Dibujando por la revolución
Charla con Virgilio Martínez Gaínza

 

Dario Mogno
Investigador, Milán, Italia

 

Resumen

En una entrevista la reconstrucción de la vida profesional y de los fundamentales aportes artísticos, organizativos y didácticos de uno de los más importantes protagonistas de la historia de la historieta cubana desde los últimos años de la dictadura batistiana hasta hoy.

Abstract

In an interview the reconstruction of the professional life and of fundamental artistic, organizational and didactic contributions of one of the most important personalities of the Cuban comics history from the last few years of Batista dictatorship to the present time.

 
En febrero de este año la Unión de Periodistas de Cuba proclamó Premio Nacional de Periodismo José Martí a Virgilio Martínez Gainza. Nunca premio fue más merecido: sin miedo de exagerar, de Virgilio puede decirse que en la historia de la historieta cubana él es la personalidad más representativa, mítica querríamos decir. No sólo empieza a trabajar en el área durante la dictadura batistiana ofreciendo, con su «Pucho y sus perrerías» publicado en la prensa clandestina, puede ser el único ejemplo de cómo la historieta pueda contribuir a la lucha revolucionaria. Después de varios años de trabajo en la clandestinidad, él sigue su empeño no sólo continuando a dibujar y a narrar por imágenes, sino también convirtiéndose en el organizador y maestro de toda la generación de los historietistas cubanos que trabajaron después del 1959. Sin peligro de equivocarse podría decirse que Virgilio, además que uno de sus principales protagonistas, es el padre de la historieta cubana de los últimos cincuenta años. Por eso nos parece útil e interesante aprovechar la ocasión del premio que le fue otorgado para publicar una su entrevista inédita que, aunque remonta al 12 de marzo de 1997, no resulta envejecida.
 
Quien se proponga estudiar la historia de la historieta cubana de los últimos cuarenta años se da cuenta rápidamente del papel central que en el desarrollo del género han jugado tu persona y tu obra. No es fútil preguntarse a cuándo se remontan tus primeros contactos con la historieta.
Nací el 27 de abril de 1931.Tenía unos cinco años cuando mi abuela me leía las historietas de Benitín y Eneas, Popeye, el ratón Miguelito y muchas más. Eso me estimuló a aprender a leer rápidamente y a convertirme en un tremendo lector.

