Vera historia del indio Patoruzú

 

Fernando García, Hernán Ostuni Rocca
Investigadores, Buenos Aires, Argentina

 

Resumen

Creado en 1928 para las páginas del diario Crítica, Patoruzú se enarboló como el personaje más representativo de la historieta argentina, pese a ser muy discutido en su autenticidad. Discusión tal vez sin sentido, ya que la representatividad del personaje no se encuentra en su posibilidad racial, su origen, su habla o en el discurso político aparente, sino en el entorno en el que está sumergido y en el desempeño de los comparsas que encaran los roles de tipos humanos. Es por eso que su creador, Dante Quinterno (1909-2003), ha expresado a través de su criatura la fluctuante realidad político-social de Argentina. Fue golpista apoyando a Uriburu en el derrocamiento de Irigoyen en la década del treinta, socialista en la del cuarenta, moderado durante el primer gobierno de Perón , para terminar eclipsando sus propias virtudes al ser adoptado como mascota del proceso de reorganización nacional, que a partir de 1976 sumió a Argentina en la más sangrienta dictadura de su historia.

Abstract

Created in 1928 for the pages of the newspaper Critica, Patoruzú rose like the most representative character in the Argentinean comic, in spite of being very discussed in its authenticity. Discussion, perhaps senseless, since the character's representativeness is not in its racial possibility, its origin, its speech or in the apparent political discussion but in the environment in which is submerged and in the disengagement of the supernumeraries that face the lists of human types. It is for that reason that its creative Dante Quinterno (1909-2003) has expressed through his creature the fluctuating social politician reality of Argentina, was golpista supporting Uriburu in the overthrow of Irigoyen in the decade of the thirty, Socialist in the forty, moderate during Peron's first government, to finish eclipsing his own virtues when being adopted as mascot of the process of national reorganization that sank to Argentina in the bloodiest dictatorship in its history starting from 1976.

 
En 1923, en Polo Grounds, Estados Unidos, Luis Ángel Firpo tiró a Dempsey fuera del ring. Aunque más tarde perdiera la pelea, la trompada de Firpo causó estragos en la fantasía de los argentinos. Los lectores de Páginas de Columba (que tenían una sección en la revista donde les publicaban sus trabajos) inundaron la redacción con ilustraciones del histórico momento. Uno de esos trabajos había sido realizado por un joven de catorce años que, más tarde, marcaría a fuego la historieta argentina. Su nombre: Dante Raúl Quinterno.
Quinterno, discípulo del legendario «Mono» Taborda, comenzó a dar a conocer sus trabajos en distintas publicaciones. El 29 de julio de 1925 crea, para la revista El Suplemento, «Panitruco», con guión de Carlos Leroy, y en 1926 para La Novela Semanal realiza «Andanzas y desventuras» de Manolo Quaranta, contando las peripecias de un hombre maduro. Ese mismo año, Quinterno desarrolla «Don Fermín» (futuro «Don Fierro») para Mundo Argentino. En 1927 comienza a publicar en el diario Crítica la tira «Un porteño optimista», que más tarde cambiará su nombre por «Las aventuras de don Gil Contento». Durante este primer año, la tira de Gilito (así lo llamaban) transitó los carriles clásicos de la comedia. En octubre de 1928 se produciría el hecho más importante de su vida como historietista, al incorporar a un nuevo personaje: un simple indio tehuelche de la Patagonia.

 

Los orígenes de un cachique

El cacique de la Patagonia entra en la tira por la puerta grande, como si fuera conocedor de su exitoso futuro. El miércoles 17 de octubre de 1928 el diario Crítica anunciaba: «Don Gil Contento adoptará al indio Curugua-Curiguagüigua». El 18 un nuevo cartel anunciaba: «Mañana debuta el indio Curugua-Curiguagüigua».
Finalmente, el 19 de octubre, en el primer cuadro de la tira de don Gil Contento, desde la puerta de un tren carguero, el indio grita: «¡Guagua! ¡Piragua! ¿Vos sos meu tutor, chei? Curugua-Curiguagüigua te saluda», a lo que Gilito responde: «¡Por fin llegaste, Patoruzú! Te bautizo con ese nombre porque el tuyo me descoyunta las mandíbulas». Lo cierto del caso es que Muzio Saenz Peña, al ver los anuncios, le había sugerido a Quinterno que cambiara el nombre de su indio, porque nadie lo recordaría como Curugua-Curiguagüigua. El «seudónimo» de Patoruzú tuvo origen en un caramelo negro que por entonces se vendía en las farmacias: la Pasta de Orozuz.

