Debut, beneficio y despedida de una narrativa tumultuaria
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Globos globales: 1980-2000

 

Armando Bartra
Investigador, Ciudad de México, México

 

Resumen

En esta úlima etapa Armando Bartra nos ofrece un preciso diagnóstico (que en ciertos aspectos se antoja autopsia) de la vapuleada historieta mexicana. A través de su incisiva pluma presenciamos la caída de la forma narrativa que mantuvo alfabetizado al pueblo mexicano durante décadas. Atestiguamos también el surgimiento y desarrollo incipiente de la historieta de autor oriunda de estas tierras, y nos enfrentamos a la responsabilidad de prever y ayudar a construir un futuro todavía incierto.

Abstract

In this last chapter of his Mexican historieta overview, Armando Bartra offers us a precise diagnosis (which under certain scope appears as an autopsy) of the mistreated graphic narrative made in Mexico. Through his incisive writing, Bartra offers us a privileged view of the rall of the narrative form which kept the Mexican people literate for decades. We also witness the rise and incipient development of the Mexican-native so-called auteur comics, and face the responsibility to forsee and help building a still-uncertain future.

 
Al principio, radio, cine e historietas compartían fraternalmente las horas libres o la atención marginal de su público. Los mexicanos oíamos la XEQ o la Dobleu, veíamos películas del Charro Negro y leíamos Chamaco o Pepín, sin que estas aficiones resultaran excluyentes. La televisión, en cambio, es un medio absorbente y con vocación monopólica, que poco a poco va desplazando a los demás, hasta que con la llegada de las videocaseteras y los videojuegos la pequeña pantalla se apropia casi por completo de nuestro tiempo de ocio. La radio sobrevive porque nos acompaña donde la televisión no puede llegar, pero el cine como espectáculo público y la historieta como regocijo intimista, son dramáticamente arrinconados por la omnipresente pantalla chica.
Es posible que los últimos personajes lanzados por la historieta y compartidos por todos los mexicanos fueran adalides de papel como Chanoc, El Payo, Fantomas o Kalimán, vampiresas exóticas como Yesenia, Oyuqui o Rarotonga, e infantes como Memín; popularizados, todos, en los sesenta, antes de que la televisión y sus apabullantes protagonistas coparan por completo nuestro imaginario colectivo.
Con toda probabilidad estas serán nuestras últimas estrellas de papel realmente omnipresentes. La historieta mexicana de masas ha muerto. El cómic nacional no es ya el tumultuoso lugar común que fue por más de medio siglo, y ha dejado de saturar los puestos de periódicos para ocupar un discreto segundo plano detrás de las publicaciones subsidiarias de la pantalla chica como Teleguía, Tv y Novelas, Tv notas, Eres y otras, que son las que ahora rebasan el millón de ejemplares, mientras que las historietas locales se han encogido.
La derrota de la historieta es la derrota de la lectura. Los monitos no ceden al embate de libros, revistas o diarios, sino al arrollador curso del canal de las estrellas. Mientras que la lectura cultivada avanza a paso de tortuga, se desploma la única lectura masiva que jamás hayamos tenido. Frecuentada hasta hace poco por decenas de millones de mexicanos, la historieta ha perdido quizá nueve de cada diez lectores. Sus tirajes, que fueron millonarios, se reducen a treinta o cuarenta mil ejemplares de cada título; mientras que la diversidad, que en los buenos tiempos rebasaba el centenar de títulos al mes, se ha constreñido a algunas decenas.
Los mexicanos no hemos dejado de leer historietas para leer otra cosa, simplemente hemos dejado de leer. El derrumbe de los monitos es una catástrofe civilizatoria. En el México del fin del milenio el lector es una especie en extinción.

 

Esas ruinas que ves

Con casi medio siglo sobre sus lomos, El Libro Semanal, La Novela Policiaca, El Libro Vaquero y otros libro-cómics que desde los cincuenta publica Novedades, siguen en el mercado constatando la predilección de ciertos lectores por los relatos de gran fondo. También sobrevivió casi dos décadas «El Pantera», un héroe de aire sesentero pero nacido en 1980, con guiones de Daniel Muñoz, y dibujado primero por Juan Alva y luego por Manuel Calles, Alberto Maldonado y otros, y al terminar el milenio todavía aparecía semanalmente «Samurai», dibujada por Rubén Lara. Pero el único acontecimiento monero original y perdurable de los últimos veinte años son los sensacionales.

