora el deseo de venganza...
El sello jodorowskiano se manifiesta al completo en esta confrontación de Freud con Fellini, una historia en imágenes cargada de simbolismo (el águila, mejor representación del espíritu en libertad de la magia prehispánica que la Fénix mítica que han citado otros críticos, por mucho que el protagonista de la película se llame así) y con un espectacular cromatismo narrativo, sito en un mundo suburbial, violento y desasosegante. En esta historia se pasa por la locura, el sexo, la mutilación (de la madre, de la virgen en la iglesia), por la emasculación y los sacrificios rituales, sin olvidar el humor (los fieles mariachis, el entierro del elefante), todo en una obra que se centra en la imposible relación simbiótica del protagonista con su madre, la cual mantiene su espíritu preso.
La libertad se logra al rencontrar el amor de la infancia, la pureza y, finalmente, tras la metamorfosis, el alma, aunque el camino se halle salpicado con charcos de sangre. Denostado de nuevo su artífice, la cinta duró poco en cartel, dos semanas en Francia, y más o menos lo mismo en España, donde se estrenó en 1991.
Su siguiente largometraje, «El ladrón del arco iris» (Rainbow Thief, 1990), fue dirigido bajo serias imposiciones de la productora británica, como la falta de violencia o los intérpretes: Christopher Lee, Omar Sharif y Peter O’Toole. Pese a todo, de nuevo toca censura porque Jodorowsky no dudó en introducir nudismo en esta absurda historia rodada por encargo sobre dos tipos que viven con su perro en las cloacas, cuyo rodaje en Polonia y el Reino Unido duró dos años, y que estuvo marcado por la polémica (el realizador llegó a abofetear al productor ejecutivo en público). Fue presentada en Venecia en 1990 y no se estrenaría en París hasta diciembre de 1993. Existe versión británica en VHS.
Aparte de los consabidos proyectos de llevar a la pantalla los tres primeros álbumes de la saga de «El Incal» con respaldo de dinero canadiense, también anunció el chileno en su día24   la intención de adaptar, desde septiembre de 1994, entre México y Cinecittà, la historieta «Viaje a Tulum», obra de Fellini y Milo Manara (en la que él sale dibujado), como otra película de búsqueda, en este caso de Carlos Castaneda, y en cumplimiento de la última voluntad del afamado director italiano. Este proyecto no ha prosperado por falta de financiación.
En 1996 manifestó seguir decidido a rodar una secuela de «El Topo», titulada «The Sons of El Topo», con producción de Charles Lippincott (primero, luego señalaría como productor a Alfonso Arau, quien fuera actor secundario en «El Topo», curiosamente), reincidiendo en el tema de los hijos que se enfrentan al padre. No ha podido hacerlo debido a que su antiguo productor, Klein, no ha querido cederle los derechos de la producción primera, lo cual le impide utilizar título, personajes o referencias. Jodorowsky ha comentado públicamente, en marzo de 1998, que Klein le odia desde que el chileno le reprochara su gula y de ahí su negativa25  .
La reacción de Jodorowsky ha sido transformar el proyecto inicial aprovechándose de la confianza depositada en él por los productores canadienses y convertirlo en «Abelcain», una nueva versión de la secuela cuyo protagonista es El Toro. A Jodo nadie le gana canibalizando, como se puede comprobar...
Otra de sus ideas para el cine ha sido la reciente propuesta a los estudios Universal de título «Metabarons», adaptación de la saga en viñetas «La casta de los metabarones», bajo su dirección y con guión conjunto de Jodorowsky y del realizador Arau, subiéndose al carro de la moda surgida en la segunda mitad de la década del noventa de los filmes de ciencia ficción con mucho aparato infográfico para los FX. Para terminar con su filmografía hay que comentar que no está definido todavía el rumoreado proyecto que se traían entre manos Jodo y el pintas de Marilyn Manson. Ambos provocadores pretendían trabajar en la película «Holly Wood», de la cual Jodo se ha desentendido (Manson seguía afirmando aún en octubre de 2000 que seguía en pie, se supone que es otra de tantas mentirijillas de Manson).
Creo conveniente citar aquí los paralelismos que presenta con «El Incal» la producción francesa de 1996 «El quinto elemento», escrita y dirigida por Jean Luc Besson. Quizás sea algo arriesgado denunciar el plagio que parecen ser los personajes Zorg (de un Metabarón desasistido de omnipotencia), Korben (de un John Difool devenido «action-hero»), y otros secundarios, pero existe demasiada similitud entre los mangalores y los borgs de «El Incal», y el NewYork del siglo XXIII de la película es casi un calco de los escenarios de Moebius para «The Long Tomorrow» y los de la mentada saga (la niebla del subsuelo, los múltiples niveles, las fuerzas del orden...), aspecto este reforzado por la aportación del propio Moebius y J.C. Mézières al filme. No obstante, que conste que Besson ha declarado «a los dieciséis años [...] lo inventé todo, completamente todo»26  , y no ha citado fuente ni inspiración de tipo alguno para este guión cinematográfico.
