Aportes téoricos para un nuevo paradigma de la caricatura
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Carlos Alberto Villegas Uribe
Profesor, Universidad Javeriana, Cali, Colombia

 

Resumen

A partir de la obra de los caricatógrafos colombianos, caricaturistas especializados en la expresión gráfica para provocar la risa en sus receptores, el autor determina las notas características de los géneros de fisonomía caricatográfica, humor caricatográfico, ensayo caricatográfico e ilustración caricatográfica, así como los más destacados cultores colombianos en los respectivos géneros.

Abstract

As from the work of Colombian caricatographs, cartoonists specialized in the graphic expression to provoke the laugh in its recipients, the author identifies the characteristic notes of the kinds of caricatographic physiognomy, caricatographic humor, caricatographic essay and caricatographic illustration, as well as the most important Colombian practitioners in the different kinds.

 

La fisonomía caricatográfica

Si se acepta que la aparición de la caricatografía se le debe a Leonardo Da Vinci, se puede afirmar que el más antiguo de los géneros de la caricatografía es la fisonomía caricatográfica. Este género, como lo afirma Álvaro Montoya Gómez, es una manera misteriosa de diseñar un rostro. También se puede afirmar, siguiendo a Bergson, que la fisonomía caricatográfica es el arte de acentuar los movimientos que la naturaleza dibujó en el rostro de los seres humanos para desnudar su carácter. La exageración (capacidad de distorsionar un rostro sin afectar la singularidad del personaje), la síntesis (la máxima información con el menor número de elementos) y la caracterización (capacidad para traducir en trazos la personalidad de un sujeto) son las notas características de este género. A partir de los apuntes de Álvaro Montoya Gómez, se pueden establecer cuatro tipos de fisonomía caricatográfica: la exageración fisonómica que enfatiza la primera nota característica; la síntesis fisonómica que enfatiza la segunda nota; la caracterización fisonómica, que enfatiza la tercera; y la fisonomía conceptual que se apoya en los aportes del diseño gráfico para expresar artísticamente las características del rostro humano. Por su parte, Germán Fernández (2000) aporta, a partir de la experiencia del artista calarqueño Fabio Botero, una quinta tipología: la transformación, cuyo propósito es transmutar un rostro humano en un animal o una cosa.

Figura 1: Fisonomía caricatográfica del Maestro Calarcá, del grupo de caricaturistas colombianos asociados al Cartel del Humor.
El género de caricatografía política se apoya en la fisonomía caricatografía para realizar los comentarios de la actualidad política y social de una región, pueblo o nación determinada. De allí que la mayoría de los caricatógrafos políticos, sean al mismo tiempo buenos fisonomistas caricatográficos: Groot, Greñas, Pepe Gómez, Samper, Rendón, Osuna, Guerreros, Luisé, Merino, Chapete, Alberto Arango, Jorge Duarte. Pero existen caricatógrafos que se han especializado en la fisonomía caricatográfica.
Desde la época de la independencia colombiana se tiene relación de la existencia de fisonomistas caricatográficos. Álvaro Gómez Hurtado (1987), señaló que «en nuestro país, las pocas caricaturas que hizo José María Espinoza, (1776-1883) el abanderado de Nariño, circulaban de mano en mano en los mentideros del altozano de la catedral» (p. 6).
Por su parte, Claudia Mendoza (1988) apunta que hay antecedentes de la fisonomía caricatográfica desde las primeras décadas del siglo XIX. «Entre ellos un acuarelista de mirada irónica, sin abandonar la intención realista, logra en sus retratos de personajes y costumbres una faceta que hasta entonces había sido ignorada, José María Roche, sabe ver lo ridículo, lo grotesco, lo artificioso y lo dibuja con la inclemencia de un buen caricaturista» (p. 22).
Uno de los fisonomistas caricatográficos que marcaría la pauta en la primera mitad del siglo XX es Jorge Franklin (1912-?), caricatógrafo bogotano que publica sus primeras obras en la revista Universidad, fundada y dirigida por Germán Arciniegas. En 1929 viaja a España; allí realiza estudios de Bellas Artes en Madrid y Barcelona y colabora con las revistas Guirigay, T.N.T., Fragua, Umbral y Solidaridad Obrera, entre otras. Entre 1933 y 1935 participa como caricaturista del Salón de Otoño de Madrid. Es apresado y condenado a muerte por el régimen franquista por su colaboración con los republicanos. Regresa al país en 1941 –luego de que el cónsul de Colombia en España lograra anular la condena–, y colabora con El Tiempo, Sábado, Crítica, Colombia en Cifras y la revista Semana; su propuesta, nutrida por la corriente vanguardista de la época, fue una fisonomía caricatográfica de corte cubista y un limpio manejo del color. «Según Álvaro Medina, Franklin “dio a conocer un mundo rigurosamente geométrico, de construcciones sólidas que luego variaron hacia un surrealismo sui generis, apropiado para acceder al humor de que careció en principio; los mejores ejemplos de estos últimos los encontramos en las numerosas carátulas que diseñó para la revista Semana en la década del cuarenta”» (Segura, URL). Desde agosto de 1948 se radica en Estados Unidos. En ese país trabaja para las empresas Daimont Macht Co. y la General Outdoor Adversiting, y presentó su obra en la exposición de Arte de Chicago Art Fair 50 (1973) y la Galería Bacardí de Miami (1979).
El artista vallecaucano Omar Rayo fue un destacado cultor de la fisonomía caricatográfica. Grabador y pintor de reconocido prestigio internacional en la plástica americana, inició su carrera en el campo de la caricatografía. El periodista cultural Fernando Gómez, en el artículo «El pintor errante», publicado en la revista Mundo (2001) nos cuenta: «La carrera artística de Omar Rayo comenzó a consolidarse con un anuncio de periódico: “Curso de dibujo por correspondencia, Academia Zaer, Buenos Aires Argentina” [...]. Tenía 16 años y la oportunidad de convertirse en artista en un pueblo colombiano llamado Roldanillo eran bastante remotas [...]. Pero Rayo era terco. Se defendió como pudo con las condiciones que le imponía un curso que le llegaba desde la Patagonia [...]. En Cali se ganó la vida haciendo caricaturas para consultorios de médicos y despachos de abogados. Tuvo su paso fugaz por la naciente escuela de Bellas Artes donde le dijeron que no tenía nada que aprender». Entonces viaja a Bogotá y allí –continúa Fernando Gómez– «fue al encuentro de la elite intelectual del país. En esos días, el cuartel general de poetas era el café, automático [...]. Este adolescente, sentado en el último rincón del café, los conquistó con sus travesuras con el lápiz, finalmente le dieron la bienvenida al grupo de los elegidos y se ganó su admiración el día que los sorprendió con su primer intento pictórico el maderismo. Eran veinte retratos de los personajes más reconocidos del café dibujados con trozos de madera [...]. En la época del café automático esos efectos de su obra no habían hecho su aparición. Era sólo un muchacho talentoso abriéndose camino. Nueva York apenas se le aparecía en sueños. Pero ya era conocido. Fue invitado por el diario El Siglo para realizar los rostros de los invitados a la Conferencia Interamericana de 1948 y por la revista Semana para hacer sus portadas [...]. Inventó una corriente más, marcada por el surrealismo, llamada el bejuquismo. Cuando todo apuntaba a que Rayo se convirtiera en el gran ilustrador y caricaturista colombiano, un buen artista local, nuevamente le picó el bicho de partir» (pp.13-15). Se puede afirmar que en la propuesta de fisonomía caricatográfica, el maestro Rayo recibe y transmuta la influencia modernista de Jorge Franklin Franklin en el manejo y solución del diseño del rostro humano para construir una expresión plástica personal y de vanguardia que se inscribe en la línea de la fisonomía caricatográfica conceptual, cuando aún el diseño gráfico era apenas una idea incipiente en Colombia.
El calarqueño Fabio Botero Palacio (1921-1991) merece un destacado reconocimiento tanto por su trabajo de caricatografía social, donde predomina la caracterización sintética de los habitantes del municipio de Calarcá, como por el cultivo de una propuesta sui géneris en la fisonomía caricatográfica colombiana: las transformaciones. La transformación consiste en una metamorfosis gráfica que parte de la caracterización inicial del personaje, y en un proceso gradual de inserción de rasgos zoomórficos concluye con la percepción que el caricatógrafo o la comunidad tienen del personaje caricatografiado. Sobre esta propuesta de Fabio Botero afirma Germán Fernández (2000): «La inserción de rasgos animales en la figura humana es tan antigua en la historia del arte universal como el arte mismo, pero el paso gradual entre uno y otro como objeto explícito de una ilustración es un logro reciente de las artes visuales. Las técnicas de animación digital han permitido mejorar el desarrollo de las metamorfosis faciales en el cine de ciencia-ficción (que alcanza su punto culminante con la película “El Hombre Lobo en Londres”), mientras que en la historieta se logra un efecto similar con la técnica de la descomposición del movimiento. A nivel de caricatura es bien conocida la obra de los franceses Mulatier, Ricard y Morhoise, quienes marcaron uno cota alta a final de la década del ochenta en esta especialidad. No estamos en condición de afirmar hasta qué punto Fabio Botero se apoyó en estas referencias al momento de desarrollar sus transformaciones. Lo cierto es que se aventuró en un tema que resulta difícil, incluso para los más avanzados exponentes del género (pp. 12-13). La inserción de la propuesta de Fabio Botero, consignada en el diario La Patria, la revista lugareña El Buscón y en su «Libreta de apuntes» encontró eco en el trabajo epigonal del quindiano Germán Pérez Permedy (1970).