Figura 1: Primera aparición de Patoruzú en erl diario Crítica de 19/10/1928. A esta tira de un viernes siguió una página sabatina , siendo esta la última entrega de la serie.
La trama es simple: el tío de Gilito, radicado en Chubut, tutor del último Tehuelche Gigante de la Patagonia, antes de morir le pide a su sobrino que se haga cargo de Curugua-Curiguagüigua como si fuera un primo o un hermano. Así, don Gil Contento, por respeto a su difunto tío, se ve obligado a convertirse en el nuevo tutor del indio. Como ya se dijo, el 19 de octubre el titular de la tira se encuentra con el tehuelche y su avestruz acompañante, Carmela. Al día siguiente, tras recorrer las calles de la ciudad y descubrir la luz eléctrica, Curugua-Curiguagüigua frustra el intento de Gilito de apoderarse de sus pepitas de oro, encontradas en Chubut por Carmela. Esta sería la última vez que los lectores de Crítica verían al indio en sus páginas, ya que la tira fue levantada.
Veintiséis días después, en diciembre de ese mismo año, Quinterno inicia «Don Julián de Montepío» en La Razón. La tira cuenta las aventuras de un típico vivillo porteño que embauca a cuanta persona se le cruza en el camino. Don Julián es un playboy del Chantecler (local donde concurre habitualmente), tiene alrededor de veinticinco años y aires de millonario industrial o comercial. Completan el elenco su novia Lolita, su valet Cocoa y su amigo aristócrata Tito Meñique. Julián –claro antecedente de Isidoro Cañones– será el protagonista absoluto de la serie durante dos años aproximadamente, hasta que un indio ingenuo y millonario de la Patagonia aparezca en escena.
La historia de Patoruzú en su segunda aparición no difiere mucho de la que presentara en Crítica. Explica La Razón el 27 de septiembre de 1930, día en que reaparece el indio: «He aquí que, de la noche a la mañana, Julián se encuentra apadrinando a un indio del sur, por virtud de una curiosa herencia de un tío de nuestro héroe, el finado Rudecindo. El indio Patoruzú es el último vástago de la tribu de los Tehuelches e hijo de un rico cacique de la Patagonia, quien, al morir, deja al huérfano en las manos del tío Rudecindo. Este a su vez, sintiéndose cadáver, envía a Buenos Aires al indio ingenuo y lleno de oro, bajo la tutela de Julián».
Al igual que en Crítica, Patoruzú baja del tren carguero acompañado por un avestruz (en este caso macho) de nombre Lorenzo, y trae consigo una bolsa llena de pepitas de oro, motivo por el cual Julián acepta apadrinarlo.
El desarrollo de la primera aventura en La Razón es una continuación de lo esbozado en Crítica. Al ver la fortuna de su ahijado, Julián decide quedarse con ella haciéndole creer a Patoruzú que las monedas están embrujadas, valiéndose de un bar automático para demostrarlo. El indio incrédulo está ya casi convencido cuando la aparición de uno de sus peones del sur, que le explica el verdadero valor de las pepitas, lo salva de las maquinaciones de su padrino. Al promediar la aventura, Lorenzo termina rostizado en un restaurante.
Poco a poco, día a día. la popularidad del indio fue haciéndose mayor, relegando a un segundo plano la figura de Julián. Finalmente la tira tomó el nombre de «Patoruzú» (agosto de 1931).

 

Surge una nueva galería de personajes

El 11 de diciembre de 1935 «Patoruzú» pasa a publicarse en el diario El Mundo, hecho que motiva la creación del primer sindicato de historietas en nuestro país, el Sindicato Dante Quinterno. A partir de este momento comienza la época dorada de «Patoruzú», reflejada en la nueva galería de personajes que aparecen en la tira.