El cine de Jorodowsky fue en su momento acogido con extrañeza y repulsa por las morigeradas huestes de bienpensantes (el New Yorker adjetivó sus filmes como circos de horror y «La montaña sagrada» fue reprobada duramente en el The New York Times del 13 de enero de 1974, en el artículo «They Kill Animals and Call it Art»). Pero ha sido mitificado, aplaudido y admirado con el paso de los años (en 2000, el New York Post calificaba «El Topo» como «filme glorioso, entretenido, impactante, brillante...»).
Mas, si echamos a un lado las loas por su desparpajo, por su atrevimiento y por su intensidad, lo cierto es que en sus películas se narra siempre la misma procesión iniciática, cuyos integrantes no logran su propósito (le ocurre a «El Topo», o a los buscadores de «La montaña sagrada»), con finales horribles (como en «Fando y Lis» o «Santa Sangre»), con los personajes atrapados en círculos eternos... hasta el punto de significar mero vehículo para mostrar el esoterismo como otra forma de imaginación y clamar por la instauración del viaje místico de carácter colectivo. Y nada más.
Dejemos esa discusión en manos de los fervientes del cine sicotrónico.

Notas

1. Alejandro Jodorowsky. «Psicomagia: poesía en nuestros actos», declaraciones publicadas en la página electrónica http://poieticas.8m.com/Psicomagia.htm.
2. Jelo Stik. «El comic es la literatura del futuro», entrevista, Trauko, 36, Trauko Comics Ltda., Santiago de Chile, mayo de 1991.
3. Rick Kleiner; Jules Siegel y Richard Ballard. «Alejandro Jodorowsky», entrevista, Penthouse, número de junio de 1973. También, en francés, integrada en el texto de Assayas, Olivier: «Le Topo sur Jodo», Metal Hurlant Spécial Bizarre, 49 bis, Humanoïdes Associés, París, 1980.
4. «Alejandro Jodorowsky», Op. cit.
5. Declaraciones a Claudine Clément para el diario Libération, 6 de junio de 1998.
6. Sergio Marras. Sin título, entrevista, Bandido, 20, Santiago de Chile, 1990.
7. Los actos sicomágicos prescritos por Jodorowsky sirven para «sanar bloqueos materiales-corporales, sexuales, emocionales e intelectuales que nos impiden realizar nuestra finalidad en la vida», según puede leerse en su libro «La Psicomagia» (1998).
8. «Antología pánica», Editorial Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1996.
9. Loreto Novoa. «Jodorowsky a mil revoluciones», entrevista publicada en agosto de 2000 en la web chilena http://www.mujeramujer.cl/2000/01/08/a_jodorowsky.htm
10. Manuel Romo. «Alejandro Jodorowsky o el malditismo por bandera», Flash-back, 1, A. Busquets y E. Tomás Editores, Valencia, otoño de 1992.
11. Tesis defendida en http://www.spiderstratagem.co.uk/eltopo.htm y otras extensiones del sitio.
12. F. Javier Hernández. «Moebius en Córdoba», entrevista, Voz en Off, 1, Fanedición del Colectivo Tebeonautas, Córdoba, abril de 1993.
13. Alejandro Jodorowsky. «La cassette de Jodorowsky», en: «El garaje hermético», Eurocomic, Col. Negra, 16, Madrid, 1983.
14. José A. Mayo. «Alejandro Jodorowsky. Escándalo público número uno», Primera Línea, 6, Ediciones Z. Barcelona, octubre de 1985.
15. «Comic» (Sección), Popular 1, Rock ‘n’ Roll Magazine, julio de 1994.
16. Entrevista de Jesús Quintero a Fernando Arrabal en el programa televisivo de Canal Sur El Vagamundo, 18 de diciembre de 2000.
17. Salvador Hernáez, : «Alejandro Jodorowsky. Soñador de universos, hacedor de leyendas», entrevista, Año Cero, 48, América Ibérica Ed. Madrid, julio de 1994.
18. Barets: «El rodaje de Dune», entrevista, Nueva Dimensión, 78, Ediciones Dronte, Barcelona, junio de 1976.
19. Poco antes se había producido un enfrentamiento entre estudiantes y las fuerzas policiales en Ciudad de México, con gran mortandad como resultado. La masa espectadora que estaba de parte del gobierno se encontraba demasiado sensible ante la clara denuncia de la barbarie que Jodorowsky deslizó en su cinta.
20. Laura Masnatta. «Cult. Cultura. Cultivador», Trauko, 36, Trauko Comics Ltda., Santiago de Chile, mayo de 1991.
21. Karin Kutscher. «Jodorowsky y el cine», Trauko, 36, Trauko Comics Ltda., Santiago de Chile, mayo de 1991.
22. Peter H.R Baumann. «Dune. Harkonen», en «Giger’s Necronomicon», Editión Crocodile, Switzerland, 1984.
23. Alejandro Jodorowsky. «Dune. La película que nunca podrás ver», Metal Hurlant, 33, Eurocomic, Madrid, 1985. También, en inglés y sin extractar, en http://www.bubis.com/muaddib/sf/dune/dunejost.htm
24. Declaraciones al diario El País, 17 de mayo de 1994.
25. Carta hecha pública en www.hotweird.com/jodorowsky
26. Nigel Floyd. «Ya ha sido encontrado», entrevista, SFX, 8, Zinco Editorial, Barcelona, julio de 1997.