Figura 1: Tira de «Pucho y sus perrerías» (guión de Marcos Behmaras) publicada en el número de febrero de 1956 de Mella.
No podía comprar los cómics de la semana y tenía que leer, como les decimos, muñequitos de uso. Además siempre tuve un ángel que me regalaba libros. Así tuve la gran suerte de leer la revista argentina Billiken, los cuentos de «El mono relojero» de Constancio C. Vigil, las páginas semanales de «Superman», «Trucutú». «Veinte mil leguas de viaje submarino» de Julio Verne y la novela «Urania» de Camilo Flammarion fueron dos obras francesas que me leí unas catorce veces cada una porque me estimulaban enormemente la fantasía. También disfruté de las primeras ediciones de «El Spirit» de Will Eisner. Todo eso me aficionó grandemente a la lectura y, sobre todo, a las historietas. Además se me fueron pegando cosas de la línea de los dibujantes, aunque nunca imaginé que podía llegar a ser un profesional de la historieta, pero, insensiblemente, iba aprendiendo. Después de pasar la escuela primaria, cursé el séptimo grado y no pude continuar los estudios, pues tuve que trabajar. En 1948 me hice ayudante de Fernando Cabeza, un dibujante de publicidad que tenía, afortunadamente, muchos libros de dibujo en inglés. Yo había estudiado un par de años de inglés y, más o menos, podía entenderlos, aunque captaba más por la gráfica tan clara. Me estoy refiriendo a las obras de Andrew Loomis como «Fun with a Pencil», «Creative Illustration», «Figure Drawing» y otras. Por supuesto, ese método no se lo recomiendo a nadie, porque uno hace lecturas fuera de tiempo, se interesa por temas que después dejan lagunas y hay que estarlas llenando toda la vida... como, por ejemplo, dibujar una oreja.
Estuve en ese estudio hasta 1952, y precisamente un día en que Cabeza había alquilado una oficina mejor en el edificio Suiza de La Habana Vieja, en Villegas y O´Reilly, y esa mudanza ocurre el mismo 10 de marzo. Entonces era muy curioso. Nosotros nos asomábamos por la ventana que daba a Villegas y veíamos, por esa calle que sale al Palacio Presidencial, los tanques de Batista que estaban ocupando el palacio. Me percaté del tremendo cambio que estaba ocurriendo en el país. Batista nunca me gustó; yo tuve que vivir mi infancia bajo el gobierno de Batista, una figura para mí realmente muy antipática. Mi familia lo rechazaba. Al ocurrir el 10 de marzo me dije «Ahora sí volvemos a chocar con ese hombre». Al año siguiente me independizo y me asocio con Enrique Mier Febles, que era militante del Partido Socialista Popular. Era el más joven de los hermanos Mier, de Las Villas, en la ciudad de Santa Clara. Nos dedicamos al diseño de envases en celofán, anuncios, ilustraciones y otros. Trabajábamos en la casa de Enrique, con sus muchachos jugando como locos, en la calle Goss, a dos cuadras de General Lacret. Cuando tenía mucho trabajo me quedaba por la noche, pero si no había nada, me iba para mi solar. En esa casa conocí a varios dirigentes del Partido Socialista Popular y la Juventud Socialista. En la madrugada del 26 se produjo el asalto al cuartel Moncada. Poco después llegó Ramón Calcines pidiendo que lo ayudaran a ocultarse porque la dictadura había desatado la represión a los revolucionarios, fundamentalmente a los comunistas. Calcines pasó unos quince días en esa casa. Yo compartía la misma habitación y lo ayudé a editar e imprimir algunas publicaciones de la Juventud Socialista.
¿Y dónde se imprimían esas publicaciones?
Bueno, ahí mismo, en un mimeógrafo Gestettner muy bueno, parecía una imprenta. Quiero decirte que el partido y la Juventud tenían experiencia en la utilización de los medios alternativos. Ellos tenían también la estación de radio Mil Diez, en la calle Reina, el periódico Hoy y varias publicaciones, entre ellas, el magazine Mella. Yo no era comunista, pero me interesaba saber si había un modo de hacer una publicación contra Batista, sin importar como fuese impresa. Pues ahí ya estábamos haciéndola y empecé a hacer algunas cositas gráficas. Así me vinculo a la Juventud Socialista. En enero de 1953 el teniente Castaño, que era jefe del buró que perseguía a los comunistas, secuestró la edición de ese mismo mes del magazine Mella. Su portada, dibujada por el pintor Adigio Benítez, era una cabeza de Martí, como de mármol, que se refería al centenario del Apóstol. Un texto llamaba a leer «Un Napoleón que masca chicle», una crítica al presidente Eisenhower. Del secuestro sólo se salvaron unos cientos de ejemplares. Después la Juventud Socialista denunció el hecho en un Mella especial afirmando: «A pesar de todo, aquí estamos». Era un tabloide de cuatro páginas que se ha hecho famoso, histórico. Después del asalto al Moncada, la Juventud hace varias ediciones de Mella impresas en mimeógrafos, para mantener la publicación en la calle; pero a la vez se dan a la tarea de organizar un aparato estable capaz de hacer una publicación mejor y más atractiva. Porque el concepto que tenía la dirección de la Juventud Socialista era que la publicación para los jóvenes debía ser atractiva; debía tener no sólo carga política, sino también relatos, reportajes, reflejar la vida y la economía de los jóvenes, humorismo, historietas... para que el mensaje fuera mejor asimilado. Ya en octubre se ha logrado montar el aparato clandestino, con su taller de impresión y una pequeña máquina Multilith, modelo 40, una máquina que no se utilizaba ya en oficinas y, que por su tamaño y posibilidades técnicas, permitía la impresión de un pequeño magazine utilizando hojas de formato legal, de 8,5 por 11 pulgadas, dobladas al centro y colocadas unas dentro de otras.

