Aportes téoricos para un nuevo paradigma de la
caricatura
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Carlos Alberto Villegas Uribe Profesor,
Universidad Javeriana, Cali, Colombia
Resumen
Esta es la cuarta y última entrega final del estudio
sobre la sicogénesis de la risa, con los capítulos
dedicados a definir las notas características del
personaje caricatográfico y de la historieta. En cada
capítulo el investigador colombiano ilustra su propuesta
teórica y taxonómica con sucesos y materiales
producidos por los caricatografos de ese país.
Abstract
This is the fourth and last final instalment of the study on
the laugh psychogenesis with the chapters devoted to settle the
features of the caricatografic and comics characters. In each
chapter the Columbian searcher explains his theoretic and
taxonomic proposal using events and materials produced by
caricaturists of that country.
El ensayo caricatográfico
El ensayo caricatográfico, como
género, es un hecho reciente en el contexto de la
caricatografía mundial; aparece en México, en la
década del sesenta, cuando Rius, elabora una serie de
trabajos entre los que se incluyen: «Lenin para
principiantes», «Cuba libre», «Marx para
principiantes», «Mao en su tinta». A
través del ensayo caricatográfico, el autor
desarrolla un tema, con pretensión de verdad, mediante
textos sintéticos de muy fácil lectura, que
enriquece con ilustraciones caricatográficas, fotogramas,
fotomontajes y toda la variedad y posibilidades que ofrece la
gráfica como recurso narrativo.
En Colombia se pueden apreciar intentos de ensayo
caricatográfico en los trabajos de Pepón quien
registra desde 1960 hasta la actualidad el acontecer
político del país. En su libro «Ahí
están pintados» (1992) desarrolla en extenso
«Los tres huerfanitos», un cuento de carácter
paródico sobre las aspiraciones presidenciales de tres
delfines de la política colombiana: Alfonso López
Michelsen, María Eugenia Rojas y Álvaro
Gómez Hurtado. Tratamiento que continuará con el
«Reino de la luz», donde narra desde la perspectiva
del oficio, los pormenores del denominado mandato claro
de Alfonso López Michelsen.
En 1982 Jorge Duarte, también conocido con el
seudónimo de Alkimio edita, en el formato de ensayo
caricatográfico, «Un año espantoso».
Allí registra con su pluma panfletaria los acontecimientos
políticos y sociales más importantes de 1981.
No obstante estos intentos precursores, es realmente el
caricatógrafo cartagenero Javier Covo Torres (1958), quien
introduce en el país el ensayo caricatográfico con
una serie de libros editados a partir de 1987 por Ancora
Editores. Covo, un arquitecto egresado de la Universidad Jorge
Tadeo Lozano, seccional Caribe, inicia su carrera en El
Universal de Cartagena, en 1985, con la tira cómica
«Ludovico». Luego de un viaje a México donde
estudia en la Academia de Artes Plásticas de la Esmeralda,
se emociona con la propuesta de Rius y desarrolla sus propias
versiones de personajes ilustres: «Einstein (relativamente
fácil)», «Freud (para inconscientes)»,
«Gandhi (en ayunas)», «Picasso (en
cubitos)», «Van Gogh (para esquizoides)»,
«Beethoven (en 9 sinfonías)», «Mozart
(manon tropo)» y «Cartagena de Indias... Una
historia». Entre sus galardones figuran: el primer premio
de pintura en el IV Salón Regional Blasco Caballero
(1985), el primer premio en el concurso «En Busca de la
identidad colonial cartagenera» de la Sociedad de Mejoras
Públicas (1986), el Premio Nacional de Arquitectura Corona
(1987).
Desde una perspectiva política el caricatógrafo
Hellman Salazar (Roque), uno de los más depurados
historietistas colombianos, contribuye al desarrollo de este
género con un extenso ensayo caricatográfico de
corte ideológico que se apoya en los textos originales de
Félix Posada. Este trabajo editado en cinco
volúmenes bajo el título «Historia ilustrada
de América. 500 años de resistencia
indígena, negra y popular» (1992) constituye una
respuesta concreta al unanimismo acrítico en la
conmemoración de los quinientos años del
descubrimiento de América.
El desarrollo del género del ensayo
caricatográfico desde las aulas escolares
contribuiría significativamente para que las nuevas
generaciones de colombianos cerraran la brecha entre un
analfabetismo visual galopante y una sociedad que día a
día adquiere una condición comunicativa de mayor
iconicidad.
El personaje caricatográfico
El personaje caricatográfico es una
narración gráfica de un protagonista ficcional
altamente empático que se resuelve en una viñeta.
Puede ser considerada una protohistorieta, pues su
expresión no cumple la condición
paradigmática de ser una estructura narrativa formada por
la secuencia progresiva de pictogramas, en los cuales pueden
integrarse elementos de escritura fonética, como lo
establece Román Gubern. Como en el caso de la
caricatografía política y el humor
caricatográfico, la estructura narrativa del personaje
caricatográfico resuelve la situación planteada en
una sola viñeta. El cultor del personaje
caricatográfico parte de la concepción
sicológica y gráfica de un personaje, que por sus
condiciones particulares establece rápidamente nexos
afectivos con los lectores. Para lograr esta indispensable
empatía el caricatógrafo extrema las
características de su personaje, sus condiciones
sicológicas y su temática para solucionar
estructuralmente su planteamiento narrativo en un solo momento
físico. En algunas ocasiones, como en el trabajo de
Antonio Caballero, el personaje caricatográfico aparece
repetido en la viñeta, desarrollando una acción o
parlamento, con lo cual se crea, a nivel de montaje, un efecto
sicológico de distensión de tiempo.
Figura 1: Aleida, personaje caricatográfico de
Vladdo.
Se considera aquí que el género del personaje
caricatográfico es una protohistorieta, porque a partir de
este personaje el caricatógrafo podría solucionar
las situaciones planteadas utilizando, mediante un montaje
analítico, varios pictogramas, para configurar una tira
cómica o una historieta breve. En Colombia, Magola es un
claro ejemplo de ello; la historieta desarrollada por Nani, era
inicialmente un personaje caricatográfico que realizaba
sus reflexiones en una sola viñeta. Le bastó
extender su estructura narrativa para convertirla en una tira
cómica exitosa.