Figura 1: Portada de la más exitosa serie de la larga lista de Sensacionales. La culminación de la historieta como producto industrial.
Primero fueron el Sensacional de Policía y el Sensacional de Terror, que en 1978 y 1979 publicaba Editorial Proyección, del grupo Ejea. A los que siguieron Sensacional de Luchas, Sensacional de Fútbol, Sensacional de Box, Sensacional de Barrios, Sensacional de Mercados, Sensacional de Traileros, Sensacional de Artes Marciales, Sensacional de Juegos, Sensacional de Sueños, Sensacional de Guerreros del Asfalto, Sensacional de Bronco, Sensacional de Vacaciones y otros. El rasgo más notable de los sensacionales es su talla modesta, que pronto se estandarizó en 13 por 14 cm., formato al que hoy parecen estar condenados todos los monitos comerciales mexicanos, mientras que se reserva a los importados la esbeltez del comic book. Se trata, además, de historietas mayoritariamente multicolores que se esfuerzan por envolverse en portadas atractivas y bien impresas. Los tiempos del mediotono sepia y la reproducción borrosa han quedado atrás.
Por regla general los sensacionales se definen temáticamente y las historietas son conclusivas. La excepción fueron efímeras series de protagonista como El sargento Botija, Tinieblas y Sensacional de Bronco, las dos últimas, deudoras del éxito televisivo de la lucha libre y las bandas norteñas respectivamente, y sobre todo La serpiente desplumada, una serie que arranca en 1996, al calor de la satanización pública del expresidente Carlos Salinas, y que retoma con éxito el anacronismo precolombino y la alegoría política. Escrito por J.J. Sotelo y dibujado por Sixto Valencia, el cómic se distingue porque, además de sus personajes, también sus autores son fijos. La serpiente desplumada empezó en formato grande y terminó alineando con los chaparros sensacionales.
Clara muestra de su decadencia, es la incontinente proclividad de los sensacionales a la pornografía. Las pequeñas historietas del fin de milenio recurren en tono lúbrico a los generos canónicos de nuestros monitos: encueres del oeste en La ley del revolver (Mango) y Praderas sin ley (Ejea); concupiscencia criminal en Relatos de presidio (Toukán) y Bronson el sucio (Toukán); erotismo desviado en Almas perversas (Mango); fajes horrorosos en El libro siniestro (Toukán); sicalipsis rosa en Amores y amantes (Mango), cachondería didáctica en Delmónico´s Erótika (Toukán); y lujuria politizada en La serpiente desplumada (Toukán). Cuando de ser un tema entre otros, el sicalíptico deviene abrumadoramente dominante, es que los editores están jugando sus últimas cartas, buscándole la bragueta al siempre reprimido mexicano raso. A la pequeña pornografía de papel inaugurada por Ejea se han sumado editoriales como Mango y Toukán, cuyas publicaciones son francamente masturbatorias: Las Chambeadoras, Bellas de Noche, Luchas calientes, Sabrosonas y bien entronas y otras. Al filo del milenio la carrera por la procacidad de papel se vuelve frenética y Ejea tiene que abandonar los emblemáticos sensacionales, por títulos más agresivos como Zona Caliente, Eróticos anónimos, Pícaras infieles y ponedoras y Sábanas mojadas.
Y con esta industria, la única existente, colaboran jóvenes dibujantes como «El bachiller» Rubén Lara, Alberto Hinojosa y Luis Guarneros, pero también notables profesionales de la historieta como Antonio Cardoso, Ángel Mora, Juan Alva o Juan Rangel, y hasta argumentistas legendarios, como Ricardo Rentería, uno de los más prolíficos guionistas del cómic rosa, y Ramón Valdiosera, quien le dio a los primeros números de Delmónico´s Erótika un tono transgresor y cultivado. En portadas destacan los trabajos de Bazaldúa y Silva y de Gallur.

 

Historietas de autor

No todo son malas noticias para los monitos, pues al mismo tiempo que pierde penetración popular, el cómic gana prestigio cultural.