Figura 2: Hitler Visto por Turcios, fisonomista caricatográfico que revolucionó este género en Colombia.
El pintor antioqueño Horacio Longas –quien ejerció la caricatografía política entre 1930 y 1935 en los diarios El Colombiano, El Tiempo y El País– realiza un trabajo semejante al de Fabio Botero. Longas crea un recurso de condensación para lograr procesos similares y en una sola viñeta sugiere este tipo de transformaciones con el uso de una sombra chinesca que proyecta el carácter zoomorfo del personaje contra una virtual pared.
Jorge Moreno Clavijo (1921) es un caricatógrafo que extrema las características de la fisonomía de síntesis a través de sus monolíneas, donde «analiza la expresión de cada personaje, recortando cuanto se pueda del rostro, para abstraerlo en una sola línea, trazada a lápiz» (Credencial, no. 11). El trabajo de este fisonomista caricatográfico fue recogido en el libro «Mi generación en líneas» (1951).
La caricatografía de síntesis es oficiada también por el caricatógrafo risaraldense Silvio Bedoya Escudero (1931), nacido en Guática, Risaralda, quien colaboró con el desaparecido diario El Pueblo de Cali y las publicaciones Normanoticias y la «Enciclopedia del humor» de la Editorial Signo, de Panamá. Sus caracterizaciones recurren a una línea limpia y sintética muy asociada a las construcciones del diseño gráfico.
Figura paradigmática de la fisonomía caricatográfica en la segunda mitad del siglo XX es Arlex Herrera, conocido como el Maestro Calarcá. Nacido en Armenia, Quindío, en 1934, asume su seudónimo como un homenaje al aguerrido cacique Pijao que combatió la ocupación española en las tierras quindianas. Es un convencido del compromiso social de la caricatura, por lo que su trabajo, más que reclamar, demanda a grito de lápiz, un espacio digno y justo para el ser humano, sin preocuparle, por ello, que su trabajo en caricatografía política adquiera a veces el tono de pancarta. Comunista militante, Calarcá ha ejercido el género de la caricatografía política desde 1962, fecha en la cual ingresó al semanario Voz de la Democracia, hoy Voz; atalaya de sus principios desde donde ha denunciado la paradoja de un país que se deshace en manos de los corruptos, que desaparece en los oscuros meandros de la democracia, que muere masacrado y amordazado por los violentos de todas las extremas. Entre 1987 y 1990 promovió y organizó en Bogotá cuatro versiones del Festival Latinoamericano de Humor Gráfico. Calarcá realizó estudios en el Instituto de Ciencias Políticas y Comunicación de Moscú. Allí, la calidad de su trabajo mereció la publicación en Krokodril la revista de humor de mayor circulación en la desaparecida URSS. Se destaca en el género de la fisonomía caricatográfica no sólo por su búsqueda constante de nuevas formas de diseñar el rostro humano, y por ende su evolución permanente en el género, sino también por el aporte que ha realizado a distintas camadas de caricatógrafos, a través de la Escuela Nacional de Caricatura, en Bogotá, Taller Dos en Calarcá y los múltiples talleres que ha realizado, por invitación especial, en distintas regiones de la geografía colombiana. Su labor en fisonomía caricatográfica fue reconocida por el Festival de la Historieta de México y por la X Bienal de Humor Gráfico de Cuba, donde fue invitado especial y galardonado por la fisonomía en bronce del poeta Nicolás Guillén, respectivamente. Así mismo, la Gobernación del Quindío, le otorgó el Retablo Quimbaya en la modalidad Maestro de Maestros, en el marco del Encuentro Nacional de Caricatura: la caféteRÍA, realizado en Armenia, en agosto de 2000 e incluyó su nombre en la antología caricatográfica «A punta de lápiz: el Quindío en la caricatura colombiana».
Otro quindiano destacado en el cultivo de la fisonomía caricatográfica es Jairo Alberto Álvarez (Jairo A.). Nacido en Córdoba, Quindío, en 1954, publicista egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano (1981). En 1985 desarrolló para Editora Cinco la historieta «Las aventuras de Montecristo». Crea con Diego Toro y Mario García, la agencia publicitaria Ideas de Cartón y funda la Escuela Nacional de Caricatura. En 1988, realiza para la edición dominical de El Tiempo el concurso semanal «Se Busca», que es lanzado como contrapropuesta a «¿Dónde está Javier?» realizado por Mancera, en El Espectador. En 1992 Jairo A. despliega una labor didáctica en el suplemento dominical Las Aventuras de El Tiempo, en la sección «Rayando papel». Entre 1988 y 1994 realiza una serie de proyectos que Germán Fernández (2000) ha denominado «composiciones abigarradas: la temática de las conglomeraciones variopintas se va a repetir en estos proyectos. En la mayor parte de ellos el pretexto es algún acontecimiento ligado a los medios masivos de información y recreado con el protagonismo con las figuras más destacadas de la farándula y el deporte. Para lograrlo, el artista despliega en el formato amplio de un afiche o en el reducido de las láminas de un álbum, sus destrezas en el manejo de la caricatura fisonómica» (p. 45). Entre estas obras figuran el cartel «Bogotá qué Verraquera» (1986), el álbum para la Emisora 88.9 (1990), el álbum conmemorativo «América 500 años» y los carteles «La chiva del mundial» (1994-98) y «Café con leche» (1998). Hasta el año 2000 se desempeñaba como fisonomista caricatográfico de la revista TV y Novelas de El Tiempo.
El bogotano Jairo Linares, ocupa, desde la década del ochenta un sitial de preferencia en la fisonomía caricatográfica colombiana, su trabajo, aparecido con regularidad en El Tiempo, se caracteriza por un depurado manejo técnico del grafito y la acuarela y por la magnificación de algún elemento corporal, especialmente las manos. Maestro en Bellas Artes egresado de la Universidad Nacional, obtuvo el premio en la Primera Internacional de Artes en Cegrí St Christophe, Francia. Ha publicado en los diarios La Tribune de l’ Expansion (Francia), El Tiempo y El Espectador (Colombia) y en las revistas Credencial, Summa, Cambio 16, Aló y Cromos. Como ilustrador caricatográfico ha trabajado para las editoriales Norma, Voluntad, Panamericana. Publicó el libro de fisonomías caricatográficas «Personajes vistos por la mano de Dios» (1999). El más reciente trabajo de Linares, consistió en la elaboración de la fisonomía de caracterización de los columnistas del desaparecido diario El Espectador. En esta nueva etapa Linares se aparta de la intención caricatográfica y regresa a los fueros del dibujo artístico con una serie de retratos puntillistas que demuestran su habilidad en el manejo de la plumilla.