En el desarrollo del personaje caricatográfico
predomina la función referencial del texto, sobre las
posibilidades expresivas de la gráfica. Por eso, por
importante que sea la expresión gráfica de la
«Negra Nieves» de Consuelo Lago o la
«Aleida» de Vladdo, son los textos o comentarios que
lo acompañan, los encargados de realizar la
disyunción humorística y dar cuenta de la
cosmovisión de estos personajes. Y sin embargo, texto e
imagen son elementos indisolubles del personaje
caricatográfico.
Existen ejemplos de personajes caricatográficos que
han hecho historia en el periodismo colombiano, tanto que su
nombre es aún más recordado que el nombre de su
creador o está indisolublemente ligado a él.
«El clubman» de Armando Buitrago, Ugo Barti,
precursor de los cartones de Caballero, fue uno de los primeros
personajes caricatográficos aparecidos en el periodismo
colombiano. Álvaro Montoya, señala el año de
1964 como la fecha de aparición de este personaje. Tanto
su grafismo nervioso e innovador que transgrede lo figurativo,
como los parlamentos que bucean en honduras filosóficas,
literarias y estéticas, hacen de «El clubman»
de Barti, un personaje caricatográfico para verdaderos
gourmets de la caricatografía.
Uno de los personajes caricatográficos de mayor
trayectoria y acogida en Colombia es la «Negra
Nieves» creada por la vallecaucana Consuelo Lagos;
apareció en 1967 en las páginas del diario El
País de Cali. Sobre sus características
físicas y sicológicas la periodista Gilma
Jiménez, afirma en la revista Diners: «A
pesar de su piel oscura, Nieves aportó un mensaje color de
rosa a las páginas de la prensa. Sin embargo, no fue
siempre el color de rosa enceguecedor, pues conservó, y
hasta la fecha ostenta, una relativa independencia y libertad
para analizar con cierta displicencia, situaciones de la vida
individual, nacional, o local. Ingenua, romántica,
simpática y franca, Nieves representa además la
doble naturaleza de dos personajes fundidos en uno, pues en la
práctica su pensamiento conlleva los rasgos de
personalidad que todos conocemos en su autora. Si por una parte
la historia de Nieves es la de una hipotética muchacha del
servicio que está aparentemente por encima de los
problemas cotidianos de su señora, por otra parte su
alegre ingenuidad, su desprevención ante tantos conflictos
que presencia sin que roce su epidermis contrasta con sus frases
filosóficas, trascendentales, mucho más propias de
quien tiene una relación con los libros y más
cercanas a un ambiente cultural y filosófico, que es en el
que se mueve la creadora de Nieves». Ha sido tal la
inserción de este personaje caricatográfico en la
vida nacional, que fue sujeto de una tutela. De tal forma que
diez años después de su creación Consuelo
Lago debe eliminar el delantal que vincula a Nieves con los
oficios domésticos, e inscribirla en la universidad en
1977 en un programa de filosofía para que pudiera seguir
tratando con el desparpajo y la honestidad que la caracterizan
temas de este mundo y del otro. Nieves es un ejemplo claro de una
producción que no es humor caricatográfico, aunque
se refiera a asuntos intemporales; no es caricatografía
política, aunque toque temas locales, nacionales e
internacionales que se descontextualicen rápidamente y
tampoco es historieta pues resuelve sus asuntos en una sola
viñeta. Nieves es un ejemplo característico del
género de personaje caricatográfico.
El periodista, ensayista, novelista y caricatógrafo
bogotano Antonio Caballero (1945) inicia su carrera
caricatográfica con una curiosa sección de
personajes denominada «Cartones». Daniel Samper
Pizano (1986) señala como fecha de aparición de sus
personajes caricatográficos octubre de 1966, en el diario
El Tiempo y comenta: «Aunque ocasionalmente
aparecían otras figuras, los protagonistas de cartones
eran casi siempre dos que se turnaban el escenario. Por una parte
un hombrecito insignificante y grotesco, al que le brotaban cosas
nauseabundas por la boca: vísceras y moluscos, para
sólo poner dos ejemplos. Por el otro, una solterona
asaltada por delirios irrealizables de ninfomanía»
(p. 3). Luego vendrían, el señor agente, el ama de
casa, el clubman, el político, el guerrillero, el mafioso,
una infinidad de personajes caricatográficos, todos ellos
aparecidos en El Tiempo y las revistas
Alternativa y Semana, recogidos en el libro
«Reflexionémonos» (1986), quienes dan cuenta
de la realidad nacional por lo cual se inscriben, igualmente en
el género de la caricatografía
política.
Figura 2: Locombia, personaje caricatográfico
de Dick Salazar, basado en el mapa de Colombia.
«Balita, la bala perdida», creación del
músico, poeta y soñador León Octavio Osorno,
parece haber conocido un camino contrario al de la mayoría
de los personajes caricatográficos. Inició como una
historieta en el grupo de los asociados de Cali. Su primera
etapa, recogida en el libro de edición personal
«Balita: la bala perdida», fue comentada por Felipe
Ossa en el prólogo de la obra: «Podemos
congratularnos por la publicación de este libro de un
dibujante colombiano que ha logrado crear un personaje diferente
apartándose del lugar trillado a que nos tienen
acostumbrados los superhéroes gringos que inundan los
periódicos. Balita es el cómic moderno, profundo
que cuestiona el sistema y especialmente nuestros
instintos». Sin embargo León Octavio parece haber
desandado el camino, hasta llegar a la síntesis y lograr
la eficacia humorística –y pilosófica (la
ciencia de ponerle pilas a la vida)– cuando trabaja a
Balita como personaje caricatográfico, es decir cuando
resuelve su concepto en una sola viñeta, donde su
pirotecnia verbal nos lleva más allá del umbral de
la risa para instalarnos en el territorio del asombro. Sobre el
sentido de este personaje caricatográfico comenta
Francisco De Roux: «Balita ha nacido de las entrañas
de Colombia. Ella sabe que fue hecha para matar. Extraviada. Se
le perdió a uno de tantos hombres y mujeres que cargan
armas pensando que el mundo se cambia matando gente, se defiende
matando gente, o que matando gente se hacen los negocios. En todo
Balita es visceralmente colombiana. Pero Balita es igualmente
colombiana en su decisión radical contra la violencia en
un país donde las mayorías están hastiadas
de la guerra y de los militarismos de derecha y de izquierda. Por
eso están gritando: Basta».