Figura 2: Segunda aparición del indio, que en este caso terminó siendo titular de la serie (diario La
Razón de 27/9/1930).
En su primera aventura, el indio arriba a Buenos Aires y, cansado y aburrido de pasar su tiempo en el hotel, decide ir a dar una vuelta por el puerto. Allí encuentra un circo regenteado por Isidoro, donde este anuncia: «¡Cien pesos al que venza de un golpe de maza a “Juaniyo” el gitano invencible!». Después de observar la derrota de algunas personas que pasaban por el lugar, Patoruzú intenta suerte a puño limpio y destroza al «invencible» Juaniyo. Más tarde, dentro de la carpa, Isidoro le cuenta al indio su desgracia: «¡Este pequeño circo era mi medio de vida, y el gitano mi principal atracción! ¡Estoy arruinado!». Lola, la mujer del gitano que ha oído todo, intenta acuchillar a Isidoro, pero es detenida a tiempo por Patoruzú, que le entrega $ 500 como indemnización por la paliza que le ha aplicado a su marido. Agradecida, la gitana lee la mano del indio, pronosticándole varias aventuras y revelándole: «Veo un hombre cuyo destino está unido al de usté y que guiará sus pasos! Ese hombre es... ¡er señó Isidoro!» . De esta forma el cacique tehuelche encuentra a su nuevo padrino, que con el correr del tiempo ganaría un apellido (Cañones) y desarrollaría su carácter aprovechador y mezquino –aunque en el fondo de buen corazón– hasta transformarse en el playboy de la noche porteña.
En 1936 Patoruzú gana una página en colores en la revista Mundo Argentino y sus tiras comienzan a publicarse en gran cantidad de diarios del interior del país. Aparece también el primer número de la revista Patoruzú (10 de noviembre de 1936).
En 1937 el indio recibe una carta de su capataz Ñancul (no aparece graficado) por la cual los lectores se enteran que tiene solamente veintidós años. En este episodio aparece una figura de mucho peso en la historia de Patoruzú, aunque no sea partícipe directo de las aventuras y sí forjador de alguna de ellas. Estamos hablando del Tata Patoruzú I, cuyo espíritu influenciará al cacique en varias oportunidades. En esta intentará unirlo en matrimonio con una mujer casada y con cinco hijos.
En la siguiente historia hacen sus apariciones gráficas Ñancul y el espíritu del Tata. Ñancul llega a la ciudad para contarle a Patoruzú sobre la aparición extraña que acecha en su estancia. Junto con Isidoro el indio descubre (gracias a una carta) que esa aparición es en realidad su hermano menor Upa, condenado a estar encerrado en una cueva por haber nacido deforme y sietemesino y no haber gritado «¡Huija!» al nacer. En esta aventura nos enteramos también del origen faraónico de la familia Patoruzek, y reaparecen el gitano Juaniyo y su mujer Lola.
Paseando con su caballo Pampero por los bosques de Palermo, Patoruzú aparece de repente en la arena del hipódromo. Creyendo que el jockey está en peligro, el indio lo sobrepasa con su montura, situación que es aprovechada por Isidoro para inscribir al caballo en la Copa de Oro. Montado por Patoruzú, Pampero gana la copa, lo que le representa a Isidoro $ 719,80 por cada dos.
En 1938 Patoruzú escribe una carta a Ñancul contándole la vida que llevan en la ciudad. Al escuchar la lectura del capataz, la Chacha Mama llega a la conclusión de que en esa casa hace falta una mujer, por lo que decide viajar a Buenos Aires. La Chacha Mama, ama de leche del indio porque no había vaca que lo engordara, es famosa por sus empanadas y su pipa.
No se producirían nuevos ingresos hasta el episodio que transcurre entre los números 1148 y 1163 de la revista semanal (7/12/59-21/3/60) en que aparece Patora, hermana del indio y tan fea como él, enamoradiza como ninguna del primer hombre que se le cruce, porque para ella todos son de su «tipo».
Por último, mencionaremos al dueño del hotel, Pierre, francés de nacimiento, que acompañó al indio Patoruzú desde sus primeras aventuras; es primo de Gastón Guillotín –archienemigo del indio– pero no tiene los instintos criminales de su familiar y su relación es amigable con Patoruzú y los suyos, aunque alguna vez secundó a Gastón en sus fechorías (episodio iniciado en el no. 444 de la revista, 18/3/46).

 

Las características de Patoruzú

Mucho se ha hablado y escrito sobre el carácter del indio, por eso estimamos conveniente reproducir estas instrucciones escritas por el propio Dante Quinterno a los guionistas que trabajaban en las aventuras de su héroe patagónico, extraídas del catálogo de la Sexta Bienal «100 años de humor e historieta argentinos», realizada en Córdoba en agosto de 1986.

 

Semblanza de Patoruzú

El indio Patoruzú es un símbolo universal en el que se conjugan todas las virtudes, inalcanzables para el común de los mortales.