Figura 2: Página de «Pucho y sus perrerías» (guión de Marcos Behmaras) publicada en el número de julio de 1956 de Mella.
Antes de diciembre de 1954, en la oficina que Mier y yo habíamos alquilado fui contactado por Calcines para saber si estaba dispuesto a hacer algún dibujo para Mella, y le dije que sí. Es curiosa la coincidencia, pues mi oficina estaba en Mazón esquina a Neptuno y mi ventana daba a la Plaza Mella, en la que se honraba a este héroe de la juventud cubana. En la edición de diciembre de 1954 se publica en Mella mi primera colaboración: varias caricaturas sobre el canal Vía Cuba que Batista quería hacer para dividir la isla y competir con el canal de Panamá. A partir de ese momento, continúo trabajando de modo clandestino en el magazine Mella hasta diciembre de 1958, participando en ochenta ediciones.
Con el compañero Julio Machado, que era el impresor, se logró imprimir el magazine no sólo en dos, sino en cuatro colores.
Estaba Marcos Behmaras en el equipo de dirección, como uno de los que proyectaba y redactaba el Mella. Con él hice las historietas «Luis y sus amigos» y «Pucho y sus perrerías». Marcos Behmaras era un compañero sumamente talentoso, militante de la Juventud, al que le apasionaban el teatro, las actividades culturales, la radio. Quiso ser actor en la Mil Diez, pero parece que no sirvió. Bueno, entonces empezó a escribir, demostró que él podía hacer buenos libretos para la radio. También participó muy activamente en la sociedad cultural Nuestro Tiempo, que era una organización en la que participaban muchos intelectuales, artistas y músicos que estaban, por supuesto, muy preocupados por el rumbo político de Cuba bajo la tiranía de Batista. Marcos ya en esa época era muy conocido en la radio y en la televisión por sus éxitos como escritor. Por ejemplo, recuerdo la serie que se trasmitía por Radio Progreso llamada «Héroes de la justicia». La presentación de cada episodio decía que eran casos sensacionales extraídos de los archivos secretos del FBI, la Sûreté, Scotland Yard..., y todo era de su imaginación, pero esa presentación era tan efectiva, que mucha gente lo escuchaba a pesar de la competencia aplastante de RHC Cadena Azul y, sobre todo, la CMQ. Él fue levantando presión y escribió para la televisión espacios como «Tensión», en el Canal 6 y los libretos de «Chicharito y Sopeira». Para este programa fue contratado personalmente por Amadeo Barletta, que lo llamó a su oficina, y Marcos fue con su representante Luis Más Martín, que era un dirigente de la Juventud Socialista y fundador también del magazine Mella. Era un compañero muy capaz políticamente y con una valentía a toda prueba; por supuesto, Luis y Marcos eran perfectamente conocidos como comunistas, pero el talento de Marcos era tan grande que Barletta necesitaba contratarlo. Y así fue que, gracias a la intervención de Más Martín, lograron duplicar la primera oferta de Barletta y mejorar así las finanzas del Partido, puesto que Marcos entregaba la mayor parte del dinero a la organización. El recibía lo necesario para mantener el estándar de vida de un profesional, que pudiera vivir con dignidad. Ahora sí, él aportaba la mayor parte de sus ingresos al Partido y también a la sociedad Nuestro Tiempo.
Marcos no solamente se destacó en radio y televisión, sino también en el magazine Mella en su primera etapa. Yo conocí en viejos ejemplares de Mella una sección humorística, dirigida contra el 10 de marzo, que se llamaba «Cohete, periódico inquilino». Sin embargo, me paso cuatro años trabajando con los guiones de Marcos sin sospechar siquiera que el autor de los guiones de «Pucho» era él. En los primeros días de enero fui a su casa, en Miramar, y me dicen: «Para que conozcas a quien escribe, mira, este es Marcos Behmaras...». Por poco me caigo de la sorpresa... Como decía Lillo, «Me caigo y me levanto». En esos mismos días me incorporo a tiempo completo al Mella y...
Un momento. Antes de pasar adelante, sería interesante que nos contaras cómo se hacía la distribución de Mella en el período de la clandestinidad.
La distribución de Mella es algo de lo que conozco una mínima parte. Había dos compañeros que trabajaron mucho, dándolo todo. Uno era Prisco Barroso, hoy profesor universitario, el otro todos sus camaradas lo conocen como el Peque, que actualmente trabaja en el Comité Central. El Peque era muy flaquito y utilizaba distintos trucos para trasladar los paquetes del magazine. La edición era de 10 000 o 15 000 ejemplares; se hacía un esfuerzo para aumentar la tirada y en esas ocasiones llegaba hasta 20 000 ejemplares. Prisco y el Peque sacaban los paquetes de la casa en que se imprimían y los iban distribuyendo. Así llevaban paquetes de Mella y les ponían muñequitos americanos por arriba y por abajo, disfrazando el paquete. Hay una anécdota: el Peque se montó en una ruta 30 y había un policía sentado. El policía, al ver al Peque con el paquete, sin decirle nada, se lo quitó y se lo puso en las piernas y le dijo: «Yo te lo llevo, muchacho» ¡Imagínate! El Peque se dio un susto tremendo pero reaccionó y le dijo: «Muchas gracias». Después se bajó con su paquete y el policía le dijo: «Hasta luego».