Un personaje caricatográfico que hizo época en
la década del ochenta fue «Locombia» de Dick
Salazar. Aparecía en las páginas editoriales del
diario El Espectador y tenía como referente el
mapa de Colombia. Dick Salazar exploró todas las
posibilidades gráficas de este mapa para expresar sus
opiniones sobre el paradójico desarrollo de nuestro
país. Dick se apropió de tal forma de esta
iconografía que el criterio ético del maestro Osuna
le obligó a pedirle permiso a Dick para utilizar el mapa
de Colombia en una de sus caricaturas.
«Don Roque», un grafitero bogotano,
dientón, anarquista, vestido de overol, creación de
Al Donado, fue un personaje caricatográfico que se
paseó por las páginas editoriales de El
Espectador hasta que la familia Cano vendió el diario
al grupo económico Santodomingo.
En la década del ochenta dos de los caricatografos
asociados al Taller del Humor dieron vida en el diaro El
Tiempo a sendos personajes caricatográficos:
«Miss Cosas» de Cecy y la «Princesa
Creolina» de Grosso. A través de los ojos de Miss
Cosas, una figura femenina que guardaba la ambigüedad entre
niña y mujer, se asomaba la mirada asombrada y
lúdica de la autora que por un breve lapso contactó
a los lectores con su mundo onírico y asombroso, de una
ingenua, tierna y refinada ironía. Por su parte la
princesa Creolina, un ama de casa de pañolón
anudado en la cabeza y con una permanente escoba en la mano,
barría el tedio de lo cotidiano con las reflexiones de una
mujer común que se rebelaba contra un mundo opresor,
haciendo eco del discurso liberador del feminismo de finales del
siglo XX.
Para finales de la misma década el diario El
Espectador puso a circular un personaje
caricatográfico creado por Fernando Mancera que se
convirtió rápidamente en un éxito comercial.
Se trataba de un joven rockero, con gafas oscuras y
walkman permanente, que se ocultaba entre las
multitudes. Bajo la consigna «¿Dónde
está Javier?» los lectores del diario participaron
de un concurso que tenía como protagonista este personaje
caricatográfico.
Otro de los personajes caricatograficos que ha calado
profundo en el imaginario nacional es «Aleida»,
creación de Vladimir Florez (Vladdo). Aleida, una mujer de
rostro aguileño, joven, ejecutiva y con una
relación conflictiva con el género masculino que
transita con ambivalencia entre los sentimientos amor-odio y
expresa el conflicto interior de la mujer liberada de finales del
siglo XX. Las feministas la aman, los hombres la toleran. Sin
boca en el rostro pero con una lengua afilada y sin reatos que
expresa opiniones francas, abiertas y desabrochadas
(desbraguetadas podría decirse) sobre los hombres, el
sexo, el matrimonio, las otras mujeres, han llevado a Aleida, a
convertirse en motivo de comentario y análisis tanto en
los corrillos de té de las señoras de club y las
logias feministas hasta en los círculos
periodísticos y académicos. Nacida en Atacames,
Ecuador, una tarde de almuerzo, saltó a las viñetas
de Vladdomanía, en Semana y de allí
adquirió una vida independiente que la ha llevado no
sólo a tener ediciones propias como «Aleida a flor
de piel» y a exhibirse en distintos salones de humor, sino
también a ser fotografiada, en carne y hueso, por el
artista colombiano, Carlos Duque, para su más reciente
exposición fotográfica (2002). Como lo afirma
Germán Fernández en «A punta de
lápiz»: «Con seguridad el éxito de
Aleida no habría sido posible sin ese desparpajo verbal de
frases certeras y glosas lapidarias, con el que Vladimir Florez,
se ha identificado desde que irrumpió en la caricatura
colombiana desde 1986 (pp. 72 y 73).
La historieta
En el contexto mundial, el género de la
caricatografía con mayor desarrollo en la industria
cultural es la historieta. Roman Gubern (1994) define las notas
características de la historieta como una estructura
narrativa formada por la secuencia progresiva de pictogramas, en
los cuales pueden integrarse elementos de escritura
fonética.
La primera pregunta que asaltará al lector, como
muchas veces nos lo preguntamos con Germán
Fernández, en nuestros largos paseos peripatéticos
por la ciudad de Bogotá, será: ¿Se puede
considerar la historieta como un género dentro de la
caricatografía? La respuesta, que ya intuíamos, nos
la confirmaría posteriormente el especialista Claude
Moliterni:
«A estas narraciones las hemos denominado
comics porque, durante 25 años, fueron
esencialmente cómicas. Hasta 1929 no apareció el
primer cómic realista, «Tarzán» de
Harold Foster, inspirado en la obra de Borroughs»
(Diccionario enciclopédico Salvat, v. 57).
Figura 3: Hermógenes, personaje caricatográfico de Jairo Peláez.
Pero además de su condición histórica
ligada a narraciones gráficas que hacían
reír, el planteamiento narrativo de la historieta recurre
a escorzos forzados, encuadres, y manejos de luz y soluciones
gráficas que si bien no buscan hacer sonreír al
lector, poseen la recarga propia de lo caricaturesco.
De manera que la historieta hace parte integral de la
historia de la caricatografía colombiana. Por lo cual son
necesarias, para contextualizar al lector, unas breves
acotaciones sobre el extenso campo de la historieta.