Figura 3: Portadilla de presentación del no. 1 de Patoruzú (12/11/1936). Primera tira en El Mundo (12/12/1935).
Patoruzú es el hombre perfecto, sin hacer la salvedad de «perfecto dentro de la imperfección humana», sino realmente perfecto, o sea que configura al ser humano ideal que todos quisiéramos ser. Si se tiene siempre en cuenta esto, no le será difícil al guionista encuadrar sus acciones y sus reacciones dentro de los límites compatibles con esa perfección ideal.
Por ejemplo: Patoruzú jamás vacilará en quitarse el pan de su boca para alimentar al que esté más necesitado. Nunca se le mostrará borracho o fumador, ni poseído por ningún otro vicio. Su alma es la presa más codiciada de Satanás, quien tendrá que resignarse a no alcanzarla nunca.
Patoruzú es crédulo, y para él todo es cierto mientras no se pruebe lo contrario. Si bien su bondad podría alcanzar límites extremos, no es tonto ni necio. Dentro de su primitivismo posee gran inteligencia natural. Su nobleza de alma es inigualable, aun en el caso en que, por exigencias del argumento, debiera crearse un personaje de auténtica benignidad.
Generoso en extremo y dueño de una tan incalculable como inagotable fortuna, su dinero, antes que suyo, es de todo aquel que lo necesite.
Siempre e invariablemente sale en defensa del débil. Patoruzú se juega íntegro por una causa noble. Impulsivo y arrollador cuando se trata de realizar una obra de bien, no mide riesgos ni perjuicios físicos o morales, como tampoco mide la trampa que pueden tenderle los enemigos con los que deba enfrentarse. La gama de los bandidos que le salen al paso va desde el simple cuentero del tío, que trata de embaucarlo con el camelo del desalojo de la madrecita enferma, hasta el cerebro de la alta delincuencia internacional en sus formas más siniestras.
Patoruzú es un hombre simple y sencillo, sobrio y estoico en extremo, buen creyente, seguro de sí mismo, pero no fanfarrón; es la antítesis del egoísmo, sumamente modesto y jamás presuntuoso, extrovertido y de una gran sensibilidad dentro de su fuerte carácter masculino. Como si la carga que por propia voluntad se ha echado encima fuera poca, al constituirse en defensor incondicional de todo ser humano necesitado de ayuda, dos seres dependen de la permanente protección del indio Patoruzú: su hermano menor Upa, merecedor de todo el apoyo que Patoruzú pueda brindarle, y su padrino Isidoro, quien, por el contrario, es nada digno del amparo que busca y exige de su ahijado.
Patoruzú tiene un compañero inseparable que lo sigue desde sus primeras mocedades: su caballo Pampero, cuya semblanza se ha tratado aparte. A sus patas Patoruzú es capaz de apostar todos sus bienes, hasta el último peso, el último metro de tierra, la última de sus ovejas y hasta su poncho. Pero no como jugador, sino, sencillamente, porque no hacerlo sería dudar de la inmensa calidad de Pampero. ¡Sería inferir una ofensa a su noble flete!
El indio Patoruzú tiene en el rincón de las cosas dilectas de su corazón una «intocable»: la memoria venerada del tata, y la de sus antepasados, y quien osara ultrajarlas, se estaría jugando la integridad de sus huesos.
Patoruzú no es de ninguna manera cerebral, y se deja arrastrar libremente por los dictados de su corazón. Ello no significa que dentro de su naturaleza impulsiva no sea analítico, pero solamente después de haber resultado víctima de un chasco o una desilusión cualquiera.

 

Patoruzú y el sexo femenino

Patoruzú no es un misógino; es solamente tímido con las mujeres y se sonroja ante la más ligera mirada femenina.
Sigue idealizando y respetando al sexo débil, dentro de cánones inamovibles, con una hidalguía y caballerosidad propia de nuestros mayores.
En resumen, «no ha entrado aún en órbita» con respecto al trato que se le brinda a la mujer de hoy. En su fuero interno sigue chocándole el avanzado modernismo de la mujer actual, que produce una confusión en su mente, por lo que sigue conduciéndose ante el sexo femenino como un inadaptado.
Para él la mujer sigue siendo, en esencia, la mujer que conoció su Tata. Cuando se enamora lo hace con el ardor de un adolescente, y la impetuosidad con que defiende una causa justa, y la misma generosidad con que se brinda íntegro a los demás.

 

Limitaciones y posibilidades combativas de Patoruzú

El guionista evitará enfrentarlo a otro ser humano que no posea la potencia física que lo capacite para tener alguna probabilidad de éxito frente al indio.