Figura 2: «La serpiente Desplumada», marzo de 1996. Elocuente reflejo del escarnio generalizado a la figura presidencial… una vez concluida la gestión. A partir del período presidencial siguiente, la burla al presidente será permanente a lo largo de todo el sexenio. Por otro lado, en las campañas para las elecciones del 2000, dos de los tres principales candidatos utilizaron el cómic para promover sus candidaturas.
Desde los ochenta decae la historieta comercial mexicana de grandes tirajes y en los noventa agoniza. Pero vivimos años de implacable globalización, y en la apertura se incrementa notablemente la afición al cómic norteamericano y japonés por parte de un cierto sector de los niños y jóvenes de clase media, primero a partir del acceso a historietas en inglés adquiridas en las proliferantes comic-stories, y después por las cuidadas ediciones que hace Vid de los superhéroes de moda, aunque también de series valiosas como el primer «Dragon Ball», de Akira Toriyama; «Los Simpsons», de Matt Groening; «Batman», «Hellboy», «Starman», de James Robinson y Mike Mignola; «Hitman», de Garth Ennis y John Mc Crea; o «Sin City», de Frank Miller.
El boom del manga y los superhéroes es un fenómeno consumista que se materializa en historietas coleccionables, pero también en pins, carts, posters, modelos, cachuchas y camisetas. Es, además, parte de una cultura fanática y multitudinaria que se congrega en grandes convenciones, como «La Mole», «Conque» o «Mecycif», y en torno de astros del cómic mundial como Will Eisner, Stan Lee o Todd Mc Farlane. Y es, por último, un acontecimiento alentador, pues despierta en las nuevas generaciones la pasión por la narrativa dibujada, poniéndolas en contacto con algunas de sus mejores expresiones.
Pero, además, la historieta mexicana no se agota en los sensacionales, anexos y derivados. En los años decadentes de la industria, y junto al auge del cómic anglófono, vivimos el surgimiento, desarrollo y auge de la historieta de autor; la expansión de un cómic que hoy llamaríamos alternativo; la proliferación de monitos renovadores y a veces sofisticados y ambiciosos, que no desdeñan los mensajes crípticos y el alucine formal.
Ha surgido en México una nueva generación de moneros que pasa de la historieta industrial y poco se reconoce en la vieja escuela comiquera, que emplea los monitos como medio de expresión personal y concibe al cómic como una de las bellas artes o, cuando menos, como uno de los bellos medios. Un nutrido grupo de neomoneros cuyos trabajos aparecen regularmente en diarios y suplementos dominicales, revistas culturales, publicaciones de humor, cómics alternativos y fanzines; una creativa oleada de fanáticos del octavo arte que ha producido tres o cuatro revistas especializadas, alguna de sorprendente persistencia; una nueva hornada de narradores gráficos que quisiera ponerle lomo a sus trabajos.
No son pocos. En los últimos noventa por un solo diario, La Jornada, pasaron cerca de un centenar de moneros diferentes, entre la sección dominical ilustrada que dirige Bulmaro Castellanos, Magú, (Histerietas y luego El Manojo), La Jornada Semanal, los suplementos infantiles y femeninos y las ediciones cotidianas. Y lo más notable es que muchos de ellos son creadores persistentes que siguen publicando.

 

Todas las rutas son nuestras

La abigarrada multitud de neomoneros que anima la historieta de opción, ejerce la más centrífuga y posmoderna diversidad de estilos.

