7º Encuentro Internacional de Historietistas

Historieta chilena post dictadura
Renaciendo en la década del ochenta

 

Christian Gutiérrez (Christiano)
Historietista, Santiago, Chile

 

Resumen

Las últimas dos décadas del siglo pasado, vistas en la recopilación de las revistas de historietas chilenas. Un recorrido donde la autogestión parece ser el alma protagonista de un grupo de apasionados testarudos.

Abstract

The last two decades of the past century, viewed in the compilation of the Chilean comics magazines. A route where the selfmanagement seems to be the protagonist soul of an enthusiastic stubborns group.

 

Escasas huellas de una tradición

Aprovechando el impulso y como pequeña introducción es bueno consignar la época de oro de las publicaciones criollas, y me refiero precisamente a ese momento en que una importante editorial estatal llamada Zig Zag presta atención a las posibilidades didácticas y comerciales de la historieta.
Frecuente era ver por esa época los kioscos saturados de comics nacionales y extranjeros con tirajes impensables en la actualidad (cuando digo «la época de oro» me refiero desde principios de la década del cincuenta hasta principios de la del setenta, aproximadamente). Pero de la producción de Zig-Zag, que después se llamó Quimantú y luego Gabriela Mistral se puede hablar en otro artículo, aunque inevitablemente citar el silencio provocado por el cese de esta gran empresa es un referente constante para los que retomaron, una década más tarde, el nunca bien ponderado camino de la autogestión editorial.

 

Esos dolorosos pero contestatarios años de la década del ochenta


Figura 1: Portada del número 46 de La Firme.


Figura 2: Portada de Rayo Rojo número 3.


Figura 3: Portada de «Hijo de la Montaña».


Figura 4: Portada del número 0 de la fanzine Gnomon.


Figura 5: Portada del número 2 de la fanzine Tiro & Retiro.


Figura 6: Portada del número 2 de Catalejo,«cómic made en Vaparaíso»


Figura 7: Portada del número 7 de Beso Negro.


Figura 8: Portada de «Horacio y el Profesor».


Figura 9: Portada de «Sicario».


Figura 10: Portada del número 1 de La Dispersión del Afekto.


Figura 11: Una página de «Juan Buscamares. El agua» de Félix Vega (1996).
Un ambiente enrarecido y fuertes ganas de disidencia, salientes de una década despiadada, la más perversa, dictatorialmente hablando: así estaba Chile a comienzos de esa década. Todavía había silencio pero graciosamente surgían voces y nuevos nichos que nadie había visto, grupúsculos que confeccionaban fanzines, y todo tenía conexión; el rock era una frecuencia obligada, los poetas eran aliados y editores de revistas donde la historieta tenía lugar protagónico. Desde lo profundo surge La Castaña, de la mano del poeta e investigador de la historieta chilena Jorge Montealegre (colaborador de esta publicación), quien reunió a escritores y dibujantes para hacer una revista de pequeño formato, en glorioso papel kraft. Se agregan nuevos nombres al listado de fanzines: Tiro y Retiro, Sudacas, Gnomon. Un grupo de estudiantes de comunicación audiovisual se encaminan con Beso negro, apuesta rockera-teatral-historietística que ofrece una nueva hornada de personajes en los comics y en las letras (Kisco el Agudo, Jarry el Urba, El Dr Marmaja); uno de sus colaboradores, Carlos Gatica, funda el grupo musical Los Jorobados, citados inevitablemente en libros de historia del rock chileno y con el apoyo letrístico delirante del también Beso Negro Udo Jacobsen. Este experimento, lleno de guitarras bruscas y prosa desopilante, es en la actualidad considerado banda de culto, por los estudiosos del tema y también por una nueva hornada de muchachos punky que ven en ellos un cierto aspecto fundacional en materia rocanrolera criolla... Bueno, parece que ni Gatica, ni Jacobsen pueden corroborar a ciencia cierta esa visión tan juvenil y sobre valoradora de las cosas.
Esos veinteañeros aspirantes a audiovisualistas, inquietos y desenfadados son, hoy por hoy, treintones y casi cuarentones todavía inquietos y, de una u otra forma, todavía vinculados al mundo de la gráfica y el dibujo (me refiero específicamente a Gatica y Jacobsen), algunos de sus trabajos teóricos y prácticos se pueden ver en www.ergocomics.cl.
Para la segunda mitad de la década aquella la oposición al régimen se fortalece vertiginosamente, el rock no se calla lo que todos dicen en los pasillos, aparecen ediciones que pretenden trascender el perfil no-comercial de los fanzines: Ácido reúne a la esencia de los nuevos creadores, Matucanaque era un fanzine se pone pantalón largo y sale a kioscos junto a Bandido que prescinde totalmente de los contenidos irreverentes de sus contemporáneas: Trauko, proyecto dirigido al público adulto de dos españoles, Antonio Arroyo y Pedro Bueno, más una argentina, Inés Bagú, da el espacio a autores nacionales que entregan desfachatadamente sus contenidos. Una de las anécdotas comiqueras más recordada de Trauko fue el escándalo nacional y la misa de desagravio para limpiar el nombre y la imagen de la mismísima virgen del Carmen, encargada por el entonces almirante en jefe de la armada que ante una historia de navidad que mostraba dicharacheramente el nacimiento en un pesebre nada tradicional, el entonces ex miembro de la junta militar (esa misma que todos saben) no encontró mejor solución que recurrir al recogimiento ante posibles recriminaciones divinas. También había viñetas de descontento en El Cuete, Raff, Catalejo, esta última realizada integralmente en el puerto de Valparaíso.
Es justo consignar que, paralelamente, y por la incierta existencia y posibilidades laborales de y en los magazines de historietas surgen otros nuevos grupúsculos, algunos amparados bajo el alero de Trauko, que toman el toro por las astas y reinician el camino apoyados por esa noble institución llamada fotocopiadora.
Nombres surgidos de este limbo comiquero de fin de década son Cloaca, Yo la maté, Slum Comix, Barrio sur, Bazooka Joe, más un largo etcétera que ni el espacio ni la síntesis alcanzan a facilitar.
Se libran batallas campales con grupos monopólicos como los kioskeros y los distribuidores, de a poco se muere la flor para las publicaciones, se mantienen Trauko y Bandido llegando a la treintena de números, ambas cambian un poco el norte y empiezan a editar álbumes de autores nacionales contemporáneos, y así, sin querer queriendo, se vinieron los años de la década del noventa con la única certeza de que la democracia había llegado y ya no había que pedir permiso para hacer revistas.