Figura 4: En el no. 101 de Patoruzú (21/8/1939), en un episodio originalmente producido para la revista, hace su aparición el coronel Cañones, quien luego de esta aventura vería prolongada su existencia en los episodios autoconclusivos que en la misma revista aparecerían posteriormente, titulados con el nombre de su sobrino Isidoro.
Patoruzú no se molesta en medir sus fuerzas con quien no le inspire respeto por su fortaleza física, o lo imponente de su personalidad. Ante el malvado de menores posibilidades físicas, un sopapo basta para ponerlo en vereda. Si se viera obligado a enfrentarse con alguien de débil contextura (por terquedad o empecinamiento de este último), evitará el trance al extremo de aparecer como cobarde. Si a pesar de todo Patoruzú es colocado en la situación de pelear con esa clase de pájaro, apelará a recursos que entretengan al rival y lo convenzan de que es inútil seguir esa parodia, pero nunca humillándolo (no haría jamás el juego del gato con el ratón), porque Patoruzú jamás hiere la susceptibilidad de un semejante.
Sus únicas armas son los puños y sus boleadoras, las que jamás usa como arma contundente, sino simplemente para el fin que están destinadas, o sea «para bolear».
Maneja el arco y la flecha con gran destreza, pero esa es solamente un arma de duelo entre los de su raza.
Al incorporar un nuevo personaje, deberá rodeárselo de características ya sean físicas, de inteligencia, de astucia o de cualquier otro rasgo caracterológico que lo diferencie de la numerosa colección de personajes rivales ya creados. Y aún siendo el contrario de cuidado, el indio jamás aprovechará situaciones a su favor, porque es de esa clase de hombres que no se ensañan con el caído.
Deberán evitarse los argumentos que tengan como principal finalidad mostrarlo a Patoruzú en pelea con tipos de avería. Pero si la línea argumental lo llevara a un enfrentamiento con un rival, antes de crear el contrario para el indio, deberán planearse las incidencias de la pelea por desarrollarse, teniendo en cuenta que, tratándose de una historieta cómica, no debe parecerse a las peleas de los héroes de aventuras noveladas, como «Flash Gordon» o «Buck Ryan», o de héroes cinematográficos como Rod Taylor, James Bond o héroes de la TV en aventuras de espionaje, como Napoleón Solo, etc.
Será más fácil pues, crear el personaje y definir su idiosincrasia luego de resueltas las incidencias, que crearlo a aquel primero, para luego pensar que hacerle hacer y cómo hacerlo actuar, consultar ejemplos de incidencias cómicas en las peleas que figuran en las series modelo.
Será conveniente para el guionista, anotarse una lista, lo más extensa posible, de recursos de pelea ilícitos, para ser empleados por los rivales endiablados que enfrentan a Patoruzú. No olvidar que la riqueza de recursos depende del ambiente y el terreno donde se desarrolle la pelea. Por ejemplo, será fácil encontrar recursos humorísticos, ubicando el campo de batalla en una obra en construcción, o dentro de un taller mecánico con herramientas de todo tipo, o en un galpón que almacene barricas de vino y envases de comestibles, y donde puede haber escaleras, güinches y muchos otros elementos. Un despoblado no ofrecería, ni remotamente, tales posibilidades.
A propósito del poder sobrehumano del indio Patoruzú, su fuerza no se genera de un físico extraordinariamente constituido, como pudiera serlo por ejemplo Tarzán o Superman.
Su poder emana de una misteriosa fuente de energía que proviene de lo más recóndito de sus orígenes. Es como si toda la enigmática fuerza de su raza, de sus antepasados, acudiera en su auxilio cuando necesita esa arrolladora energía para hacer imponer el bien sobre el mal. En el fondo, su condición de imbatible no es más que un símbolo, si se quiere, místico.
Si un ser aparentemente normal empujara con sus brazos una locomotora, o remolcara un barco, o demoliera a golpes con sus puños un viejo edificio porque le apremia construir en ese predio un hogar de ancianos, o saltara de la torre del Kavanagh para salvar a tiempo a un pobre ciego de ser arrollado por un automóvil, todo esto resultaría simplemente absurdo. Pero lo absurdo se torna lógico sólo con pensar que es Patoruzú quien realiza esas increíbles hazañas, porque, repetimos, Patoruzú traspone las fronteras de lo humano para transformarse en un símbolo del bien, en el emisario angélico que barre con todo lo satánico que pulula en este mundo.
Esta condición es tradicionalmente interpretada y aceptada por el lector, que siempre ve con agrado el triunfo del Bien sobre el Mal. Se recomienda al guionista no abusar de los recursos inverosímiles. Esto podría, con el tiempo, ir sacándo al lector del clima de realismo que debe en lo posible vivir cuando lee nuestras historietas.

 

Patoruzú y las mujeres

En un punto anterior, las indicaciones que el propio Quinterno realiza sobre el indio Patoruzú y su relación con las mujeres deja muy en claro su hombría, puesta en tela de juicio por Oscar Steimberg en su artículo «1936-1937 en la vida de Patoruzú».

Figura 5: Patoruzú no. 1148. Coincidentemente con el cambio de formato de apaisado de vertical, en este número del 7 de diciembre de 1959, hace su aparición Patora, hermana de Patoruzú.
En ese famoso tratado, Steimberg prácticamente tilda de homosexual a Patoruzú, basándose en estudios sicológicos profundos, dignos de una terapia a una persona de carne y hueso y no a una criatura de papel y tinta; error común en el que suelen caer muchos estudiosos del género, al imbuir en situaciones reales, diarias y concretas, personajes –no personas– cuya función no es vivir, sino extirpar de su realidad a cada lector.
Igualmente Steimberg aventura demasiado en su definición sexual de Patoruzú, ya que en las tiras y las revistas hay sobradas pruebas de la atracción que ejercen en el indio los ejemplares de sexo femenino. En realidad, si tomáramos los cánones terapéuticos aplicables a un ser humano, veríamos que Patoruzú es, en el fondo, un reprimido sexual con problemáticas en todas sus manifestaciones afectivas, ya sean efectuadas por él o hacia él. Algo muy lejano a la homosexualidad.

 