Figura 3: Página de «Pucho y sus perrerías» (guión de Marcos Behmaras) publicada en el número de septiembre de 1956 de Mella. Suplemento Gráfico.
Otro truco que se utilizaba era la cantina, que era un recipiente de cuatro o cinco cazuelitas de aluminio, una encima de la otra, y tenían un gancho que las rodeaba y las sostenía verticalmente. Habían preparado una cantina de esas serruchando el fondo a las cazuelitas intermedias, menos la primera y la última. Así resultaban dos recipientes, uno arriba al que le ponían sopa o potaje, algo que se virara, para que la gente tuviera cuidado. En el recipiente grande de abajo ponían los paquetes del magazine. Así, Prisco y el Peque iban con sus paquetes o cantinas por los distintos lugares. Por correos llegaban a la Universidad de La Habana, a Santiago de Cuba, a Camagüey, al Centro Gallego, a personalidades políticas, a periodistas. Había casos en que a un funcionario del gobierno el Mella le aparecía, misteriosamente, en su propio buró.
Llegamos al triunfo de la revolución.
Cuando triunfó la revolución teníamos ya 80 ediciones clandestinas, y yo había dibujado por lo menos 150 páginas de historietas. Además del trabajo del magazine, yo hacía publicidad y diseño de envases. El gobierno revolucionario reconoció el derecho de los comunistas a hacer legalmente sus publicaciones, a no tener que ser clandestino más nunca. Entonces la Juventud Socialista tuvo una casa para su comité nacional y logró montar una imprenta muy sencilla. Fueron necesarios amigos impresores dispuestos a imprimir el Mella. Económicamente era costoso imprimir la revista y se empezó a trabajar por una imprenta más completa.
A mí me plantean si quería trabajar en el Mella. «¡Magnífico!», les digo, y abandono la publicidad para dedicarme solamente al Mella.
Al principio, en 1959 y 1960, con Marcos, hicimos «Supertiñosa», «La cortina de bagazo», «Investigador senatorial». Eso no duró mucho porque se produce el proceso de la nacionalización de las imprentas, la radio, la televisión, la prensa y Marcos fue nombrado interventor de Radio Progreso y después director de la televisión. También en esos años escribió, además de artículos y editoriales, guiones para las historietas, Isidoro Malmierca, que era el director del Mella. Se desencadenó entonces la lucha ideológica contra la prensa burguesa y las publicaciones proimperialistas como Life en español y Selecciones del Reader’s Digest, que se imprimían en una planta muy moderna, la imprenta Omega, hoy Osvaldo Sánchez. En esa imprenta había una rotativa especial para realizar la tirada de Selecciones. Y la Juventud decide enfrentar la propaganda contrarrevolucionaria que hacía dicha revista. Durante la segunda guerra mundial y en la posguerra, yo la leía mucho. Recuerdo que contenía unos veintisiete artículos muy interesantes en cada edición, pero, poco a poco, se fue haciendo anticomunista. Yo no lo sabía exactamente, pero me di cuenta de que eso formaba parte de la propaganda machartista... y ya la revista me aburría. Entonces Marcos recibe la tarea de enfrentar a Selecciones y desmontar sus mecanismos ideológicos. Y se le ocurre hacer una parodia llamada Salaciones del Reader’s Indigest... La escribió en menos de ocho horas, con artículos que resultaron proféticos, como aquel de «¿Puede el perro caliente vencer a los rusos?», que proyectaba el plan secreto de lanzar sobre toda la Unión Soviética puestos de perros calientes callejeros y, cuando los rusos estuvieran comiéndolos, las tropas norteamericanas llegaban y ocupaban el país sin disparar un tiro. Se hicieron tres ediciones. La tercera fue una parodia fiel de la que sería la última edición de Selecciones. Supimos que estaban imprimiéndola y se obtuvo un ejemplar y en menos de quince días. El tiempo sobró para que Marcos escribiera, yo dibujara e imprimiéramos en nuestra pequeña Chief 24... y salimos a la calle antes de que la planta Omega fuera ocupada por los trabajadores. Fue un éxito formidable, irrepetible.