En la década del sesenta, como una respuesta a la
insoslayable presencia de la historieta en la sociedad del siglo
XX, distintas disciplinas del saber abordaron el análisis
de este medio de comunicación como un referente
teórico digno de sus miradas conceptuales. Vale recordar
la influencia que ejercieron durante más de tres
décadas los estudios como «Análisis marxistas
de los comics» y «Cómo leer al Pato
Donald» de Ariel Dorfman y Armand Mattelard, que
propiciaron lecturas ideologizadas de la producción
caricatográfica y de alguna manera satanizaron el consumo
de este tipo de material. Evidenciaban estos textos la capacidad
de penetración ideológica de las historietas, su
función neocolonizadora e imperialista. Roman Gubern
(1994), el menos ideologizado de los estudiosos del cómic,
en aquella época señala, entre otras:
«Así pues el dibujante del cómic no es
más que una pequeña pieza que forma parte de una
compleja organización industrial que obedece a la
lógica de todos los mass media basados en una
tecnología costosa y por lo tanto controlada por el
capital» (p. 58) o cuando comenta la aparición de
los sindicatos de tiras cómicas y su incidencia en la
producción de los historietistas: «La
estandarización antes señalada condujo, como era
inevitable, a posiciones conservadoras destinadas a preservar el
conformismo del material para no herir susceptibilidades de su
variadísima clientela internacional. Tal actitud se
consolidaría en la industria y si ciertos comics
norteamericanos se orientaron desde 1945, hacia la propaganda
anticomunista fue debido, además de otras razones
políticas, a que los países socialistas no
publicaban tales comics y no había, pues, mercado que
perder» (pp. 71 y 72).
Cabe citar a «Mitos y monitos» entre los
esfuerzos latinoamericanos de comprensión de la historieta
y su función social en contextos determinados, un intenso
estudio de la producción de historietas en México,
realizado por Irene Herner (1979) de la Universidad Nacional
Autónoma de México. Pero allí también
el sesgo ideológico se tomará por asalto el
análisis de la producción caricatográfica:
«En relación con la historieta, también es
común referirse a la penetración cultural.
Efectivamente la ideología imperialista se presenta de
gala en los monitos. A través de sus
inofensivos cuadritos iluminados nos nutrimos de las
concepciones que nos impone la raza superior,
especialmente la del Tío Sam. Nos convencemos de que la
actitud consumista es la adecuada, pero sobre todo de
que los productos y los ideales extranjeros, especialmente los
del great american dream, son los mejores. Se
nos hace consciente de nuestra debilidad, de nuestra
cultura inferior y se nos invita a arribar a las
consignas de los justos, a la de los poderosos
caballeros del oeste y a las de los industriales del norte»
(p. 281).
La mirada ideológica de Irene Herder llegó al
extremo de enjuiciar a uno de los autores latinoamericanos
más comprometidos con la izquierda y a ningunear una obra
que mostró caminos alternativos para la izquierda
latinoamericana, en la producción de la
caricatografía. Hablamos de Eduardo del Río (Rius),
promotor en Latinoamérica del ensayo
caricatográfico. Autor entre otros de «Los
Supermachos» y «Los Agachados», así como
de ensayos caricatográficos sobre Marx, Engels, el
capitalismo, la plusvalía, mediante los cuales buscaba
democratizar el acceso de grandes sectores y crear conciencia
entre la población mexicana de temas complejos que
afectaban su cotidianidad.
Era entonces el tiempo de la guerra fría. Sin embargo,
a quienes condenaban las tiras cómicas por su
carácter ideológico se les olvidaba que no existe
en el mundo el más sencillo acto humano exento de un valor
ideológico. La ideología, más allá
del discurso, es ante todo una actitud frente a la vida. Nuestro
pensamiento, nuestro ser, se objetiva en cada una de nuestras
creaciones, de allí, que fuera de censurar las
historietas, hasta el límite de condenar a
Latinoamérica a un analfabetismo visual, se debió
aprovechar su capacidad comunicativa para favorecer nuevas
lecturas ideológicas de la realidad.
No obstante, es necesario subrayar que este debate
sociológico evidenció la gran industria cultural
que se movía detrás de la pretendida inocencia de
la historieta y sirvió, además, para que esta forma
de comunicación tuviera un estatus propio dentro de las
ciencias de la comunicación y se intentaran lecturas
semiológicas de la caricatografía en todos sus
géneros. Hoy por hoy, gracias a los aportes de ese debate,
se entiende la caricatografía como un lenguaje que tiene
sus propios códigos sintácticos, semánticos
y pragmáticos.
A nivel narrativo la historieta se puede dividir en los
subgéneros de tira cómica, historieta
corta, revista de historieta, libro de
historieta. Preferimos aquí estas definiciones frente
a fanzine, bandes dessinée,
comics, comic strip, por considerarlas no
sólo más castizas, sino de mayor precisión
denotativa y connotativa.
En el caso de la producción y consumo de la historieta
en Colombia cabe afirmar que, aunque en el ámbito del
consumo el imaginario de los colombianos se nutre, durante la
primera mitad del siglo, de historietas importadas de Estados
Unidos y México, en el ámbito de la
producción este género no ha tenido el desarrollo
de otras naciones. Sólo después de la década
del setenta algunas publicaciones europeas entran a circular
entre los cultores de la caricatografía y motivan una
nueva actitud entre los creadores del género. De tal forma
que la historia de la historieta en Colombia puede ser resumida,
desde la perspectiva de la creación y divulgación,
como una serie de tentativas de consolidación del
género por grupos reducidos de creadores para grupos
reducidos de lectores. Una revisión de la
«Cronología de la historieta colombiana»
publicada por Jorge Peña (2000) en la revista
Klandestinos 3 y complementada por José Campos,
confirma esta aseveración.
Adolfo Samper, quien se distinguió como uno de los
pioneros de la caricatografía política colombiana,
es considerado igualmente el padre de la historieta en Colombia.
En 1924 publica la historieta «Mojicón», una
adaptación de la tira cómica «Smithy»
publicada por aquella época en el diario estadounidense
Daily News. Según cuenta Martha Segura: «lo
rebautizó Mojicón, le dio una novia y un hermanito
llamado Bizcochito y lo puso a vivir aventuras descomplicadas,
para niños. Todo terminó con el cierre de Mundo
al Día, victima de la crisis de los años
treinta. A Samper no le dolió mucho la desaparición
de Mojicón, ya que nunca lo reconoció como propio
(nunca lo firmó), había sido más resultado
de la necesidad que de la creatividad» (Segura, 1987).