Figura 3: La resucitación a la maltrecha industria de los sensacionales se da a través de la explicitación sexual del dibujo, pero también, y de manera más significativa, en el lenguaje, descaradamente lúbrico y procaz. «Pecadora: el dinero no le quitó lo ganosa y lo puerca» se titula esta historia de la serie Almas perversas.
Los hay contestatarios, hijos de Rius y herederos de la tradición litográfica mexicana, como el agudísimo Rafael Barajas Durán (El Fisgón), autor de «Mike Goodness y el cabo Chocorrol»; el chileno José Palomo Fuentes (Palomo), creador de la tira «El Cuarto Reich»; Antonio Helguera, tan certero en la línea como en la carambola; Gonzalo Rocha, introductor de los bebés banda, primero con «Los gachos» y luego con «El Evenflo»; Patricio Ortiz González, papá de El Pulgas, cuaderno de «Hombre Man» y patrocinador de «Los Miserables»; Antonio Garci Nieto, socio de El Licenciado y joven maestro del gag, como se muestra en «Las gallinas quieren pollo» (Siglo XXXI, 1996); el grandvilleano Damián Ortega autor de «Excelentísimas personas»; José Luis Diego Hernández y Ocampo (Trizas), creador de «Supersalario»; Ramón Garduño Hernández; Oscar Quezada Pablo (Tacho); José Hernández; Cintia Bolio; Rictus; Jans; y muchos más.
En Guanatos –la persignada Guadalajara– brotan terroristas de la pluma, como Josel, Reynals, Manuel Héctor Falcón Morales, –cultor de «Güilson, rey de la güeva»– y sobre todo José Ignacio Solórzano Pérez y José Trinidad Camacho Orozco (Jis y Trino), quienes por un tiempo aliaron disquisiciones herméticas y humor bobo para engendrar al Santos y a la Tetona Mendoza, la pareja de rudos más memorable del fin de milenio; pero también «La Chora», y ya cada quién por su cuenta, «Mátalas callando» y «Gato encerrado», de Jis, e «Historias del Rey Chiquito», «Crónicas marcianas», y «Fábulas de policías y ladrones», de Trino. La fulminante adopción de El Santos y La Tetona por un amplísimo sector del público revela que los apretados de Guadalajara son paradigma de la mojigatería nacional. En cuestión de moralina todos somos jalisquillos y a todos nos aliviana vicariamente el talante iconoclasta de El Santos y sus colegas. Pero si la mochería jaliciense es provinciana, también lo es la rebeldía guanata: Jis y Trino no son poetas malditos, sino moneros guarros que disfrutan exhibiendo los calzones flameados del Cabo. Y en verdad no es poca cosa, pues con frecuencia la liberalidad más sofisticada oculta balconeadoras pudibundeces de parbulario, como el insondable bloqueo a llamar las cosas por su nombre. Así, yo puedo escribir pipí, caca, culo, puta o teta, pero el estirado programa ortográfico de mi computadora simplemente no los reconoce. Ya por separado, Jis despliega una abismada comicidad pacheca apoyado por un dibujo barroco de asociación libre, mientras que Trino muestra un excelente oído para el habla coloquial –digno de Gabriel Vargas o Ricardo Garibay– y proclividad por el humor de Atotonilco el Alto: simplón pero llegador.