Figura 3: Jairo Barragán –Naide–, considerado el padre del humor caricatográfico en Colombia.
Uno de los más destacados fisonomistas caricatográficos de Colombia en el exterior es Ismael Roldán (1964). Caricatógrafo vallecaucano, nacido en Cali pero radicado en Bogotá desde los tres años. A los catorce años publicó sus primeras cinco caricaturas en las páginas literarias del desaparecido diario vallecaucano El Pueblo. El columnista Roberto Posada (Dartagnan) le brindó la oportunidad de publicar a los diecisiete años fisonomías caricatográficas para Lecturas Dominicales de El Tiempo. En 1981 se graduó de bachiller en el Liceo Juan Ramón Jiménez y entró a estudiar Diseño Gráfico en la Universidad Nacional, pero sólo realizó cuatro semestres por los cierres permanentes de la institución en una de las más duras épocas de refriegas estudiantiles. Decidió matricular en Altos de Chavon en la Republica Dominicana donde realizó un año de Ilustración y Bellas Artes, y conquistó una beca para seguir en la Parsons School of Design de Nueva York. Se quedó en esa ciudad y con tenacidad y un trabajo consistente y de alta factura ha llegado a editar sus fisonomías en las más importantes publicaciones de Estados Unidos: Time, Newsweek, Sports Illustrated, Money, Fortune, Forbes, US Weekly, People, The Washington Post, The Wall Street Journal, The Washington Times, US News and World Report, Business Week, The Baltimore Sun, entre otros.
Por su trabajo internacional y su aporte al desarrollo del género Omar Figueroa Turcios-Ofit (1968) es otra de las figuras paradigmáticas en el cultivo de la fisonomía caricatográfica. Nacido en Corozal, Sucre, Turcios publica su primera caricatura en el diario El Heraldo de Barranquilla (1985), pero inicia su carrera profesional en El Diario del Caribe, donde trabaja entre 1985 y 1989. Luego de conocer a los más importantes caricatógrafos colombianos y algunos latinoamericanos reunidos en el Festival Mundial de Humor Gráfico Calarcá 89, decide radicarse en Bogotá a partir de 1990. En la capital de la república trabaja con seudónimos distintos para los dos diarios más importantes de la época. Sus caricatografías en El Tiempo (1990-1998) aparecerán firmadas como Turcios y en El Espectador (1993-1998) como Ofit. Colabora igualmente con el diario El Nuevo Siglo (1991) y con las revistas Cambio 16 (1996-1998), Acento (1997), Cromos (1997-1998), Wallstress (1998). Incorpora a su desarrollo como fisonomista caricatográfico los aportes de Calarcá y Linares y en un rápido proceso de enriquecimiento técnico llega a desarrollar un estilo muy personal, con un agresivo uso del color y manejo plástico de la línea, que convierte en un manierismo efectivo, donde una característica física, exagerada en extremo, ofrece al lector la mejor de las caracterizaciones del personaje abordado. En 1998 viaja a Alcalá de Henares. Allí es distinguido con el título honorífico de Profesor de Humor, por la Universidad de Alcalá. En España publica en los diarios El Mundo (1998), La Razón (1998-2001), Diario 16, (1999-2001), Madrid Económico (2001), Diario de Alcalá (2000-2001) y la revista Quevedos (1998-2001). Cultiva igualmente los géneros de la ilustración humorística y el humor gráfico. En este último género cosecha importantes premios y distinciones nacionales e internacionales: Italia (Octava Bienal de Caricatura, 1990; Premio Mari, 1995; Humor Deportivo, 1995; décima novena bienal internacional de humorismo en el arte, 1997); Turquía (Premio World Kiris, 1996); Cuba (Décima Bienal Internacional de Humor Gráfico, 1997); Brasil (Bienal Internacional del Humor, Sao Paulo, 1998; 25º Bienal Internacional de Dibujo Humorístico, Piracicaba, 1998; Primer Festival Internacional de Dibujo Humorístico, Pernambuco, 1999) y Colombia (Concurso Intencional CAFAM, 1990 y1995; Concurso de Caricatura Política, revista Semana, 1998; Primer Festival Mundial de Caricatura, Medellín). Es necesario subrayar que Turcios cultiva con gran propiedad y talento la mayoría de los géneros de la caricatografía, pero es en la fisonomía caricatográfica, por su particular visión de mundo y su capacidad técnica y creativa, donde ha dejado la mayor huella en la historia de este arte, en Colombia.
El más reciente caricatógrafo que se destaca en el género de fisonomía caricatográfica es Silvio Vela, Negus (1976). Inició su carrera caricatográfica con el premio CAFAM de Caricatura, posteriormente conquistó honores en el Festival Mundial de Humor Gráfico por su trabajo de humor caricatográfico en ciencia y tecnología. Su trabajo fisonómico de un elaborado manejo técnico, vincula medios como el moldeado en plastilina, la fotografía y procesos de digitalización. Su obra ha circulado en diversas publicaciones nacionales: El Tiempo, El Espectador, Wallstress y Alternativa, entre otros. Según la reseña de la revista Alternativa, Silvio Vela ingresa en diciembre de 1999 a las grandes ligas al publicar en la revista de crítica literaria y periodística The New York Review of Books, una caricatografía fisonómica del vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, al lado del caricatógrafo internacional David Levine. Vela ha cultivado igualmente la historieta, con la tira cómica «Isidoro», «que es la silla de la reflexión, donde nunca nadie ha confesado tener una gran idea» (Alternativa, 1999).

 

El humor caricatográfico

En sentido opuesto a la caricatografía política y social, la aspiración del humor caricatográfico es la universalidad y la intemporalidad. Su éxito radica en la capacidad de trascender en el tiempo y en el espacio para evidenciar el absurdo cotidiano. Evita al máximo la utilización de textos. Al igual que la caricatografía política, la narración del humor caricatográfico se resuelve en una sola viñeta. Pocas veces el cultor del humor gráfico recurre a la fisonomía caricatográfica, y cuando ocasionalmente lo hace, utiliza estereotipos, mitos universales, personalidades de reconocimiento mundial.