 

Individualistas: autores, álbumes y cómo administrar un circo pobre sin morir en el intento

Un país demasiado lleno de expectativas ante el nuevo gobierno democrático, un sueño compartido por todos los creadores de la época se centraba en el inmenso horizonte de posibilidades artísticas que, se suponía, la democracia apoyaría sin problemas, mientras tanto las resistentes Trauko y Bandido continuaban en la lucha, buscando nuevos caminos de publicación para autores chilenos. Ya no estaba el dictador como enemigo reconocido (quién podía imaginarse cuantas garras le quedaban todavía por sacar) y las muchas promesas de país nuevo tendrían que seguir esperando en las gavetas de esos funcionarios oportunistas que decidían muy torpemente que era lo cultural y que no.
Antonio Arroyo, uno de los españoles de Trauko, crea Trauko fantasía proyecto paralelo centrado en la publicación de álbumes recopilatorios de personajes y autores de la revista. Así pues, salen al mercado varios libros: «Checho López, una historieta de la transición» de Martín Ramírez, que narraba las desventuras de un oficinista santiaguino con pésima suerte; también aparece «Blondi» de Lautaro Parra, historia ciber-punk en un mundo post-apocalíptico en que Blondi la mujer policía y protagonista reparte golpes y balazos por doquier.
Una mención aparte de lo realizado por Trauko fantasía es el álbum experimental «Historias, planetas, cerebros y átomos» del dibujante Claudio Galleguillos, más conocido como Clamton, y que reunía las historias cortas aparecidas hasta la fecha en Trauko. Digo mención aparte ya que el carácter intimista y surrealista de la obra de este autor es un hito jamás repetido en páginas de revistas chilenas.
Claudio Galleguillos, deserta de la mención grabado de la Escuela de Artes de la Universidad de Chile y se dedica a crear todo un microcosmo de seres casi vegetales con vidas que polinizan y cuestionan en un estilo gráfico incomparable. Actualmente, las dificultades para conseguir este libro (lejos el mayor acierto de esa casa editorial) da cuenta de lo frágil que es nuestra memoria de país que, dolorosamente y como siempre, se olvida de este Claudio-Clamton que leía la escritura de las flores y hacía que sus personajes con cabeza de pincel se fuesen «elevando, elevando, elevando para terminar en un orgasmo de angustia», así tal cual como él, que se tuvo que retirar antes, demasiado pronto, demasiado joven, tal vez ya sin ganas o sin encontrar coherencia posible al hecho de tomar de nuevo los lápices y empezar, una vez más, la dolorosa viñeta siguiente.
En paralelo, Javier Ferreras, editor y director de Bandido publica, con un sistema idéntico al de Trauko fantasía, un libro-resumen de las historias de «Anarko», personaje rockero de disquisiciones mesiánicas que, eternamente, huye de la policía por los cerros de Valparaíso. Esta es una creación del dibujante porteño Juan Carlos Cabezas (Jucca) quien, ni corto ni perezoso, continúa hasta hoy con la gestión editorial de sus trabajos.
Surge desde el barrio San Miguel, «Pato Lliro, crónicas del barrio sur», de Christiano y los hermanos Higuera. El Pato es el marginal chileno por antonomasia, el llamado pato-malo o delincuente juvenil, quien junto a su fiel comparsa Er Pelao viven sus aventuras en un Santiago salvaje que no siempre aparece en el discurso oficial de la época. En el transcurso de loa década del noventa, «Pato Lliro», ha tenido varios especiales que han ido dando diversos aspectos del protagonista y de los personajes secundarios que conforman todo este universo de marginales y perdedores reconocidamente santiaguinos.
Otra vez, Javier Ferreras arremete con dos álbumes: «Lebbeus Rahn», historia de ciencia ficción y paradojas temporales escrita y dibujada por el muy documentado Martín Cáceres, y también «Vampira», de Juan Faúndez, dibujante abducido casi por completo por la animación y el 3d.