Figura 4: Página de «Pucho y sus perrerías» (guión de Marcos Behmaras) publicada en el número de julio de 1957 de Mella. Suplemento Gráfico.
Después le tocó al Diario de la Marina. Marcos había hecho un logotipo que decía: Diario de los Marines. El Diario de la Marina tenía un pequeño cuadrito a la izquierda que decía: «128 años al servicio de los intereses generales y permanentes de la nación», y Marcos le puso «128 al servicio», aludiendo al water closet. Él había escrito una serie de parodias de historietas que quería incluir en esa edición del Diario de los Marines, como «Dick Tracy», «Jorge, el piloto», «Mandrake, el mago». Pero, en esta ocasión, La Marina fue enterrada antes de que pudiéramos hacer nuestro trabajo. Después, Marcos tuvo que dedicarse a la televisión. Hizo un aporte tremendo con la creación de un bloque de nuevos programas que fueron muy exitosos.
En enero de 1963 Mella cambia su formato de revista por el tabloide semanal, con informaciones sobre la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) y «Pucho», más un suplemento de historietas de 16 páginas. Dedicamos ocho páginas con dos colores a las historietas, y las otras ocho a materiales literarios. Unos meses después, pasamos a un taller que nos entregaba cuatro colores por un lado y una tinta por el otro lado. «Supertiñosa» iba en la primera página, después venía una serie de personajes como «Matojo» de Lillo; «Juan Montes», con textos de Norberto Fuentes y dibujos de Ubaldo Ceballos; «Marco, el gladiador» con guiones de Víctor Casaus y dibujos de Pedro Martín, «Lucas y Silvio» escrito y dibujado por el sordomudo Juan José López, un catalán genial, «Kachibachi» de Padroncito... Muy joven Silvio Rodríguez escribía y dibujaba «El hueco, una historieta muy profunda»; «Tere y Cari» de Wilson. Y Roberto Alfonso, que hizo tantas historietas que es difícil recordar, pero siempre sobresalientes, como «Un hombre de verdad», «Naoh» y las muchas páginas dedicadas a la historia de Cuba. Pasaron por Mella muchos compañeros como Luis Raúl Pérez, nuestro especialista en colores. Él, valiéndose de tinta china y varias cartulinas, lograba hacer separaciones de colores muy económicas para el proceso de reproducción... En esa época no había computadoras.
El suplemento de historietas duró 94 ediciones. Se independizó un poco del semanario. Llegamos a conocer que muchas personas, sobre todo muchachos, compraban el Mella y se quedaban con los muñequitos. Eso preocupó a la UJC. Aunque nuestras historietas tenían carga política, determinaron que el Mella renunciara al suplemento gráfico e incorporara algunas historietas al semanario. La medida fue consultada al compañero Isidoro Malmierca, anterior director del Mella, quién indicó que se tuviera en cuenta que eran los únicos muñequitos en ese momento. Eso no duró mucho tiempo porque vino la fusión de la prensa plana y Mella se unió al periódico La Tarde, para crear el diario Juventud Rebelde. Y ya en Juventud Rebelde, al mes de creado, el director vio la necesidad de publicar un suplemento humorístico propio para la juventud. Entonces llamaron a Marcos Behmaras, que fundó el semanario El Sable. Marcos dirige un equipo muy fuerte artísticamente, con dibujantes como José Luis Posada, Luis Ruiz, Juan Ayús, Padroncito... y yo. Después se incorporó Hernán H, con su «Gugulandia» que se publicaba en el periódico Revolución, en un suplemento de historietas que editaba el artista de la guerrilla en la Sierra Maestra, Santiago Armada, al que todos conocíamos por Chago. Al desaparecer el diario Revolución, los «gugus» encontraron espacio en El Sable.