Figura 4: Portada del número uno de Histerietas, suplemento «de monos» del diario La Jornada, realizado por el mismo equipo que antes había hecho el Más o menos en el diario Uno más uno.
Siguiendo los pasos de Moebius, Dionnet, Druillet y Farkas, los Humanoides Asociados que en 1974 lanzaron la revista de culto Metal Hurlant, en 1991 Edgard Clément, Ricardo Peláez, Luis Fernando Henríquez, Damián Ortega y Avran, encabezados por Víctor del Real –el más aferrado de los editores zacatecanos–, publican El Gallito Inglés, que al fin del milenio andaba por el número 55. Para entonces la más importante revista mexicana con historietas de opción se llamaba Gallito Comics y también el equipo había cambiado: persistían del Real, Clément y Peláez, a los que se habían sumado Erick Proaño Muciño (Frik), José Quintero, Ricardo Camacho, Alejandro Gutierrez Franco y otros. El Gallito, que publica también cómics españoles y latinoamericanos, ha dado a conocer algunas de las mejores historietas mexicanas de autor del fin de siglo, como las del demonólogo, angelista y abismado Edgard Clément, quien es creador de la saga Operación Bolivar, un trabajo barroco y culterano influido por los collages de Dave Mc Kean y quizá por los mapas, caligrafías y tipografías empleados por Pierre Alechinsky, que mezcla mitologías precolombinas, revisiones de la Conquista y paranoya antimperialista con gran final en Tlatelolco un 2 de octubre, y cuyas obsesiones se prolongan en la hermética Incubus Sucubus. Vida cotidiana, ambientes chilangos reconocibles y experiencias que suenan a propias, caracterizan el trabajo ácido y melancólico de Ricardo Peláez, autor dotado de una sensibilidad política más intimista que panfletaria emparentada con la del español Carlos Jiménez. Peláez inauguró el milenio publicando en Vid una serie de cuatro fascículos donde el dibujante y el guionista tijuanense Luis Humberto Crosthwaite adaptan a la historieta «El complot mongol» de Rafael Bernal, clásico de la novela negra mexicana. La realidad del planeta Buba está en la plana; los protagonistas emblemáticos, temas metafísicos y lenguaje poético del filósofo subterráneo José Quintero no remiten a contextos reales, sino a mundos de tinta china cuyas convenciones provienen del underground norteamericano. A cambio de ser tardo e indeciso en el dibujo, Frik resulta un guionista excelente que en «Madre Santa» y «Caldito de pollo» presenta filosos retratos de familia, mientras que en las «Krónicas Perras», trabajadas gráficamente junto con Quintero y Camacho, anima a un irónico y corveniano superheroe canino. Ricardo Camacho, creador de «Perrodehabas», es un buen dibujante en busca de guiones, y Alejandro Gutiérrez Franco cultiva la fantaciencia cachonda con amanerada maestría. La última sorpresa de El Gallito es Pepeto, cuyas líneas puras y negros vertiginosos, sin tramas ni medios tonos, le sirven para crear un universo poblado por criminales bizarros y superheroes de asilo siquiátrico, como Zodd y Max, que no remite a su natal Celaya ni a su adoptivo Querétaro, sino, quizá, a los monos del argentino Carlos Nine.

Figura 5: Personajes de la política nacional ridiculizados como personajes clásicos de la historieta mexicana.
Nacido en torno al cabalístico 1968, el núcleo duro de los Gallitos, que hoy anima el Taller del Perro, no pertenece a la generación de la gran esperanza frustrada, pero tampoco a la del descreimiento total. Hay en ellos mucha ironía, una suerte de desencantado utopismo crepuscular y un espíritu crítico a veces intimista y otras metafísico, nunca panfletario. Nada tienen que ver con la tradición monera nacional, ni tampoco con el manga y los superhéroes convencionales. El fin de siglo los alcanzó entre los treinta y los cuarenta y haciendo historietas, de modo que para ellos el cómic no fue inclinación juvenil, sino vocación persistente. Tienen influencias: las historias testimoniales de Carlos Jimenez, el azote iconoclasta de Crumb, los superhéroes decadentes de Corven, la experimentación formal de Mc Kean, la vocación negra de Frank Miller, la nueva objetividad de Muñoz y Sampayo; pero también evidencian su gusto por la narrativa y la plástica no moneras. Publican en Gallito Comics, y a veces en La Jornada, Mad en español y los fanzines Slam! y Limbo. Además, son autores de libros de historietas como «Operación Bolívar», de Clément, «Fuego lento», de Peláez, y «Buba», de Quintero.
Hubo muéganos ácidos, como el colectivo Molotov, formado por los transgresores Bachan (Sebastián Carrillo), Bef (Bernardo Fernández), Carcass (Luis Javier García), Vera (Alfonso Escudero) y el Corrosión; animadores de una revista efímera pero de culto, en la que aparecieron antihéroes tan emblemáticos como «Fresa asesina», «Pipo el payaso» y «Tiburón travesti». Grupos dark, como La Caneca, que integraron los tenebrosos Octavio Romero, Martín y Ernesto Barragán, El Hueso y Carlos Ostos Sabugal, creador de «El hombre tlacuache».
Los dibujantes de nuevos hiperhéroes son anglófona legión: el mítico Francisco Solís Méndez, fundador del cómic alternativo en Monterrey y autor de «Criaturas de la Noche», con Edgar Delgado, Hugo Arámburo y otros dibujantes; Francisco Ruiz, creador de «B-Squad»; Alfonso Ruiz, hermano mayor de Psico Boy y animador de las ediciones Lulú Cómics; Manuel Martín, autor de «Fuerza Rem»; Rojas y Sánchez, pergeñadores de «Mantis»; Raga y Puerta, coautores de «Siamés»; Humberto Ramos, titular de «Némesis 2000»; herederos putativos del gran Walt como Edgar Delgado con su «Ultrapato» y sus «Valiants». Hay también héroes dark como el Lugo de Carlos García Campillo, Salvador Vázquez y Giovanni Barberi. A caballo entre el cómic alternativo y la industria, encontramos a Drucker! y Condonman, de El bachiller Rubén Lara, y Chamán, de Bachan.
De los fanzines escurren gores y góticos como Casasola, de Disinto; Sergio Moreno, de Necrocomic; Raly, de La Mordida; González Llarena y Salvador Montemayor, engendradores de Dramatus; Ricardo Gómez y Max, autores de Ransom...