Dos décadas más tarde el fisonomista
caricatográfico Franklin, mientras trabajaba en el
periódico El Liberal, incursionaría en el
terreno de la historieta con el personaje «El aprendiz de
dictador» (1942), y tres años más tarde
crearía para el semanario Comandos su segunda
tira cómica: «El preso Rayitas» (1945). En
esta misma década Samper publicará en la revista
Sábado las historietas «Amacise» y
«Misía Escopeta» (1943). «Con don
Amacise, Samper caricaturizó en personajes
específicos –don Amacise y Misía
Escopeta– el espíritu de la clase media bogotana. A
esta solterona y a su amigo vividor y arribista los rodeó
de modelos igualmente verosímiles como el empleado
público, el comerciante, la suegra, el manzanillo, y con
todos ellos armó un universo propio» (Segura,1987).
«Las aventuras de Bambuco» y
«Piolín» (1948) fueron otras de las propuestas
de Samper de fugacísima aparición en el diario
El Tiempo.
Pasarían otras dos largas décadas de silencio
en el género de la historieta, hasta la publicación
en 1962 de la tira cómica «Copetín» del
caricatógrafo Ernesto Franco. En esta historieta,
publicada domingo a domingo en El Tiempo, el espacio
urbano de la capital de la república sirvió de
escenario para que una gallada de gamines bogotanos, comandados
por Copetín, realizaran apuntes mordaces sobre la
situación económica y política del
país. La concepción de Franco eludía el
trillado camino del superhéroe, estereotipo
señalado por la historieta norteamericana, al que
recurrirán muchos de los historietistas latinoamericanos
para la producción de sus argumentos.
Entusiasmados con el espacio abierto por Ernesto Franco, un
grupo de jóvenes talentosos con deseos de incursionar en
este género caricatográfico, entre los que
figuraron Carlos Garzón, Jorge Peña, Nelson
Ramírez, Julio Jiménez y Jorge Duarte, organizan la
primera muestra de dibujantes de historietas en la Galería
del Colombo-Americano (1967). Allí surgiría la
revista Superhistorietas con personajes como
«Maku», «Dago», «Cirilo». Sin
lugar a dudas esta quijotesca empresa abriría la puerta
para los diarios colombianos acogieran las propuestas de los
cultores del género. Fue así como tres años
más tarde El Tiempo publica
«Calarcá» (1970) de Carlos Garzón, una
historieta que recoge la zaga de «Tarzán de los
monos» de Edgar Rice Borroughs dibujada por Hogart. Con
esta influencia, que se aprecia en el desarrollo gráfico
de su historieta, Carlos Garzón resignifica la figura
mítica del indígena Pijao que enfrentó a los
conquistadores españoles. Por su parte El
Espectador publicará «La Gaitana», una
historieta de Serafín Díaz, que cuenta –bajo
la inocultable influencia de Hogart– la venganza de la
indígena colombiana sobre los españoles que
asesinaron a su hijo. En el mismo año el desaparecido
diario El Pueblo de Cali publicaría
«Ibaná», con guiones de M. Puerta y dibujos de
MkCornick, «El teniente colombiano» y «El
castillo de los frailes» de Juan Valverde. José
María López Pepón, quien realizara en
televisión el programa «Minimonos», incursiona
en la edición de una revista del mismo nombre con sus
personajes «Papá Jipy», «Los
Chiconautas», «Zipita», «Protin»,
«El agente ZZ7», «Vladimir», «Los
Sardinos», «Los Minimonstruos»,
«Jojoa». A la revista Minimonos se vinculan
los dibujantes Juan Valverde, Hernando Chato La Torre Jr.,
Patricia Donald, Bernardo Rozo, Ronald Cristofanni, Hernando
Campos. Carlos Garzón viaja a Estados Unidos y se vincula
con Al Williamson –otro historietista de ascendencia
colombiana que trabaja para las grandes multinacionales de
historietas– en la realización de historietas como
«Roldán el temerario», el «Agente
X9» y «Big Ben Bolt». Según Jorge
Peña, estos dos historietistas colombianos,
trabajarán en la elaboración de la segunda parte de
la «Star Wars» de la Marvel Comics.
La década del ochenta se inaugura con la
aparición de la revista Los Monos de El
Espectador (1981) con la asesoría del veterano
historietista Jorge Peña. Esta publicación les
abrirá la puerta a jóvenes cultores del
género de la historieta. En esta etapa, aparecen entre
otras historietas: «Los cuidapalos» de Jaime
López, «Pacho y el dibujante» de Diego Toro,
«Las señoritas Rueditas de Socorrópolis y
Timoteo» de Erres, «Los aborígenes» de
Harry, «Amorfos» de Dagoberto Cruz, «Los
marcianitos» de Efraín Monroy y «Tucano»
de Jorge Peña, un héroe criollo que calca en su
guión y dibujo la historia de Tarzán.
En solitario, el también veterano historietista Jorge
Duarte elabora y edita por cuenta propia «La tomata de la
embajada» (1981). La primera historieta política
publicada en el país que parodia los sucesos de la toma
por parte del M-19 a la sede de la Embajada de República
Dominicana.
Paralelo a este desarrollo en la capital del país, un
grupo de estudiosos de la caricatura se unen en Cali en torno a
la revista Click. Una revista pedagógica y de
expresión creativa que alcanzó cerca de nueve
ediciones e inició un trabajo de apropiación de los
códigos de este género en el contexto vallecaucano.
León Octavio, el conocido autor de «Balita»
(1980) y «El bando de Villamaga», Felipe Ossa, autor
de «Historia de la historieta», José Campo,
autor de la revista underground La Mala
Compañía, Ricardo Potes, autor de
«Soldados zona bananera 1928», Hans Anderegg,
ilustrador de «Carvajal», Jorge Saavedra, Marco
Aurelio Cárdenas, Wilson Ramírez, y Gilberto Parra,
se integran en torno a esta revista. Desde sus páginas
inician una tarea que incluía, además de la
divulgación de las creaciones de los integrantes del
grupo, la capacitación a los lectores para brindarles
mayor competencia interpretativa de este tipo de textos.