Figura 4: Elena María Ospina, ilustradora caricatográfica integrante del Cartel del Humor.
En la historia de la caricatografía colombiana se encuentran atisbos de humor caricatográfico en algunas obras de Chapete y de Merino, que estudiosos como Beatriz González han denominado caricatura social, pues tocan temas que parecieran intemporales como los huecos de Bogotá, el clima, la corrupción o la moda. Sin embargo, sólo hasta mediados de la década del setenta, entra de lleno el concepto de humor gráfico en Colombia, con la participación en la «Enciclopedia del humor» de los colombianos Naide (Jairo Barragán), Pepón (José María López), Galgo (Guillermo Álvarez González), Ponto (Alfonso Moreno), Silvio Bedoya, Ugo Barti (Armando Buitrago), Juan Valverde. Cuatro tomos de circulación restringida para los compradores de la Lotería de la Cruz Roja Colombiana, donde millares de colombianos pudieron familiarizarse con las propuestas de humor gráfico de «los mejores humoristas de América»: Fontanarrosa, Amengual, Kalondi, Oski , Crist, Quino (de Argentina); Ziraldo, Coentro, Reinaldo, Redi, Henfil, Laerte (de Brasil); Tabaré, Blankito, Al Caloide, Sabat (de Uruguay); Naranjo, Rius, Uici (de México); Palomo (de Chile); Sofocleto (de Perú); Carlucho, Albeu (de Cuba); entre otros nombres o seudónimos que el tiempo se ha encargado de depurar. La «Enciclopedia del humor» constituyó una verdadera revolución democrática en un pueblo como el colombiano que padece de un alto grado de analfabetismo visual. Esta publicación abonó el terreno para la aparición y validación del trabajo de los caricatógrafos colombianos que ejercían el humor gráfico y la consolidación de una presencia con calidad en los certámenes mundiales, en la década del ochenta.
Sin duda alguna, Jairo Barragán, Naide, caricatógrafo tolimense nacido en Ibagué, es la figura paradigmática del humor caricatográfico colombiano. Irrumpió en el contexto nacional con una línea que subvertía los cánones clásicos e inspiró con su trabajo toda una generación de caricatografos en Bogotá que posteriormente constituirían el hito de los asociados, en las agrupaciones Taller de Humor y El Cartel del Humor. El trabajo de Naide fue acogido en las publicaciones El Tiempo, El Espacio, y las revistas Diners, Crítica. Publicó el libro «Lo que Naide se imagina» y fue invitado por el Museo de Chartes a exponer su obra gráfica. A principios de la década del ochenta viajó a Estados Unidos. En octubre de 1987 expuso en Nueva York, en los salones de la Galería Ollantay con los colombianos Yayo y Garzón, una muestra de su producción que denominaron «El humor la primera lengua».
Con una menor divulgación nacional pero de igual significación entre sus coterráneos, aparece en Medellín la obra del antioqueño Elkim Obregón. Caricatógrafo que cultiva los géneros del humor caricatográfico, la ilustración caricatográfica y la historieta. Al inicio de la década del setenta empezó a publicar sus caricaturas en el diario El Colombiano y a finales de la misma se vincula con el diario El Mundo. Autor de la tira cómica «Los invasores» que publicó en ambos diarios antioqueños. Entre 1974 y 1976 publicó sus obras en Última Hora y Crash en Sao Paulo, Brasil, y en Historia 16 en Madrid, España. Recogió sus trabajos de humor caricatográfico y fisonomía caricatográfica en los libros «Grafismos» (1978) auspiciado por la Fábrica de Licores de Antioquia y «Más grafismos» (1986) de la Colección de Autores Antioqueños, auspiciado por la Dirección de Extensión Cultural. En 1986 recibió el Premio de Periodismo CPB, en la modalidad de caricatura. Obregón hace parte del hito de los denominados innovadores, pues su grafismo al igual que una gran hornada de caricatógrafos colombianos, elude el manejo del canon clásico de la figura humana.
Después de Naide y Elkim Obregón, toda una generación se agrupa en torno a esta propuesta fresca y descomplicada que mira la vida a través del absurdo y lo expresa con todos los recursos que le permite la gráfica.
El más cercano a Naide en concepto y grafismo es Diego Herrera, Yayo, (1961), nacido en Cundinamarca (Mesitas del Colegio) y radicado actualmente en Canadá. Miembro del Taller de Humor, con quien realiza sus primeras exposiciones en Colombia. Colabora con El Espectador, El Tiempo, y Diners. En 1985 recibe el premio Simón Bolívar en la modalidad de Caricatura. A partir de 1987 se traslada a Montreal, Canadá, donde se vincula a las publicaciones L'actulité, Le Devoir, Chatalaine, CROC, Safarir y Reader's Digest, igualmente se vincula y publica con el Cartoons & Writer Sindicate y en Witty World, una de las más prestigiosas publicaciones de humor caricatográfico de Estados Unidos. Ha realizado exposiciones individuales y colectivas en Colombia, Canadá, Estados Unidos y Turquía. La calidad de su trabajo ha sido reconocida en certámenes nacionales e internacionales, donde ha recibido premios y distinciones, como el Primer premio del Concurso Nacional de Caricatura Al Día, Bogotá, (1983) y el Segundo Premio en el Festival Mundial de Humor Gráfico, Calarcá 89 (1989), en Colombia; el Prix du Graphisme, otorgado por el Festival Internacional de Humor Gráfico de Anglet, Francia (1994); Macedonia le otorgó el premio de la Exposición Mundial de Caricatura Osten, Skope (1987); en Italia conquistó el Premio «Dattero d´argento» del Salón Internacional de Humorismo, Bordighera (1989). En 1990 recibió el Premio del Festival Internacional de caricatura Sabantuy, Kazan, de Rusia y en 1997 el Gran Premio internacional de Caricatura de Belgrado; la Asociación Canadiense de Fotógrafos e Ilustradores en Comunicación –CAPIC– le ha conferido medalla de bronce en 1996 y 1997, y recibió en 1997 el Primer Premio de la Academia de Artes Aplicadas de Canadá. Entre los libros publicados figuran «Cartoons Yayo», «Zoo-illogique», «Reverire», modalidad en la que recibió, igualmente, el Premio Mr. Cristie, al mejor cuento ilustrado para niños en Canadá (1996).
Un caricatógrafo que estuvo cercano al hito de los asociados fue Guillermo Alfonso Ponto Moreno. Caricatógrafo colombiano que se puede clasificar realmente en el hito de los innovadores, por su participación en la tarea pionera de la «Enciclopedia del humor», donde ya aparece con una propuesta de humor que subvierte el canon clásico en el manejo de la figura humana. Vivió varios años en París donde publicó en el diario Le Monde y las revistas Humanité Dimanche, Temps Médicale, Ça m’intéresse, Mieux-Vivre, Vous, Américas. A finales de la década del ochenta ejerció como director gráfico de El Tiempo, desde su cargo apoyó la vinculación de varios de los integrantes de El Taller del Humor a ese diario y participó como jurado en el Festival Mundial de Humor Gráfico Calarcá 89.
Otro de los caricatógrafos que cultiva una forma particular de humor caricatográfico es Alfredo Garzón. La propuesta de humor caricatográfico de Alfredo Garzón, de profundidades filosóficas que aluden de alguna manera a la concepción pesimista de Michel Foucault del hombre encerrado, encasillado y condenado a su arbitrio, apareció en las Lecturas Dominicales del diario El Espectador bajo la denominación «Cartones de Garzón». Después de un largo silencio desde su traslado a Estados Unidos, sus trazos reaparecerán en El Espectador, luego del asesinato de su hermano Jaime Garzón, con una tira cómica que continúa la saga reflexiva sobre la angustia existencial del hombre contemporáneo y sus paradojas sociales.