Figura 6: El gallito inglés, emblema de la necia publicación altruista que duró diez años y sesenta números (1990-2000).
Un respiro entre tanto heroísmo y negrura son humoristas del cómic alternativo, como los hermanos Barragán, autores de «Hards´s y Marión», editados por La Caneca, Alberto Hinojosa con sus «Amazonas», y Polo Jasso, regio creador de «El Cerdotado».
Al calor del sol naciente florecen otaku de primera generación, como Oscar González Loyo, padre de «Karmatrón y los Transformables», y de segunda vuelta como Gabriela Maya, guionista de «Los Supercampeones del fútbol» (versión mexicana autorizada de los personajes de Tahashi) y autora, con Adalisa Zárate, de la serie I.doll, que apareció en la efímera revista comercial Toukán Manga, donde también se publicaron «Las aventuras de Gurobarú», de Oval y Rodrigo Ramírez, y «Rokk», de F. G. Hagenbeck y Salvatore Lavattiada. La influencia japonesa no tiene límites, y así como encontramos el cómic neozapatista «A la sombra de la revolución», de Raúl González López, editado por Mangage, se multiplican los manga hentai, como la mancuena «Chicas trabajadoras» y «Sexis divertidas y abusadas», que dibujan Oscar Medina y Jorge A. Resendiz, entre otros; «Meteorix 5.9 no aprobado», que escribe y traza Jorge Break y publica Toukán; y «Al borde de la fantasía y seducción 3x», que realiza el fanzineroso Alfonso Ruiz, tránsfuga de Lulú Cómics.
No faltan lobos solitarios en la nueva historieta: Manuel Ahumada, navegante de la noche chilanga y autor de «El cara de memorandúm» (Penélope, 1983), con guión de Jaime López, y del erotismo lánguido y los azotes de lonchería y callejón de «La vida en el limbo» (Fonca, 1997); el cachondo arcaizante Héctor de la Garza-Batorski (Eko), autor de «El libro de Denisse» (Grijalbo, 1990), y siempre tras la huella de Durero; Luis Fernando Henríquez, recreador del México profundo chocarrero, como se muestra en «La Blanda Patria» (Praxis, 1988); Alfonso Arau, monero («El Capitán Pelotas»), rockero («Botellita de Jerez»), performancero y autor del libro «La netafísica» (Planeta, 1989).
Los hay desbordados y obsesivos como Agustín Aguilar, autor de «El goloso de rorras»; poéticos, como Jorge Noé Lyn Almada (Noé), y Carlos Mario de la Cruz Portillo; soterrados y pringosos, como Javillo, Tacho y Merlín, perpetradores del fanzine Monorroides y colaboradores de La Jornada; nómadas, como José Cruz; paidófilos de Ciudad Satélite como Reyes y Ávila; de orgullosa exportación, como Felipe Galindo González (Feggo); metafísicos, como Abraham Cruz Villegas (Avrán); y rateros, como el ignoto Enrique Martínez. Hay también un par de moneras persistentes, la chamuca Cintia Bolio y la jornalera Cecilia Pego, de contundentes claroscuros y negro humor.