Sigue «Anarko 2», esta vez editado por su propio autor, quien no deja de escuchar a lectores que encaminan por senderos similares a su personaje con «Pato Lliro», creación del capitalino Christiano. Ambos dibujantes conversan una y mil veces de reunir a sus hijos mal criados en una historia única. Pasa el tiempo y, como muchos otros, el proyecto nunca se concreta.
Llega la mitad de década y la tónica sigue siendo la del álbum de autor solitario aunque la idea de la revista colectiva nunca se abandona, ejemplos magazinescos son: La Mancha que iba por el lado del rock; Oxígeno que se encaminaba por la ciencia ficción; Arte Nueve que reunió dibujantes de aquí y allá, Banzai Manga primer fanzine inspirado en la historieta nipona, proyecto creado por Marcos Borcosky, alias Fyto Manga, el primer samurai-mangaka chileno.
Javier Ferreras, el mismo de Bandido, ya instalado con una imprenta y con el nuevo sello editorial Visual, vuelve con el formato álbum, esta vez no recopilatorio si no primera parte de trilogía. El libro se llama «Juan Buscamares: el agua» del joven artista Félix Vega, quien confiesa una temprana llegada al mundo del dibujo y el color en un entorno familiar de papá ilustrador-historietista-acuarelista notable, y de mamá pintora destacada.
Gracias a contactos conseguidos en un importante salón de cómic europeo, Félix consigue dibujar, desde Chile, la historieta erótica de Playboy en su edición española y con los guiones de Enrique Sánchez Abulí (sí, el mismo de «Torpedo»).
Un detalle por recalcar es que el dibujante que dejaba el cargo en Playboy era nada menos que el argentino Horacio Altuna.
También desde Chile, Félix consigue que una importante editorial española (Norma) edite en formato tapa blanda y dura y en colores su «Juan Buscamares: el agua», que avalado por las buenas críticas de los especialistas ibéricos, convierten a su autor en el primer dibujante de la nueva hornada chilena publicando en el difícil mercado europeo.
Asentado en Barcelona desde hace dos años, Félix Vega y su compañera Mónica han visto los frutos de la dedicación en el segundo álbum de la trilogía «Juan Buscamares: el aire», nuevamente editado a todo lujo por Norma, y con la ayuda de la acuarela avanzada de Oscar Vega, papá orgulloso y colega convencido de la viabilidad del proyecto.
Pero volvamos a Chile, mitad del decenio del noventa: a pesar de las ediciones que buscan una calidad cercana al álbum europeo, también se da otra vertiente en la realización de revistas experimentales ligadas a colectivos de arte multi-disciplinarios (o anti-disciplinarios). Un nombre importante y fundacional de esta variante es Kiltraza, que más que una revista sus gestores la sacralizan en casi religión, con caravanas y cortejos incluidos, obras de teatro y programas de radio, equipos de fútbol y grupos de rock de dudosa calidad.
Desde un tiempo a esta parte Kiltraza guarda silencio. Le sigue los pasos, aunque en un tono mucho más de cooperativa, La Nueva Gráfica Chilena con el egresado de arte de la u. De Chile Rodrigo Salinas (ex Kiltraza) a la cabeza, y también con el concepto colectivista y casi-militante de agrupación que publica revistas de autor, pero con una indisimulada búsqueda de calidad editorial. Otra agrupación para consignar es Sin-Huesos, con producción de revistas, videos y efectos especiales en historias que calan los idems, con textos desencantados y la devoción sicoanalítica de dos tercios de sus integrantes. Este capítulo, que podría llamarse Colectivos de arte y revistas experimentales, también da para un artículo aparte, ya que la cantidad de anécdotas casi dadaístas de estas agrupaciones deben ser relatadas extensa y detalladamente, sólo para deleite de entusiastas obsesivos.
Se forma Ergocomics, colectivo que reúne a guionistas, dibujantes y teóricos en torno al tema de la historieta, doce apasionados, doce como los apóstoles, que apuestan con dos álbumes: «Horacio y el profesor» de Gonzalo Martínez quien , después de publicar durante diez años su tira en el diario El Mercurio de Santiago, lanza este libro compilatorio especialmente pensado en y para el medio informático. El grupo se la juega también con «La ruta de los Arcanos 1», volumen colectivo que presenta historias con la premisa de estar inspiradas en los arcanos mayores del tarot.