Figura 5: Autocaricatografía de Rendón, uno de los más representativos fisonomistas caricatográficos de Colombia.
La década del ochenta puede ser considerada el momento culminante del humor caricatográfico colombiano. Los asociados de Bogotá y Medellín cultivan este género con predilección y obtienen triunfos internacionales de importancia. Bernardo Rincón será una de las figuras indiscutibles en el desarrollo de este género por su función de gestor y líder de El Taller de Humor, junto a Jorge Grosso y por su trabajo de divulgación de los concursos internacionales entre los caricatógrafos allegados. Nacido en Bogotá en 1959, con estudios de Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y Diseño Gráfico en la Universidad Nacional de Colombia, promovió y participó en eventos de humor caricatográfico como El primer Encuentro de Caricaturistas (1984), Caricatura y Humor Gráfico (1984), Muestra de Ilustración Colombiana (1984), El Primer Salón de Humor Erótico y Negro (1985), la Segunda Muestra de Ilustradores Colombianos (1985), Cien Años de Harte, Cien Dibujos de Umor (1987), El Taller del Humor y Turbinas (1986), La Fonda del Humor (1986), Hoy presentamos: Humor (1987), El Taller del Humor (1988), ExPorHumor 88/89, El Taller del Humor 2 (1989). Luego de realizar en compañía de Grosso las Ferias y Fiestas Mundiales del Cómic (1991), crea de forma independiente la revista Acme y genera las condiciones para la aparición de un nuevo hito de la caricatografía colombiana: el hito de los historietistas. Su trabajo obtiene reconocimiento nacional e internacional: Colcultura le confiere la Beca de Creación a su revista (1994-1996), es invitado en 1996 al Salón Lucca Comics en Italia y al IV Encuentro Iberoamericano de Historietistas realizado en La Habana, Cuba, en 1996. En el género del humor caricatográfico su trabajo ha participado en innumerables concursos internacionales y como cultor de historieta ha publicado sus tiras cómicas «Dina» en el diario El Espectador y «Charlie G» en el desaparecido diario bogotano La Prensa. Su historieta breve «Poeros» fue una de las historietas regulares de la revista Acme. En el 2000 inaugura la página web del Museo de la Historieta Virtual, creada con la dirección conjunta del profesor Carlos Delgado, dentro del proyecto Laboratorio de Imagen Digital, en la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad Nacional de Colombia.
La exposición «Humor & turbinas», realizada entre septiembre y octubre de 1986 para conmemorar los 126 años de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, recoge los nombres de los más importantes cultores del género cercanos al Taller de Humor. En el catálogo se registran los trabajos de Cecilia Cáceres –Ceci– (1958-2002) diseñadora gráfica de la Universidad Nacional, con un potencial que fue truncado por una penosa enfermedad; Juan Carlos Nicholls, verdadero genio de la gráfica colombiana, del que pocas noticias se tienen por su carácter introvertido, pero uno de los ilustradores y diseñadores insignia de la colección de literatura infantil de Norma, quien al parecer desarrolla actualmente sus trabajos para proyectos en el exterior; Víctor Sánchez –Unomás–, arquitecto de profesión, quien se destaca en el diseño gráfico y la ilustración caricatográfica; y Jorge Grosso, Diego Toro, Elena María Ospina, Bernardo Rincón, Jairo Peláez, Germán Fernández, Marco Pinto. Así como el docente de ingeniería eléctrica Horacio Torres.
En 1991 para la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el Maestro Calarcá realiza en blanco y negro una caricatografía antológica en la que dibuja a todos los miembros de El Cartel del Humor disfrazados al estilo de los capos estadounidenses. Aparecen registrados allí como miembros de esta organización: Azeta, Plastilínico, Garibello, Rubens, Consuegra, Linares, Fernández, Mario García, León, Rodrigo, Gova, Guille, Jarape, Elena, Calarcá, Pinto, Alfín, Petete, Vladdo, Juangel, Sergio y Diego Toro. Para la siguiente Feria, en un afiche a todo color, aparecerá un grupo más reducido disfrazado de indígenas, como una forma de conmemorar los 500 años del descubrimiento de América. Se registra entre los nuevos personajes la presencia de Álvaro Salazar, Galgó y Cle.
Entre los caricatografos asociados a El Cartel del Humor que cultivan el humor caricatográfico se destaca en el género el bogotano Luis Eduardo León, quien realizó estudios de diseño gráfico en el SENA, y estudios de dibujo artístico en el Universidad Nacional de Colombia. Su trabajo, lleno del dinamismo propio del dibujo animado, fue galardonado en distintos concursos internacionales: el tercer puesto en Foto-humor en Knokee Heist, Bélgica (1989), Mención del Jurado en Aglet, Francia (1989), selección para «The Cartoon Aid Olympic Book» en Londres, Gran Bretaña, la caricatura más original del Festival Latinomericano de Humor Gráfico, en Bogotá, Colombia (1988); Mención de Honor en Piracicaba, Brasil, dentro de otras selecciones y distinciones en Bulgaria, Holanda, Polonia. En el género de la ilustración caricatográfica realiza trabajos para el diario El Espectador, especialmente con la revista Los Monos, donde se asocia con Elena María Ospina y crean el taller gráfico León y Elena Diseñadores. Desde este escenario creativo realizarán ilustración caricatográfica publicitaria para el ICBF, SENA, Universidad Nacional, Ministerio de Educación, Ministerio del Medio Ambiente, Cruz Roja Colombiana, Alcaldía Mayor de Bogotá y UNICEF; para esta institución crearán el logo «Manitos de paz».
Otro de los asociados que demanda una mención especial es Marco Antonio Pinto. Cultor de un humor gráfico ácido y dueño de una línea magistral que no recurre al boceto previo, el trabajo de ilustración de este bogotano nacido en 1964, se registra en la década del noventa en el diario El Nuevo Siglo (1991-1992), el diario La República (1994-1995), la revista Summa o circula entre algunos caricatógrafos privilegiados en forma de egoteca ilustrada. Esta modalidad –la egoteca ilustrada– fue muy común entre los caricatógrafos asociados al Taller de Humor y a El Cartel del Humor. Consistía en un cuadernillo de hojas en blanco, donde los caricatógrafos consignaban individualmente o al alimón sus más espontáneas creaciones gráficas.