Posteriormente Ricardo Potes (ya fallecido) motivará a un
grupo de estudiantes de Bellas Artes de Cali, para editar la
revista Gazapera (1987). José Campo, por su
parte, mantendrá una constante actividad durante las dos
décadas de finales del siglo XX para favorecer el
desarrollo del género de la historieta en esta
región del país. Con su hermano Oscar, edita el
libro de historietas «Historia de Indias» (1990) y
constituye, en compañía de William Alzate Jurado,
Fernando Suárez y Alex Bolívar el grupo y revista
Tercer Milenio (1991). Entre los logros de José
Campo figuran la publicación en el periódico La
Palabra de la Universidad del Valle de la sección
«Viñetas negras» (1992); el Primer
Salón de Historietas y Caricatura (1991), la
publicación en el periódico El Occidente de
Cali del suplemento Calicromía, y la
edición de la revista KLANDestinos (1996). En
1998 presenta en el marco del V Salón de Historietas y
Caricaturas, la revista Arsenal, con la
participación de Catherine Dossman, Carlos Carrillo,
Andrés Alegría, Sebastián Bayona y Fernando
Suárez (autor del libro de comics «La feria de los
no mutantes», 1998), y en 1999 lanza la revista
Arka con el apoyo de la Fundación ATMA. Sin duda
alguna, el Salón de Historieta y Caricatura, que se
realiza en Cali, es una de las iniciativas de divulgación
de mayor trayectoria a nivel del país, pues en septiembre
de 2002 realizaba ya su novena edición. Como respuesta al
trabajo tesonero y tozudo de los caleños, agrupados en
Tercer Milenio Comics, la historieta vuelve a las páginas
del periódico El Occidente de Cali con
«Tito» y «Comandos verdes» de Fernando
Suárez, «Chiribicas» de Carlos Gómez
(Hormiga), «Calipso» de José Campo y
«Anarquito» de Warner Wallis (1998).
Jorge Peña reseña la aparición en esta
misma década de «Bolívar» (1983), una
biografía del libertador en formato de historieta e
«Historias del boxeo» (1986), como dos realizaciones
de los hermanos Sierra y la aparición de la historieta
«Fuerzas extrañas» de José Juliao y
Armando Rosales (1983).
El único caricatógrafo integrante del Cartel
del Humor que incursionó en el campo de la historieta con
un proyecto editorial concreto, fue José Roberto Agudelo
Zuluaga (Azeta). A partir de una ilustración
caricatográfica que realizará para el diario El
Espectador, creó un fascinante personaje,
tímido, introvertido, soñador y culto, que de
alguna manera autografiaba el mundo del autor y lo llamó
«El hombre que imaginaba». A la par de este libro de
tira cómica de corte surrealista, desarrolló
también «Corazones», otro libro de tira
cómica con pretensión más comercial, donde
plasma su capacidad para el manejo de humor
caricatográfico.
Aunque uno de los factores que ha retrasado el desarrollo de
la historieta en Colombia es la falta de visión
empresarial y de compromiso de las editoriales del país
por crear una industria cultural en torno a la historieta, es
necesario resaltar el esfuerzo en este campo de Editora Cinco,
empresa que edita la historieta semanal La Capitana
(1983), dibujada por los hermanos Valbuena, con guiones de
Liliana Cadavid y la historieta quincenal Montecristo
(1985), una adaptación que realizó JairoA del
acervo humorístico del más grande caricatofonista
colombiano: Guillermo Zuluaga.
En la década del noventa, luego de haber intentado la
creación de la revista de humor e historieta WC
en compañía de Fernando Mancera (1985), Bernardo
Rincón y Jorge Grosso realizan las Ferias y Fiestas
Mundiales del Cómic (1991). Este evento tiene como
escenario el marco de la V Feria Internacional del Libro, y
cuenta con la participación de importantes
caricatógrafos latinoamericanos: Caloi, Laerte,
Fontanarrosa, Garzón, Oki. Allí relanzan el
Bus, en formato tabloide, publicación que
sintetiza la muestra del pabellón. Una nueva
división al interior del Taller del Humor dará
origen a la revista Acme Comics, liderada por Bernardo
Rincón en compañía de Gilles Fauveaud. Con
ella se inicia una de las aventuras más significativas
para la divulgación de la historieta en Colombia. Esta
publicación conquista rápidamente un reconocimiento
público que le merece la Beca Colcultura 1993. Inspirados
en Heavy Metal, revista que les permite acceder al
lenguaje gráfico internacional y a las propuestas de
Moebius, Pratt, Corben, Toppi, entre otros, los jóvenes
colombianos intentan la aventura de construir una
expresión propia de su cotidianidad. En las historias
aparece la caótica ciudad de Bogotá, referenciada
como espacio urbano de las tramas narrativas (Caramelot,
Leocomix, Pepe, Quiló, Muyi, Víctor, Rosales,
Nigio, Santiago, entre sus participantes).
En Acme la realidad social del país se
encuentra también caricaturizada en propuestas como
«César» (Gilab) «La abuelita»
(Gilab y Leocomix) y «Calvin y Homes» (Gilab),
criticas manifiestas a los desarrollos económicos,
políticos y sociales del período Gaviria. En este
aspecto la historieta se acerca y toca las notas
características del género del comentario
político, al brindarle aspectos de temporalidad y contexto
que circunscriben su lectura a un tiempo y espacio determinado,
lo cual demandará –con el paso del tiempo– una
lectura histórica de estas viñetas.
Paralelo al trabajo pionero de Acme, un grupo de
jóvenes de Medellín incursionan en la
producción de sus homólogas Zape Pelele y
Agente Naranja y la Escuela Nacional de Caricatura
presenta su revista Urraca Mandaca. Publicaciones que
evidencian en su estilo de diagramación una influencia de
Acme. Max Milfort, Diego Cardona y Andrés Vargas son los
autores intelectuales y materiales de Zape Pelele, una
revista de lenguaje verbal y visual agresivo con tufillo
underground. Sus parodias de carácter contestario
y rebelde, que no da tregua a los lectores, recogen de manera
ácida su particular juicio y apropiación de las
ofertas culturales de los medios masivos de comunicación.
Las series y telenovelas «Beverlly Hills», «El
renegado», «Los pecados de Inés de
Hinojosa», «Hombres», «Las Juanas»,
«Perro amor» dan pábulo a las versiones
(algunos lectores preferían el término
perversiones) caricatográficas de sus autores.