Patoruzú: la revista

Como ya quedó dicho, en noviembre de 1936 aparece el primer número del mensuario Patoruzú, que en su no. 7 (4/5/37) se vuelve quincenal y luego semanal (no. 29, 4/4/38).
Utilizando el formato apaisado (18 x 28 cm) que diera fama a Monos de Taborda, ese primer número de veinticuatro páginas recopila parcialmente la primera aventura aparecida en el diario El Mundo (aquella en que el indio conoce a Isidoro en un circo) hasta la tira no. 29. Avisos publicitarios dibujados por Quinterno y las secciones «Parches porosos», «Como aprendí a dibujar», «El nene», «Patoruzadas» y «Tomo la pluma pa decirte»... completan el material.
A partir del segundo número –donde, extrañamente, no continúa la historieta inconclusa en el no. 1– el humor gráfico cede un 50% al humor escrito. Aparecen así «Los gomalacas» (hoy diríamos insufribles), por Luis Alberto Reilly. «El negro del buffet», por Carlos Raffo, es una serie de sketchs que, tomando en solfa a los hombres del gobierno, pone al descubierto los tejes y manejes de la política. Raffo también explotará su irónico humor en «Impresiones de un marciano en Buenos Aires». Antenor ( seudónimo con el que firmaba estos artículos) es el marciano del título, que se encargaba de describir minuciosamente la hipocresía reinante. Raimundo Calcagno (con el seudónimo de Dick Hero) cubría el mundo de la farándula, enviando supuestas notas desde Hollywood. También es importante la colaboración de Enrique González Tuñón, poeta y narrador argentino que firma sus trabajos con el nombre de El Licenciado Vidriera. «Quirosóficas» y el editorial «Hemos visto, Chei»... irrumpen en la revista. Más tarde, aparecen «El gordo Villanueva» (personaje que marcará el debut cinematográfico de Jorge Porcel en 1964), por Luis de la Plaza, y «Jacinta Pichimahuida» y otras obras de Abel Santa Cruz.
El humor gráfico y las historietas están a cargo de grandes firmas: el mismo Quinterno («El fantasma Benito se divierte» y trabajos sueltos, y más tarde, «Don Fierro» (no. 29, 4/4/1938), «Isidoro» (no. 140, 20/5/1940), Guillermo Divito («Oscar Dientes de Leche» e ilustraciones varias), Raúl Roux, José Luis Salinas («Hernán el corsario» y «Ellos»), Eduardo Ferro (chistes sueltos y más tarde «Bólido», «Cara de ángel», «Pandora», «Tara Service») y Poch, a los que se agregarían Abel Ianiro, Cao («Pepe el pistolero»), Adolfo Mazzone («Mi sobrino Capicúa»), Blotta («El gnomo Pimentón», «Ventajita»), Toño Gallo («El caballito Pony»), Battaglia («Orsolino», «Director»; «María Luz», «Motín a bordo», chistes varios).
En el no. 2 comienzan a producirse episodios para la revista, bajo el título «Nuevas aventuras...», que desde el no. 4 son acompañadas por la redición de lo ya producido para El Mundo, como «Colección Patoruzú», renumerando las tiras. El primer episodio es «El águila de oro», a la que sigue «Pampero». Sin mencionar títulos siguen republicando tiras del diario hasta el no. 117 de la revista (11/12/39). Cuando se produce la película «Upa en apuros», la figura del hermanito de Patoruzú se transforma, haciéndolo menos deforme; por varios números en la revista se adopta la misma, para luego volver a la original.
En el 16/10/56 aparece el no. 1 de Las grandes andanzas del indio Patoruzú (100 páginas, formato apaisado 22,5 x 14 cm en la que la editorial recopila en episodios completos lo ya publicado. Mensuario a partir de su número dos (febrero, 1957), luego aparece en forma quincenal por un lapso, volviendo a la periodicidad original. En el no. 55 (julio, 1961) comienza a publicar episodios inéditos. Sufre cambios en su título («Las grandes andanzas de Patoruzú e Isidoro», «Andanzas de Patoruzú», «Selección de las mejores andanzas de Patoruzú»). Bajo este último título sigue apareciendo en la actualidad.
A principios de 1960 la revista semanal cambia su tradicional formato, adoptando uno vertical, de 21,5 x 27 cm, con 44 páginas. En la última etapa, los episodios de «Patoruzú» son autoconclusivos, como «Isidoro» o «Don Fierro». El último número es el 2045, que sale a la venta el 30/4/1977.

 