Figura 6: Humor caricatográfico de Germán Fernández.
El caricatógrafo quindiano Jairo Peláez, Jarape (1958), químico de la Universidad Nacional y actual funcionario del Laboratorio de Química del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, es otro de los integrantes del Cartel del Humor que se destaca en el cultivo del género del humor caricatográfico. Luego de realizar su primera exposición en la Corporación Municipal de Turismo de Armenia (1982) se vincula al Taller de Humor, colectivo de caricatografía que tuvo su epicentro en la Universidad Nacional de Colombia. Con ellos llevaría a Calarcá, su pueblo natal, la exposición denominada «La fonda del humor», germen del Primer Festival Mundial de Humor Gráfico Calarcá 89. Sus primeras caricaturas las publicó en el diario La República en 1984. A mediados de la década del ochenta y principios del noventa realiza ilustración humorística para los diarios El Tiempo y El Espectador y sostiene por un breve período la sección «El laboratorio de Jarape» en el diario El Nuevo Siglo. En 1989 recibe el premio Nacional de Caricatura Ricardo Rendón, concedido por el semanario Voz. Presenta en Argentina (1986), en el marco del Congreso Internacional para la Enseñanza de la Química, su historieta «El dr. Q.». En el año 2001 publica en El Espectador, en formato de tira cómica, su personaje caricatográfico «Cándida». En 2002 el mismo diario acoge su personaje caricatográfico «Hermógenes». Entre los libros publicados figuran «Humor se escribe con H» (1986) y «Qué es el cuento de la entropía» (coautoría, 1986), «Mecánica de fluidos para todos» (coautoría, 1998), «Termodinámica básica para todos» (coautoría, 1989), «Cartilla de seguridad Merck» (1990), el «ABC de la seguridad Merck» (coautoría, 1992), «El laboratorio secreto de Jarape» (2000). Sus trabajos han sido galardonados en el Festival de Humor de Grabovo, en Bulgaria; en la XX edición de Umoristi Marostica, en el Concurso Internacional de Knokke-heist. La Gerencia de Cultura del Departamento del Quindío le concedió el Retablo Quimbaya en la modalidad Humor Caricatográfico (2000) y lo incluyó en la antología de caricatógrafos A punta de lápiz: el Quindío en la caricatura colombiana. Sobre su trabajo asegura Germán Fernández (2000): «Con el tiempo los temas cambian y la gran ciudad impone otros elementos al paisaje, pero la vitalidad de las composiciones jarapianas sigue invariable. Los motivos abigarrados, los detalles profusos, un aire de espontaneidad en la expresión de los personajes y el color basado en los tonos cálidos de una mañana soleada. La construcción de las figuras también sigue una constante, no existe una preocupación por seguir un canon previo, o las proporciones de un supuesto modelo natural, sino más bien por acentuar la gestualidad del personaje. El mono está construido sobre un molde muy particular, un rasgo que hace inconfundible el estilo del dibujante. En la descripción de los objetos tampoco se da un afán por racionalizar la tridimensionalidad o la perspectiva. Jarape apela a la propuesta cubista de abandonarlo todo a la suerte del plano pictórico, para dar cabida a una multiplicidad de puntos de vista dentro de la misma composición. Los objetos se representan de modo que insinúan el volumen sin abandonar su posición frontal. En suma, en Jarape se da esa ruptura con la formación académica que comenzó a cobrar fuerza en la caricatura colombiana, desde Naide, el comienzo de los años 70» (p. 55). En 2002 vuelve a publicar en una revista canadiense de la Universidad de Waterloo Cheem 13 News humor gráfico relacionado con la química y empieza a publicar la historieta el Dr. Q en la revista Reacant de la Asociación de Profesores de Química de Texas.
El ingeniero mecánico Germán Fernández (Bogotá, 1958), participó del Taller de Humor y lideró con Jarape la disidencia que daría origen a El Cartel del Humor. Su silencioso trabajo en el género del humor caricatográfico es necesario resaltarlo no sólo por las características de su producción, que logró reconocimiento en certámenes como el de Piracicaba (1981) y en Knokke-heist, sino también por la labor pedagógica realizada por más de quince años en la Escuela Nacional de Caricatura, donde aporta su visión académica y su profundo conocimiento de los mecanismos de la risa. Su vocación docente la objetiva en la cartilla «Movimiento y expresión en el dibujo humorístico», que pretendía ser una serie denominada Las Lecciones de la Escuela. Su humor caricatográfico cercano a la ciencia ha sido acogido en diveresas revistas académicas. Con Ingeominas desarrolló, en compañía de su esposa Natalia Veláquez, la historieta didáctica «Cómo se formó Colombia». Parco al hablar, pero riguroso y metódico, evidenció su dominio del tema caricatográfico y su habilidad en el manejo de la palabra escrita, en el libro «A punta de lápiz: el Quindío en la caricatura colombiana».
Como dato curioso de este género, se puede reseñar la incursión del actor colombiano Róbinson Díaz en el cultivo del humor caricatográfico. Bajo el Seudónimo de Picho y Pucho, publica en el diario El Espectador a finales de la década del 80 y principios del 90, varias caricatografías, resueltas con un buena línea pero con un mejor concepto de humor. Igualmente José Gerardo Calero Yepes, actor colombiano y escritor de cine y televisión nacido en Cali, en 1955, se vinculó durante un breve tiempo con el Taller de Humor, donde Bernardo Rincón lo reseña, en una presentación del grupo como un caricatógrafo que trabaja en el difícil e impublicable arte de la historieta para adultos.
El hito de los asociados inauguró una forma de divulgación de sus trabajos que se convirtió en ejemplo para otras regiones del país: los eventos de humor. Además de los ya reseñados, es preciso añadir: el Concurso Cafam de Caricatura, orientado por el docente Álvaro Salazar; el Festival Mundial de Caricatura de Medellín, liderado por Jorge Ocampo; el Festival Internacional de Caricatura Ricardo Rendón, promovido y realizado por Fernando Hincapié Picas, que arribó en 2002 a su novena versión; el Festival de Humor del Caribe Colombiano (1998), evento al que asistió la autodenominada Divina Rosca, que congregaba a la mayoría de los caricatógrafos del Taller de Humor y de El Cartel del Humor. La primera (1997) y segunda (1999) Exposición de Caricaturas sobre la Práctica Forense en el Siglo XXI, realizada por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
A finales del siglo se vincula a las páginas editoriales de El Espectador el caricatógrafo Bogotano Alberto Martínez –Betto– (1968), quien desde este escenario realiza ilustraciones y una caricatográfica política que no oculta su predilección por el humor caricatográfico. Sus libros «En barra arte de humor» y el reciente «Omelet de humor» confirman esta vocación. En 1999 el trabajo de Betto, conquistó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
Como se ha afirmado, el hito de los asociados fue el momento estelar en que el humor caricatográfico colombiano conquistó el mayor reconocimiento internacional; constatación que puede evidenciarse tanto en los premios conseguidos por los caricatografos reseñados en los distintos géneros, como en el histórico caso de la participación de Colombia en el vigésimo salón Umoristi a Marostica, realizado en Italia en 1998. En este evento internacional convocado sobre el tema «Vanidad» –al cual se vincularon los colombianos Jarape, Yayo, Petete, Rincón, Azeta, León, Elena, Jairo A, Nicholls, Ceci y Grosso– el jurado confirió el Primer Premio de Humor Caricatográfico (Cartoons) a Juan Carlos Nicholls por la refinada técnica puesta al servicio de una inmediata lectura del apunte realizado; otorgó el Primer Premio a la tira cómica de Cecilia Cáceres –Ceci– por la estrecha relación entre el tema tratado, desarrollado con una fina ironía, destacó el trabajo de Azeta dentro de las cinco menciones de honor de esa edición, y seleccionó para el catálogo, en repetidas oportunidades, la obra de los colombianos entre aproximadamente 500 caricatógrafos que participaron en representación de 28 países. ¡Moñona!

 

La ilustración caricatográfica


Figura 7: Ilustración caricatográfica de Julian Velásquez.
La ilustración caricatográfica tiene su origen en las tareas de iluminación de códices e incunables que realizaran los monjes bibliotecarios en las abadías y monasterios europeos, antes de la invención de la imprenta.
Este género se define como una creación gráfica, donde el caricatógrafo utiliza su capacidad creativa y técnica para comentar de manera humorística o sintética, un texto (o ideas) concebido por otro. La prexistencia del texto o pretexto es la nota característica de este género. La capacidad de respuesta del caricatógrafo frente a esta prexistencia determinará diferentes rangos de dependencia o autonomía de la ilustración realizada. Niveles de autonomía o dependencia que varían desde caricatografías que no se entienden sin la colaboración inmediata del texto, hasta ilustraciones caricatográficas que se convierten en géneros independientes. Un ejemplo de esta afirmación se puede ilustrar con el trabajo que el caricatógrafo santandereano Kekar realizó para la revista Educación y Cultura, editada por Fecode. Cada ilustración de los artículos que encaraban temas de la problemática pedagógica, se convertía en verdadera perla del género humor caricatográfico.
Se pueden distinguir tres tipos básicos de ilustración caricatográfica: la ilustración caricatográfica de opinión, realizada para diarios y revistas, la ilustración caricatográfica publicitaria, orientada a posicionar un nombre, una marca o una campaña institucional y la ilustración caricatográfica editorial, que tiene como propósito comentar o ampliar las ideas de textos escolares, ilustrar los textos de literatura infantil o aportar elementos gráficos al diseño de libros y carátulas.
Uno de los sectores que ha propugnado una mayor conciencia acerca de la labor del ilustrador caricatográfico es el sector editorial. Su relación directa con la educación lo convierte en objeto de estudio de los investigadores educativos. Beatriz Caballero, por ejemplo, en un texto sobre la exposición realizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango, que tuvo como tema un siglo de cartillas de lectura, afirma: «La ayuda que debe constituir el dibujo se pierde cuando no está claramente colocado en relación con la palabra que representa. La parte gráfica debe estar ante todo puesta al servicio de la comprensión del texto. [...]. La lectura entra por los ojos. De hecho, los libros sin imágenes no atraen la atención de los niños que no saben leer [...]. Los dibujos de las cartillas antiguas eran totalmente realistas pero, con el tiempo se fueron haciendo más simples, más esquemáticos, en aras de la comprensión del contenido. En la preparación de algunas cartillas recientes hay pedagogos que trabajan conjuntamente con los ilustradores para evitar este problema. Sin embargo, por su afán didáctico, las ilustraciones resultan insulsas o menos atractivas que la misma realidad y, actualmente, que el cine, la televisión y la publicidad. Los niños vuelven a encontrarse con una representación gráfica estereotipada del mundo que no corresponde a lo que ellos conocen. Tal vez a la de los cuentos. Niños que corretean felices por campos floridos y niñas de trenzas que hablan con los animales. Dibujos de niños como de película de Truffaut o de campaña cívica. O fotos didácticas de personas desabridas» (www.banrep.gov.co).
Pese a reflexiones como estas, la condición de subsidiariedad de la ilustración caricatográfica ha permitido que en Colombia sus cultores no gocen del necesario reconocimiento social que disfrutan los caricatógrafos políticos o la caricatografía humorística. Cuando la industria editorial colombiana contrata la ilustración caricatográfica de algún texto de literatura infantil, generalmente relaciona en la portada el nombre del autor del texto literario y registra el trabajo del ilustrador caricatográfico en las páginas interiores, en letras muy pequeñas, dentro de un maremagnum de créditos donde tienen preminencia la mención burocrática sobre la labor creativa. Esta lesiva práctica que desconoce el valor de la ilustración caricatográfica, se contrapone al tratamiento que se da, por parte de la misma industria editorial colombiana a las publicaciones extranjeras, donde el creador literario y el ilustrador caricatográfico reciben en las portadas de los libros infantiles idéntico reconocimiento a su labor creativa.
Se puede afirmar que los cultores de la ilustración caricatográfica padecen un fenómeno de anonimia reforzado por los siguientes factores: una práctica educativa que privilegia la escritura sobre la imagen como comunicadora y creadora de significados y sentidos; la existencia de diagramadores que ignoran recurrentemente la existencia de derechos de autor y su obligación de dar los créditos respectivos al material gráfico inserto en una publicación; la falta de carácter y profesionalismo de los ilustradores caricatográficos para demandar el reconocimiento y validación social de su labor creativa y comunicativa.
Este fenómeno de anonimia, unido a un desarrollo vertiginoso de la empresa editorial colombiana a partir de la década del cincuenta y de la formación de profesionales del diseño gráfico en las universidades colombianas desde la década del setenta –que ha auspiciado una verdadera explosión demográfica entre los cultores del género– dificulta la tarea de realizar un estudio del arte del desarrollo de la ilustración caricatográfica en Colombia. Esta extensa pero necesaria tarea deberá ser asumida como una línea de investigación interdisciplinaria por universidades colombianas o los especialistas en estudios culturales. No obstante, hecha la salvedad y sin pretensión de agotar el tema quisiera resaltar algunos hitos de este desarrollo y sus más significativos cultores.