Acompañan este universo un grupo de personajes grotescos
como el propio «Pelele», «Peleleman»,
«Capitán Colombia» y «Plácido
Bonilla». Este último, una copia al carbón de
«Boogie el aceitoso», realizada por Andrés
Benítez (Beni), colaborador constante de la revista. Por
su trayectoria y permanencia frente a un sinnúmero de
revistas que aparecen y desaparecen con su carga novedosa de
cultores o aficionados de este género, Zape
Pelele constituye otro hito significativo en la historia de
las publicaciones de historieta colombiana.
El diario El Tiempo, caracterizado por promover la
historieta extranjera («Tarzán», «El
Fantasma», «Olafo», «Calvin y
Hobbes», «Mafalda»), le abre espacio a
«Cuentos dibujados», una tira cómica del
caricatógrafo bogotano Santiago Díaz López
(1970), quien se apoya en su formación como
diseñador gráfico de la Universidad Nacional de
Colombia y en su trayectoria como ilustrador
caricatográfico de las publicaciones Tablero,
El Tiempo, Caja de Herramientas,
Pizarra y Tiza, para plantear con desenfado y
optimismo una serie de historias donde la ternura, el asombro y
la poesía se convierten en correlatos de una propuesta
gráfica que roza la ingenuidad del dibujo infantil.
Por su parte el diario El Espectador invita a
Adriana Mosquera Soto (Nani), bióloga de la Universidad
Distrital, ganadora de dos menciones en el premio internacional
Cafam (1990-1995) y con experiencia como ilustradora
caricatográfica en El Nuevo Siglo (1992) y en el
propio diario (1993), a presentar una tira cómica para la
revista Los Monos. «Yo ya tenía inventada a
Magola como ilustración, así que busqué los
diálogos y empecé a hacerla semanal; más o
menos cuatro meses después me preguntaron que si era capaz
de hacerla en forma diaria, fue todo un reto pero empecé y
duré en ello casi dos años». Surge de esta
forma la tira cómica «Magola» (1996), una de
las pocas historietas en el mundo realizada por una mujer.
Empieza para Nani una meteórica carrera que la lleva a
publicar también en El Tiempo y a ilustrar libros
sobre diferentes temas, y a Magola a convertirse en un personaje
nacional con universo propio. «Magola» empieza a
pasearse por las exposiciones de humor: Exposición
Colectiva Colombiana, sala central del pabellón de la
caricatura, Bogotá, (1997, 2000), La Conque, 4ª Feria
del Cómic Ciudad de México (1997) y a aparecer en
diferentes libros. La presidencia de la república invita a
Magola a participar en «Tú tienes derecho»,
una cartilla sobre delitos sexuales, Nani le publica
«Así es Magola» (1997), la editorial Mac Graw
Hill la escoge como apoyo gráfico para los textos de
«Español de bachillerato» (1997), la Editorial
Oveja Negra la invita a ser protagonista en sus libros de
historieta «Hogar dulce hogar» (2000) y «La
verdadera historia de Eva» (2000). Como si fuera poco se
convierte en la imagen corporativa de la ONG Colombiana Mujeres
de Éxito (1999). De la mano de «Magola» y de
su esposo el caricatógrafo Turcios, Nani viaja a
España. Por su condición de mujer historietista
Nani es invitada como profesora honorífica del humor, por
la Universidad de Alcalá (1998) y se vincula en
condición de colaboradora al Centro Asesor de la Mujer de
Alcalá de Henares (1998-2002). Por su parte
«Magola» se pasea de exposición en
exposición: en las Muestras de Humor Gráfico
Universidad de Alcalá de Henares (1997-2001), en el
Festival Internacional de Humor Perpiñan-Francia
(2000-2001), en Alcalá de Henares (2000), en el Festival
de Banda Deshenada, en Portugal (2001) y se presenta muy maja en
los diarios y revistas españolas A las Barricadas
(1997-1998), Interviu (2000-2002), Desnivel,
Grandes Espacios y Escalar (2001-2002) e
incluso la Editorial Bruño le publica un libro en la serie
Lobo Rojo (2000). Por su recorrido Nani se convierte en
la historietista de mayor éxito de Colombia, y
«Magola» en la única historieta colombiana con
dimensión iberoamericana.
En esta misma década, dos historietistas extranjeros,
Kaparó y Rabanal, participan del proceso
caricatográfico colombiano y aportan una nueva
dimensión al desarrollo de este género. El
argentino Daniel Rabanal publica en el diario El
Espectador la historieta «El Gato» (1996),
premiada ese mismo año en el Lucca Comics & Games, en
Italia. Narración gráfica que recrea con minuciosa
belleza el patrimonio arquitectónico y cultural de
Bogotá, posteriormente se vincula con Semana,
donde realiza caricatografía política a
través de su sección «El cielo.com». El
cubano Kaparó, quien había colaborado con
Acme y Top Secrets, se asocia con Bernardo
Rincón para trabajar proyectos, como Hixtorieta
(1999). Las viñetas de Kaparó, además del
manejo depurado de la figura humana y una línea limpia y
directa, recurren al color y al diseño gráfico,
para brindarle un tono onírico a sus relatos.
A finales de la década del noventa el diario El
Tiempo publica la historieta «Hombres de acero»
(1998) de Carlos Alberto Osorio. Un trabajo pulcro en su
diseño donde el concepto de montaje cinematográfico
y el conocimiento y manejo narrativo de la figura humana
construyen relatos de la lucha entre el bien y el mal. Los
personajes y sus relatos, que recuerdan las aventuras de Rambo,
parecieran diseñados como una campaña institucional
para mejorar la imagen del ejercito colombiano.