 

Omnipresentes

Las nuevas historietas se publican en todas partes, menos en las estragadas páginas de la rutinaria industria comiquera.
Los monitos mexicanos, que al adquirir vehículo propio se bajaron de los periódicos, han regresado al hogar. En los ochenta y noventa, prácticamente no hay cotidiano nacional que no combine el tradicional cartón político con alguna tira. Milenio diario, que nace con el nuevo siglo, publica cinco: «El Cerdotado», del regiomontano Polo Jasso; «Los miserables», del veracruzano Patricio; «Crónicas marcianas», del jalisquillo Trino; «El escribidor», de Teta; y tiras sin título genérico de Kabeza, además de un cartón críptico del también jaliciense Jis. Signo de los tiempos es la notable mayoría provinciana en los moneros de Milenio y el que cuando menos cuatro de ellos hayan comenzado publicando fanzines. En algunos casos han retornado también los suplementos dominicales con cómics mexicanos, de los que fueron vanguardia Más o Menos, del Uno más Uno e Histerietas, de La Jornada, así como los jalicienses Monobloc, de El Occidental; La mama del Abulón, de Siglo XXI; y Tu hermana la gordota, de Público.

Figura 7: Logotipo del contubernio neo-monero salido de las filas del Gallito Comics.
Prueba de que la historieta mexicana está adquiriendo prestancia cultural, es la publicación de los antes plebeyos monitos en la mayoría de las revistas y suplementos cultivados. Nexos incluyó a Falcón; Nitrato de Plata a Trino; Biombo negro una serie de Jaime López y Felipe Eherenberg, entre otras; La regla rota a Luis Fernando, Arau, Ahumada, El Fisgón, Eko y José Castro Leñero; Lumpen ilustrado a Feggo, Mongo, Vicente Vargas y varios más; Zurda a El Fisgón, Leticia Ocharán y otros; Complot, revista para armar, a Garci; Topodrilo a Oscar Luis y Montes Solís; Dos filos a Damián Ortega; Limbo a Daniel Ramírez y Vic Hernández; y la Pusmoderna publicó a Clément, Patricio, Trino, Jis, Mongo, Avrán, Cárdenas, Damián Ortega, Luis Fernando, entre otros. También hay monitos en revistas de nombres intensamente culturales como La nausea, Picahielo, Moho, La diarrea, etc.
Los horrores del régimen de Carlos Salinas, los errores del gobierno de Ernesto Zedillo y la pasmada transición mexicana a la democracia, han propiciado un auge de la caricatura política, tanto en cartones como en historietas, y el renacimiento de las revistas satíricas como El Chahuistle, El Papá del Ahuizote, El Guajolote y El Chamuco. También hubo cómics en revistas de humor político o blanco como las chilangas Rino, Lapiztola, Rhumor y Los Caricaturistas, y las provincianas Galimatías y La Mama del Abulón, de Jalisco, El Chicali Nius, de Baja California, Cacto, de Coahuila, El Monosapiens, de Quintana Roo; La Iguana, de León y Asteroide, de Celaya, ambas en Guanajuato, por mencionar algunas.

