Fuga de lápices

 

Leonardo M. Falaschini
Estudiante de Ilustración, Escuela de Artes Visuales Martin A. Malharro, Mar del Plata, Argentina

 

Resumen

En épocas de represión y censura, muchos historietistas argentinos se vieron obligados a llevar sus talentos fuera del país, y aquello asfixió a la historieta argentina. Hoy se da otro tipo de emigración por razones distintas, pero la asfixia es similar.

Abstract

In times of repression and censure, many Argentine comic makers had to take their talents outside the country, and that produced a suffocation on the local comic industry. Today there is a new kind of emigration for other reasons, but the suffocation is similar.

Argentina, lejos de cultivar en estos tiempos una fama mundial de seriedad, responsabilidad, estabilidad y bajo riesgo país, sí fue prolífica en su producción artística y en el nivel de calidad de sus historietistas, algunos de los cuales llegaron a ser idolatrados en el exterior.
No menos impresionante es el estilo propio que acuñaron los dibujantes argentinos. Como saldría de boca del mismísimo Carlos Nine, en un encuentro sobre ilustración que tuvo lugar en Mar del Plata el año pasado: «En Europa nos buscan a los argentinos porque tenemos un estilo de dibujo mucho más crudo, casi curtido por las crisis y los procesos militares. En Europa dibujan todo más lindo porque la pasaron mejor en los últimos años. Nosotros reflejamos nuestra tristeza y decepción a través del dibujo». Parece como si lo que no nos matara nos hiciera más fuertes, y de hecho así es. Pero puede ser que ahora sí nos estén matando.

Figura 1: El reportero de guerra Ernie Pyke, de la homónima serie de Héctor G. Oesterheld, dibujado por Hugo Pratt.
Estoy escribiendo esto el 24 de marzo de 2001, a veinticinco años del último golpe militar en la Argentina, un «proceso» que no viví y por lo cual puedo llamarme, en cierta forma, afortunado. Por aquellas épocas (nunca suficientemente lejanas), muchos artistas argentinos, filósofos, escritores, e historietistas supieron hacer su fama en el exilio y hacer escuchar y ver su tristeza por medio de su arte. Pero no todos se refugiaron en el extranjero.
Algunos se quedaron para sufrir el destino de los que cayeron en el amplísimo blanco de tiro del gobierno militar. Entre ellos está nada menos que Héctor G. Oesterheld (quien merece al menos un gran párrafo aparte, por ser un ideólogo de lo que caracterizó la historieta argentina en sus épocas de apogeo), famoso por ser el autor, junto con el dibujante Francisco Solano López, de «El Eternauta»: la que ha sido varias veces calificada como la obra cumbre de la historieta argentina (y posiblemente la idea que basó a la película estadounidense y muy hollywoodense «Starship Troopers»1 ).
Oesterheld nació en Buenos Aires en 1919 y fue asesinado en 1977 con sus cuatro hijas, seguramente por estar involucrado en movimientos de izquierda y por su manifiesta ideología humanista y antibélica. Ello se demuestra en su obra, como en “Vida del Che”2 : una obra publicada en 1968 por Editorial Jorge Álvarez, donde en conjunto con los no menos geniales Alberto y Enrique Breccia relata la vida del revolucionario argentino Ernesto «Che» Guevara. Asimismo, «El Eternauta», al principio de su segunda parte, comienza a tener tintes políticos mucho menos sutiles que en la primera, quizás muy «peligrosos» para ciertos intereses.
Oesterheld fue y es de esa escuela historietista en la que «si había que hacer una historieta bélica de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes no eran siempre los malvados villanos, y los estadounidenses no serían siempre los héroes», ni tampoco viceversa. Así dijo Elvio E. Gandolfo en una conferencia que dio a propósito de este guionista hace cuatro años.
En «Ernie Pike» (un personaje que hizo su aparición en abril de 1957 en la revista Hora Cero, dibujado por el ítalo-argentino Hugo Pratt) el único enemigo es la guerra misma; y todos los personajes, sean de la nacionalidad que fueran, no eran sino buenas personas transformadas por el infierno que los rodeaba. En «La Fuga», un episodio de la serie de este mismo personaje, el narrador observa a los soldados japoneses en la guerra de Vietnam, devenidos torturadores de sus prisioneros: «En tiempos de paz eran labriegos... pequeños campesinos que llorarían al ver nacer un ternero». Pero la guerra «los había transformado... en fieras más crueles aún que la más sanguinaria de las fieras salvajes».
Otro ejemplo es la memorable escena de «El Eternauta», donde Oesterheld trasforma lo que él mismo había presentado como un invasor despiadado (el Mano) en un admirador del arte y la belleza cotidiana: el extraterrestre, moribundo, se emociona con la belleza de una doméstica pava3 . Los invasores no eran más que simples instrumentos de la codicia de los «Ellos», unos temibles y casi incorpóreos Señores de la guerra, que no hacen su aparición hasta ya el final de la segunda parte. A esta altura de la historia, se vuelve dudoso que el guionista sea el mismo Oesterheld y no un ignoto seguidor de sus pasos, que lo remplaza luego de su desaparición. Sabemos que en la tercera parte ya no se trata de Oesterheld, si bien su nombre aparece en evidente señal de respeto.
Oesterheld se caracterizó por combinar lo fantástico en lo cotidiano con asombrosa maestría. El salvajismo y la sinrazón de una matanza estatizada apagó vidas y talentos como este en Argentina y Latinoamérica entera.
Otros quedaron en el prudente silencio o pasaron inadvertidos frente a los ojos de los verdugos por afortunadas razones que sólo aquellos saben, o más precisamente, que no supieron en su momento. Alberto Breccia, un uruguayo radicado en argentina a la edad de tres años, también se debe hacer acreedor de un párrafo en su honor. Si Oesterheld era el pilar ideológico de la historieta argentina pasada, Breccia fue el pilar de la tendencia gráfica que la perfiló.

