7º Encuentro Internacional de Historietistas

La onomatoepopeya

 

Ricardo Peláez
Historietista, Ciudad de México, México

 

Resumen

El Taller del Perro resultó un tránsito desde Gallito Comics para los jóvenes artistas que proponían otra alternativa de lectura del cómic y que halló un eco favorable en un reducido grupo de lectores, fiel exigente. Hay aquí un ejemplo posible de imitar y obtener resultados en otras fronteras.

Abstract

Actually the Taller del Perro was a way from Gallito Comics for young artist who wanted another alternative to apreciate the comic and than found an answer in a small group of faithful readers. Here we have a possible example to imitate in order to obtain good results anywhere.

 
«Bienaventurados aquellos que están en el fondo del pozo, pues de ahí en adelante todo es ir pa´arriba».
Joan Manuel Serrat
 
El núcleo que actualmente conforma el Taller del Perro (Clément, Quintero y yo), o sea, los que pagamos la renta mensual del local de la colonia Portales, fuimos primero co-fundadores de la revista Gallito Comics, en 1992. Para entonces llevábamos ya tres años intentando infructuosamente publicar una revista que ya tenía nombre e inclusive estaba maquetada, y se llamaba El Golem. Según nuestros cálculos la editorial que nos comprara el proyecto tendría que pagar diseño, titularidad del nombre, cada página de historieta y hasta regalías... Ubiquémonos: todos rondábamos los 20 años (era el final de la década del ochenta) y teníamos la energía y la ingenuidad de la juventud, y lo único que sabíamos con certeza es que queríamos dibujar. Si sabíamos hacerlo o no, no importaba: incluso creíamos que la historieta en Europea vivía un gran momento y nuestras influencias estilísticas provenían más de allá y del cómic gringo que de la tradición historietística nacional de la que sólo nos tocó la decadencia.

Figura 1: Portada del número 5 de la colección La Corneta, que consiste en nueve minicómics de otros tantos autores.
Para cuando Víctor del Real nos propone hacer El Gallito Inglés, habíamos pagado de sobra nuestra cuota de desencanto que incluía la apropiación del nombre de El Golem por una editorial que sacó su propia revista de historietas y en la que finalmente no colaboramos. Por cierto, aquella solo duró cuatro números y siempre sospechamos que el proyecto se empleó para justificar pérdidas financieras.
Víctor ya había visto desfilar delante de él otros intentos fallidos de revistas de cómics. Y con ese material y el que nosotros habíamos acumulado se hicieron los primeros números del Gallito. Él era editor de diversas revistas culturales y tenía los conocimientos que se requerían para emprender este proyecto. Lo que Víctor sabía es que, en México, la cultura no le importa al gobierno, la cultura no es negocio, la historieta no es considerada cultura y por lo tanto no tiene respaldo institucional.
Su premisa fue no distribuir la revista en puestos de periódicos que estaban, y lo siguen estando hasta la fecha, controlados por la poderosa mafia corporativista de los grandes editores de revistas. Pretender hacerlo implicaba obligarse a hacer tirajes de por lo menos diez mil ejemplares para cubrir los más de ocho mil puestos de periódicos que hay en la ciudad, con el agravante de que lo recaudado por la venta de los dos primeros números se obliga el editor a «donarlo» a la organización de voceadores y expendedores de periódicos. Se cuentan por docenas las publicaciones que han sido reventadas por este sistema. Los primeros números consumen todos los recursos con la esperanza de llamar la atención de los lectores, y con el paso del tiempo, y sometidos a una competencia desleal contra aquellas ediciones que pueden comprar su hegemonía en el espacio del expendio de revistas, van reduciendo páginas, calidad de impresión y volumen de tiraje, esperando una hipotética capitalización que nunca llega, hasta desaparecer definitivamente.