Figura 5: Una hilarante página, publicada originariamente en el suplemento de Mella y reimpresa en 1988 por la Editorial Pablo del Torriente en el volumen «Supertiñosa», en que los principales personajes del comics norteamericano se unen a Supertiñosa en la lucha contra la isla roja y por la defensa del mundo libre.
El Sable, dirigido por Marcos Behmaras, tiene una historia muy breve, que comienza en octubre de 1965 y duró hasta su muerte, en noviembre de 1966. En ese año, Marcos creó muchísimas cosas, tantas que es difícil recordarlas. Si me remito a la primera edición, me viene a la mente una historieta escrita por él sobre un matrimonio que se va a Estados Unidos en busca de un paraíso, que van a ver cosas de altura, cosa que logra el marido... al tener que trabajar de limpiaventanas de altos edificios. Muchos de sus chistes enriquecieron el humorismo revolucionario, porque penetraban en la realidad norteamericana y sus contradicciones; porque marchaban para allá los técnicos, los médicos, toda esa gente que era atraída en ese momento y después chocaban con la dura realidad. Desgraciadamente, Marcos y dos compañeros más perecieron en las montañas de Oriente, cuando la crecida de un río los sorprendió.
Seguimos trabajando en El Sable hasta que se agotó internamente, y dio paso a una nueva publicación, La Chicharra, que duró muy poco tiempo, hasta que surgió el DDT. En el DDT continué dibujando las historietas de «Pucho» con guiones de Agustín Urra.
En 1973 me trasladé a la Escuela Nacional de Artes, en Cubanacán, donde estuve un par de años. En ese tiempo colaboraba con la revista Bohemia ilustrando temas internacionales de Fulvio Fuentes y la sección «En Zafarrancho», de Mario Kuchilán. Después, en 1978, me incorporé al semanario infantil Pionero y retomé la historieta y la ilustración de relatos y artículos para niños. Al comienzo de la Editorial Abril, creada por la Unión de Jóvenes Comunistas, me ubican en la dirección artística de la naciente revista Zunzún en la que continué escribiendo y dibujando la historieta «Cucho», un perrito cósmico, y algunas otras como las que escribían Anisia Miranda y Froilán Escobar.
Después pasé unos diez años en el semanario Pionero, hasta que fue suprimido al principio del período especial. En 1990 comencé como caricaturista del periódico Granma. En este importante diario de la revolución he publicado algunas tiras cómicas, no páginas de historietas, porque no son de interés editorial, y ahora mucho menos con el poco espacio de un tabloide de ocho páginas.
En la etapa de Ediciones en Colores hice los dibujos para una historieta basada en el programa «San Nicolás del Peladero», durante un año, y después algunas páginas para la revista Fantásticos, con historietas de ciencia ficción.
Cuando la Editorial Pablo de la Torriente decidió hacer Cómicos, su primera revista de historietas, colaboré desde su primera edición con los personajes Cucho, Supertiñosa, Tiño, Botark y otros, todos en una sola historieta en la que Cucho era el personaje central, gracias a la ciencia ficción humorística. Al resurgir así la historieta, nos dimos cuenta de las grandes posibilidades que tiene el género en Cuba, por la abundancia de talentos jóvenes además de los más experimentados, a los que no es posible dar espacio. Pero hay muchos guionistas y dibujantes con posibilidades de situar a Cuba muy cerca de la vanguardia de la historieta mundial. Lamentablemente la economía del país no lo permite, pero hay que reconocer el esfuerzo que hizo la Editorial Pablo de la Torriente.
Volvamos al Mella...
Cuando Mella adopta el formato semanal, se decide que lo acompañe un suplemento de historietas. El director del Mella me da la tarea de organizar y dirigir el suplemento. Ya habíamos venido trabajando con Norberto Fuentes, que se iniciaba como escritor humorístico y reportero. Al principio no nos llevábamos muy bien porque él me traía guiones que yo no le aprobaba y, un poco humorísticamente nos fajábamos, y le decía: «Eso no sirve, Norberto, te voy a estrangular». En esa época éramos muy jóvenes y, además, nuestro estilo, las relaciones de trabajo eran así, muy humorísticas.