Figura 2: El Che en una viñeta dibujada de Enrique Breccia.
La mejor fuente de inspiración que tuvieron Raymond y Hogarth al crear sus semidioses neoclasicistas y héroes legendarios modernos, fue el Renacimiento de Boticelli y Miguel Ángel. Quien nos ocupa se inspiró en otra rama posterior. Breccia, en cambio, incorpora «citas» estilísticas del impresionismo; pero a diferencia de Monet, el negro y el blanco vuelven a sus imágenes más contrastadas y escalofriantes por la falta de color. Remiten a lo grotesco y lo terrible, muy distinto al clima soleado y brumoso del pintor francés. Las calidades de texturas y los pregnantes claroscuros lo hacen un artista plástico al mismo tiempo que historietista. En su propia opinión, buscaba separarse del arte pictórico4 ; sin embargo, paralelamente a los principios del arte pop, Breccia fue un experimentador de nuevas técnicas casi inéditas en el cómic, como el collage, el agregado de texturas o los efectos ópticos.
Esto es parte de las peculiaridades y particularidades de la historieta argentina. Oscar Steimberg, en un artículo en la enciclopedia «La historia del cómic», lo determinó con precisión: «La novedad argentina consistió en la última parte de la década del cincuenta y principios del sesenta, en la combinación de esas realizaciones de dibujo con narraciones cabalmente novelísticas en las que la aventura suponía motivaciones sicológicas complejas, y el texto llegaba a desplegarse en interpretaciones, juicios y aun señalamientos admonitorios al protagonista».
Fuera de lo que es estrictamente artístico, debemos decir que Breccia (y familia) no granjearon el éxito (mas la reputación) que sí obtuvieron en el extranjero. Alberto comenzó a trabajar para Europa en 1960 para la editorial británica Fleetway, que vuelve sus trabajos un producto de consumo muy masivo. No obstante, sus proyectos de radicarse en Londres son frustrados por la muerte de su cuñada y la enfermedad de su esposa, lo que en desgraciadas circunstancias lo motiva e inspira en el año 1973 a llevar a cabo la adaptación a la historieta de varios cuentos del escritor norteamericano Howard. P. Lovecraft, entre ellos el afamado «El llamado de Cthulhu». En 1989 ocurre algo sin precedentes: una historieta obtiene el premio Amnesty International, y se trata de «Perramus», con guión de Juan Sasturain y dibujos de Breccia. Una serie de ilustraciones es comprada por la Casa de América Latina en París, Francia; están basadas en «El nombre de la rosa», del escritor italiano Umberto Eco.
Alberto Breccia fallece en 1993, el 10 de noviembre, día del dibujante.
Respecto a su hijo, Enrique «Churrique» Breccia, podemos decir que no ha traicionado el estilo de su padre. Sí lo ha derivado hacia lo lineal y realista, y su dibujo adhiere con los volúmenes de contornos de rostros y cuerpos bien definidos, detalles que su padre quizás había preferido exceptuar en pos del tratamiento y representación de luces.
Actualmente podemos ver trabajos de Enrique Breccia, en X-Factor y Wolverine de la editorial estadounidense Marvel Comics y Batman Blanco y Negro de DC Comics. Es sabido que los estadounidenses son mucho más ortodoxos que los europeos con los requerimientos y los lineamientos que deben seguir los dibujos de sus personajes, y eso encajona el estilo rebelde y criollo de Breccia en un notable esquematismo.
Ya desde los sesenta los sueldos de centros de producción extranjeros eran insuperables para los presupuestos locales. Esto termina privando al público argentino de la exclusividad de sus artistas, y a los artistas de su libertad estilística, excepto cuando son buscados precisamente por su estilo.
Los que pudieron y quisieron escaparon al extranjero, como Francisco Solano López (dibujante de la primera versión de «El Eternauta»), Carlos Sampayo, José Muñoz, Horacio Altuna y otros más que integran una larga lista. Entre ellos, encontramos a Juan Giménez, quien dejó Argentina a finales de los setenta y debutó directamente en Italia en las revistas Lanciostory y Skorpio. Se hizo famoso publicando en Francia en 1979 la obra «Etoile noire» («Estrella negra», en la versión española) con guiones de Ricardo Barreiro. Fue elegido mejor dibujante por los lectores de las revistas 1984 y Comix Internacional, en el Salón del Cómic y la Ilustración de Barcelona de 1984; y premiado con el Yellow Kid del Salón Internacional del Cómic de Lucca en 1990 y el Bulle d’or en Francia en 1994.
Hubo intercambios de historietistas, no sólo de ida, sino también de venida, entre Europa y Argentina, lo cual explica las similitudes de la historieta local con la europea. Un ejemplo de inmigración es el italiano Hugo Pratt, creador del afamado «Corto Maltés», y quien dibujara el «Ernie Pike» de Oesterheld. Pratt regresó más tarde a Europa debido a las persecuciones del gobierno de facto.