Figura 8: Autocaricatografía de Covo, el más destacado cultor en Colombia del ensayo caricatográfico.
En Colombia la ilustración caricatográfica puede asociarse con el inicio del periodismo nacional. En la historia de la caricatura en Colombia, Martha Segura (1991) reseña la publicación capitalina El Duende como la primera en hacer uso, a mediados del siglo XIX, de sellos con ilustraciones caricatográficas. Algunos de los grabados en madera de boj, que realizara el santandereano Alfredo Greñas o del bogotano Pepe Gómez, estaban dedicados a servir de ilustración a los cabezotes de los periódicos a finales del siglo XIX. Las xilografías de algunos caricatógrafos como Juan Vicente Gómez Vargas y Luis Antonio Céspedes, en Bucaramanga, o las de Pepe Gómez, en Bogotá, se dedicaban también a acompañar los textos publicitarios que financiaban la existencia de los diarios. En la primera mitad del siglo XX la ilustración caricatográfica de opinión y la ilustración caricatográfica publicitaria era realizada por los pintores o artistas plásticos que se habían dedicado al quehacer de caricatografía política. Rendón, Osuna, Merino, Chapete, oficiaron también de ilustradores de artículos, columnas de opinión, carátulas de libros y publicidad.
La década del veinte registra un hito significativo en el contexto de la ilustración caricatográfica editorial. En 1928 el educador y sacerdote jesuita Félix Restrepo realiza el primer pedido de libros a España para ofrecer a través de la Librería Voluntad literatura permitida por la iglesia católica. Sin embargo, la guerra civil española y posteriormente la segunda guerra mundial, impidieron el intercambio de material bibliográfico por lo que se hizo necesario empezar a editarlos en Colombia. «De esta forma comenzaron a crearse talleres propios de impresión de libros de literatura y textos escolares que en 1941 alcanzaron los 30 000 ejemplares. Dos años después, la cifra ascendería a cerca de 900 000 unidades. Se lograron ventas sin precedente con libros como “La cartilla Charry” y “La alegría de leer”, que vendieron cada uno, en sus años de vigencia, más de 20 millones de ejemplares» (www.voluntad .com). Este hito editorial, refrendado posteriormente con la creación, en 1960, de Editorial Norma S.A. como importadora de textos primero y luego como productora editorial, crean las condiciones necesarias en Colombia para la aparición del oficio de ilustrador caricatográfico editorial. Un ilustrador, que inicialmente llegará de manera empírica a la producción de textos, pero que posteriormente, será formado por las universidades y escuelas de educación no formal, en programas de diseño gráfico como profesional especializado. Cabe anotar que para la década del ochenta es tanta la demanda de ilustradores gráficos en el mercado editorial que algunos no terminan sus estudios, sino que se vinculan directamente a la producción editorial como free lance.
Sobre el ejercicio del ilustrador caricatográfico editorial de textos escolares comenta Beatriz Caballero: «Cada día son más los que se inician artísticamente ilustrando libros escolares y terminan comprendiendo que la ilustración y el diseño en el ámbito infantil constituyen toda una forma de realización artística y profesional. De ahí que dentro de los nuevos intentos encontremos con frecuencia ilustraciones que van más lejos que el contenido, es decir, dibujantes más audaces que los maestros, quienes, por más que sean de avanzada, se traicionan separando la hora de aprender de la de soñar, así le estén planteando al niño un sistema de aprender jugando» (www.banrep.gov.co/).
A finales de la década del setenta se renueva la mirada editorial. La consideración de la infancia como un público especializado y posible consumidor de productos, le abre la puerta al desarrollo de la literatura infantil. Este fenómeno, propicia la creación de instituciones no gubernamentales como la Fundación Rafael Pombo, Fundalectura y la Cámara Colombiana del Libro Infantil y Juvenil, que tienen como propósito el fomentar hábitos lectores y el reconocimiento de los creadores y divulgadores de literatura infantil, genera igualmente un nuevo escenario para los ilustradores caricatográficos colombianos.
Entre ellos se destacan, entre otros:
Ivar Da Coll , un bogotano de ascendencia italo-sueca (1962) titiritero, escritor e ilustrador, irrumpe en el escenario de la literatura infantil, con su serie «Chigüiro», una propuesta gráfica para niños no lectores, que crea condiciones de estímulo y vínculo afectivo entre padres e hijos, quienes reinventan la historia cada vez que el niño lo solicita. El trabajo de Ivar da Coll fue reconocido por la de la International Board on Books for Young People (IBBY) en 1990 y 1996. Igualmente su obra recibió el premio de la Asociación Colombiana del Libro Infantil y Juvenil.
Esperanza Vallejo, diseñadora gráfica e ilustradora de libros y carátulas de las editoriales Norma, Voluntad, Magisterio, Educar, Panamericana, es otra de las ilustradoras que se destaca –de acuerdo con la International Board on Books for Young People (IBBY)– por la realización de ilustraciones impactantes y sugerentes que rompen con esquemas tradicionales y exploran creativamente los códigos del kitsch, el grotesco y el expresionismo. En 1987 recibe el premio de la Asociación Colombiana del Libro Infantil y Juvenil al mejor libro infantil del año por la obra «Palabras que me gustan» de la escritora Clariza Ruiz y el premio de la Cámara Colombiana del Libro a la mejor Carátula, por la obra «Las diversiones». En 1996 sus ilustraciones para el libro «Yo, Mónica y el monstruo» de Antonio Orlando Rodríguez (Editorial Colina, Medellín, 1994) son escogidas para representar a Colombia en la Lista de Honor de la International Board on Books for Young People (IBBY). Colaboró con importantes revistas infantiles colombianas Espantapájaros, La Lleva y Batuta.
Orlando Cuellar –Ocuellar– incluye en su trayectoria como caricatógrafo profesional el haber publicado ilustración caricatográfica y humor caricatográfico en diarios y revistas de Inglaterra (Index on Censorship), Estados Unidos (Punto-com), Francia (Courrier International), España (Quevedos), México (Lapiztola) y Colombia (Cromos, El Espectador, El Tiempo, Semanario Voz, TNT Comics, Acme Comics, Urraka, Mandraka, WallStress, entre otras). En su condición de ilustrador caricatográfico, género que lo caracteriza, ha realizado ilustraciones para las agencias de Publicidad Leo Burnet, Sancho y LCA Becassinno. Su trabajo en el género del humor caricatográfico ha compartido honores con los mejores caricatógrafos del mundo, en exposiciones colectivas en Cuba, España y Colombia. Muchos textos de las editoriales Norma y Educar, circulan por el territorio nacional con sus particulares ilustraciones de gran riqueza cromática y con un manejo muy personal de la perspectiva y la composición que recibe y transmuta, de alguna manera, el legado gráfico de grandes caricatógrafos nacionales e internacionales. Desde estos textos, el estilo amable y onírico de Ocuellar permea la retina de los escolares e impulsa una nueva cultura visual en los educandos colombianos. Su reciente trabajo «Rastreando rostros», presentado en la feria del libro de 2002 junto al Maestro Calarcá, lo ubica como un destacado cultor de la fisonomía caricatográfica en Colombia.