Buscando jóvenes talentos acudimos a la escuela Diego Rivera, que estaba en la calle Reina, en cuyo local había funcionado por muchos años la escuela anexa a la Academia San Alejandro, donde se formaban los escultores y pintores. La escuela anexa había cambiado y lo que enseñaban era algo más práctico, como el dibujo publicitario y la ilustración, el diseño gráfico. Uno de los escogidos fue el diseñador Ángel González, que continuó su carrera y hoy pertenece al diario Juventud Rebelde. También se unió a nuestro grupo un joven procedente de Cárdenas, ya muy profesional. Me refiero a Padroncito, que trabajaba en el departamento de Animación del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión) dirigido por Lillo, también historietista y creador de «Matojo», personaje muy popular durante muchos años. Se unieron además al Mella el genial Juan José López ... y Wilson, el creador de las famosas «Criollitas». Ellos y otros más eran un equipo muy fuerte, capaz de mantener con calidad las ocho páginas semanales de historietas que requería el suplemento, con colores y todo. Posteriormente se incorporó Luis Ruiz, que salió de las Fuerzas Armadas, y que se desarrolló como un dibujante muy talentoso; pero no mantuvo su actitud hacia la revolución y nos abandonó unos años más tarde.
Y todos estos nuevos compañeros que se venían añadiendo al equipo eran jóvenes, no tenían experiencia. ¿Cómo hacías para formarlos? ¿Les dabas clases de historietas?
Paralelamente la revista Pionero había avanzado también, y reunió otro equipo formidable de escritores y dibujantes. Ocurre una cosa: yo no soy el único que se ve obligado a preocuparse por la formación de historietistas. Lo que yo podía hacer era situar a los compañeros de acuerdo con las habilidades que tuvieran más, las que iban adquiriendo, dando las páginas más importantes a los más profesionales y que podían mantener, con seguridad, su página. En ese caso estaba Wilson, estaba Lillo, Juan José López... Recuerdo a Pedro Martín, dibujante de «Marco, el gladiador» con guiones de Víctor Casaus... Silvio Rodríguez, que comenzó a dibujar en la revista Mella y creó muchas páginas de «El hueco, una historieta muy profunda».
Yo no daba clases de historietas, en realidad debía recibirlas. E n primer lugar confiaba en el trabajo práctico. En segundo lugar, yo tenía una buena colección de libros de arte y prestaba a los compañeros el libro necesario para su desarrollo. En Pionero estaban haciendo una labor parecida. Pionero tuvo la suerte de empezar con un dibujante de la talla del australiano Harry Reade, que vino a Cuba al triunfar la revolución y estaba haciendo caricaturas políticas en el periódico Hoy, el órgano del PSP (Partido Socialista Popular). Junto a él comenzó Luis Lorenzo Sosa, quien estuvo ejercitándose en el Mella. Cuando la Unión de Pioneros Rebeldes solicitó un dibujante para la revista, promovimos a Luis Lorenzo, el que tuvo el privilegio de crear la primera portada de Pionero. Luis se hizo muy amigo de Harry Reade, aprendiendo mucho de él, algo realmente envidiable. Pionero estaba mejor organizado que nosotros, tal vez porque era mensual. Era un grupo de gente más seria que nosotros, pero algunos, además de darnos su colaboración, venían a divertirse al Mella. Los cierres de la publicación eran de escándalo, de música, de chistes, una locura... Yo no sé cómo se podía trabajar así.
En cuanto a estilos, cada cual eligió lo que le atrajo. Alguno se enamoró del trazo de Hal Foster, creador del «Príncipe Valiente» y esa fue su línea de desarrollo; otro escogió la línea expresionista de Chester Gould; yo había permanecido bastante fiel a lo que pude aprender de Disney, de la revista norteamericana Mad, la influencia de la publicidad, que me hizo dibujar de todo. También tenía la fuerte influencia de los dibujantes comunistas Horacio y Adigio, puntales del diario Hoy. Horacio Rodríguez era muy amigo del caricaturista Gropper, del Daily Worker, y mantenía correspondencia con él. A Adigio Benítez lo conocí por su obra en Hoy y en la primera etapa del Mella.