Aparece una nueva edición de varios autores, esta vez bajo la dirección guionística del hermano mayor Miguel Higuera, que crea «Sicario», un joven asesino a sueldo que muestra una serie de códigos de honor y muchísimos balazos. Esta edición, a cargo de Visual (¡¡Ferreras, una vez más!!), reunió a una serie de autores de estilos distintos que es necesario mencionar: Félix Vega, Martín Cáceres, Jucca, el uruguayo Diego Jourdan, Carlos Laporte, Mauricio Herrera, Christiano.
Y a propósito de Mauro Herrera, por esa fecha y con sello –¡como no!– Visual este joven dibujante y diseñador gráfico irrumpe en kioscos con «Diablo», historieta de género con enmascarado que vuelve del más allá con superpoderes incluidos, y que fue, así como que no quiere la cosa, la revista inauguradora del uso del color digital. «Diablo» lleva hasta ahora más de diez números por donde han desfilado –siempre vigilados por el ojo avizor de Herrera– un grupo importante de guionistas y dibujantes.
Christiano gestiona –con el apoyo de Ergocómics– «Ojo Bizarro», libro objeto consistente en una caja de cartón con una especie de portada en su parte superior, y que en su interior alberga dos librillos de formatos distintos, el más grande «El bestiario de los perdedores» y el apaisado «Tiras trágicas», que muestran, a través de la poesía urbana, el relato melancólico y una buena dosis de humor negro, el momento íntimo que su autor necesitaba expiar. El tiempo y la historia se encargarán de decir si lo logró, o sólo fue una salida de madre de un historietista pretencioso.
Ricardo Vega, dibujante más cercano a la plástica, ya había editado años antes su libro experimental «Electroencefalograma», que era su visión gráfica y personal de la epilepsia, entendida como un cerebro sacudido por un sismo de proporciones. Era el 98 y Ricardo sorprende con «Sólo para uno» que imita el envase de una famosa marca de sopas en sobre, y en el que hay un aprovechamiento de las posibilidades gráficas usando elementos o materiales de bajo costo. Esta característica es una constante en el trabajo creativo de Ricardo Vega que ha influido notoriamente en las obras de varios de los colectivos de arte antes citados. (Sin lugar a dudas «Ojo Bizarro» debe, conceptualmente hablando, muchísimo a «Electroencefalograma»).
Llegan las noticias de Pinochet preso en Londres. Muchos celebran mientras el gobierno demócrata-cristiano de entonces declara públicamente su rechazo a la detención, aduciendo que la ropa sucia se lava en casa, y si alguien debía juzgar al dictador esa era la justicia chilena (un botón de muestra del llamado surrealismo criollo).
Casi por entonces, un autosuficiente veinteañero hereda una casa en la concurrida comuna de Providencia. El joven, además historietísta, sufre el ataque megalómano de instalarse con una editorial de cómics y, bueno, la casa se vende en una nada despreciable millonada de pesos, y permite a Jorge David, el joven dibujante y heredero, formar ediciones Dédalos.
En poquísimo tiempo cuelga en kioscos varios títulos, en formato comic book y en colores digitales. Aparecen bajo este sello: «Medianoche», con guión de Miguel Higuera y dibujos de Pablo Santander; «Katboxing», escrita por Francisco Amores y dibujada por Dreg; «Pato Lliro, recuerdos de cabrochico», con guión y dibujos de Christiano, además de la ayuda en tintas de Dreg y la escala de grises de Kuanyip Tangol; «Salem», de Francisco Amores y Mauricio Herrera; «Rayén», con guión y dibujos de Jorge David, quien crea esta historia que mezcla la mitología mapuche con el género policiaco, todo en una saga que tiene la virtud de ser historieta premonitoria al contar en viñetas un conflicto mapuche, que enfrenta a los hombres de la tierra con las fuerzas especiales de Carabineros.