 

El nuevo exilio

Hoy se da en Argentina, como en casi toda Latinoamérica, otro tipo de emigración de artistas y no artistas. Esto es consecuencia de la asfixia económica que queda como herencia del mismo gobierno militar de hace veinticinco años. Un gobierno que trató de congelar y acallar voces de gremios, tanto por la pobreza como por medio de la espada.
La situación actual es, felizmente, mucho menos sangrienta, pero coarta las posibilidades de expansión y crecimiento artístico con similar o igual eficiencia. Sostener una publicación independiente se convierte en una tarea casi titánica: los costos de impresión en color son prohibitivos, y algunas editoriales de poder adquisitivo mediano o bajo optan por enviar sus publicaciones para ser impresas en Chile, debido a la enorme diferencia de precios. Viene al caso aclarar que en Argentina ya no hay, prácticamente, editoriales de gran peso que vendan gran cantidad de ejemplares. Las historietas que salen al mercado son, en su mayoría, producciones independientes.
Un historietista, ilustrador o guionista, tiene pocas oportunidades laborales en su rubro. Es entonces que tiene lugar una nueva emigración hacia el otro lado del charco. Aprovechando su ascendencia italiana o española y la relativa apertura de fronteras con la que la Comunidad Europea ha beneficiado a hijos y nietos de inmigrantes en América, muchos argentinos van a probar suerte a una nueva (y vieja) tierra de oportunidades. Tierra en la que los fondos públicos destinados a la cultura sí tienen una generosa porción para las artes visuales y la historieta, como ocurre en países como Francia, España, Italia o Bélgica. No ocurre así en Argentina, donde el permanente estado de crisis presupuestaria amenaza con cerrar carreras o escuelas públicas de enseñanza artística, y prácticamente no existen museos ni bibliotecas que salvaguarden el pasado de la historieta del país.
Publicaciones recientes, como El Cazador, de Ediciones La Urraca, ostentan calidad gráfica muy respetable (aunque su contenido está más bien basado en el infantil descontrol de la violencia y el chiste soez y fácil) y otras parecen recuperar algo del clima particular que caracterizó la línea argumentativa de Oesterheld, como El Laucha de Mutant Cómics. Mientras tanto, Código Neosud de Chartwell Media se adscribe al siempre presente género de los superhéroes, con claras influencias estadounidenses, aunque aportando cierta frescura localista que no le sienta nada mal a la ya trillada especie superheroica.