Figura 6: Una página de «La gloria que se ha vivido» (guión de Olga Marta Pérez), publicada en 1990 por la Editorial Capitán San Luis.
En ese asunto de la formación de dibujantes, más bien fui un organizador, a pesar de ser una persona muy poco organizada pero influía en los compañeros y los conectaba con las técnicas del dibujo, la rotulación, la documentación, el archivo... Juan José López, por su cultura, fue un magnífico profesor en el equipo. Roberto Alfonso, el creador de «Guabay», un héroe taíno, sí era organizado de veras. Yo tenía archivados muchos comics, pero Robe me sobrepasó. Tenía montañas de muñequitos en su casa. Era un coleccionista increíble y, además, lo sigue siendo.
Aunque no pertenecieron al Mella, quiero hablarte de los hermanos Felipe y Domingo García. Ambos eran grandes coleccionistas, pero Domingo era una enciclopedia viviente de la historieta mundial y de todas las épocas. A Domingo le preguntaban que quién dibujaba la historieta «Guerra interplanetaria», quién la escribía, cómo se llamaba el personaje central, quién era el malo... y lo decía todo, hasta el año de su publicación y en qué periódico. La historieta que se pensaba que él no podía haber visto, la conocía con todos sus detalles.
Todo lo que te he contado sobre algunos compañeros que me acompañaron en esa tarea de realizar el suplemento de historietas del Mella demuestra que mi papel de formador de dibujantes se exagera bastante. Cuando Ediciones en Colores inició sus labores con Fidel Morales como director, la mayoría de los dibujantes del Mella y Pionero fueron captados para ilustrar las páginas de las revistas Muñequitos, Aventuras, Din Don, Fantásticos. Fidel Morales fue el más dinámico promotor de la historieta en nuestro país, dotado de un tremendo optimismo y una voluntad a toda prueba. Sus revistas constituían todo un sistema de publicaciones para niños y adolescentes. Al desaparecer la posibilidad de este esfuerzo editorial, creó el Grupo P-Ele, y editó la revista ©Línea, en la que estudiaba la historieta cubana e internacional, con verdadera calidad teórica y un magnífico nivel de información, a la altura de revistas de arte o diseño como, por ejemplo, American Artists. También creó la serie de revistas Anti-Comics, para distribuir en América Latina como una respuesta actualizada al cómic norteamericano.La colección de la revista ©Línea demuestra la capacidad intelectual y el talento como promotor de Fidel Morales. Él expresaba: «Sí tengo un avión, yo voy en avión; si tengo un par de muletas, uso las muletas, pero siempre avanzo». Un día acudí a un llamado del compañero César Escalante para vincularme con Ediciones en Colores y me mostró unos muñequitos impresos, que reproducían historietas norteamericanas, tales como «Pancho y Ramona», el «Príncipe Valiente» y otros, con dibujos de los hermanos García. Felipe y Domingo García, que ya fallecieron, le tenían un amor a la historieta como yo no he visto en ningún otro compañero. Al visitar a Fidel Morales, me propuso que dibujara «San Nicolás del Peladero», basada en el popularísimo programa de televisión y con guiones de Fabio Alonso... Yo pienso que después de Marcos Behmaras, que movió la historieta en el plano intelectual, quién más la impulsó como promotor fue Fidel Morales.
¿Cuál es tu opinión sobre los resultados de la historieta cubana? Y su situación actual, sus perspectivas.
Era sabido que en el ex campo socialista, con alguna excepción, las publicaciones de las revistas juveniles e infantiles, los periódicos de las juventudes, eran medios muy aburridos en los que los comics no se utilizaban. Y al no tener resonancia el género de la historieta por allá, como estábamos muy ligados a la Unión Soviética, no se pensaba en la necesidad y la utilidad como un formidable medio de educación mediante el entretenimiento. Creo que con un verdadero apoyo las historietas cubanas se desarrollarían hasta niveles de calidad internacionales. Vemos el apoyo de la revolución, tan sostenido y decisivo, dado al cine cubano con la creación primeramente del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) hasta el Instituto de Cine Latinoamericano, los equipamientos, los festivales... Todo eso, tan necesario, es lo que necesita la historieta cubana, no con la magnitud del cine, para despertar como parte inseparable de nuestra cultura.