La década del ochenta es rica en transformación para la ilustración caricatográfica de opinión. Víctor Sánchez –Unomás–, Edgar Rodríguez –Rodez–, José Roberto Agudelo Zuluaga, Azeta y Elena María Ospina colocan hitos significativos en esta área.
Víctor Sánchez –Unomás– es un diseñador gráfico cercano al grupo de caricatógrafos agrupados en la década del ochenta en la Universidad Nacional de Colombia bajo la denominación de Taller de Humor. Sus primeras colaboraciones con esta agrupación fueron la exposición de «Humor erótico» realizado en Bogotá y el libro «Humor y turbinas». Su moderno concepto de diseño y en una ilustración con planteamientos de nivel plástico lo llevaron a conquistar un escenario significativo en las páginas del Magazín Dominical de El Espectador, así como en innumerables revistas académicas de la época.
Edgar Rodríguez –Rodez– diseñador gráfico que indaga las posibilidades creativas del material trabajado. A partir de esta experiencia logra construir una obra de gran factura, donde armoniza color, textura y movimiento. Una propuesta personal de carácter onírica y barroca, que en un proceso de crecimiento hacia la plástica, se depura y sintetiza hasta constituir un lenguaje propio e identificable. Su ejercicio docente influye significativamente en sus alumnos de Diseño Gráfico, al punto que se podría hablar de una escuela de ilustración Rodez.
Elena María Ospina, ilustradora antioqueña nacida en Medellín en 1961, aporta una visión especial a la ilustración caricatográfica de opinión al participar en la creación de la revista Monos de El Espectador. En este diario, bajo la conducción de Clara Elena Cano y la asesoría del historietista Jorge Peña, generó a través de sus dibujos y juegos un proceso pedagógico y lúdico que transformó el escenario de las publicaciones infantiles en Colombia. Luego de trabajar varios años vinculada a El Espectador se independizó y constituyó, con Luis Eduardo León, León y Elena diseñadores, la sociedad de ilustradores que ha creado propuestas gráficas y logo-símbolos como el de Manos por la Paz. Fue la única mujer caricatógrafa integrante el Cartel del Humor y como tal incursionó con éxito en el humor caricatográfico, obteniendo distinciones nacionales e internacionales: Mención de honor en Piracicaba, Brasil (1986); Primer Premio Festival Latinoamericano de Humor Gráfico en Bogotá (1988); Primer Premio Nasreddin Hoca, en Estambul, Turkía (1993), mención especial de Corel Draw en el Primer Concurso de Diseño Digital (1998). En el campo de la ilustración caricatográfica editorial ha trabajado para empresas como El Cid, Norma, Santillana, Lerner. A nivel de ilustración caricatográfica publicitaria ha colaborado con Naciones Unidas, UNICEF, OEI, Red de Iniciativas por la Paz, Celumóvil, IBM, Alpina, entre otras. Actualmente el interés de Elena María Ospina ha derivado al cultivo de las artes plásticas: óleo y grabado.
A ellos se unen los nombres de Juan Carlos Nicholls, Alekos, Ana María Londoño y más recientemente Henri González, John Joven, Julián Velásquez, quienes con sus exploraciones técnicas y expresivas aportan nuevos elementos conceptuales y plásticos a la propuesta estética de la ilustración caricatográfica editorial.
En este sentido el trabajo de Julián Velásquez, nacido en Caicedonia, Valle, en 1972, «promueve una revaluación simbólica de los cuentos de hadas en formato ilustración y basado en su proyecto teórico. Un mundo visitado por las hadas: sicoanálisis de personajes fantásticos» (Fernández, 2002, p. 93). Este quindiano por adopción, radicado en Bogotá desde 1998, abre líneas propias de expresión plástica que continúan sus procesos de indagación gráfica desde que iniciara su carrera de ilustración caricatográfica en las páginas del periódico Actualidad Cafetera, y el libro «Talleres de la infancia» del escritor Euclides Jaramillo Arango –editado por el Comité Departamental de Cafeteros del Quindío, bajo la orientación de Carlos Arturo Patiño Jiménez–, su incursión en caricatografía política en el diario La Crónica del Quindío, y el aprendizaje de las técnicas de animación por computador en Tecnomundo Editores en la ciudad de Armenia. Germán Fernández (2000) afirma sobre el grafismo de Julián Velásquez que «las figuras narigudas, redondas y amables que apelaban a nuestras fijaciones infantiles para desencadenar respuestas amistosas, han sido remplazadas por seres diseñados en el submundo, con la plantilla de una degeneración mutante. Son criaturas anónimas, nocturnales, desvencijadas y de mirada displicente, cuyos cuerpos se contorsionan sobre sí mismos, para hacer chasquear el látigo de una frase artera. Un humor ácido que recuerda esos diálogos desalmados de un Fontanarrosa, o aquellos suplicios teratomórficos tan propios de un Claude Serré» (p. 88).
Para terminar este sucinto recorrido que no agota el tema, es importante citar, por su valor social y educativo el proyecto pedagógico «Cucli, Cucli» auspiciado por Colciencias y dirigido por Magola Delgado, donde colaboraró gran parte de los ilustradores caricatográficos colombianos; así como la participación de la empresa colombiana en proyectos pedagógicos como Alpiclub, liderado por las hermanas Ivonne y Patricia Murraille, donde participa el diseñador e ilustrador Guillermo Cubillos –Guille–.

 

Bibliografía

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Caballero, Beatriz: «¿Por qué vendió su cartilla Pinocho?», www.banrep.gov.co/blaavirtual/boleti4/bol6/pinocho.htm.
Fernández, Germán: «A punta de lápiz. El Quindío en la caricatografía colombiana», Gobernación del Quindío, Gerencia de Cultura, Armenia, 2000.
Gómez Hutado, Álvaro: «Pepe Gómez un innovador» en «Historia de la caricatura en Colombia», Banco de la República, Bogotá, 1987.
Mendoza, Claudia: «El espejo bogotano» en «Bogotá en caricatura. Historia de la caricatura en Colombia», Banco de la República, Bogotá, 1988.
Montoya, Álvaro: «Notas de un bionauta», Axxis.
Moreno, Marta Lucía: «De Chapete a Bulilo», Credencial, no. 15, 1988.