Figura 8: Portada del segundo número de Molotov y último en formato tabloide.
Dibujados con las uñas o con Macintosh, circulando en fotocopias o en el ciberespacio, los cómics alternativos y los fanzines son prolífica legión. Los hay perseverantes como El Gallito, o efímeros como Mono de Papel, y están los que sólo florecen una vez al año en la inminencia de las convenciones. Hay fanzines pringosos como Pelos-necios y relamidos como Animanga, multinacionales, como Slam! y localistas, como La tía de Vladivostok, de Xalapa, Veracruz. Algunos son contraculturales, como los cómics de Superbarrio y los de Molotov, y otros desconsoladoramente agringados, como «Ranson, the begining of the end», que publica The Comic Group. Aunque la mayoría aún es chilanga, ya son muchas las historietas de opción que se producen en el interior. Así, Trumática popular se dibujaba en Veracruz y Dramatus era de Tamaulipas; pero sin duda es Monterrey la segunda sede del fanzine y el cómic alternativo: al pie del Cerro de la Silla han aparecido Criaturas de la noche, Mantis, B-Squad, Siamés, Psycomix, Subkomyx, Estigma cerebral y El Cerdotado, entre otros.
Ideológicamente hay de todo, desde los anarcopunks de El Tirabuzón y las feministas de Esporádica, hasta los prozapatistas de A la sombra de la revolución, pasando por los neoaztequismos de Mix´q y los mormones que tiran línea en Aún estamos a tiempo.
Síntoma de los aires de reivindicación cultural que vive el cómic, es la frecuente publicación de monitos con lomo. Casi todos los libros gráficos de Rius fueron realizados expresamente para esta presentación, al igual que los de sus seguidores Javier Cavo Torres («Los Mayas», «Picasso en cubitos», etc., de Editorial Dante) y Miguel Ángel Gallo («Historia de México en Historietas», de Ediciones Quinto Sol, 1990), pero la mayoría de los libros de monitos agrupan trabajos publicados inicialmente en vehículos efímeros. Así, se han recopilado en forma de libro historietas de Magú («Hidalgo y sus gritos», con Enrique Krauze), Alfonso Arau («La netafísica»), Palomo («El cuarto reich»), Ahumada («La vida en el limbo»), El Fisgón («Las aventuras de Mike Goodness y el cabo Chocorrol»), Garci («Las gallinas quieren pollo»), Luis Fernando («La blanda patria y otras historias»), Jis y Trino («El Santos contra la Tetona Mendoza»), Eko («El libro de Denisse»), Kemchs («Los torcidos»), Clément («Operación Bolívar»), Peláez («Fuego Lento»), Quintero («Buba»), entre otros.
Cualquiera que sea su vehículo, es claro que los cómics del fin de siglo van dirigidos a minorías, a segmentos de un mercado cultural irremisiblemente balcanizado. Los tiempos en que los pepines emparejaban los gustos de la nación toda han quedado atrás. Lo de hoy son identidades particulares que se congregan en espacios totémicos: los raspas en el tianguis del Chopo y las tocadas de Netza, los nice en el Comicastle de Félix Cuevas y los conciertos del Metropólitan, los grafiteros frente a un muro, los tatuadores sobre una piel, los ciberpunk en una página de web. Por fortuna los tiempos unánimes son historia.

Figura 9: «El Cerdotado», delirante personaje que saltó del fanzín a la tira diaria en los periódicos Milenio y El Diario de Monterrey.
La mayoría de quienes realizan historietas para fanzines, revistas no tradicionales, diarios y suplementos, publicaciones culturales y libros, son jóvenes y constituyen una nutrida generación de neomoneros que debutó en el último cuarto del siglo. Pese a lo evanescente de un medio sin canon, cuyas obras mayores no pueden ser revisitadas, los nuevos tienen algunos referentes de la vieja historieta mexicana; en el gremio se reconoce a Antonio Gutiérrez, Santo de José G. Cruz, y se redita a Ángel Mora y Sixto Valencia, se admira a Rius, se homenajea a Gabriel Vargas, se rinde culto al Abel Quezada. Además, los neomoneros conviven con la generación intermedia formada por cartonistas-historietistas como Magú, Ahumada y El Fisgón, aunque estos tienen su raíz en la caricatura política más que en la tradición monera nacional.
Pero es la ruptura y no la continuidad lo que caracteriza al nuevo cómic; una historieta hecha en México, pero extrovertida, que se inspira en el underground californiano, el Metal Hurlant francés, los superhéroes norteamericanos o el manga japonés. Reacción legítima a la rutina de una industria monera nacional incapaz de renovarse. Y también una opción fértil, pues abrirse al mundo y remedar con desparpajo han sido premisa de los momentos más creativos del cómic nacional. La originalidad vernácula viene después, cuando las influencias se naturalizan.
La obra de estos neomoneros es sorprendente, impetuosa, diversa y a veces brillante, aunque no siempre lograda. Hay entre ellos autores excepcionales, pero como generación aún la caracteriza más la búsqueda que el encuentro, pues la falta de publicaciones suficientes, estables y remuneradoras favorece el amateurismo crónico e impide la maduración profesional. En muchos es evidente el desequilibrio entre la arriesgada experimentación y el precario dominio del oficio; entre el brillo del dibujo y la penuria de las historias; entre la seducción decorativa y el descuido en la claridad y la expresión; entre las muchas pretensiones y los módicos logros.
Los neohistorietistas mexicanos del fin de milenio navegan en un posmoderno slam de estilos y publicaciones; efímeras trascendencias que confraternizan a caballazos y tan pronto se alzan como se desploman. Son, si ha de haberlos, los moneros del porvenir.