El 25 de enero de 1999 marca la historia de Colombia con una
de sus mayores tragedias: el terremoto de Armenia. En este
contexto surge como propuesta pedagógica para la
reconstrucción que adelantará el polémico
Forec, la historieta «Los nuevos vecinos» de Luis
Fernando Trujillo (Lucky). La invitación de Viva la
Ciudadanía a este artista plástico quindiano,
egresado como publicista de la Universidad Jorge Tadeo Lozano,
constituía un reconocimiento a una trayectoria dedicada al
ejercicio profesional de la caricatografía. Lucky
había sorprendido a la prensa nacional con su
participación en el Festival Mundial de Humor
Gráfico Calarcá 89 con su propuesta «Gajes de
modelos», interpretación caricaturesca de cuadros de
los más famosos pintores del arte universal, por la cual
recibió Mención de Honor en el certamen. Una
propuesta innovadora, resultado de una trayectoria que contaba
con exposiciones colectivas de humor en Bogotá,
Medellín, Manizales, Pereira y la propia ciudad de
Armenia, al igual que colaboraciones permanentes para las
revistas Activa y Toma 7 de México
(1983-1985) y la beca Colcultura de historieta (1993) para su
proyecto «La caída del imperio humano. «80
páginas aún inéditas, en la que se abordan
las expectativas más profundas del hombre de fin de siglo,
en medio de una tensión escatológica que
sólo parece resolverse con la fórmula del respeto
por la diferencia», como lo señala Germán
Fernández (2000, p. 34).
El despuntar del siglo XXI sorprende al periodismo colombiano
con la desaparición del diario El Espectador. Sin
embargo, el nuevo semanario El Espectador (2001), fiel a
su política de apoyar la historieta colombiana, vincula a
las páginas de su suplemento dominical De Mente a
Nani con su personaje «Magola» y a Jarape con
«Cándida», una prostituta instruida y creativa
con vocación de sicoanalista, que aconseja a las
personalidades nacionales desde cualquier esquina de sus
ciudades. En un nuevo coletazo El Espectador
rediseña todo el semanario, pero no deja de incorporar la
producción nacional en su sección de
entretenimiento «Goce». Vincula de nuevo a Jarape con
la tira cómica «Hermógenes» y a Eduardo
Cañizales con la tira cómica «Timo».
Este artista , nacido en Cali en 1972, egresado de Bellas Artes y
con maestría en animación por ordenador y
síntesis de imágenes de la Universidad de Islas
Baleares, refrenda con su trabajo una trayectoria de
reconocimiento internacional que lo ha llevado a
desempeñarse en la dirección de arte del Comet
Entertaiment de Canada y profesor de teoría de Imagen en
la Escual de Arts Nova, en Palma Canada (2000-2001) y a publicar
en las revistas Esquitx, El Boligraf,
D-P y en el diario Última Hora de Palma,
Canadá.
Aunque de manera tribal y de consumo especializado, se puede
afirmar que la década del noventa, es sin duda, la
década de la historieta en Colombia. Seminarios y eventos
como «Comics, otra visión» (1994),
exposición realizada por el Museo de Arte Moderno de
Bogotá, «Art Comics» (1996) exposición
organizada en Manizales, «Bajo tierra», Primer
Festival de Comix, promovida por Constanza Espitia para auspiciar
una mirada a la historieta underground colombiana, la
Primera y segunda Convención Nacional de Comics
(1998-1999), organizada por los integrantes de la revista de
historietas Maldita, «Comiciudad» (1999),
liderada por la Escuela Nacional de Caricatura, evidencian la
creciente acogida de la historieta, como medio de
expresión de una realidad social propia, y medio de
consumo de propuestas internacionales de fenómenos
globales como el manga, que tiene su origen en la propuesta del
artista japonés Osamu Tezuka, en la década del
cuarenta.
Otro signo positivo de la producción de historieta en
la década del noventa lo registra la revista
Klandestinos de Cali. En su segundo número
reseñan el trabajo de Carlos Mario Miraña,
investigador asociado al Programa de Educación
Bilingüe del Consejo Regional Indígena del Cauca,
CRIC y del ilustrador C. Alfredo López Garcés,
quienes realizan la cartilla «De correría con los
negritos», donde se incluye una historieta en lengua
paéz. «Esta historieta forma parte de un grupo de
materiales centrados en conocer las fiestas de diciembre entre
los nasa (paeces). Estas son un pretexto para explorar, conocer,
investigar y practicar las costumbres, los ritos, las fiestas, la
música, la danza, la lengua hablada y escrita (nasa yume,
y castellano)... para conocer la diversidad cultural dentro de
los nasa, su territorio, su historia... Es resultado de un
proceso investigativo de más de diez años realizado
en el Programa de Educación del Consejo Regional
Indígena del Cauca, CRIC» (Klandestinos,
no. 2). Esta experiencia muestra una interesante vertiente para
la utilización de la historieta en la afirmación de
la identidad y el rescate del patrimonio vivo de los
colombianos.
La aparición de eventos institucionales como
«Bogotá ciudad que sueña», donde
resultaron ganadores Santiago Díaz con su historieta
«Cuentos habitados», Andrés López y
Alberto Rodríguez con «Emilio: 18:30» y
Giovanni Castro y Andrés López con «El
custodio», así como la edición de la revista
de historieta Top Secret (1996) patrocinada por la
Fundación Social y el Premio Internacional de Historieta
Top Comic, cuyos ganadores fueron Andrés López
Nigio con «Tesla» y Jorge Ávila con «La
fábrica», o la historieta «Silverio» con
guiones de Juan Karca y dibujos de Carmelo Vergara, editada por
la Fundación Amigos de la Verdad y auspiciada por la
Alcaldía de Bogotá, con recursos de la Comunidad
Económica Europea, demuestran el interés de
personas, colectivos e instituciones por apoyar y valorar en el
contexto nacional, esta forma de expresión considerada en
el mundo como el noveno arte.
Bibliografía
De Roux, Francisco: «Nota introductoria» en
«Balita la bala perdida. Las aventuras de la Paz»,
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Duarte, Jorge: «Un año espantoso», Duarte
Editor, Bogotá, 1982.
Fernández, Germán: «A punta de
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colombiana», Gobernación del Quindío,
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Gubern, Roman: «El lenguaje de los comics»,
Ediciones Península, Barcelona, 1994.
Herner, Irene: «Mitos y monitos. Historietas y
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Klandestinos, a. I, no. 1, Tercer Milenio, Cali,
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–, a. II, no. 2, Tercer Milenio, Cali,
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Mosquera, Adriana: «Entrevista por internet con la
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