 

Mala fama

En añadidura a las repercusiones de la economía en el desarrollo cultural (y por lo tanto en la historieta), existe además una crisis de imagen del rubro «comiquero» en Argentina.
La invasión de productos provenientes de Japón, destinados al público infantil y adolescente, ha instaurado una creencia generalizada de que la historieta es un producto «para chicos». La idea del noveno arte como la inteligente fusión del cine y la literatura escrita (y desde ahí, mucho más que eso) se ha evaporado mayoritariamente de los idearios de los argentinos.
La marea del olvido ha incluso convencido a la mayoría de los adeptos de este arte, a tal punto que el estilo (entre europeo, estadounidense, y argentino propiamente dicho) de la historieta local ha mutado en una imitación de esos seres con inexplicables ojos saltones y vidriosos, bocas y narices pequeñas, que viven historias vacías y pueriles como pueden observarse en algunas series de televisión japonesas que están en boga últimamente.
No obstante, la influencia oriental no puede ser absolutamente perniciosa, como tampoco es absolutamente provechosa la influencia europea o estadounidense. Se puede pensar que el talento de los buenos historietistas argentinos sabrá hacer provecho del ingreso de los buenos nuevos elementos culturales japoneses (que sí los hay), en tanto no olvide su propio pasado y siga aprendiendo de ello. La línea de «El Eternauta» y de «Mort Cinder» no debe ser archivada, ya que está poco o nada distorsionada por los requerimientos de un mercado de entretenimiento que sólo busca la venta por la venta misma. A la historieta argentina le queda mucho por explorar, quizás mucho más que a otras.

Bibliografía

Arnaut, Daniel: «Dossier Oesterheld», Paredón, 9, Gráficos Del Plata, Mar del Plata, 1er. semestre de 1998.
Breccia, Enrique: «El Sueñero», Colección de los Imaginadores, Imaginador, Buenos Aires, julio de 1998.
Código Neosud, 3, Chartwell Media, Mar del Plata, 2000.
http://www.mundobreccia.com
Rivera, Jorge: «Panorama de la historieta argentina», Libros del Quirquincho, Coquena Grupo Editor, Buenos Aires, 1992.
Steimberg, Oscar: «La historieta argentina desde 1960», en «Historia de los cómics», vol. IV, Rumbos Contemporáneos, Toutain Editor, Barcelona, s.f.
«El arte de Juan Giménez: Overload», Norma Editorial, Barcelona, noviembre de 1998.

Notas

1. Las coincidencias son sugerentes: Se trata de la lucha de la raza humana contra una invasión de insectos de gran tamaño. Pese a tratarse de una película de origen estadounidense y de habla inglesa, los personajes protagonistas son nacidos, en su mayoría, en Buenos Aires. Aparentemente sus hacedores vieron caer en sus manos un ejemplar traducido al inglés de «El Eternauta». Obviamente la adaptación, o el homenaje, si de eso se trata, omite lo más importante de la obra de Oesterheld: el sentimiento de grupo que une a los protagonistas, un grupo de vecinos que de pronto se ven aislados como «modernos Robinsones» frente a la invasión de unas fuerzas sumamente superiores, que jamás podrían derrotar.
2. Con ese nombre fue editado en 1968, ya una época de censura paranoica en la que fue retirada al instante de circulación. Tanto los originales como casi todos los ejemplares impresos en aquella época, fueron quemados o desaparecidos. En 1998, a veintiún años de la desaparición de Oesterheld, es reditado con el lacónico título de «Che», aprovechando la fama y el valor icónico que el personaje había adquirido en los últimos años, y siguiendo los cánones de mercadeo, que no aceptan redundancias. Una muestra más de cómo el mercado asimila y absorbe aún las ideologías opuestas a sí mismo.
3. En Argentina y en Uruguay, hervidor con pico, especie de tetera metálica para las infusiones con yerba mate.
4. En un reportaje, a la pregunta que le hicieron Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno, de si su interés por su virtuosismo clásico era o no aplicado en la historieta, Breccia respondió: «No, yo hacía historietas, nada más. Nada que ver con la plástica». No obstante nos cuesta creer que la historieta no sea un arte plástica, aunque lo niegue nada menos que Breccia.