Patoruzito

El 11 de octubre de 1945 aparece el semanario Patoruzito. En formato vertical (23 x 29 cm), con 32 páginas, su contenido es totalmente historietístico. En sus páginas centrales, las únicas impresas en colores, se da a conocer la infancia de Patoruzú, con guiones de Mirco Repetto y dibujos de Tulio Lovato; el argumento de esta serie altera sustancialmente la historia del indio. En el primer número se narra el encuentro de Patoruzito con Isidorito, porteño enviciado por la ciudad pero de buen corazón. Este hecho modifica el encuentro de Patoruzú con Isidoro en el circo, dado como origen en las páginas del no. 1 de Patoruzú.
En el segundo número se introduce a los malos por antonomasia de la serie: el hechicero Chiquizuel y su nieto Chupamiel. El eje de la historia, que se repetirá durante muchos años, es simple: el hechicero intentará que su nieto usurpe las tierras heredadas por Patoruzito, siendo vencido por este.
En general las características de estas historias son similares a las de Patoruzú. Cabe señalar que el joven cacique está acompañado siempre por su flete Pamperito, la Chacha Mama y Ñancul, tan viejos (o tan jóvenes, no se sabe) como en las andanzas de Patoruzú.
Como revista, basta señalar que, desde su primer número, la acción tomó como medio de expresión las páginas del semanario. «Flash Gordon» y «Rip Kirby», ambas del maestro Alex Raymond, «Captain Marvel Jr.» (Mac Raboy), «Connie» (Frank Godwin), «Bruce Gentry» (Ray Bailey), «Cisco Kid» (José Luis Salinas), «Tug Tramsom» ( Alfred Sindall), fueron algunas de las muchas y buenas series extranjeras que en el transcurso de su existencia tuvo la revista. También fue muy rica la producción nacional: «Rinkel el ballenero» (Tulio Lovato), «Vito Nervio» (Repetto-Cortinas y luego Wadel-Breccia), «A la conquista de Jastinapur» (Emilio Cortinas), «Fierro a fierro» y «Lanza seca» (Raúl Roux), «El gnomo Pimentón» (Oscar Blotta) y las magistrales «Langostino» (Eduardo Ferro) y «Don Pascual» (Roberto Battaglia).
Cuando los ritmos de la vida cambiaron, Patoruzito concluyó su etapa de semanario en el no. 892 (31/1/63) y se transformó un mensuario de historietas completas, dando mayor cabida al material extranjero: «Kerry Drake» (Alfred Andriola), «Robin Hood» y «Phantom Stranger» (de la National) entre otras; en lo nacional se volvió a publicar «Vito Nervio», con guión de Wadel y dibujos de Leonardo Sesarego. Tuvo dos formatos verticales: primero pequeño (14 x 19.5 cm, 196 páginas) y desde el no. 33 (enero, 1966), más grande (19,5 x 28,5 cm, con 100 páginas) hasta su desaparición definitiva.
El 17 de diciembre de 1957, apuntalado por el éxito de las «Andanzas...», aparece Correrías de un pequeño gran cacique Patoruzito, de aparición mensual –con un período intermedio como quincenal– primero con redición de episodios de la semanal y luego con episodios originales. Este material es el que se redita en la actualidad bajo el título «Selección de las mejores corrrerías de Patoruzito».
En enero de 1958 la editorial lanza un mensuario titulado Ediciones Extras Patoruzito (formato apaisado 13,5 x 19,5 cm, 68 páginas), donde se republicaron episodios de «Cisco Kid» y «Tug Tramsom», alternativamente. Su vida fue efímera, no superando la media docena de números.

 

Locuras de Isidoro

El 4 de julio de 1968 sale a la calle el primer número de esta revista, conformando una trilogía con «Andanzas...» y «Correrías...». Los episodios, producidos especialmente para la publicación, son reditados hoy, con el título de «Selección de las mejores locuras de Isidoro».
La personalidad y las características de Isidoro como personaje ya han sido desarrolladas. Lo importante es señalar que, al ganar un espacio diferencial sus aventuras en «Patoruzú», Isidoro presenta una familia y una vida ajena a la que lleva con el indio, ya que vive con su tío, el Coronel Cañones, en la casa de su posesión y no comparte el techo con Patoruzú. Ya en su revista propia –donde la incorporación de Faruk (Jorge Palacio) como guionista determina la delineación final de la personalidad de Isidoro– hacen su aparición Manuel, el mayordomo gallego de la familia Cañones, y Cachorra, la compinche preferida por el dandy porteño para sus «locuras».
La trama es simple y lineal: Isidoro, playboy porteño y típico piola, intenta vivir sin trabajar y darse todos sus gustos gracias a la fortuna de su tío que, en vano, una y otra vez intentará hacerlo sentar cabeza.

 

La ascendencia de Patoruzú

Durante 1936 Patoruzú desarrolló en sus títulos la aventura de «El águila de oro», estatua símbolo familiar de los Patoruzek, que le es sustraída al indio por dos vagabundos primero, y por un hindú y un chino después. Al finalizar la historia, el indio logra recuperar su estatua, pero varios puntos en blanco se han formado alrededor de la ascendencia del cacique.
El 17 de agosto de 1937, en las páginas de la revista Patoruzú, para completar el cuadernillo final coleccionable de «El águila de oro» Dante Quinterno desarrolla, en forma de pequeña novela, esos puntos en blanco, desentrañando la verdadera historia de los ancestros del indio, el Faraón Patoruzek I y Patora la Tuerta. Hemos decidido transcribir integralmente este relato para mantener la frescura y el alto vuelo del humor que presenta, posibilitándonos, al mismo tiempo, descubrir una nueva faceta (escritor cómico) del propio Quinterno.