Figura 2: Portadilla del minicomic «Planeta Buba».
Nuestra novedosa fórmula tenía garantizado su funcionamiento: nadie cobraba, ni el director-editor, ni los escritores, ni los dibujantes, ni el diseñador. El dinero que se generaba por las ventas circulaba exclusivamente entre el distribuidor, el impresor y los libreros. Semejante apostolado digno de la Madre Teresa de Calcuta no pudo fracasar: como no esperábamos nada, todo era ganancia. En esta posición se combinan varios elementos: cariño por nuestras respectivas actividades y el medio de la historieta, conciencia de que el desarrollo de la historieta es un proceso largo que pasa necesariamente por una etapa de construcción... y, por supuesto, algo de estupidez.
Aún a la distancia, no nos explicamos qué nos llevó a ver en la historieta una opción de vida. Ninguno tenía en su casa algún antecedente y nadie conocido trabajando en la industria editorial, todos éramos, por decirlo de algún modo, una anomalía vocacional. La referencia nacional más próxima, por sobre de la historieta, eran los cartonistas políticos de izquierda, Rogelio Naranjo, Helioflores, Magú y la siguiente generación: El Fisgón, Helguera, Ahumada, Rocha (cabe la precisión, pues eran los menos, la mayor parte de ese gremio estaba cooptada por la corrupción que los convertía en serviles aduladores de las políticas gubernamentales). Mención aparte merece Eduardo del Río (Ríus), quien no solo fue el único de ellos que consolidó una trayectoria como historietista, sino que además nos educó ideológicamente a través de sus libros.
Todos ellos conformaron un equipo que editó en tres distintas épocas La Garrapata, una revista ya clásica, de crítica política, mordaz y valiente en tiempos en los que el ejercicio de la libertad de expresión costaba. La última, a principios de la década de los ochenta. Ese fue el único espacio que dio cabida a la expresión gráfica reflexiva e irreverente. En ella debutaron muchos dibujantes que luego fueron colaboradores del Más o Menos, suplemento de monos coordinado por Bulmaro Castellanos (Magú) en el diario Uno Más Uno. Un poco después, Magú continuaría su trabajo editorial en el diario La Jornada con el nombre de Histerietas, bajo un criterio ciertamente gregario, que sin embargo daba espacio a una considerable cantidad de jóvenes dibujantes. Ese es el punto de partida de nuestro proyecto editorial. Ahí, en la antesala de horas y ante los desdenes de Magú, llega la pregunta obligada: ¿para qué depender de la disponibilidad de este espacio? ¿por qué no hacer nuestra propia publicación? Quizá si hubiéramos entendido entonces a lo que nos enfrentaríamos hubiéramos preferido seguir haciendo antesala, hubiéramos buscado otras antesalas o hubiéramos dejado el dibujo. Aún estábamos a tiempo.

Figura 3: Lámina del «Dramatis personae» de la edición en un solo tomo de la novela gráfica de Edgar Clément, «Operación Bolívar».


Figura 4: Viñeta de «Krónikas perras», de Frik.


Figura 5: Portada de la última época de la Garrapata. Obsérvese la absoluta vigencia y actualidad del tema.


Figura 6: Cuadro de la historieta dibujada por Humberto Ramos para el «Sensacional de chilangos», con guión de Cément.