Al poco tiempo de aparecida la revista, los medios, en el tono alarmista que les caracteriza, mostraban las avanzadas indígenas contra la construcción de una represa que hará desaparecer del mapa miles de kilómetros aún habitados por el pueblo mapuche. Un detalle para anotar es que el conflicto continúa hasta hoy.
Volviendo a Jorge David, sus ganas y entusiasmo se ven mermados por ese fatídico fantasma llamado mercado; resuelve detener casi todos los títulos, quedándose solo con «Rayén», que llegó al número diez (noviembre, 2001), y cuya edición responde al tesón de su autor-editor que ha visto cómo el sueño de la editorial y el amor inclaudicable por la historieta dejan también muchos dolores de cabeza y una cuenta llena de deudas.
Ergocomics insiste con el tarot y publica «La ruta de los arcanos 2» que recibe mejores críticas que el número anterior y permite que la historia «La rueda de la fortuna» tenga su versión para la televisión en el premiado programa «El show de los libros». Tres de los integrantes de este colectivo (el guionista Carlos Reyes y los dibujantes Ricardo Vega y Christiano) se lanzan a un proyecto que alcanza características de exabrupto gráfico: La Dispersión del Afekto se llama el engendro y es una revista con corte diagonal que da cabida a la ilustración y las letras en secciones como Actas parenésicas, o el comentario de cine basado en un filme inexistente. El bonus-track de La Dispersión del Afekto es un casete de audio, que contó con la colaboración de músicos de trayectoria rockera, y que en formato canciones recreaba los contenidos de la revista. Aún sus gestores discuten sobre la conveniencia de la aparición de un número dos.
Llega el 2000 y el mundo no se acaba, pilla a casi todos sin confesar y ante los vicios modernos no queda más que someterse: Ergocomics salta a la red con el sitio misceláneo (repetir el dato no necesariamente es redundar: www.ergocomics.cl), que permite lo que el costo en papel impide. Todos saben que la edición tradicional jamás será remplazada por el digital, pero todos olvidan el romanticismo un rato y con renovaciones que empezaron semanales, siguieron mensuales, continuaron indeterminadas, pasando por la exótica variante de subir material cada luna nueva y quedando hoy en la actualización casi mensual, instancia que ha permitido una cantidad de visitas nacionales e internacionales en un medio cuyo principal punto por destacar es la difusión rápida e interconectada, o sea, un gran catálogo de trabajos para los vítores o abucheos del mundo.
En ese mismo año, Udo Jacobsen, ex Beso Negro, hoy flamante ergocómico, inicia un proyecto de proporciones casi épicas: En el instituto profesional de artes visuales Arcos –donde Jacobsen hace clases hace mucho, mucho tiempo– instaura la nueva carrera «Animación y comics», apoyado por un cuerpo docente que incluye a varios integrantes de Ergocómics. Un espacio nuevo para las nuevas generaciones que, muchas veces decepcionadas por el dogmatismo de las escuelas artísticas tradicionales y la constante denostación hacia la historieta ejercida por las artes verdaderas, ven en este nuevo proyecto un nicho familiar de responsabilidad compartida con sus profesores, en un país que veta y reniega a sus creadores.
Termino este, aveces, tendencioso resumen del camino pedegroso entendido como la edición de revistas en Chile, poniendo un fin imaginario al comienzo del milenio, casi por comodidad, imaginando qué puede hacer la historieta ante los fatídicos eventos sucedidos en el mundo posteriormente.
No dejo de soñar el pequeño sueño de seguir haciendo revisiones de la producción editorial, así como corresponde al final de cada década, que los ímpetus y las voces de incomprendidos entusiastas continúen, aunque sea en el modesto formato de las viñetas que, inevitablemente, se convierten en pájaros emisarios del arte y la cultura, sobrevolando credos e intereses, alivianando en pequeñas brisas creativas aquellos combustibles y dolorosamente modernos vientos de guerra.