 

La ascendencia de Patoruzú. Historia de Patoruzek I y Patora la Tuerta

Capítulo I: El faraón

El joven faraón Patoruzek I se sintió atraído desde muy niño por la distinguida princesa de Napata, Patora la Tuerta, así denominada por un gracioso tic de su ojo izquierdo. Descendiente en forma semiquebrada de Psametic III, faraón de la vigésima sexta dinastía, se distinguió por su valentía y destreza en el juego del «ainenti» y del «ta-te-ti». Estos juegos, hoy tan venidos a menos, se practicaban en esos lejanos tiempos con los bloques de piedra que sirvieron para construir, años más tarde, las pirámides de Egipto. Patora la Tuerta se enamoró perdidamente de él, una tarde que, hallándose en el establo dando de comer al buey Apis, el joven faraón se divertía descarrilando todos los tranvías Lacroze que recientemente se habían inaugurado. Patora, que sobresalía por la esbeltez de sus formas y la elegancia de sus modelitos del más puro estilo parisiense, se acercó al joven faraón y, después de darle el clásico pisotón en el pulgar, dijo:
–¡ Hui! ¡ Hui!
A lo que Patoruzek, atacado de risa por la ocurrencia de la joven, respondió con un sonoro:
–¡ Ja! ¡ Ja!
Tan original saludo se puso de moda entonces, y fue el precursor del famoso Huija, adoptado más tarde por la tribu de Patoruzú. Días después de este feliz encuentro en el establo del buey Apis, Patoruzek, que aún era muy joven y no sabía bien lo que hacía, se casó con la distinguida princesa de Napata.

 

Capítulo II: Los esponsales

La boda de Patoruzek I y Patora la Tuerta fue una de las más resonantes de la época. Los diarios tiraron ediciones especiales en monolito. En honor de los jóvenes se coronaron con hojas de laurel los obeliscos y se realizaron diversas pruebas atléticas, como la suerte del balero y la biyarda, juego este último en que se destacó Patoruzek en momento oportuno al barajar la biyarda, gritando:
–¡Cacho 100 y la Troya!
Por la tarde se jugó un internacional de fútbol entre un combinado de la Asociación egipcia y de la Federación persa. Como era natural, Patoruzek dio el puntapié inicial y ofició de referee. El partido terminó 1 a 1, empatando los egipcios con un penal. No satisfizo tal resultado a Cambises, rey de Persia, el que, avisado del score por un chasque, gritó:
–¡Bombero!– y acto seguido le envió el ultimátum.
Enterado, Patoruzek pronunció aquella célebre frase de:
–¡Alea jacta est!– que traducida quiere decir: «¡No me asustan sombras ni bultos que se menean!»
Y se armó la de Troya!

 

Capítulo III: La batalla

El temple guerrero de Patoruzek I y sus conocimientos estratégicos del ta-te-ti, lo hicieron salir al encuentro del invasor y ocupar el centro de la cancha. Cambises, en cambio, le hizo el gambito de alfil y caballo, lo que debilitó el ala izquierda de su ejército. Al comprender el peligro y para fortificarla, se dedicó a darle una buena dosis de Wampole, lo que aprovechó Patoruzek I para correrse por el wing, y, arrollándole el ala derecha, le gritó:
–¡Truco!
A lo que Cambises, para engañarlo, contestó:
–¡Quiero retruco!
Patoruzek, en su arrollador impulso, ni alcanzó a dar el “Vale cuatro”, cuando ya el ejército enemigo se había desbandado... Fue entonces que, victorioso y en el campo de batalla, pronunció aquella otra frase célebre:
–¡Consumatum est!
Que quiere decir:
–Mozo, traiga otra copa y sírvase de algo el que quiera tomar...

 

Capítulo IV: Llegada a la Patagonia

Patoruzek I y Patora la Tuerta, finalizada la guerra, se dedicaron a comer perdices, y tuvieron muchos patoruzequitos. El primogénito heredó las cualidades extraordinarias de su padre. Fue su característica familiar el desarrollo de los pulgares de sus pies, que se transmitió así de generación en generación.
Una tarde el primogénito, o sea el príncipe Patoruzek, invitó a hacer un picnic a varias niñas del lugar. Como el Nilo, a pesar de sus años, estaba poco crecido, decidieron tomar el Águila de Oro, o sea el colectivo que hacía el recorrido entre el Cairo y Addis Abeba. El águila, a igual que los colectivos actuales, no tenía frenos, y se desbocó. Cuando aterrizaron, se encontraron en una comarca desconocida y, al preguntar a los naturales de esa tierra dónde se hallaban, estos le respondieron que habían llegado a la Patagonia, pero que no podían atenderlos, pues aún Colón no había descubierto América.
El príncipe Patoruzek, como buen sportman, se interesó en la caza de ñanduces, y tan entretenido se hallaba arrojándoles las boleadoras, que perdió el colectivo de vuelta.
Patoruzek I, al ver regresar al águila sin su hijo, exclamó:
–¡Canejo!– lo que prueba que esta frase ya se conocía en aquella época. Y dándolo por perdido, mandó esculpir en su recuerdo una estatuilla del águila, en oro 24 kilates, que constituyó la reliquia de la dinastía de los Patoruzek por miles de años.
En cuanto al príncipe, no añoró su lejana patria, atraído por dulces sonidos tehuelches que aprendió muy pronto a traducir. Un buen día Patoruzek I, que estaba bañándose en el Nilo, recibió un telegrama de su hijo que decía:
–Papy, estoy en el séptimo cielo. Si te deja mamy Patora, pegate una vueltita por aquí y vas a ver lo que es bueno.
De esta última rama, Patoruzú y Upa son dignísimos brotes.