Figura 7: Portadilla para «Madre santa», dibujo de Peláez para el excelente guión de corte«costumbrista» de Frik.
En Ciudad de México en ese entonces había sólo un par de tiendas especializadas en cómics (norteamericanos, de superhéroes, en sus ediciones originales y sin traducir). Los pocos ejemplares de cómic europeo que llegaban tenían precios exorbitantes y el medio cultural y editorial era hostil y prejuicioso (aún más de lo que lo es ahora) hacia el lenguaje de la historieta.
De modo que lo nuestro ha sido básicamente terquedad, y la más importante ventaja que hemos tenido en nuestro quehacer (quizás la única) ha sido la que reza el refrán: «En tierra de ciegos el tuerto es rey». En un panorama de decadencia de la industria historietística nacional comercial, y un creciente auge del cómic gringo, la propuesta autoral que presentábamos tuvo buena recepción... en el reducido grupo de lectores que buscaban otras alternativas de lectura. Y ahí ha radicado precisamente nuestro sino: un público fiel, exigente, con expectativas altas de lectura... pero minoritario por definición.
El tránsito de El Gallito al Taller del Perro se dio cuando empezamos a desear tener más control sobre el destino de nuestro trabajo. En El Gallito teníamos la certeza de que nuestras historietas eran respetadas y valoradas como un trabajo autoral, pero también entendimos que jamás viviríamos de ello. Nos pareció restringido el esquema de militancia férrea que se rehúsa a tener que ver con planteamientos más dinámicos de mercado y partimos con la hipótesis de que la creación libre y éticamente comprometida no esta reñida con las ventas. Un planteamiento creativo que sea capaz de conservar su esencia y funcionar eficazmente en lo administrativo (algo que atisbamos como factible pero que todavía no conseguimos por falta de disciplina).
La primera publicación en aparecer en la nueva etapa de «independencia» del Gallito –incluso sin el sello del taller, pues aún no había sido bautizado–, fue «Fuego lento», la recopilación de mis historietas. Pagada por mí mismo, pidiendo prestado a la familia y empleando los negativos de todo aquello que había sido previamente editado en el Gallo, tuvo una limitadísima distribución de mano en mano que sirvió para entender en carne propia las dificultades de esta parte del proceso de edición, hasta entonces para nosotros desconocida.
Ya con el sello del Taller, y aprovechando también los negativos del Gallito, pues la novela se había publicado por entregas en la revista, le siguieron «Operación Bolívar» de Clément, coeditada con Ediciones del Castor, una micro-empresa familiar que absorbió el gasto de papel e impresión (parte del cual Clément aún debe) y «Krónikas perras», de Frik, en las que se reciclaron una vez más los negativos de lo previamente publicado en el Gallo mientras que el costo de papel e impresión corrieron por cuenta del autor.
Un paso cualitativamente significativo lo constituyó el volumen recopilatorio «Buba Comix» de José Quintero, pues por primera vez Vid, una vieja e importante casa editora especializada en historieta industrial, publicaba un material totalmente ajeno a su esquema de producción (al momento, básicamente traducciones de superhéroes Marvel y DC). En el trato con esta editorial se firmó por primera ocasión un contrato de regalías del 10% para el autor, se tiraron 5 000 ejemplares, (rebasando el tope de 1 000 ejemplares de nuestros otros libros) y se alcanzó una difusión continental en todos aquellos países en los que distribuye sus ediciones. El libro se entregó con los negativos completamente armados, y en la portada figura el logo del taller.
Por esas fechas se inicia la publicación, también con editorial Vid, de «El complot mongol», adaptación al cómic de un clásico de la novela negra mexicana de la década de los sesenta, hecha por Luis Humberto Crosthwaite y dibujada por Ricardo Peláez. La edición se suspende indefinidamente en la mitad, por dificultades en la posesión de la titularidad de los derechos de la novela, pero se espera que se concluya próximamente. Por primera ocasión, para un proyecto nuestro, una editorial paga la elaboración del guión y el dibujo.
En el año 2000 y a solicitud del gobierno izquierdista de Ciudad de México, el Taller del Perro coordina la edición del volumen «Sensacional de cilangos». La premisa: plasmar en historieta Ciudad de México a través de la mirada de siete autores. Varios son los aspectos a destacar: se dio absoluta libertad creativa a los involucrados, el volumen tuvo un carácter totalmente lúdico y recreativo; no propagandístico, didáctico o panfletario.
El tiraje (de 25 000 ejemplares cada uno) se distribuyó gratuitamente entre jóvenes de distintos puntos de la capital. Hacía veinte años que la historieta no recibía la atención de una instancia gubernamental.
En contra cabe decir que debido al relevo de administración no ha habido continuidad en el interés.
Así pues, los cuatro años que lleva de constituido el Taller del Perro han significado la ampliación y el desdoblamiento de nuestras actividades hacia ámbitos ajenos al dibujo aunque relacionados con la historieta (talleres y conferencias sobre cómic para niños y jóvenes, distribución de publicaciones propias y de otros grupos y autores independientes, exposiciones de cómic e ilustración).
Esto nos ha permitido profundizar en el análisis de la situación de la historieta y afinar y enfocar nuestros objetivos: la creación de un grupo dedicado a la elaboración, difusión y promoción de la historieta y su inserción en un panorama cultural con un sentido interdisciplinario, con objetivos a corto mediano y largo plazo... contribuir, en suma, a crear una industria cultural autóctona y cosmopolita.
La situación futura es incierta y paradójica: México es un país con uno de los más bajos índices de lectura pero con uno de los índices de lectura de historieta más altos del mundo, sólo por debajo de Japón. Y no obstante, historieta es todavía sinónimo de entretenimiento de baja calidad, analfabetismo funcional e incultura.
Por su parte, el contexto económico no da mucho lugar a las buenas expectativas. El país es administrado como si se tratara de una franquicia multinacional en la que el aporte nacional es la mano de obra y los recursos naturales a bajo costo.
La cultura, y consecuentemente la historieta, siguen siendo aún una labor a contracorriente.